El pasado 3 de Marzo el crítico literario Roberto González Echevarría recibió de manos del presidente Obama la Medalla Nacional de las Humanidades.
«Cada Cuál, Sancho, es hijo de sus obras»
Miguel de Cervantes.
«A todos los estudiantes graduados del Departamento de Español de Yale que militaron en GESO, el sindicato de estudiantes graduados y alguna vez sintieron intimidados por las actitudes autoritarias del profesor González Echevarría».
Roberto González Echevarría es un profesor de la Universidad de Yale (EE.UU.) que se especializa en las literaturas de América Latina, El Caribe y España. González Echevarría es autor, entre otros libros, de Alejo Carpentier: el peregrino en su patria (1977) The Voice of the Masters: Writing and Authority in Modern Latin American Literature (1985) o su muy celebrado Mito y archivo: teoría de la narrativa en América Latina (1998). Es indudable que no sé le puede negar a González Echevarría su lucidez como lector y su sagacidad como critico literario. Sus lecturas están generalmente bien fundamentadas y son, sobre todo, originales. Sin embargo, gran parte de la actividad crítica de González Echevarría se ha centrado primero en definir la especificidad del discurso literario latinoamericano y más tarde en defender, siguiendo la estela de su colega Harold Bloom, el canon de la literatura hispánica. Leyendo algunas intervenciones de Bloom y González Echevarría, uno tiene la sensación de que ambos se piensan como los últimos caballeros medievales de la crítica literaria, defendiendo a capa y espada la literatura como si ésta fuera una pobre virgen acosada por la lascivia de marxistas, feministas, minorías raciales y teorías queer –todavía recuerdo una clase en la que González Echevarría le dijo a una chica gay que la cuestión de la escritura lésbica era un tema sociológico, pero no literario.
Pero anécdotas heteropatriarcales aparte, si uno lee atentamente Mito y archivo es evidente el esfuerzo teórico que realiza González Echevarría para buscar un sistema conceptual que explique las estrechas relaciones entre discurso literario, discurso legal y discurso antropológico que definen los contornos del archivo latinoamericano. González Echevarría describe este movimiento de manera magistral, pero tan pronto como muestra que el concepto de la autonomía literaria, la literareidad de un texto, es completamente inservible para entender el archivo literario latinoamericano, gira ciento ochenta grados sobre sus propias premisas y se empeña en hacer que la literatura vuelva al redil de la autonomía literaria. La literatura latinoamericana, parece sugerir González Echevarría, puede hacer excursiones a la antropología, pero tiene que volver al final a ser , sobre todo, literaria, es decir, discurso despolitizado. De hecho, podría afirmarse que toda la producción crítica de González Echevarría está pensada para que la literatura se explique a sí misma por sí misma y en sí misma a través de referencias a otras literaturas, sin que la historia ni la ideología traspasen los contornos de la estética. En La prole de Celestina , por ejemplo, González Echevarría pone en el centro del canon de la literatura española La Celestina , como origen generador de distintos textos literarios que se van aludiendo, parodiando, copiando y desconstruyendo unos a otros como si estuvieran dentro de una probeta a resguardo del aire de la historia, de la política o de cualquier otra contaminación extraliteraria.
Esta ontología de lo literario es desde sus orígenes un ataque visceral ora explícito ora implícito contra la crítica literaria marxista latinoamericana y sus múltiples derivaciones. No es de extrañar entonces que los blancos favoritos de chascarrillos, chistes y descalificaciones de González Echevarría sean críticos como Ángel Rama, el recientemente fallecido David Viñas o el cubano Roberto Fernández Retamar, a quién González Echevarría casi siempre se refería como «Rata-mar». Tal vez este proyecto intelectual y crítico explique en sí mismo por qué González Echevarría recibió la Medalla Nacional de las Humanidades. Pero ¿Qué interés puede tener el Presidente Obama en premiar a un crítico literario latinoamericano ahora que muchas universidades cierran o retiran los fondos de sus programas de estudios latinoamericanos? ¿Qué interés puede tener la literatura latinoaméricana o el Siglo de Oro español o las polémicas entre latinoamericanistas para una nación que lo ignora casi todo sobre sus vecinos del sur y sobre los 40 millones de latinos y latinas que viven al norte del Río Grande?
Tal vez hay algo más que los méritos o deméritos académicos del profesor González Echevarría que justifique este galardón. Comencemos por el principio. La universidad de Yale no es cualquier universidad y el Departamento de Español y Portugués de esa universidad no es tampoco cualquier departamento. Yale, que pertenece al prestigioso grupo de universidades de la Ivy League, ha sido y probablemente sigue siendo uno de los centros de reclutamiento favoritos de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, especialmente la CIA. Emir Rodríguez Monegal, uno de los fundadores del Departamento de Español y Portugués en Yale y además uno de los mentores de González Echevarría en su etapa de doctorando, fue director de la revista Mundo Nuevo. La revista Mundo Nuevo fue financiada por la CIA a través de la Fundación Ford , para contrarestar el creciente prestigio e influencia de Casa de las Américas. Desde 1966 a 1971 Mundo Nuevo publicó ensayos de crítica literaria y fragmentos de las obras de Vargas Llosa o García Márquez como segundo centro de irradiación del mal llamado boom de la literatura latinoamericana. Rodríguez Monegal dimitió en 1967 cuando se destapó el escándalo de la financiación de la revista y se fue de profesor a… Yale [1].
¿Pero que tiene todo esto que ver con la medalla de González Echevarría? González Echevarría no tiene por qué ser como Rodríguez Monegal, es verdad, pero su trayectoria se parece sospechosamente a la de su mentor, tanto por su anti-comunismo y anti-castrismo feroz como por sus lúbricas relaciones por el poder institucional y político en Estados Unidos. Para seguir ahondando en esta polémica, cabe preguntarse cómo toma Obama la decisión de premiar al crítico literario cubano. La decisión la toma Jim Leach, un antiguo congresista republicano de Iowa que ahora es director del National Endowment for the Humanities , una organización pública que financia proyectos de investigación en las humanidades. En los recortes de prensa se repite sistemáticamente que González Echeverría recibe el premio porque su libro Mito y Archivo es el más citado por los críticos literarios latinoamericanistas. Pero si miramos más allá de lo que los recortes de prensa nos cuentan descubrimos está interesante información: Rolena Adorno, una de las colegas de González Echevarría, fue elegida por el Presidente Obama para formar parte del Nacional Council for the Humanities durante los próximos cinco años. El Nacional Council for the Humanities es el organismo de dirección del Nacional Endowment for the Humanities . [2] ¿Se abstuvo la profesora Adorno por decoro y profesionalismo de votar a favor de su colega de Departamento González Echevarría o se reparten los premios y los honores dentro y fuera de Yale con un «hoy por ti, mañana por mi» entre canapés y palmaditas en la espalda?
Pero, ¿Por qué Obama y la clase política norteamericana harían caso a la profesora Adorno o cualquiera de los otros miembros del Nacional Council for the Humanities que haya sugerido su nombre? Para poder responder a esta pregunta hay que hablar del otro González Echevarría, el intelectual público que le hace los mandados a la oligarquía norteamericana. Por ejemplo, el 14 de abril del 2009, González Echevarría escribía un editorial para CNN en el que invitaba al gobierno cubano a emular las medidas tomadas por Obama, relajar las condiciones de viaje, liberar a los presos políticos que se pudren en las cárceles cubanas y a terminar con el régimen de aparheid que no permite la entrada de personas de color en los hoteles para turistas [3]. Por si esto no fuera poco, González Echevarría añade que el Banco Mundial y otras instituciones financieras deberían ser cautelosas a la hora de levantar el embargo porque Fidel Castro tiene un record criminal ya que acostumbra a no saldar sus deudas con sus acreedores. El editorial concluye afirmando que el bloqueo no ha sido un fracaso, ya que ha contribuido decisivamente a evitar que Cuba exportara la revolución por el subcontinente.
De los beneficios del bloqueo para evitar la exportación de la revolución cubana sólo cabe decir que es un exabrupto siniestro, sobre todo teniendo en cuenta la solidaridad de esa política con los miles de muertos y desaparecidos que dejo la estrategia contrainsurgente de los Estados Unidos en el Cono Sur, Centroamérica y el Caribe. Pero además, a González Echevarría habría que recordarle que muchos, si no la mayoría, de esos que él considera presos políticos, entre otros las famosas damas de blanco, están financiados por los múltiples programas de la USAID y la muy apropiadamente llamada Oficina de Intereses Norteamericanos en la isla. Debería también reconocer que muchos de los impuestos y las cortapisas económicas que dificultan el comercio entre Estados Unidos y Cuba (i.e. la Ley Helms-Burton) son el resultado de un bloqueo económico brutal que sufre sobre todo y por encima de todo el pueblo cubano, ése al que González Echevarría dice defender.
En cuanto a la segregación racial en Cuba, no puedo hablar por lo que haya sucedido antes, pero este mismo diciembre las personas de color podían entrar y salir de los hoteles y trabajar en ellos. Al contrario de lo que sucede en Estados Unidos, donde la mayoría de la población latina y afroamericana es encarcelada en números desproporcionadamente altos en relación con los blancos, en Cuba las personas de color tienen acceso a la educación, la salud y los servicios básicos. Por ejemplo, la persona que se encargaba de la librería del ALBA era una mujer negra que no dudo en hacerme callar cuando traté de interrumpir una conversación entre ella y mi compañera sobre la situación de las mujeres de color en la isla. Los datos hablan por sí solos: en Estados Unidos, entre 1984 y 2007, la distancia entre la riqueza de las familias blancas y las familias negras se cuatriplicó y pasó de 20,000 a 75,000 dólares de diferencia. Según un reciente estudio de Harvard, el capital medio de una mujer soltera afroamericana es de 100 dólares, el de una latina soltera es 120 dólares, el de una mujer blanca es de 41, 500.
Podemos seguir dando datos para mostrar que, a pesar de tener un presidente afroamericano, Estados Unidos no le puede dar lecciones de integración racial a nadie y menos a Cuba. Es verdad que en Cuba hay todavía racismo y discriminación, es verdad que garantizar la igualdad de oportunidades (salario digno, acceso a la vivienda, la educación y la salud) no ha erradicado totalmente el racismo en Cuba, sobre todo porque el pasado colonial y esclavista es obstinado y sigue volviendo al presente; sobre todo, por cierto, porque esas industrias turísticas del capitalismo que tanto le gustan a González Echevarría, han reintroducido dinámicas sexuales coloniales, formas de hipersexualización que si no estaban ausentes, se han intensificado después de que un ejército de turistas occidentales invadiera la isla para dar rienda suelta a sus fantasías pornotropicales. Sólo ver las escuelas cubanas, racialmente integradas como ninguna en Estados Unidos, debería hacer sonrojar al profesor González Echevarría.
Igual que Estados Unidos no le puede dar lecciones de integración racial a Cuba, González Echevarría no puede darle lecciones de democracia a nadie. Durante los años que fui estudiante graduado en el Departamento de Español de la Universidad de Yale (1999-2002) González Echevarría dirigió el Departamento con mano de hierro, muchos de los profesores asistentes y lectores temían contradecirlo en público, no reírse de sus pésimos chistes o estudiar temas que pudieran desagradarlo. La mayoría de los estudiantes de doctorado teníamos miedo a participar en las actividades del sindicato de estudiantes a pesar de que todos esos maravillosos libros que ahora lo hacen acreedor de la medalla de las humanidades fueron escritos sobre las espaldas de doctorandos y lectores que enseñaban las clases mientras González Echevarría estaba en casa o de sabático. En una ocasión lo vi, incluso, oponerse a un grupo de profesores que encabezaba el historiador Gil Joseph porque querían organizar un conferencia sobre Cuba y mandar materiales escolares y medicinas a la isla. Debe ser que González Echevarría es como Rios Montt, con tal de sacarle el agua al pez, es capaz de matar al pueblo cubano de hambre.
Además – y tal vez eso sea lo peor de todo-tuve la desgracia de tomar una clase sobre narrativas de la revolución cubana que fue peor que la peor de las propagandas anti-castristas, probablemente y sin exagerar el peor ejercicio de anti-intelectualismo al que me haya sometido en mi vida. Ni uno sólo de los libros tenía nada remotamente parecido a una posición de apoyo, aunque fuera crítica, a la Revolución Cubana. Los únicos autores que leímos fueron disidentes cubanos, las únicas películas que vimos fueron anti-castristas. La revolución era el mal y ahí se acababa el dialogo. Se podrán decir muchas cosas sobre la revolución cubana, pero habrá que mencionar como parte de la discusión, entre otras cosas, la reforma agraria, las campañas de alfabetización, las agresiones continuas de los Estados Unidos etc.
Podría seguir enumerando más aspectos grises de su gestión que a menudo comparábamos con el batistato o la peor de las dictaduras latinoamericanas, exagerando para sobrellevar un ambiente de intimidación, dónde el diálogo lúcido, crítico y respetuoso que debe caracterizar cualquier comunidad de pensamiento brillaba por su ausencia.
Señor González Echevarría, puede usted seguir pensando que la literatura se nutre de literatura y que le han dado una medalla en la Casa Blanca por sus elucubraciones estéticas y sus méritos intelectuales, pero todos sabemos que usted hace tiempo que se dedica, aunque no quiera reconocerlo, a la política. Sabemos que no muerde la mano que le da de comer y también que, finalmente, Roma sí paga a traidores. En cualquier caso, ahora que su bota no me pisa el cuello puedo decirle estas cosas e invitarle, si alguna vez decide dejar la propaganda y las prebendas, a que discutamos de verdad los logros y las deficiencias de esa Isla que llaman, aunque le pese a usted y a sus amigos gringos, primer territorio liberado de América Latina.
Luis Martín-Cabrera es Profesor en el Departamento de Literatura de la Universidad de California, San Diego. Tiene una maestría en Estudios Latinoaméricanos de la Universidad de Yale de dónde tuvo que marcharse a la Universidad de Michigan para poder terminar su doctorado en un ambiente más propicio.
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