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La larga somra de Odebrecht en Perú

Odebrecht y los ratones

Fuentes: Nuestra Bandera (Perú)

Cuando los militares brasileños adscritos a la Escuela Superior de Guerra -Olimpio Moura de Minas Gerais, Castello Branco, Amaury Kruel,  y  otros- derrocaron a Joao Goulart en marzo de 1964, se inició una nueva etapa de expansión del capitalismo sub regional en América Latina. El Golpe tuvo claras connotaciones imperiales.  Su acción, se desencadenó a […]

Cuando los militares brasileños adscritos a la Escuela Superior de Guerra -Olimpio Moura de Minas Gerais, Castello Branco, Amaury Kruel,  y  otros- derrocaron a Joao Goulart en marzo de 1964, se inició una nueva etapa de expansión del capitalismo sub regional en América Latina.

El Golpe tuvo claras connotaciones imperiales.  Su acción, se desencadenó a partir del 13 de marzo de ese año, cuando el Jefe del Estado firmó una ley expropiando refinerías de petróleo y tierras. Seis días después -el 19-, los Cipriani de ese escenario y época, salieron a las calles en una gigantesca «paseata», por «Dios, Familia y Libertad» reclamando «la patriótica intervención de los uniformados».

Eran los tempos en los que Carlos Lacerda y la «Prensa Grande»  saludaban las maniobras militares norteamericanas en suelo brasileño ejecutadas bajo el sugestivo nombre de «Brother Sam», y decían sin rubor: «lo que es bueno para los Estados Unidos, es bueno para el Brasil»

A la sombra de ese golpe -31 de marzo de 1964- y en años sucesivos, algunos grupos económicos acumularon inmensas fortunas haciendo uso de métodos lícitos unos,  e ilícitos otros, que multiplicaron su capacidad operativa; en tanto que morían en las calles luchadores de la talla de Carlos Marighella y otros -como Dilma- sufrían horrendos castigos en las ergástulas del régimen.

Cuando los uniformados se vieron forzados a dejar el Poder en 1985, gracias al vigoroso ascenso de un  movimiento popular que nunca dio tregua a la dictadura; estos grupos dejaron de «mandar» en el nuevo escenario. Virtualmente  «quedaron a la sombra»,  y se dedicaron a multiplicar sus ingresos formando empresas constructoras y financieras, dando fuerza a  un verdadero «imperio de la corrupción»

Surgieron así  Odebrecht, Camargo Correa, Andrade Gutiérrez, Queiroz Galvao, y otras,  que buscaron reacomodar su presencia adaptándose a la «nueva situación», creada a partir de  los años 80 del siglo pasado.

El periodo de transición de los años de la  dictadura a los de la democracia formal, en ese gigantesco país, fue prolongado; pero, además, nunca profundo. Se cambiaron las formas de dominación, pero la esencia, fue la misma.

El Fondo Monetario y el Banco Mundial acomodaron sus recetes y la aplicación de sus políticas financieras y de reactivación;  en tanto que los «Poderes Fácticos» – la Prensa Grande, el sistema financiero, las entidades patronales, la jerarquía eclesiástica, y otros- mantuvieron  intactos sus vínculos laboriosamente forjados y construidos a partir de la discriminación, el racismo, la marginación y el anticomunismo desenfrenado.

La llegada del PT al gobierno a fin es de los años 90 generó una esperanza; pero, sobre todo, una ilusión. Afincó la idea que era posible introducir cambios profundos en el esquema de dominación vigente, maquillando el rostro del Poder.

En otras palabras, se indujo a creer que bastaba variar el rumbo de la política para hacer más digerible el consistente, y casi imbatible, sistema de dominación hasta entonces imperante.

A  fin de «vender» mejor ese producto, aparecieron los «programas sociales», las políticas de inclusión; y las propuestas orientadas a reducir los índices de pobreza y marginalidad.

El discurso atractivo se basó en la idea que «en democracia», era posible disminuir la pobreza y aliviar la situación   las poblaciones más olvidadas; y que, para hacerlo, no era preciso quitarle nada a nadie.  Como la Revolución no era posible y el Socialismo  no tenía fuerza;  la «salida», era distinta: había que embellecer el capitalismo, no cambiarlo..

Con otras palabras, se hizo carne el mensaje de Haya de la Torre en 1945 en su recordado discurso de la Plaza San Martín ante los bacones del Club Nacional: «No se trata de quitarle la riqueza al que la tiene, sino de crear riqueza para el que no la tiene». Sabiéndolo, o ignorándolo, esa fue -finalmente- la  esencia de la política del PT en lo que va del  nuevo siglo

A partir de entonces se vio en  la patria de Tiradantes una suerte de escenario compartido. Los empresarios, hacían sus «negocios», y  los líderes del PT «sus políticas».  Ninguno. Interfería en el juego del otro. Al contrario. Unos y otros se respetaban y aún mas, podían «darse la mano» si eso fuera necesario. Lo importante era convertir en realidad «el Milagro Brasileño», y lograr lo que ya había predicho Richard Nixon: «hacia donde mira el Brasil, mira  América Latina».

El «darse la mano», tenía sus riesgos, pero valía la pena. Los empresarios podían «aporta fondos» para algunos de los «programas sociales» en boga, a cambio de que no se tocaran sus privilegios  -ni sus tierras,  ni sus empresas-; en tanto que los políticos podían ayudarlos a «extender» sus negocios, sin comprometer los intereses del Estado.

Fue en ese marco que las empresas brasileñas llegaron al Perú. Las trajo Alberto  Fuimori en la última etapa de su gestión; y las heredó, en su momento,  Alejandro Toledo. Luego vendrían  García y Humala,  sólo que en similares condiciones.

Como lo han dicho algunos de los «analistas» que abordaron el tema, estas empresas no tenían contenido político, ni rumbo ideológico. Tenían, simplemente, objetivos comerciales. Hacían negocios, independientemente del signo político de sus circunstanciales «aliados». La vida les había enseñado algo que el mundo conocería después en palabras de Deng Xiaoping: «no importa de qué color sea el gato; lo que importa, es que coma ratones».

Y si Odebrecht  fue el gato, los ratones en este rincón del mundo, fueron los mandatarios  peruanos que, a cambio de algunos millones de dólares, les dieron jugosas concesiones. «Hagan sus  políticas, que no nosotros haremos nuestros negocios», pareciera haber dicho Marcelo, el brasileño de las coimas.

En 29 millones de dólares se calcula el monto que el consorcio brasileño «invirtió» en los gobernantes peruanos que suscribieron convenios. A decir verdad, no invirtió  nada en el rubro; porque la suma aludida, fue «descontada» del monto de la inversión empresarial, de modo que la pagamos todos.

De alguna manera eso lo puso en evidencia, en  el periodo anterior, el congresista Juan Pari, pero no le dieron «bola». Y es que, en su informe, no sólo aludió a la «carne fresca» -Humala y Nadine-; son también a la podrida: Fujimori, Toledo y García.

Hoy, forzada por la circunstancia, la «prensa grande» resucita el «Informe Pari», pero querrá «liberarlo» de  la  presencia  del  chinito  de la yuca, para investigar a los demás  -incluida Nadine, claro- porque a ella, se la tiene jurada.

Que investiguen a fondo, y que investiguen todo; porque ese olor putrefacto, es del capitalismo en descomposición; ese que deja «hacer política» mientras no toquen sus intereses; y que tolera a «los políticos» mientras le sirvan. Cuando eso ya no ocurra, los tratarán como a Dilma, o como a Nadine, claro.

Una buena experiencia, al fin y al cabo.

 

Gustavo Espinoza M. pertenece al Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

Fuente: https://nuestrabandera.lamula.pe/2016/12/29/peru-odebrecht-y-los-ratones/nuestrabandera/