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ONU, vetos y democracia

Fuentes: Rebelión

Empecemos, cómo debe ser, por el principio: recién acabada la I Guerra Mundial, los vencedores impusieron a los vencidos un leonino «Tratado» de Versalles y para compensar su sentimiento de culpa por la venganza inflingida, fundaron La Sociedad de Naciones cuyo fin principal era «fomentar la cooperación entre las naciones para garantizarles la paz y […]

Empecemos, cómo debe ser, por el principio: recién acabada la I Guerra Mundial, los vencedores impusieron a los vencidos un leonino «Tratado» de Versalles y para compensar su sentimiento de culpa por la venganza inflingida, fundaron La Sociedad de Naciones cuyo fin principal era «fomentar la cooperación entre las naciones para garantizarles la paz y la seguridad». Sociedad en la que «ellos», los vencedores, ocuparon los puestos clave ( Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón fueron los iniciales miembros Permanentes ). Como muy bien señaló Ortega y Gasset: «gigantesco aparato construido para administrar el statu quo» Las reglas -que funcionaron cuando los rosados vientos de la prosperidad soplaban- se mostraron inservibles cuando llegó la Gran Depresión, máxime porque los estatus nacionales durante ese lapso de tiempo habían ido cambiando ( La Vida es algo intrínsecamente mudable por ello cambiamos los individuos y cambia también el rango de las naciones ). Alemania, que se había adherido a la Sociedad de Naciones en 1926, se retiró en 1933 con el nacionalsocialismo de Hitler, Japón e Italia, que eran miembros fundadores, conculcaron sus pacifistas principios en 1931 y 1934 con las invasiones respectivas de Manchuria y Abisinia, y, para colmo, la tal Sociedad de Naciones fue incapaz de paralizar la guerra civil española. El statu quo había cambiado y la Sociedad de Naciones se demostraba inoperante: no se pueden aplicar reglas viejas para realidades nuevas como no se puede poner vino nuevo en odres viejos. La realidad acaba imponiéndose: el vino nuevo rompe el odre viejo. La II Guerra Mundial materializó sus millones de muertos ( 40 ó 73, ver Wikipedia ) y su fin dio origen a la creación de una nueva organización internacional. Esta vez se llamó Organización de Naciones Unidas ( ONU ) pero el cambio de nombre no cambió el contenido de la que fue heredera de la Sociedad de Naciones: siguió siendo un «gigantesco aparato para administrar el [nuevo] statu quo«. La prueba de ello es que el derecho a veto y la preeminencia en sus órganos de gobierno, siguió estando del lado de los vencedores de la contienda. Así Francia, Reino Unido, USA, Rusia y China han venido dominando con sus vetos el mantenimiento del statu quo reinante desde entonces.

 

Pero resulta que el mundo sigue siendo mundo y como tal perpetuamente mudable. Han transcurrido más de 65 años desde la proclamación de los fines de la ONU: «alcanzar una cooperación internacional en la solución de problemas económicos, sociales, culturales o humanitarios» y «fomentar el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales» y sin embargo la ONU y sus adláteres: BM, FMI, OMC… no han dejado de ser instituciones favorecedoras, en exclusiva, de los intereses de unos pocos.

La realidad de nuestro entorno nos dice palpablemente que hoy, al final de la primera década del siglo XXI, el planeta Tierra es un campo único de cultivo para multinacionales de toda índole: económicas o religiosas. El capital invierte donde y cuando quiere; las gentes -a pesar de las prohibiciones y las consiguientes dificultades- se trasladan allí donde creen poder estar mejor; las costumbres gastronómicas, de vestido y de espectáculos son cada vez más parecidas; las cadenas de montaje florecen por doquier; las privatizaciones de servicios públicos son práctica mundial; las políticas económicas y sociales de los gobiernos se mimetizan; Etc. etc.…. Un nuevo y uniforme modo de vida se propaga por el mundo como una plaga de langosta. Ya sólo hay una única sociedad mundial y sin embargo seguimos todavía anclados en la multiplicidad de gobiernos heredados.

Cuando Bertrand Russell, vio, en 1932, la necesidad de un Gobierno Mundial Único en posesión de las únicas fuerzas armadas efectivas, una única moneda y un único Banco Central, que asegurasen la estabilidad monetaria mundial con el consiguiente incremento de la seguridad de todos los ciudadanos del mundo ( El Midas moderno. Ensayo incluido en Elogio de la ociosidad ), sus contemporáneos no le hicieron ni caso pues no previeron tanto como él y siguieron enzarzándose en interminables guerras monetarias -como la que vivimos ahora- y otras, más sangrientas, como la II Guerra Mundial. En esos mismos años treinta, nuestro Ortega y Gasset, nos decía: «entre sociedades independientes no puede haber verdadera paz». Ahora «ya» tenemos esa Sociedad Mundial Única ¿por qué no nos damos un Único Gobierno Mundial?

Algunos dirán -con razón- que el sueño de Russell de tener un único gobierno mundial ya está, materializado pues los grandes mercaderes, las multinacionales, son quienes dictan «sus» normas a la sociedad mundial, pues, «de hecho» ellas son quienes establecen las distintas legislaciones locales aupando al poder a sus validos para que legislen en su nombre. Y ante eso, yo me pregunto: ¿quién les ha dado esa facultad de mandar, acaso hemos sido el conjunto de humanos que poblamos La Tierra quienes les hemos encomendado esa tarea? ¿No será que ellos solitos se la han arrogado, al igual que se atribuyen la facultad de establecer acuerdos y normas de actuación, grupúsculos tales como el G20 o el G9? ¿Y, si es cierto eso de que la soberanía reside en el pueblo, cómo es que el conjunto de los 6.600 millones de personas que poblamos La Tierra no somos capaces de nombrar a quienes hayan de gobernarnos? ¿Si podemos mandar una nave a Marte y censar a la miríada de chinos, cómo no vamos a ser capaces de organizar asambleas informáticas mundiales en las que se adopten decisiones?

Definitivamente, los humanos no podemos seguir estando al albur derivado del vaivén de los estatus de las naciones, ni sometidos a la voluntad de unos pocos mercaderes que nos desangran económica y culturalmente. Así pues habremos de forzar las voluntades de nuestros actuales gobernantes hasta conseguir un Único Gobierno Mundial. La ONU nos vendría de maravilla, bastaría, de momento, con cambiar su actual sistema de vetos.

Ante una realidad constantemente cambiante hay que intentar prever que el sistema jurídico regulador de los vetos se pueda adaptar también a las cambiantes relaciones de poder e intereses entre las distintas naciones de La Tierra. Es un poco lo que ha hecho Europa con sus sistemas de votaciones ponderadas. En un artículo que publiqué en 2009, ¡Qué vengan los Unos! Planteaba ya alguna de las siguientes propuestas:

– Sustitución del actual sistema de vetos por un Veto Conjunto a ejercer al menos por el 10% de los Estados del planeta que además detenten al menos el 25% de la población del mismo y cuyo ejercicio, para la misma materia, no pueda volver a darse hasta transcurridos al menos 2 años. De esa forma los grandes bloques actuales: soviéticos, europeos, chinos o estadounidenses, no podrían vetar sin ponerse de acuerdo con otros Estados más pequeños. Pequeños Estados que les exigirían a cambio otras medidas. Así las grandes masas de desheredados de la tierra contarían con un mayor peso en el gobierno mundial.

– Que para aprobar una propuesta legislativa mundial se exigiera una Mayoría Aprobatoria de, al menos, el 50% de los Estados que supusieran además el 65% de la población del planeta. La gobernabilidad a favor de «los más» estaría asegurada. En cuanto a las Propuestas Legislativas a nivel mundial habrían de estar avaladas por, al menos, un 5% de los Estados que supusieran, al menos, el 10% de la población mundial. De esa forma también los pequeños Estados podrían intentar legislar.

Mientras los actuales Estados vetantes no acepten algo así no pueden autodenominarse democracias. Habrán de reconocerse como plutocracias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.