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Olvidos cubanos

Fuentes: Le Monde Diplomatique

El año pasado, en varios programas de la televisión cubana entrevistaron, en un periodo de varios meses, a algunas figuras comprometidas con la política de represión cultural de los años 70. La reaparición en la pequeña pantalla de personajes odiosos, que recuerdan la ferocidad de mecanismos de dirección hostiles a la creación, el arte y […]

El año pasado, en varios programas de la televisión cubana entrevistaron, en un periodo de varios meses, a algunas figuras comprometidas con la política de represión cultural de los años 70. La reaparición en la pequeña pantalla de personajes odiosos, que recuerdan la ferocidad de mecanismos de dirección hostiles a la creación, el arte y la dignidad humana, culminó el 5 de enero pasado con una entrevista de cinco minutos al señor Luís Pavón Tamayo, que dirigió el Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1976 y a quien la mayoría de los escritores cubanos creía física y políticamente fallecido. Opaco, astuto y sin escrúpulos, Pavón fue un funcionario poderoso que implementó una política cultural dogmática y sinvergüenza que anatematizó a los homosexuales, sumió a la intelectualidad cubana en lo que ha venido a llamarse El Quinquenio gris y condenó al ostracismo a escritores de primera línea como Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández y César López. A todos ellos se les ha reconocido la impronta de creatividad y belleza que han dejado en la cultura cubana.

En todos los países hay temas de envergadura nacional sobre los que, por largos periodos, se cierne un silencio tácitamente pactado. En Suecia ha sido la vigilancia y fichaje de la policía secreta contra los llamados «riesgos de seguridad», que llegó a afectar a más de 300 000 personas y que arruinó la vida laboral de muchos de ellos. En Francia, los desmanes de la guerra genocida en Argelia. En España, el silencio acerca de figuras franquistas en todos los niveles, desde vulgares torturadores hasta empresarios y personajes como Fraga, cuyas comparecencias televisivas nunca provocaron la repulsa en España.

Al interpretar que la sorpresiva reaparición de Pavón entrañaba su rehabilitación pública, y con ella un movimiento regresivo en el que la intelectualidad cubana perdiese un espacio de acción que ha crecido sin cesar, numerosos intelectuales protestaron con indignación y libertad. Inmediatamente hubo reuniones en la Unión de Escritores, el Instituto de Radio y Televisión y el Ministerio de Cultura. Pronto se vio que no se trataba de una conspiración ni una intentona institucional por revivir los tiempos superados del «pavonato». Tampoco se trataba de dañar la política actual, representada por el ministro de cultura Abel Prieto y la mayoría de la comunidad intelectual isleña. Pero la polémica surgida ofrece algunas lecciones de historia.

La primera es que falta un estudio riguroso de aquel periodo, y que en Cuba aún existen funcionarios nostálgicos del dogmatismo y la cerrazón. Con espíritu sectarista y un notable sentido ahistórico, y aprovechando la incultura propia del mundillo de la televisión en todas partes del mundo, alguien quiso tantear la posibilidad de dar una estocada a la política cultural actual. La espada era de palo. La reacción de la intelectualidad y las autoridades demostró que ese pasado no tiene posibilidad de regresar. Otra lección es que los intelectuales que viven y obran en Cuba están involucrados en un productivo proceso de cambios, y parecen tener mucho que defender. Su protesta, abierta y constructiva, partió del territorio de la responsabilidad y un sentimiento de que su dignidad había sido herida, junto a la dignidad de la Nación. En cambio, las reacciones de muchos exiliados se caracterizaron por un ejercicio del olvido selectivo, que los arrastra a escribir desde el territorio de la revancha o la burla gratuita. Uno escribió que existe una amnesia del pasado y del presente; otro dijo que la década del 70 fue una década de horror. Esto requiere un análisis aparte, para contextualizar el horror y abrir los postigos de la amnesia del pasado y el presente.

¿Cómo empezó aquella década? El 17 de abril de 1970 un grupo de exiliados cubanos, armados y financiados por Estados Unidos, desembarcaron a 22 kilómetros de la ciudad de Baracoa, mataron a cuatro milicianos e hirieron gravemente a dos. El 10 de mayo otro grupo de exiliados atacó a dos embarcaciones de la Cooperativa Pesquera de Caibarién y secuestraron a once tripulantes, que fueron abandonados a su suerte en un islote de las Bahamas. El 12 de julio de 1971, el mismo año del caso Padilla y del Congreso de Educación y Cultura, un grupo de exiliados se declararon autores, en Miami, de un acto trerrorista efectuado en Guantánamo que produjo una catástrofe ferroviaria con un saldo de cuatro cubanos muertos y 17 heridos. En octubre, una lancha artillada procedente de Miami atacó el caserío de Boca de Samá. Mataron a los ciudadanos Lidio Rivaflecha y Ramón Siam Portelles; hubo cuatro heridos graves, dos de ellos menores de edad. El 4 de abril de 1972, el mismo año en que yo llegué a Polonia a estudiar ingeniería naval, una bomba plástica explotó en la Oficina Comercial Cubana en Montreal. El empleado Sergio Pérez del Castillo murió destrozado y un Grupo de Jóvenes Cubanos se atribuyó el atentado en Miami. El 3 de agosto del año siguiente un miembro de la banda terrorista Acción Cubana murió en Abrainville, cerca de París, cuando le estalló en las manos la bomba que preparaba para lanzarla contra la embajada cubana en París. La explosión destruyó totalmente seis habitaciones del hotel donde se hospedaba. El 13 de febrero de 1974, un paquetre postal dirigido a la embajada cubana en Madrid explotó en la Oficina Central de la Cibeles. Un empleado resultó herido. El 22 de abril de 1976, una bomba de alto poder estalló en la embajada cubana en Lisboa y mató a los funcionarios Efrén Monteagudo y Adriana Corcho. El 9 de julio de ese mismo año una bomba que había sido colocada en una de las maletas que iba a ser introducida en un avión de Cubana de Aviación en Kingston, explotó en tierra a causa de un retraso de la salida, lo que por pura casualidad impidió que el avión explotase en pleno vuelo. ¿Cómo terminó el Quinquenio Gris? Tinto en sangre: el 6 de octubre de 1976 explotó en pleno vuelo el avión CUT-1201 de Cubana de Aviación, que realizaba el vuelo regular entre Barbados y La Habana: 57 cubanos, 11 guyaneses y 5 coreanos, 73 personas en total, murieron en el primer atentado terrorista contra la aviación civil en los tiempos modernos. Posada Carriles, el terrorista responsable de aquel monstruoso atentado y de muchos más, se encuentra hoy en Estados Unidos disfrutando de una impunidad absoluta sin que ningún cubano de los que escriben en los medios financiados por Estados Unidos haya exigido su extradición.

Aquella época de horror no se puede analizar esgrimiendo un civismo relativo, selectivo y oportunista, como lo han hecho la mayoría de los exiliados cubanos que dicen dormir con la conciencia tranquila, mientras escriben en una revista como Encuentro, financiada por el mismo Estado que sostiene el horror de la llamada Comisión de Ayuda a una Cuba Libre. La peligrosidad de ese documento debería unirnos a todos los cubanos -independientemente de la posición que tengamos frente a la Revolución– en un mismo esfuerzo ético y humano por asegurar un futuro pacífico para nuestros compatriotas. Con ese proyecto, que es atentatorio contra la ley internacional y contra la dignidad de Cuba como Nación, el Departamento de Estado codifica el futuro de la isla y prepara, en secreto, un periodo de violencia post Castro en el que es preciso «prepararse para mantener abiertas todas las escuelas durante la fase de emergencia en la transición, de manera que los niños y adolescentes no estén en la calle durante este período de inestabilidad». ¿De qué inestabilidad se habla? Los exiliados cubanos podrán reclamar sus propiedades y desalojar a los inquilinos que hoy son dueños de sus casas, o cobrarles renta e incluso incrementarla. Estados Unidos exigirá que su gobierno de transición cierre las instituciones de seguridad existentes y procese rápidamente a los oficiales del «régimen anterior», con una larga lista de funcionarios contra quienes se buscará «venganza». Como tales medidas (según el informe) pueden provocar violencia y conmoción social, «la oferta alimentaria interna, el transporte, la infraestructura y la base de almacenaje -dice el Departamento de Estado-«podrían ser interrumpidas por el caos que resultaría de un vacío de poder.» Pero como ya el traspaso de poder se ha efectuado, y no hay caos ni vacío de poder porque ningún cubano lo desea, Washington ha anunciado que existe un anexo secreto por medio del cual ese caos podría fabricarse.

Propongo que a ese anexo secreto se le llame la cláusula del horror. Pues no les basta con el nombramiento de una misión de espionaje especial contra Cuba y de un procónsul llamado Caleb McCarry, quien con plenos poderes (¡otorgados por una potencia extranjera!) dirigirá la reconquista de Cuba: también tienen ese plan secreto que no puede entrañar otra cosa que una intervención militar contra el pueblo de Cuba. Prescindir de esos hechos en el análisis de las dificultades y las barbaridades de aquella época y de la que vivimos, hablando de Cuba como si no fuera un país expuesto como ningún otro a políticas criminales como la del bloqueo y la ley Helms Burton, es una forma de reproducir la propaganda que Estados Unidos promueve para justificar sus agresiones. Pero nunca será el ejercicio honesto de introspección histórica que los cubanos necesitamos, dentro y fuera de Cuba.

 

René Vázquez Díaz es escritor sueco-cubano. Su última novela es Un amor que se nos va (Montesinos, 2006).

 

 

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