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Cronopiando

Otra vez, Bush

Fuentes: Rebelión

En pocas compañías se manifiesta la necedad con tan preciosas galas, como de la mano de la retórica. Y George Bush, posiblemente, el más preclaro exponente de mi citada teoría, no necesita extenderse, no precisa hablar de más para desbarrar. Le basta una sola frase, como siempre ampulosa y definitiva, para quedar en patética evidencia. […]

En pocas compañías se manifiesta la necedad con tan preciosas galas, como de la mano de la retórica. Y George Bush, posiblemente, el más preclaro exponente de mi citada teoría, no necesita extenderse, no precisa hablar de más para desbarrar. Le basta una sola frase, como siempre ampulosa y definitiva, para quedar en patética evidencia.

«Irán fue, es y será un peligro», resumía el presidente estadounidense sus impresiones, luego de que un informe del propio servicio de inteligencia de los Estados Unidos admitiera que Irán paralizó en el 2003 su programa de desarrollo de armas nucleares, programa que viene siendo, casi desde entonces, el principal pretexto de agresión del gobierno estadounidense a Irán, generosamente secundado por los grandes medios de comunicación.

Ser demasiado elocuente tiene sus riesgos, más para un idiota. No es cualquiera que puede pasar a la historia como un viejo sabio y hacedor de bíblicas sentencias, cuando sólo se ha sido un canalla muchas veces.

«Irán fue un peligro», afirma George Bush en su primera evacuación.

Obviamente, no lo fue cuando a mediados del siglo XX, gracias al concurso, precisamente, de los Estados Unidos, se hizo con el poder y el trono Mohammad Reza Pahlevi, el Sha de Persia, el más firme aliado de la política imperial en el área. Irán no fue un peligro, de hecho, hasta casi treinta años después, cuando la impresentable dictadura del Sha cayó en desgracia y la revolución islamista instauró la república y colocó al frente al imán Jomeini.

La vieja Irán, tantos siglos sometida a los intereses de Occidente, nunca fue un peligro con el Sha, hasta el punto de que Estados Unidos aupó al poder en la vecina Iraq a un desconocido Sadam Hussein para que durante diez años, armado y financiado por los Estados Unidos, repusiera al monarca iraní.

«Irán es un peligro», insiste George Bush, experto en anticiparse a todos.

Sin necesidad de apelar a politólogos, analistas y demás afines hierbas, cualquier estudiante de psiquiatría podría diagnosticar el caso en una sola lectura. Por desgracia, yo no lo soy y me he tenido que leer el expediente pero, coincido con el juicio general: se trata de un psicópata paranoico.

Es Irán la que, en todo caso, tendría argumentos para sentirse amenazada y derecho a señalar peligros. Al fin y al cabo, Irán nunca ha invadido los Estados Unidos o les ha puesto y quitado presidentes; no apoyó al rey Jorge III en la guerra de independencia americana; no armó a Pancho Villa; no ha arrojado bombas nucleares sobre poblaciones civiles; no ha discutido el derecho de Estados Unidos a desarrollar armas nucleares, almacenarlas y venderlas; no ha promovido bloqueos contra Estados Unidos, no ha propuesto condenas de Naciones Unidas… En Estados Unidos ni siquiera se sabe dónde está Irán. En Irán nadie ignora de donde le llegan las maldiciones.

«Irán será un peligro», termina de conjugar George W Bush sus tres sentencias en una, agotados los tiempos y peligros.

Y en la culpa carga la penitencia, porque si el futuro de Irán, inevitablemente, es ser un peligro para los Estados Unidos, si Estados Unidos siempre va a percibir a Irán como una amenaza, eso quiere decir que todas las agresiones, los bloqueos, las intervenciones, las invasiones, la destrucción y muerte que Estados Unidos pueda abatir sobre Irán, no servirá de nada, habrá sido un absoluto fracaso porque, más allá del crimen, Irán seguirá siendo Irán, es decir… un peligro.

Y en consecuencia, ya que no por ignorante, por mendaz o canalla, ya que no por criminal de guerra, debiera dimitir Bush por incapaz, por no haber podido desarmar esa amenaza, ese peligro que, a su pesar y como reconoce, ha de existir mañana para cualquier gobierno estadounidense.

A no ser que, y es la solución que se me ocurre y propongo, en lo sucesivo, sepan historia universal los presidentes de los Estados Unidos y, sobre todo, caigan en manos de un buen psiquiatra. Tal vez entonces ningún país sea un peligro para nadie.