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Occidente: decadencia y caída de un mundo

Fuentes: Insurgente

A todas luces pasaron los tiempos en que el capitalismo lanzaba las campanas al vuelo, con ciertos intelectuales en el papel de sacristanes -¿verdad, Fukuyama?-, tratando de convencer de que el tropezón y la caída sufridos por el sistema rival, más bien por la espuria variante llamada socialismo real, significaba la entronización del mercado ciego […]

A todas luces pasaron los tiempos en que el capitalismo lanzaba las campanas al vuelo, con ciertos intelectuales en el papel de sacristanes -¿verdad, Fukuyama?-, tratando de convencer de que el tropezón y la caída sufridos por el sistema rival, más bien por la espuria variante llamada socialismo real, significaba la entronización del mercado ciego por los siglos de los siglos.

Hoy cobra cada vez mayor evidencia científica el aserto de que el auge de todo imperio presupone su decadencia, y su final. Lo que viene a resultar difícil, en el plano teórico, es pronosticar el tempo y el momento de la vaticinada debacle. Porque la incertidumbre se adueña de la capacidad de previsión ante el vertiginoso decurso de los acontecimientos. ¿Quién atina, por ejemplo, con el precio preciso del oro, del petróleo, o con el grado de deterioro del dólar, incluso en un breve marco temporal?

Ese tipo de preguntas se las hacía en voz alta, ante un atento plenario del IX Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo -que transcurrió en La Habana, del 5 al 9 de febrero-, el conocido investigador argentino Jorge Beinstein, para quien la única certidumbre válida en el contexto global contemporáneo es la aparición de una serie de «sorpresas estratégicas», las cuales determinan y reflejan «una verdadera crisis de civilización (civilización burguesa, modernidad occidental, etc)».

La primera de ellas sería «la espectacular aceleración de la decadencia económica de los Estados Unidos en la década actual», trasuntada en hechos como la sucesión de burbujas especulativas, la convergencia de déficits y deudas, y la pérdida de competitividad a nivel internacional.

Ahora, no en vano el mundo está tan interconectado: «La enfermedad norteamericana aparece como la expresión más aguda y visible de una crisis global y crónica de sobreproducción que está a punto de dar un salto cualitativo; por ejemplo, la sobreacumulación de deudas por parte de los Estados Unidos es al mismo tiempo sobreacumulación de reservas dolarizadas y papeles dolarizados de diverso tipo (con valores futuros declinantes) por parte de las otras grandes potencias económicas y de los principales grupos financieros internacionales».

Esta «crisis de sobreproducción se diferencia de todas las anteriores crisis capitalistas por su convergencia, su inserción en una crisis global, por ahora principalmente de insumos energéticos (cercanía del cenit de la producción petrolera mundial), y muy probablemente más adelante de alimentos, a causa de la reducción del uso de las tierras fértiles en beneficio de los cultivos energéticos, y de deterioros ambientales graves y muy extendidos».

De manera que -algo inédito-, la crisis de subproducción gestada durante un largo período, «el ciclo de desarrollo de la civilización mundial capitalista», se combina con la crisis crónica de sobreproducción iniciada a fines de los años 60, comienzos de los 70, y termina por conformar un rosario de crisis, en lo cultural, lo institucional, lo político, lo militar.

Pero las hipóstasis de la hecatombe anunciada no concluyen ahí. Porque, si la victoria de la estrategia euroasiática de EE.UU. «habría recompuesto la hegemonía global del imperio norteamericano con centro en su dominación financiera (dictadura del dólar, etc.) y energética, subordinando a las otras grandes potencias (Unión Europea, China, Rusia, Japón), el fracaso de la primera potencia militar mundial (en Iraq, en Afganistán, y del aliado Israel en el Líbano) pone en tela de juicio la legitimidad técnica de su complejo industrial militar», que «cumple su papel en la reproducción del capitalismo norteamericano», y que, se sabe, ya había perdido su legitimidad política.

Las victorias protagonizadas por combatientes provistos de armas sencillas, elementales, ponen en solfa, más bien pulverizan toda una cultura militar, «basada en los mega-aparatos bélicos y la convergencia de enormes gastos, y de sofisticadas y extendidas estructuras industriales y científicas, así como de hipertrofiados sistemas de seguridad», al extremo que el ponente aludía a un punto de ruptura civizacional análogo al de la batalla de Crecy (1342), donde «la infantería inglesa, combinada con arcos y flechas novedosos, enfrenta y derrota a la caballería feudal francesa, la más prestigiosa de Occidente».

Mas las sorpresas se multiplican en suelo feraz. En opinión de Jorge Beinstein, el declive de la unipolaridad estadounidense no abre camino a una repolarización global (bipolar, multipolaridad), es decir a un nuevo reparto del planeta, «sino más bien a un complejo proceso de despolarización con apariencia de multipolaridad floja que, en un futuro no muy alejado, permitiría un amplio margen de maniobras a medianos y pequeños países, fenómenos de integración regional relativamente independientes (o autonomizantes), etc».

Y he aquí algo sumamente desagradable para el neoliberalismo, el imperialismo, y más que agradable para las personas inclinadas hacia la izquierda del espectro político: «La declinación del superpoder que constituyen los Estados Unidos, que afecta negativamente a todas las grandes potencias», plantea «la interrogante mayor de las perspectivas de reproducción del capitalismo como sistema mundial en un contexto de despolarización y crisis económica prolongada».

Contexto en que devienen asaz interesantes fenómenos como la reaparición del socialismo en la periferia (el caso de Venezuela) y que «debería ser objeto de esperanza con respecto al futuro», cuando, a no dudarlo, en Occidente nadie se atrevería a lanzar otra vez las campanas al vuelo.