Como ya mencioné en la primera parte de esta entrega, en marzo del 2012 publiqué el artículo que les comparto (La Polilla Cubana. Publicado en Cuba fecha Marzo 21st, 2012). En Internet solo se conserva en uno o dos publicaciones que lo reprodujeron, pues su espacio original se reconfiguró. En vísperas de iniciarse mañana 26 de marzo del 2024 la Asamblea General de Asociados de la Unión de Historiadores de Cuba me permito circularlo en la consideración de que mantiene videncia en su propuesta de reflexión y debate.
II
Hoy sin dudas, asistimos en el país a un rearme de la historia como proyecto científico y como proyecto social, avanza la excelencia de la historiografía cubana, y sobre todo está en marcha una notable recuperación del papel de las disciplinas históricas en el currículo docente de la enseñanza general y universitaria, aspecto este que se precisó con particular fuerza en los objetivos aprobados por la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, el pasado enero (2). Este crecimiento con calidad, tiene por correlato el compromiso de la inmensa mayoría de los historiadores e historiadoras con la sociedad revolucionaria.
Tan positivo escenario regocija y a la vez impone para avanzar con paso seguro, repensar los aciertos y fijar las debilidades y sus cursos de solución. Es que los logros del momento actual se entienden con mucha más plenitud, si los vemos en su movimiento real, como aciertos en el concierto de las contradicciones existentes, en medio de los crecimientos humanos y organizacionales por adelantar, las fragilidades a resolver y los consensos a construir. En Cuba por demás, nada escapa al cruento enfrentamiento con el imperio estadounidense y sus aliados ideológicos y políticos.
La subversión contrarrevolucionaria
La utilización del campo intelectual y de la Historia es de vieja data. Frances Stonor Saunders ha documentado suficientemente la guerra cultural de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, desde antes del triunfo de la Revolución Cubana, cuando patrocinaba la revista History, publicada por la Sociedad de Historiadores Americanos (3).
Contra Cuba existe una definida dirección de la propaganda y la subversión ideológico-cultural anticubana, que se desenvuelve en el terreno de la Historia, en el intento de reescribirla, tergiversarla y manipularla. Apuestan al sueño de una glasnost “cubana”, que destruya el imaginario histórico y cercene la memoria de lo que hemos sido y somos. A tal diseño se destinan millones de dólares en unos y otros proyectos de “estudio”, información”, “eventos”, libros y artículos “de ciencia” y “premios”.
La propaganda visceral, literalmente mentirosa y grosera, no es lo que caracteriza la labor de los servicios enemigos dirigida contra la Historia y los historiadores. Esto último solo ha quedado como producción residual en el estercolero de la mafia cubano americana. Generalmente los libros de propaganda contrarrevolucionaria con camuflaje de libros de “historia”, cumplen el llamado el principio de la verosimilitud. Presentan sus embustes desde hechos reales, pues en públicos cultos como el que ha formado la Revolución Cubana, el mensaje tendencioso, para que tenga alguna verosimilitud, debe partir de acontecimientos que de una u otra manera ocurrieron.
El principio de la desinformación está dirigido a minimizar y/o desfigurar la realidad histórica, para mencionar lo imprescindible y destacar solo aquello que les interesa. El principio de la “silenciación” combina silencio y olvido alrededor de unas y otras realidades de la Cuba colonial y neocolonial, la omisión de aspectos sustantivos y de aportes del movimiento revolucionario y de sus líderes, son metodologías recurrentes. Difícilmente detectables, los silencios se enmascaran como “olvidos”. Constituyen el reverso y la otra cara del recuerdo y están indisociablemente unidos a la acción de construcción-destrucción de la memoria histórica. El silencio oscila entre las barreras de ocultación y las de lo indecible. Sobre temas históricos, la desinformación y el silencio pretenden eliminar la memoria de explotación, inequidades y dependencia, en aras de maquillar y reforzar la identidad de los grupos portadores del pasado burgués-capitalista.
La vaguedad y la simplificación complementan el sistema de principios de los servicios de la propaganda imperialista. En tanto huyen de explicaciones precias, y pretende dar una respuesta “sencilla” a problemas complejos y controvertidos (4).
El desprecio por la Historia combativa, la descalificación del papel de las masas populares a favor de las élites, y el anticomunismo, se mantienen como ejes fundamentales de la labor ideológica contrarrevolucionaria. Alegan que los comunistas hemos inventado una historia teleológica (5.) Es sistemático el ataque dirigido a descalificar al movimiento comunista durante la república, y a la Revolución después del triunfo de 1959. Una línea principal de esta modalidad agresiva, centra el ataque a la figura del Comandante en Jefe Fidel.
La voluntad de formar a nuestras jóvenes generaciones en la tradición combativa y revolucionaria, se acusa por ser una enseñanza “oficialista”, “ideologizada” y “politizada”. Método recurrente es vendernos como “novedosos” y “problematizadores”, textos articulados con la peor propaganda contrarrevolucionaria.
Montada en la ola “postmoderna”, la propuesta desmovilizadora manipula este movimiento científico y literario contemporáneo. Abundan las exhortaciones a romper con el estudio de los macro-relatos -de los procesos históricos y del marxismo entendido como macro-teoría-, para sobrevalorar la importancia de la microhistoria y presentarnos una suerte de micro-microhistorias, que nos enajenen de las visiones de conjunto. Se nos propone menospreciar el enfoque de clase y sus interconexiones, frente a la emergencia de los no menos importantes estudios de género, racialidad, y otras diversidades. Las categorías duras de la teoría y metodología marxista, se acusan también de “ideologizadas”, a favor de un lenguaje aséptico que evade el conflicto fundamental entre explotados y explotadores, entre opresores y oprimidos.
Los libros de la historia prefabricada por la contrarrevolución, presentan tres niveles de realización. Primero: Lo que dice el autor -lo intencional que no necesita interpretación- que se centra en lecturas reduccionistas y tendenciosas, cuando no hipercriticistas. Segundo: Lo sobreañadido, en tanto intencionalidad subyacente de desmontar la historia, cuestionar y atacar sus valores y personalidades, para sembrar dudas sobre un ayer que nos acompaña en el hoy. Tercero: Lo simbólico en la estimulación y fabricación de mitos y hechos-estigmas, cuyo carácter extra verbal se dirige a la psiques para prejuiciar y sembrar desconcierto.
La mejor carta de presentación de la literatura orientada por las agencias enemigas, es que esta se publicite bajo la autoría de un nacional. Y hay que decir con plena claridad, que nuestros enemigos conocen bien el espurio oficio de comprar, comprometer, e instigar, emplean sus mejores profesionales, ideólogos, psicólogos, filósofos, especialistas, cientos de hombres capaces, confirma el profesor de Historia, ex agente de la CIA y combatiente de la Seguridad del Estado cubano Raúl Antonio Capote (6). No sólo está la nómina de la “disidencia” con sus tarifas mercenarias. Existe la contaminación, el cortejo y la influencia sobre individuos proclives a ser manipulados desde los errores cometidos por burocracia, insensibilidad o maledicencia, las aspiraciones insatisfechas, los individualismos a ultranza, las miserias humanas y los traumas personales. También como ha ocurrido y ocurre en muchos otros procesos revolucionarios, en Cuba hay Súper-revolucionarios tan, pero tan a la izquierda de la izquierda, que sin argumentos convincentes para sus prédicas hipercriticistas, terminan echando mano a los mismos recetarios de la propaganda contrarrevolucionaria. Es importante establecer que en este punto del camino recorrido, no hay ingenuidades. Se es o no se es.
La demostración argumentada y el juicio de ciencia, hijas siempre de la firmeza, son los ingredientes esenciales para fundamentar la denuncia de las vilezas con falso ropaje histórico.
Mirarnos hacia dentro
Los retos que enfrentamos no solo parten de la agresividad de los servicios de subversión imperialista, del ataque enemigo. Aún hay mucho que hacer para perfeccionar nuestro trabajo profesional y sus circunstancias. Las problemáticas en curso ocupan varias áreas del propio saber histórico, de la investigación, enseñanza, docencia, formación y capacitación de los profesionales de la historia, así como del siempre trascendente tema de la introducción y publicación de los resultados, su divulgación e impacto social. Urge una remodelación de la enseñanza y la divulgación, a tono con la acumulación historiográfica aportada en medio siglo.
Las cualidades del debate revolucionario, deben acabar de imponerse en nuestro medio, como el antídoto imprescindible para evitar, entre quienes compartimos la misma trinchera, las discusiones bizantinas, las objeciones que no se explican y los desencuentros culposos. La crítica a los resultados y a las instituciones, no puede asumirse como ataque personal a los autores y directivos de uno u otro proyecto. No todos tenemos el don de la mesura y la afabilidad, pero estamos obligados al menos, al trato respetuoso, y sobre todo a manifestar una posición proactiva, atenta y abierta en el ejercicio de la opinión.
Porque somos humanos perfectibles, los errores nos acompañan a unos más a otros menos, el problema está en la actitud que asumamos para reducirlos al mínimo. Lo definitivo siempre será el saberse situar en el campo de la honestidad y justicia.
Urge aprender a distinguir el libelo de la propaganda enemiga, de la obra historiográfica seria y fundamentada, aun cuando en ella se revelen cursos teórico metodológicos, y posicionamientos que no compartimos, incluidos aquellos de naturaleza política o ideológica.
Vivimos en un país y en un mundo con un universo cada día más diverso. Hay que felicitar que se publiquen y circulen obras de autores nacionales y extranjeros, incluidos ensayos históricos, que nos brindan esa pluralidad. De colegas que viven en el país, escritores, filósofos, historiadores, y muchos otros especialistas extranjeros y cubanos que radican en el exterior, de las más disímiles tendencias filosóficas, políticas y teórico metodológicas. Estos autores no son el enemigo como afirma cierto pensamiento censor que aún persiste. Nadie posee la verdad absoluta, esta se construye en sucesivos consensos colectivos. En esta dirección es útil recordar que la historia del pensamiento revolucionario en ciencia y política, el marxismo -y en Cuba los más sólidos legados axiológicos, ideológicos y politológicos martianos y fidelistas-, se fundaron y construyeron en medio de la fertilización enriquecedora con lo mejor y más progresivo de cada época, en la lucha de ideas, en debate y crítica tanto con los adversarios, como con los compañeros de ruta.
Tenemos aún entre nosotros a quienes pretenden escribir –o que se escriba- la Historia, al ritmo del último discurso de la dirección del país. Hay que denunciar de manera clara y pertinente a tales acomodadores de la historia, que no pocas veces apelando “a buenas intenciones”, a patrioterismos y oportunismos, intentan sustituir la riqueza del movimiento real, con propuestas retocadas por lo que consideran “políticamente correcto”.
Hay colegas que no conocen los aportes más novedosos de la teoría, la metodología e historiografía nacional e internacional, y se justifican con toda clase argumentos sobre las cortas ediciones cubanas, la débil importación de títulos publicados en el extranjero, los costos de los libros, el aislacionismo informativo en esta área académica, la falta de contacto con especialistas extranjeros, o la débil conexión a Internet; pero más allá del peso de una u otra realidad, lo cierto es que no se ocupan de explotar al máximo todos los recursos y canales que existen en las instituciones gubernamentales y en las asociaciones de la sociedad civil, menos de diseñar por sí mismos vías de acceso, intercambio y financiación.
No faltan los “miméticos”, la diferencia es que si ayer fueron miméticos a la izquierda dogmática que nos llegaba del marxismo oficial soviético, hoy lo son al “centro” o definitivamente “a la derecha” que nos llega incluso, desde algunas ilustradas izquierdas recicladas en la socialdemocracia y el liberalismo.
La Historia no está libre de algunos de los déficits de desarrollo que persisten en el actual despliegue de las ciencias sociales del país. Un hacer muy individualizado, donde el papel de los colectivos de ciencia debe crecer en el ámbito de la construcción colectiva del conocimiento. La labor investigativa de algunas facultades de historia, no logra saltar los muros de los centros de educación superior, para acercarse a las necesidades de sus entornos territoriales. Es notable la ausencia del trabajo en redes, y la poca presencia de los centros de investigación histórica y de los historiadores e historiadoras, en los incipientes resultados del trabajo multidisciplinario en el Polo de las Humanidades.
El Programa Nacional de Historia está dado a ocupar el papel coordinador y promotor a nivel de país, de todo el conjunto de instituciones académicas, universidades y asociaciones científicas, que trabajan con las disciplinas históricas, pero aún este mecanismo no logra rebasar el ámbito de lo orgánico-administrativo. Tal Programa precisa convertirse realmente en el articulador por excelencia, de las prioridades temáticas y los recursos nacionales destinados a la investigación histórica. Muchos compañeros y compañeras ni saben que existe.
A la altura de las circunstancias
La historiografía y la enseñanza de la historia, se abren a los retos de la construcción de una idealidad socialista cercada desde el mercado y agredida por los centenarios enemigos de la patria, que precisa de los viejos y nuevos saberes históricos, de la tradición, los principios y las calidades de nuestros fundadores, de la inteligencia y el trabajo corporativo de los historiadores e historiadoras de todas las generaciones revolucionarias. El nudo ideológico y orgánico que articula la tradición de ciencia y conciencia en nuestro país, con el privilegio de la sólida mirada que aporta el marxismo, resulta decisivo para cumplir la misión social de la disciplina.
Si resulta vital el trabajo del historiador y la historiadora, en el terreno de fundamentar las claves de nuestro presente, en la defensa y construcción de la cosmovisión científica, cultural y moral de la cubanidad revolucionaria; más aún se impone la función pronóstica, el imprescindible aporte de certezas y experiencias, para participar en el diseño del programa de futuro posible.
Debemos utilizar más la crítica y el debate, tanto en la prensa como en los espacios académicos, pero sobre todo hay que ejercitar las inconformidades en la construcción de alternativas concretas. No hay aprendizaje colectivo sin práctica y esfuerzo individual, y la transformación de las circunstancias que nos sean adversas no tiene que realizarlas segundos o terceros. Hay que entender que nuestra acción, por muy modesta que sea, suma al protagonismo definitivo del pueblo en Revolución.
El mundo académico cubano es bien nutrido. Tenemos una recién inaugurada y muy prometedora Academia de la Historia de Cuba, la cincuentenaria y fortalecida Academia de Ciencias de Cuba, el prestigioso colectivo de investigadores del Instituto de Historia de Cuba, otros acreditados equipos en más de 40 universidades y centros de estudios, que desarrollan programas de investigación y docencia de la Historia. Poseemos la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), y los historiadores e historiadoras también nos nucleamos en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC). Si desde las misiones, particularidades, y ritmos de cada sujeto institucional o asociativo, nos integramos y marchamos unidos, no habrá problemática interna, insuficiencia o reto que no podamos resolver… ni cima del conocimiento o tarea de construcción socialista que no logremos conquistar.
Notas
- Intervención en la inauguración de la Conferencia de estudios históricos organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, Ciudad Escolar Libertad, La Habana, 12 de marzo del 2012.
- Ver: Partido Comunista de Cuba. Objetivos de Trabajo del PCC aprobados por la Primera Conferencia Nacional, Editora Política; la Habana, 2012, p 7.
- Frances Stonor Saunders: La CIA y la guerra fría cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, p 197.
- Héctor Hernández Pardo y Reynaldo Infante Uricazo: Análisis de información internacional y medios de difusión, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1991, p 139.
- Enrique Ubieta Gómez: Cuba: Revolución o reforma, Casa Editora Abril, La Habana, 2012, p 15.
- Raúl Antonio Capote: Enemigo, Editorial José Martí, La Habana, 2011, p 188.
Felipe de J. Pérez Cruz. Maestro de Historia desde 1972. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor e investigador titular. Vicepresidente en La Habana, de la Unión de Historiadores de Cuba (Unhic)
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