«…Transcurridos más de 50 años de la muerte de Jòsef Vissarionovich Dzhugashvili (Stalin) persiste el debate entre sus detractores y defensores». Quien escribe líneas como estas no sabe de lo que está hablando. No hay un debate con los defensores. Los que existen se pueden contar con los dedos de una sola mano. No están […]
«…Transcurridos más de 50 años de la muerte de Jòsef Vissarionovich Dzhugashvili (Stalin) persiste el debate entre sus detractores y defensores».
Quien escribe líneas como estas no sabe de lo que está hablando. No hay un debate con los defensores. Los que existen se pueden contar con los dedos de una sola mano. No están en las librerías, ni en los foros, en cualquier página alternativa el concepto estalinismo se usa casi exclusivamente como insulto, o como parte de un pasado erróneo, y en muchos casos, superados.
En el movimiento comunista español, el estalinismo comenzó su cuenta atrás en 1956. En el debate que tuvo lugar en el PSUC a principios de los años ochenta, fue utilizado como arma arrojadiza por eurocomunistas y «prosoviéticos». Los grupos maoístas con alguna significación se desintegraron por la misma época. Desde entonces, ni tan siquiera el Partit Comunista de Catalunya (PCC), levanta tal bandera y recibe muy mal cualquier insinuación de estalinismo. Sí existe una polémica, y potente. Pero es la que se da en líneas generales entre una derecha que trata de ennegrecer la historia comunista bajo los parámetros de Stalin (con la cohorte Pol Pot, Ceaucescu, el último Mao), etc, y una izquierda amplia que trata de diferenciar entre el niño (el ideal del comunismo, y millones de personas que dieron por ello lo mejor de sí mismos) y el agua sucia (el estalinismo).
Es verdad que existen historiadores que defienden determinadas posiciones del estalinismo, sin ir más lejos en la guerra española. Lo dijo Jorge Semprún en un congreso con ministros, y lo dicen autores como Antonio Elorza, pero siempre diferencian entre este acuerdo concreto. Elorza sin ir más lejos solía incluir a Lenin en la misma lista que Stalin, Hitler, Mao…Curiosamente, no citaba a Franco. Por lo demás, cuando desde las páginas del negacionismo estalinista se citan autores que no son los de la casa (como Ludo Martens cuyos trabajos son ya muy lejanos), se atreven a citar investigadores como Robert Service o J. Arch Getty, porque matizan y contrarían lo que podemos llamar el canon Soljenitsin, pero que hay que estar ciego para deducir de aquí que efectúan alguna justificación del estalinismo. Lo que dicen lo contrario es que no los han leído (lo cual es bastante probable), o es que no saben leer (1).
Es evidente que el tema tiene una importancia central en la historia del siglo XX. Los nostálgicos que añoran los viejos tiempos en los que parecía que el meridiano histórico pasaba por Jósef Stalin, aciertan, fue así. Para los comunistas de fe de carboneros, todo estaba claro. De un lado la URSS, los «países socialistas», y el movimiento comunista internacional que gozaba de una base militante que lo dio todo en la lucha contra los fascismos. Contra el franquismo que a su vez estaba apoyado por el «mundo libre», el mismo que traicionó la República…No hay la menos duda pues que «la imagen de Stalin está estrechamente ligada con la primera experiencia (duradera en el tiempo) de un Estado socialista. Stalin fue el máximo dirigente del Partido Comunista (Bolchevique) y, por tanto, tuvo un papel decisivo en la historia de la Unión Soviética a lo largo del periodo 1924-53». Sin embargo, no es menos cierto que a partir de ahí, cualquier tiempo pasado fue mejor.
A lo largo de su trayectoria, el estalinismo conoció diversos períodos. En líneas muy generales (2), se puede hablar de una fase de ascenso (1922-1932), otra de apogeo (1932-1953), para entrar ya en abierta crisis (1953-1956), y luego, abiertamente en un proceso de retroceso incesante (1956-1968), así, hasta el final. Un final con una caída sin resistencia del Estado soviético y de los países del llamado «socialismo real» en los que, como dijo muy acertadamente Rudi Dustcke, existían muchas realidades, pero ninguna de ellas era el socialismo. Los que no quieran ignorar todo el proceso: de los soviets al mando único, del desarrollo de la «nomenclatura» soviética, los las más groseras falsificaciones históricas, el sometimiento de la Internacional Comunista, el exterminio de la vieja guardia bolchevique, de los entresijos de la intervención en la guerra de España o del pacto nazi-soviético, etcétera, tendrán que dejar de ir a las bibliotecas, dejar de ver películas, y encerrarse en sus cuatro verdades. Pero la verdad es que le iría muy bien leer libros como los mencionados o películas La confesión, de Costa-Gravas (3) o La vida de los otros, de Florian Henckel-Donnersmarck, sopena de quedar totalmente marginados de la verdad, y no oponerse a la reconstrucción de una izquierda militante cuyo actual problema determinante es que si bien sabe contra lo que está (el neoliberalismo y todo lo demás), está muy desconcertada ante unas alternativas, justamente porque está fueron corrompidas y maltratadas por la socialdemocracia y por el estalinismo. .
No puede recurrir así buenamente a argumentos tan simplones como que al final de cuentas la historia la escriben los vencedores, una magnífica regla de tres con la cual se puede justificar todo, no es por casualidad que los nostálgicos del nazismo la aprecian tanto. El estalinismo comenzó a ser derrotado culturalmente ya a finales de los años cuarenta sino antes. No hay otra manera de explicar que de todos aquellos intelectuales que le dieron apoyo en aquellos tiempos, y que luego fueron renegando uno por uno, hasta no quedar de hecho ninguno. Claro que al igual que Lise London, eso no significa renegar de sus ideales.
Éste es el caso de un joven comunista belga que en 1936 tenía veintidós años, Paul Nothomb, quien en su libro Malraux en España (Edhasa, 2001), escribe: «Hoy me consta que los que fuimos sin duda sinceros comunistas éramos los cómplices de grandes crímenes. Nos encontramos a finales de 1936, es decir, en el momento en que Stalin se lanza a sus purgas más sangrientas, cuyos ecos llegan hasta nuestros oídos y dan lugar a violentas discusiones entre nosotros. Después de todos estos años, sin embargo, me niego a considerar a mis camaradas del Partido de manera distinta a como lo hacía entonces».
¿Qué nos esta diciendo Nothomb?. Dos cosas que no son contradictorias. De un lado, valora aquel momento cuando, gracias a su experiencia en la aviación, se enrola en la escuadrilla España que André Malraux para acudir en ayuda de la República española. Rememorando este compromiso de juventud, de revuelta exigente contra el orden burgués. Nothomb precisa en la página que acabo de citar: «La adhesión a la doctrina de Lenin nos unía como la fe une una orden de monjes soldados». Con ello no está hablando de algo que se pueda amalgamar con el gran terror, sino de algo paralelo que, aunque ciego ante lo que, por perspectiva histórica, por su educación sectaria, no son capaces de ver, y se niega a considerar que sus camaradas fueran responsables de todo aquello. Ellos dieron lo mejor de sí mismo por una causa que lo merecía, y cuando tomaron conciencia de lo que fue el estalinismo, llamaron las cosas por su nombre…Se siente «cómplice» en el sentido más noble del término, es decir acepta su responsabilidad, pero, insisto, dicha complicidad no menoscaba la generosidad de su experiencia. Algo semejante se podría decir del Malraux capaz «transpirar» la solidaridad y la generosidad del pueblo en armas en una novela y una película, dos obras inmortales donde las haya que, a su vez, no quita que Malraux se equivocara de pleno en la cuestión de la política comunista oficial como reconocería años después, aunque desde una óptica muy diferente a la de Nothomb (4)
Insistimos: el estalinismo comenzó a perder la guerra cultural a finales de los años cuarenta, y miserias apartes de tantos arrepentidos, no es otra cosa lo que cuenta la muy citada Frances Stonor Saunders en su muy citada obra La CIA y la guerra fría cultural (5). Ciertamente, la historiadora británica enfoca ante todo dichas miserias, y pone en evidencia como al «escoger la libertad» muchos escogieron Corea, la «caza de brujas» de MacCarthy, la guerra del Vietnam, y todo lo demás. Pero a lo largo de sus más de 6000 páginas, nunca justifica en lo más mínimo, antes al contrario, a los que como Louis Aragon, Pablo Neruda, Rafael Alberti, y otros, se sometieron acríticamente ante el estalinismo, y miraron hacia otro lado en situaciones como los procesos de Moscú. Todos ellos tenían la misma repuesta que Paul Nothomb, «no sabían».
Después del XX congreso del PCUS, partidos comunistas como el francés, el italiano o el español, habían revisado su historial, y habían tratado de tomar sus distancias de lo que llamaron «culto de la personalidad». Y aunque los maoístas hablaron de «revisionismo» y de «traición», y arguyeron una «conspiración» a partir de la cual se «rompía» con el «marxismo-leninismo», y con el «socialismo soviético», toda la documentación existente sin excepción abunda en sentido contrario: el Informe Jruschev sobre los crímenes de Stalin fue una medida de autodefensa de la burocracia, y fue sentida como un paso liberador por la gente en todas partes. Líderes como Togliatti o Thorez trataron de detener a Jruschev por temor a las consecuencias nacionales, pero al final se subieron al carro. Las fracciones tipo Enrique Lister que trataron de seguir como antes, carecieron de cualquier apoyo significativo. Extraña traición esta que entre millones y millones de adherentes, apenas se oponen unos cuantos.
¿Se opusieron China y Albania?. Sí lo hicieron no fue desde luego indefensa del legado estaliniano sino por otros intereses, por lo demás, la desintegración también caerá sobre. En este punto me viene a la memoria una anécdota verídica de principios de los años ochenta, cuando una agrupación de jóvenes prosoviéticos catalanes marcharon de misión a Polonia porque estaban convencido que el rechazo al «comunismo» no podía darse en los barrios proletarios a los que fueron a parar con sus mochilas y sus insignias comunistas. Tuvieron que salir por piernas porque lo confundieron con provocadores o policía, y es que en nombre del comunismo (como de la democracia o de cristo) se han perpetrado demasiados crímenes.
Actualmente, seguro que estos jóvenes ya no piensan igual, como no lo hacen cantidad de antiguos amigos maoístas o psuqueros de la viaja guardia. En Cuba la palabra estalinismo produce salpullido, en Venezuela, Chávez ha hablado claro en este sentido, solamente quedan unos pocos mohicanos que con su antorcha buscan argumentos como Diógenes buscaba hombres bajo el sol del mediodía. Pero más que argumentos a favor parecen que lo que más encuentran serán los traidores que lo contaminaron todo tanto, tanto, que al final lo consiguieron.
Uno de ellos es por supuesto Trotsky, contra el que tratan de levantar las justificaciones más peregrinas (5). Otro nos lleva a Orwell in person, en especial a sus obras Homenaje a Cataluña, Rebelión en la granja y 1984, un arsenal literario contra el que algunos nostálgicos de los tiempos de Beria y Vichinsky, se han acogido como a un clavo ardiendo. El más refrendado por el cartel páginas del negacionismo estalinista es sin duda el de Albert Escusa ¿Quién fue realmente George Orwell? (http://www.rebelion.org/docs/6220.pdf), que resume sus supuestos en el siguiente subtítulo: Los mitos orwellianos: de la Guerra Civil española al holocausto soviético. Al parecer, Albert Escusa, forma parte del Partit Comunista de Catalunya (PCC), grupo «prosoviético», partido actualmente coaligado con Iniciativa per Catalunya y con Llamazares, o sea con «camaradas» que ya no solamente abjuran de Stalin, lo hacen también del comunismo… Escusa se limita a dar por bueno lo que llama socialismo «soviético» o «marxista», todo como un acto de fe que no requiere la menor verificación. Además, lo hace sin mojarse del todo, rehuyendo entrar en materia, con miedo a asumir sus credenciales estalinianas.
En su opinión Orwell es meramente un mito montado por las clases dominantes para alimentar la reacción de «muchos izquierdistas y progresistas» contra «el modelo socialista soviético». Dicho mito se habría montado falsificando su verdadero rostro cuando en realidad lo que hacía era rechazar «el modelo marxista de la URSS». Orwell siempre rechazo el comunismo, y por supuesto, la revolución rusa, no es de otra manera que interpreta Rebelión en la granja. Elemental, sobre todo si no había nada que criticar. De ahí pues que según Escusa escribió Animal Farm «para satirizar la Revolución rusa de 1917 y su desarrollo posterior». Detalles al parecer innecesarios para desmontar a los «que se dejan arrastrar» (por el mito Orwell), y hacen «un análisis superficial» del personaje por el simple hecho de que pasan por alto «el contexto histórico».
Ésta es una puerta que Escusa no abre aunque presume tener la llave: el único contexto que cita se sitúa en la fase final de la II Guerra Mundial, y ya esta. Lo demás ya no debe ser contexto. Sin embargo, es un contexto más que suficiente para dictaminar que Orwell, no padeció ninguna censura, simplemente «sufrió un aplazamiento». La libertad de crítica debe ser un arma mortífera porque Escusa parece temer que la edición de Rebelión en la granja era un grave peligro cuando «todavía no se sabía quién vencería en el conflicto, sí la Alemania nazi o la Unión Soviética. Nadie podía predecir con seguridad que el nazismo sería extirpado de Europa, ni todavía se habían descubierto los campos de exterminio nazis…» Con su pequeña fábula, Orwell era un peligro para la Unión Soviética «como paradigma de estado socialista». Es más, solamente beneficiaba al enemigo, a al Eje. En su afán de encontrar más pruebas, Escusa llega a afirmar con rotundidad que Rebelión en la granja que apareció en Gran Bretaña coincidiendo con el final de la guerra (por el «aplazamiento» para no molestar a un «gobierno amigo»). «Ni que decir tiene que esta obra se imprimió en la Alemania nazi y la Italia fascista». No hay duda para Escusa y CIA: Orwell fue por excelencia, un escritor de la «Quinta Columna».
Luego resulta nada menos que «Mientras que los ingleses ahogaban en sangre la lucha del pueblo griego, dirigido por los comunistas, y mientras provocaban enfrentamientos entre las comunidades islámicas e hindúes de la India, para evitar su independencia, al precio de cientos de miles de muertos, Orwell reivindicaba el Imperio y ayudaba a este mismo Gobierno, denunciando a comunistas y progresistas y especulando sobre la supuesta tiranía soviética para azuzar el odio anticomunista. ¡Y era esta misma URSS el único país que ayudaba abiertamente las luchas de las colonias por su liberación!» (7).
Lo más curioso es que este tipo peligroso por su sátira era en realidad un vulgar plagiario según cita de un señor desconocido, al que refrenda con una referencia del propio Orwell, y una cita de Isaac Deutscher, un historiador trotskista heterodoxo que para éste caso le sirve, y ya está. Pero, además, Escusa no se olvida del psicoanálisis y describe a Orwell como un pequeño burgués sentimental, como una suerte de Cristo redentorista sin ideología concreta, o sea sin una casa marxista-leninista donde todo está científicamente en su lugar…Armado de un socialismo «puro» y sentimental Orwell vino a España al frente de Huesca que era un cachondeo, todo con la finalidad de constituir el nefasto modelo orwelliano, en realidad toda una trama de «falsificaciones» que junto con «las maquinaciones del POUM, que perseguía el hundimiento de la retaguardia republicana»;
Como Escusa no se atreve a ilustrarnos sobre el complot que unía el trotskismo con el hitlerismo nos lleva hasta los elementos de la CIA que darían lugar a la «conexión catalana». Los agentes fueron como los Reyes Magos, tres: Víctor Alba, Julián Gorkin y Burnett Bolloten. Y aquí están las pruebas: a Víctor Alba fue elogiado por Jiménez Losantos; Gorkin, al que trata de ironía como «viejo bolchevique» (8), fue por su parte, amigo de Jacques Doriot (que hasta 1932 fue estalinista, y que en 1936 se hizo fascista), y también del traidor Jesús Hernández, algo que Escusa apunta como sí se tratara de un pecado inconfesable, curiosamente fue un pecado muy extendido en el PCE-PSUC: Valentín González, Joan Comorera, Llibert Estartús, José del Barrio, Gabriel León Trilla, Enrique Castro Delgado, Fernando Claudín, Jorge Semprún, y la lista sigue (9). En cuanto a Bolloten, el historiador de la presunta revolución española, aunque se comprometió con la causa republicana y simpatizó con los comunistas, al final se hizo anticomunista. Todo ello además, sin el menor motivo. Y como un buen ejemplo de tamaña «conexión» Escusa cita la «antihistórica y manipuladora filmación Tierra y Libertad», película «profusamente elogiada en todos los medios burgueses, sin anotar que fue pasada en una de las fiestas del PCC…
Al parecer, la actuación personal de Gorkin y de otros antiguos poumistas tienen un poder contaminante, de ahí que Escusa precisa citando un texto editado en la Web de la Fundación Andreu Nin, heredera de lo que fue el POUM: «En 1953 fue uno de los fundadores del Congreso Por la Libertad de la Cultura. (…) Gorkin pasó a ocupar la dirección de la revista de la organización, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, fundada ese mismo año. La dirección de esta revista sería el empleo más estable que jamás llegaría a tener. Junto a Gorkin se incorporó Ignacio Iglesias, antiguo poumista asturiano, como jefe de redacción. Cuadernos, pese a estar radicada en París, se dirigía principalmente al público sudamericano, contando con colaboradores del exilio y la oposición interior española y autores de distintos países de América Latina. En Cuadernos escribieron, entre otros, Salvador de Madariaga, Aranguren, Ferrater Mora, Américo Castro, Víctor Alba, Camilo José Cela y Dionisio Ridruejo.» O sea que escribieron muchos antifranquistas, intelectuales que pretendían crear una oposición no comunista. También estuvieron detrás del «contubernio de Munich» (10).
Estas son consideraciones muy habituales del viejo estalinismo, y podían haber formado parte de un artículo en la prensa comunista oficial en los años cincuenta o sesenta, aunque dudo que el PCE y el PSUC lo hubiesen publicado después de la ocupación rusa que puso fin a la «primavera de Praga», según Breznev, para desarticular una «infiltración trotskista». Escusa habría firmado sin duda este argumento ya que en su opinión, todo lo que vino después es el en gran medida consecuencia del modelo orwelliano, consecuencias que detalla su amigo Eduardo Núñez con las siguientes palabras «Es una realidad que lejos de construir el modelo totalitario sobre la base de la realidad soviética, los intelectuales y académicos operaron a la inversa, es decir, utilizaron el modelo orwelliano para «entender» y «explicar» la sociedad soviética que ellos querían que existiese realmente». A ver sí lo he entendido, o sea que todo lo que escribió Orwell (y toda lista de intelectuales «antisoviéticos», que fueron rechazando dicho modelo), lo que describían era lo que ellos querían que Rusia fuese, y por supuesto, no era. El juego de manos que sigue es literalmente alucinante.
Así, Escusa asegura que la existencia de «un genocidio silencioso, un siniestro y oculto holocausto contra los pueblos ex-soviéticos», es un producto del modelo orwelliano. La caída del muro y de todo los demás»fue al parecer, fraguada por Orwell, Gorkin y sus seguidores «han ayudado» a la caída del «socialismo». Lo han hecho con libros como Rebelión en la granja y 1984 con los que estaban «estaban ayudando a destruir una parte del mundo». Por supuesto: también ayudaban «a la CIA a levantar otra realidad, la constituida por los «escuadrones de la muerte», las dictaduras militares, las guerras «sucias», los desaparecidos…» Sigue con mayor furia: «Este es uno de los grandes éxitos de estos intelectuales», pero «su mayor éxito (…) es el espantoso holocausto que están viviendo los pueblos ex-soviéticos». Y mira por donde ahora, ni Pepe Gutiérrez ni ningún otro orwelliano se ha conmovido y ha levantado la voz para protestar por la represión hacia los escritores comprometidos y perseguidos por el imperialismo». Y para remachar, nos lleva al gesto «inevitable» coincidir con la acusación del «camarada Fernández Ortiz» cuando éste proclama: «Por cierto, y dicho sea de paso, quizá va siendo hora de asumir responsabilidades y que aquellos que desde la izquierda contribuyeron y se alegraron de la desaparición de la URSS porque no era auténtico comunismo, reconozcan su error públicamente y pidan disculpas a la población de la antigua Unión Soviética por su parte de responsabilidad en los sufrimientos que para millones de personas ha supuesto la desaparición del comunismo soviético.» (11)
Orwell nunca tuvo a priori ningún rechazo al comunismo, antes al contrario. El comunismo es una «meta final» ulterior al «reino de la libertad» que no se ha aplicado en ninguna parte. El concepto retomado por Lenin al crear la III Internacional se justificaba como una forma de rechazo a lo que se había convertido la socialdemocracia clásica.
Pertenecía a una generación que nació a la vida política entre finales de los años veinte y la primera mitad de los años treinta, o sea en una coyuntura política de crisis abierta del sistema capitalista, y por lo mismo, de revalorización de la revolución rusa. Para él, al menos hasta 1936-37, se trataba poco más o menos de un inmenso país en el que proyectar los sueños sobre la «ciudad ideal», un país que había quedado al margen de la gran depresión, y que se erigía como un baluarte ante al nazi-fascismo en oposición a la actitud cómplice de la burguesía liberal (y la socialdemocracia parlamentarista). Orwell denunció a la derecha que había creído que el demonio nazi se contentaría con llevar sus exigencias expansionistas hacia la URSS, se vio obligada a aceptar una alianza antifascista con la que -además- se reconciliaban con sus propios pueblos. En esta trágica coyuntura, el estalinismo pasó a ser sinónimo de comunismo, y alcanzó un prestigio enorme que se manifestó por el auge extraordinario de los partidos comunistas. Fallecido en 1950, Orwell apenas sí tuvo ocasión de conocer el inicio de una quiebra que tendría su primer acto en el cisma titoísta.
Apenas sí pudo asistir a los prolegómenos de la «guerra fría», y desde luego no se le puede considerar responsable de cómo los verdaderos vencedores de la Guerra Mundial, los norteamericanos con todo su potencial, utilizaron sus obras, marcadas por su obsesión crítica sobre el curso que había tomado la URSS desde los «procesos de Moscú», escritas a partir de su experiencia en la tentativa de reproducir dichos procesos en el campo republicano, y por lo tanto, situadas a contracorriente. Su actitud contra el «comunismo» no fue muy diferente al que acabarían tomando artistas e intelectuales de procedencia izquierdista como lo fueron, entre otros muchos: Bertrand Russell, Ignazio Silone, André Malraux, Edmund Wilson, Arthur Koestler, Stephen Auden, Richard Wright, James T. Farrell, Gustav Regler, John Dos Passos (12 ). Tampoco fue muy diferente a las actitudes asumidas por los socialistas de izquierdas, por no hablar de los anarquistas. Luego vendría la muerte de Stalin, las movilizaciones antiburocráticas en Alemania, XX Congreso del PCUS, la revolución húngara de 1956, el ascenso del «tercermundismo», de las nuevas vanguardias juveniles, y la crisis acelerada del movimiento comunista internacional que produciría deserciones en cadena, hasta la total «debâcle» actual.
Resulta curioso que el verdadero Orwell que describe Escusa fuese y siga siendo, uno de los escritores más estudiados, leídos y admirados, y que lo sea mucho tiempo después que algunas figuras emergentes de la segunda postguerra hayan caído en el mayor olvido. Más curioso resulta que su verdad no corresponde a la de ningún estudioso…Cuando salió a la luz pública la desdichada historia de las «listas» (posible indicio de un proceso de derechización del escritor tal indicó Mary MacCarthy), la prensa reaccionaria británico no dudó sobre donde debía poner el acento: había que destruir el prestigio de un escritor socialista…Al describir mayo del 37, Orwell se adelantó veinte años a los que vieron el Octubre húngaro de 1956, e intuyó lo que estaba sucediendo en la Rusia de Stalin. El lector que quiera pasar de las controversias para entrar en una descripción directa que respira autenticidad por los cuatro costado, no tiene más que leer Vida y destino, de Vasili Grossman, y comprobará toda la miseria de la escolástica sobre el «socialismo» y esa «ciencia» con la que el movimiento comunista ha pasado de ocupar un papel central en la historia a quedar totalmente marginado.
Sería prolijo y fatigoso responder a cada una de las falsedades vertidas por Escusa. Orwell no fue más machista que Marx o Lenin, fue antisionista y no antisemita, al revés que Stalin, Gabriel Zaïd en Cultura e imperialismo lo distingue como una de las pocas voces del anticolonialismo literario británico…Víctor Alba fue un personaje con varias vidas, y con contradicciones muy fuerte, pero sí una biografía tiene que ser medida por lo que dice Jiménez de los Santos, Largo Caballero debió ser más que el Lenin español. Es muy curioso como se subraya las conexiones con la CIA de un puñado de plumistas que habían dejado de serlo (que no de defender su historia), cuando fueron legión los comunistas que hicieron el mismo camino, baste señalar los casos de François Furet o el de algunos de los responsables del «Libro Negro». Algunos fervorosos estalinianos se aplican en crear listas de trotskistas que se han pasado a la reacción cuando representan poco más que una gota en el océano de deserciones del comunismo oficial. Doriot fue un estalinista hasta 1932, entre 1932 y 1935 fue un disidente de izquierda, acérrimo defensor del frente obrero contra el fascismo, Gorkin dejó de tratarlo en 1934, pero la relación no sirve para contaminar al PCF sino contra Gorkin y el POUM. Lo de la retaguardia republicana, las ironías sobre el asesinato de Andreu Nin, son notas de la misma calaña que la mentira la edición de Rebelión en la granja en la Alemania de Hitler y en la Italia de Mussolini. Sí es verdad por el contrario que con ocasión del pacto nazi-soviético, Stalin regaló a Hitler a numerosos militantes comunistas que estaban refugiados en la URSS.
El «verdadero Orwell» que ha construido Escusa en contra de todas las fuentes y estudios conocidos, se parece a una de aquellas obritas con la las ediciones de Lenguas Extranjeras moscovitas convertía la obra de John Reed Diez días que conmovieron el mundo en un compendio de rectificaciones en las que se precisaba una y otra vez que los bolcheviques que se habían enfrentado a Stalin en una fase u otra habían sido en realidad una pandilla de «antileninistas». Está escrito con la misma materia que se construían antaño «traidores» como Arthur London, Joan Comorera o Paul Nizan. Partiendo de la misma premisa que mi abuelita que cuando alguien quería negar algo muy evidente, clamaba, «!Es cómo decir que Dios no existe¡».
Su método es tan sencillo como la vida misma. No hay un ápice de rigor y de verdad en ninguna de sus acusaciones. Cierto es que Orwell fue un personaje contradictorio, que sus relaciones con el movimiento obrero y el socialismo no estuvieron exentas de conflictos, o que en tal o cual cuestión su postura merece ser discutida, pero aspectos parecidos pueden encontrarse en Heinrich Heine, en Máximo Gorki, y las lista es interminable. Hay toda una literatura en este sentido, baste recordar las ambivalencias de un Jack London, o de Cesare Pavese, y tantos y tantos otros, gente «especial» como decía Marx de Heinrich Heine. Con el baremo de Escusa, Jack London hubiera sido un miserable fascista, misógino, racista, y un largo etcétera, y sin embargo fue un militante del socialismo marxista, compañero de Eugene Debs. Con citas ajenas, con amputaciones infames, Escusa crea un Orwell que si representa algo es a su propio reflejo, lo clasifica como un funcionario del Ministerio de la Verdad.
Al mimo tiempo que amputa al reo toda clase de desviaciones, mientras que deja fuera de toda sospecha a Stalin y la burocracia, sí hay algo que objetar no puede ser otra cosa que provocación o propaganda imperialista, de ahí que ni siquiera se rebaje a contestar sobre la historia de una revolución que se adelantó a su tiempo, y que sobrevivió al borde del abismo con medios bárbaros. Ni media palabra sobre el gran debate del siglo como no sea para denigrar a un escritor sobre el que escogido las citas que le ha convenido sin hacer más lectura que la requería la apariencia. Sus métodos no son muy diferentes al de esa derecha que afirma que el comunismo es intrínsecamente perverso, y que escoge a Stalin (o a Lenin) para convertirlo en el «pecado original», título por cierto del que fue Evgeni Etvuchenko contra Lenin.
Se trata de un último espasmo del viejo estalinismo, ya desahuciado hasta en formaciones como el PCE, reducido a los núcleos más impresentables del PCE, así como a una serie de pequeñas fracciones sobrevivientes de cuyo nivel cultural y moral artículos como los de Escusa pueden parecer auténticas «virguerías», suficientes para luego verter insultos de todo tipo desde el anonimato de los «blogs». Alguien dijo que el fanatismo se cura leyendo, y debe ser cierto porque prácticamente todos los estalinistas que he podido conocer a lo largo de cuatro décadas, han acabado evolucionando por la discusión, la lectura, y claro está, por la suma de evidencias mostradas por el mismo curso de la historia.
(El lector encontrará un trabajo más detallado sobre Orwell y el estalinismo en mi libro La cuestión Orwell, en preparación en editorial Sepha de Madrid)
Notas
—1) Los negacionistas del estalinismo tienen -obviamente- sus propios autores, pero ninguno de ellos sobrepasa los ámbitos propios, ni tienen mayor reconocimiento que el meramente afín. En su afán de encontrar cómplices citan a autores como J. Arch Getty, quien, junto con Oleg V. Naumov, escribió La lógica del terror. Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, 1932-1939 (Barcelona, Crítica, 2001), uno de los trabajos más reputados sobre lo que la derecha llama sin más el «Gulag». La mera lectura de la contraportada aclara sobre lo que llaman «una guerra paranoica de todos contra todos»…La obra acota la cronología exacta, y sitúa a las vieja guardia bolchevique como la principal víctima, y por lo tanto, desmiente el canon Soljenitsin que se arrastra toda la revolución, y convierte a los bolcheviques en culpables. Sobre esta cuestión me remito a mi trabajo Los negacionistas del estalinismo (1 y 2), aparecido en Kaoesenlared.
—2) Para un estudio sintético sobre el cómo y el porqué del estalinismo seguramente el mejor breviario actual sea el de Moshe Lewin, El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión soviética?, de Moshe Lewin (Barcelona, Crítica, 2006).
—3) Arthur London y Lise london fueron dos comunistas que creyeron en todo momento que criticar a la URSS y al partido era dar munición al enemigo, hasta que la dinámica inquisitorial les cayó encima. Las torturas que describe Arthur a lo largo del libro recuerdan enormemente a las descritas por Orwell en La confesión, y a las que describe el hijo de Antónov Ovseenko en el documental de investigación Operació Nikolai…
—4) En una reseña del libro aparecida en El País (18-12-2001), Jorge Semprún, describe a Nothomb como «seducido y aducido por el ideal bolchevique, el idealismo revolucionario de un bolchevismo irreal que se encamaría en los horrores del socialismo real», y reconoce que éste describe «un espíritu de compañerismo inaudito, un extraordinario buen humor en todo momento, hasta el punto de que, al recordar esas horas pasadas, no puedo dejar de pensar que vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo.». Semprún no disocia estos conceptos –muy similares a los de la «solidaridad viril» que Malraux veía encarnada en el activismo revolucionario- del horror estalinista, y trata, una vez más, de abordar una cuestión que describe como sí fuera un entomólogo, o sea como alguien que esta más allá de la historia. aunque esto no es el lugar, cabe recordar al menos algunas cosas, tales como que Semprún aparte de ser un antiguo comunista oficial (que como Federico Sánchez se la «jugó» contra el franquismo cuando los «liberales» no se atrevían ni a carraspear), fue luego un marxista heterodoxo (conocido sobre todo por su labor como guionista del «cine político»), para acabar, finalmente, como un «arrepentido» neoliberal, como un anticomunista a veces digno del ABC, que mira la Norteamérica («republicana») con la misma devoción con que antaño miró la URSS, solo ahora sus combates por la libertad (de las multinacionales) tiene un carácter mucho menos noble que cuando creyó en el comunismo. Por ejemplo, durante la guerra de Golfo, Semprún dictó como ministro la exclusión de una lista de funcionarios que habían firmado un manifiesto contra la guerra.
—5) Entre la abundante historiografía existente sobre las complejas relaciones entre los intelectuales y el comunismo oficial, seguramente la obra más cuidadosa y detallada sea la de Herbert R. Lottman, La Rive Gauche. Intelectuales y política en París, 1935-1950 (Barcelona, 1985), en traducción de Pepe Martínez, editor de Ruedo Ibérico. Su simple lectura demuestra que el «caso Orwell» fue cualquier cosa menos una exclusiva.
—6) Sería muy prolijo entrar entre las cosas que se puede leer sobre Trotsky en las páginas negacionistas, Núñez por ejemplo insinúa que el presidente norteamericano le dio todas las facilidades para que pudiera viajar hasta Rusia, o sea reproduce una acusación que se llevó contra «tren alemán» que llevó a Lenin a la estación de Finlandia. En una página aparece un presunto investigador que dice que él sí ha visto documentos en los archivos soviéticos que prueban la conexión Trotsky-nazismo, y sus editores ni siquiera se plantean que puede tratarse de una broma estúpida ya que, primero, ¿qué sentido tenía para la KGB su ocultación?, y segundo, sí las ha visto, ¿porqué no las muestra?. La lista daría para algo así como un Celtiberia Show sobre la cutrez cultural.
—7) Sobre esta cuestión, el lector tiene a la mano una obra de la envergadura de Cultura y colonialismo, de Edward Saïd (Barcelona, anagrama, 1996), y verá como Orwell aparece entre los anticolonialistas…Escusa atribuye a la URSS una óptima posición anticolonialista cuando hasta podía ser verdad hasta cierto punto, o sea después de establecer la primacía de los intereses propios, así por ejemplo, el importante partido comunista iraní arruinó su implantación apoyando al Sha porque eso era lo que interesaba a la URSS. La represión anticolonialista del imperio británico después de la II Guerra Mundial fue presidida por los laboristas, «prosoviéticos» hasta entonces. Los franceses reprimieron brutalmente en Argelia, Túnez, Vietnam, etc, con un gobierno de «Unión Nacional», con participación del partido comunista francés.
—8) La breve indicación sobre que Gorkin era un «viejo bolchevique» (cierto, fue comunista desde 1917), adquiere en la pluma e Escusa una resonancia especialmente sórdida ya que indica que los «viejos bolcheviques» asesinados en los años treinta eran de la misma naturaleza «traidora» que Gorkin.
—9) Sobre todas estas disensiones resulta imprescindible la obra de Gregorio Morán, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, 1939-1985 (Barcelona, Planeta, 1986). El lector curioso podrá encontrar una pequeña contribución de Escusa a una prolongación de esta historia en su texto ¿Marxismo o anarquismo? (www.espaimarx.org), escrito contra Joan Tafalla y Joaquín Miras cuando estos y otros camaradas entraron en contradicción con la dirección del PCC, lo que para Albert representaba una herejía anarquista.
—10) Habría que estudiar como corriente «tercerista» (antifranquista, anticomunista), es representada por autores como Javier Tusell como una avanzada de lo que luego sería UCD, partido con el que la dirección del PCE-PSUC firmó todos los pactos habidos y por haber en una operación que -entre otras cosas- significó la ruina del amplio movimiento social antifranquista y de ambos partidos, hoy situados en la marginalidad. Culpar a Carrillo de tales firmas significa no tener en cuenta que este poseía el «mando único», la fórmula que representa la quintaesencia del estalinismo.
—11) Citas del propio Escusa del libro: Chechenia versus Rusia. El caos como tecnología de la contrarrevolución, p.144, Editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2003. Con esta visión de la historia que justifica plenamente por ejemplo que Breznev mandara los tanques a aplastar la «primavera de Praga» porque esta consentía una «infiltración trotskista», lo más seguro es que responsables y colaboradores de El Viejo Topo desde su fundación hubiesen acabado en algún hospital psiquiátrico y algo peor. En cuanto a la referencia personal, la verdad es que ser tratado como cómplice del imperialismo y parte de la conexión Orwell en Cataluña es un honor que no me merezco.
—12) El lector encontrará una cierta información sobre algunos de estos escritores en una serie de trabajos míos aparecidos en Kaosenlared bajo el epígrafe de Literatura y revolución, serie que será ampliada en otras entregas, por ejemplo para hablar de escritor comunista alemán y miembro de las Brigadas internacionales, Gustav Regler.