El gobierno acaba de divulgar los datos del Censo Agropecuario. Y le da la razón al MST cuando éste reivindica la reforma agraria. En el Brasil hay 5 millones 175 mil propiedades rurales, que ocupan una extensión total de 329,9 millones de hectáreas. Una hectárea equivale a un campo de fútbol. Esas propiedades emplean 16,5 millones […]
El gobierno acaba de divulgar los datos del Censo Agropecuario. Y le da la razón al MST cuando éste reivindica la reforma agraria.
En el Brasil hay 5 millones 175 mil propiedades rurales, que ocupan una extensión total de 329,9 millones de hectáreas. Una hectárea equivale a un campo de fútbol. Esas propiedades emplean 16,5 millones de personas, más otros 11,8 millones de trabajadores informales (temporeros…).
De los que trabajan en el campo el 39,1% son analfabetos; el 42% no terminaron la enseñanza elemental; sólo un 8,4% tiene la elemental completa; el 7,3% tiene el diploma del nivel superior; y el 2,8% cursaron el bachillerato técnico agrícola.
Esos datos explican la baja preparación de los trabajadores rurales, toda vez que el gobierno no les ofrece instrucción adecuada, más la perversa existencia de trabajo esclavo, favorecido por la situación de miseria de muchos emigrantes en busca de subsistencia.
La concentración de tierras en manos de unos pocos es 67% superior al ingreso medio del país, cuya desigualdad destaca entre las mayores del mundo. Dicha concentración, agravada por el agronegocio volcado hacia la exportación de soya, caña de azúcar y carne de res, reduce el número de trabajadores en el campo.
En diez años 1 millón 363 mil personas dejaron de trabajar en las faenas agrícolas. Muchas de ellas se quedaron sin tierra. Y no han sido pocas las que emigraron para, en las ciudades, engrosar el cinturón de favelas, agravando la incidencia de la mendicidad y la violencia urbana.
La mesa del brasileño continúa siendo abastecida por la agricultura familiar, que emplea a 12 millones de personas (74,4% de los trabajadores del campo), mientras que el agronegocio contrata solamente 600 mil. En la canasta básica, la agricultura familiar es responsable de la producción del 87% de la mandioca y el 70% de los frijoles.
Según el Censo, el 30% de nuestras labores agrícolas utilizan agrotóxicos; pero sólo el 21% reciben orientación técnica sobre dicha práctica. O sea, muchos utilizan herbicidas pero, al aplicar el veneno a la tierra, no cuidan de protegerse de la contaminación.
En la mesa del brasileño, entre las verduras frondosas y las legumbres exuberantes campea la química que anaboliza los productos y perjudica la salud humana. Son 713 millones de litros de veneno injertados cada año en los campos del Brasil. Y hasta hoy el gobierno se resiste a obligar a prevenir a los consumidores de si el producto es transgénico o no.
La agricultura orgánica todavía es insignificante en el Brasil: apenas el 1,8%. Pero ya abarca a 90 mil productores. La mayor parte de la producción (60%) se destina a la exportación: al Japón, EE.UU. Unión Europea y otros 30 países.
El Censo reveló también que los jóvenes están abandonando el campo. Sólo un 16,8% de los productores tienen menos de 35 años, y el 37,8% tienen de 55 para arriba. Ciertamente ha habido mejoría en la calidad de vida: el 68,1% de las fincas rurales cuenta con electricidad (el programa Luz para Todos funciona) y el regadío aumentó un 39%, favoreciendo al 42% de la extensión total.
En diciembre los jefes de Estado de todo el mundo se reunirán en Copenhague para discutir sobre el nuevo acuerdo climático, considerando que el Protocolo de Kyoto expira en el 2012. Según datos de la ONU, en el 2050 -en que habrá un 50% más de población en el planeta- la escasez de alimentos amenazará a 25 millones de niños, pues la producción mundial, debido al calentamiento global, se reducirá un 20%.
Los habitantes de los países pobres tendrán acceso, en el año 2050, a 2.041 calorías diarias, 286 calorías menos que en el 2000. En los países industrializados la reducción será de 250 calorías. Drama que podría ser evitado si se invirtieran 9 mil millones de dólares al año para aumentar la productividad agrícola.
Un estudio del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Política Alimentaria constata que la escasez llevará a aumentar el precio de los alimentos básicos, como el trigo, la soya y el arroz. Este último, esencial en la dieta mundial, podría tener un aumento de hasta el 121%. Hoy día el hambre amenaza a 1.020 millones de personas (el 15% de la población mundial).
El Brasil es hoy uno de los mayores productores mundiales de alimentos. Nuestro rebaño bovino tiene casi 200 millones de cabezas -causantes por cierto también del calentamiento global-, y la fabricación de etanol elevó la producción de caña de azúcar a casi 400 millones de toneladas por año.
A pesar de los datos positivos de nuestra producción agropecuaria, todavía convivimos con el hambre (11,9 millones de brasileños afectados), la mortalidad infantil (23 de cada 1,000 nacidos vivos), el analfabetismo (15 millones) y el alto índice de criminalidad (40 mil asesinatos por año).
Qué bueno sería que la nación se movilizase también por las Olimpiadas de lo Social y, mientras Río transforma sus estadios para el 2.016, el Brasil entero promoviese las tan soñadas, prometidas y ansiadas reformas: agraria, política, educacional, sanitaria y tributaria. (Traducción de J.L.Burguet)
– Frei Betto es escritor, autor del libro de cuentos «Acuario negro», entre otros libros.
Fuente original: http://alainet.org/active/33938