El capitalismo nunca podrá poner el piloto automático. Nunca podrá pisar el acelerador y luego levantar el pie y esperar que la velocidad se mantenga. No podrá explotar un rato y luego vivir de las rentas de esa explotación. No podrá acumular y sentarse a ver pasar el cadáver de su enemigo porque el capitalismo […]
El capitalismo nunca podrá poner el piloto automático. Nunca podrá pisar el acelerador y luego levantar el pie y esperar que la velocidad se mantenga. No podrá explotar un rato y luego vivir de las rentas de esa explotación. No podrá acumular y sentarse a ver pasar el cadáver de su enemigo porque el capitalismo necesita que su enemigo viva y trabaje para él, y más aún, el capitalismo es también su enemigo, sin él no podría existir. Por eso nuestros días, como los de Madre Coraje, consisten de algún modo en alimentar la mano que nos quita la vida.
No sólo cuando trabajamos, también cuando estamos en paro o cuando mediante los cuidados hacemos que siga girando la rueda de la explotación. Podemos construir islas en red o, a la manera de Italo Calvino, buscar en medio del infierno aquello que no es infierno, podemos dar existencia a un ex país, un no-país en el que, como escribe Bernardo Gutiérrez, «sus habitantes están parando desahucios, atendiendo inmigrantes, autoinformándose en red, perdiendo el miedo, creando en su vida diaria la república del 99%». Lo hacemos, lo celebramos, al tiempo que leemos a personas muy jóvenes que escriben: «Y sin embargo ellos siguen pinchándonos con palos desde arriba y mermando nuestros derechos y la calidad de nuestras vidas, provocando más movilizaciones, en la práctica, inútiles, y así». No son inútiles, no lo son, dejamos el pesimismo para tiempos mejores, no son inútiles, queremos decir, sino que el capitalismo continúa pisando el acelerador, y no permitirá que le abandonemos porque «las clases dominantes no se suicidan» y nuestra partida sería su muerte.
«La huelga ha generado un sentimiento de solidaridad apagado hace años», afirma Enrique Mosquera, portavoz de los huelguistas, en el número 187 de DIAGONAL con respecto a la huelga de hambre iniciada el 5 de noviembre por cinco trabajadores de Telefónica para solicitar la justa, responsable y humana readmisión de Marcos Andrés despedido por bajas médicas. Telefónica obtuvo el tercer trimestre de 2012 un beneficio neto de 3.455 millones de euros, lo que representa una subida del 26% con respecto al mismo período del ejercicio anterior, según informó la compañía a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, y ha proseguido exitosamente su política expansiva por Latinoamérica y Europa. ¿Por qué, se preguntaba Iván Gordillo en un artículo publicado en Rebelión.org, una empresa, con una plantilla de más de 25.000 trabajadores en España se enroca obtusamente en el caso de Marcos Andrés? Y respondía señalando que Telefónica, a pesar de los cuantiosos beneficios, como otras muchas empresas, pretende aprovechar la actual coyuntura de crisis para presentar un ERE con el que despedir a 6.500 empleados. ¿Y por qué?, preguntamos de nuevo. Porque el capitalismo no puede parar. Necesita dar un nuevo paso cada día pues sabe que si no lo hiciera el paso podría darlo su enemigo.
Nosotros y nosotras somos su enemigo. Sumaremos la solidaridad que ha vuelto, que estuvo apagada durante años, con la que permaneció, la de quienes aun siendo minoría se manifestaban o daban sus batallas en silencio, en un no sostenido dentro de una empresa o una habitación, en colectivos diversos que continuaron oponiéndose a lo injusto. La sumaremos a lo que está viniendo. Porque puede que nadie sepa definir el 15M, puede que suba y luego parezca quedar flotando o disolverse para el reagrupamiento, puede que sea un clima, según Amador Fernández-Savater, o un síntoma, según Ángeles Díez, o ambas cosas, o un agregado molecular cuya respuesta política procede de los efectos colectivos generados por la interacción entre las partículas.
Lo cierto es que aunque no sepamos definirlo lo nombramos, distinguimos entre lo que es 15M y lo que no, y una de las cosas que sí es pasa, nos parece, por recordar que las luchas tienen que darse al mismo tiempo ahora y en el futuro o, por decirlo de un modo más radical, que los medios son la razón de los fines. El célebre texto de un Chesterton furioso porque las autoridades, para evitar los piojos, querían cortar el pelo a las niñas de los suburbios es un ejemplo claro de este proceso que va de los medios a los fines: «Empiezo por el cabello de una niña. Sé que eso al menos es algo bueno. Sea el mal lo que sea, el orgullo de una madre buena en la belleza de su hija es algo bueno. (…) Si hay otras cosas en contra, esas cosas deben desaparecer. Si los arrendadores y las leyes y las ciencias están en su contra, arrendadores y leyes y ciencias deben desaparecer. Con el pelo rojo de una rapazuela traviesa de las cloacas prenderé fuego a toda la civilización moderna. Cuando una niña quiere llevar el pelo largo, tiene que tenerlo limpio; como tiene que tenerlo limpio, no tendrá que tener una casa sucia; como no tiene que tener una casa sucia, tendrá una madre (y un padre) libres y llenos de tiempo; como tiene que tener una madre (y un padre) libres, no tendrá que tener un arrendatario que es un usurero; como no tendrá que existir un arrendatario que es un usurero, tendrá que haber una redistribución de la propiedad; como tendrá que haber una redistribución de la propiedad, habrá una revolución».
Estamos aprendiendo que no podemos perder el ahora en aras del futuro, no podemos luchar sin respetarnos, es decir, sin respetar lo que hacemos, no podemos dar por buenas corruptelas, estulticias o humillaciones en función de que un día conducirán a otro lugar. Y tampoco podemos renunciar a todas las voces que nos dieron materiales para la estrategia de combate; más que nunca nos hacen falta. Pongamos, apenas dos ejemplos, Kurosawa y Brecht.
Estrategia del director japonés: «Kanbei: [los bandidos]… han atacado por todos los otros lugares, y han sido rechazados. Vendrán por aquí. Sichiroji. -¿No deberíamos reforzar este punto? Kanbei. -No. Un castillo ha de tener un punto débil: atrae al enemigo».
Estrategia de Brecht: «Me había olvidado de que el río no es imposible de navegar, sino navegable arriesgando la vida». Una especie de espuma que golpea la ciudad, dijo Le Corbusier de los suburbios, lo decimos ahora no de la espuma sino de las olas altas, de las mareas, verdes, blancas, de las luchas del SAT y contra los desahucios, el patriarcado, la propiedad privada de los grandes medios de producción, el saqueo del planeta y tantas otras que mueven el sedimento más profundo y, provocando una importante corriente de fondo hacia el mar, coordinándose, arriesgando, dividiendo al contrario, sorprendiéndole, progresivamente van erosionando la playa seca.
Fuente original: https://www.diagonalperiodico.net/global/olas-golpean.html