Estas son algunas notas que sirvieron para introducir Culturas de cualquiera; estudios sobre democratización cultural en la crisis del neoliberalismo español (Acuarela & Machado Libros) de Luis Moreno-Caballud en las presentaciones que tuvieron lugar en Medialab-Prado el viernes 2 de junio y en la librería Contrabandos el lunes 5.
Este libro es, por decirlo en términos foucaultianos, una arqueología y una genealogía del complejo poder-saber que gobierna desde hace décadas en España. Para entender el presente, nos dice Luis Moreno-Caballud, hay que irse al menos hasta los años 70, cuando cristaliza un proceso que había empezado aún antes: la «modernización» de España.
El cineasta-poeta Pier Paolo Pasolini habla de «mutación antropológica» para nombrar las transformaciones que estaban teniendo lugar en Europa en los años 70. No se trata sólo de transformaciones de carácter político o económico, sino de verdaderas «redefiniciones del ser humano» en un grado de profundidad que ni siquiera el fascismo llegó a alcanzar. Pasolini despliega esta inquietante intuición en Italia en medio de los procesos de migración masiva campo-ciudad, la hegemonía creciente de los medios de comunicación masiva, el consumo como organización básica del deseo, etc.
Esta «mutación antropológica» también se desarrolla en España (cristalizando de modo visible en los años 70, aunque arranca antes), con la especificidad de la dictadora franquista como paisaje. Es la llamada (y celebrada) «modernización», la homologación definitiva de España al resto de Europa: democracia de partidos, sociedad de propietarios, centralidad de la clase media urbana y despolitizada, etc. El franquismo de los tecnócratas del Opus Dei empuja el proceso, que prosigue (no sin resistencias de todo tipo) en el periodo de transición.
Se trata, por citar una máxima reveladora de entonces, de «dejar de ser paletos», que es el estigma que cae sobre todo aquello que frena u obstaculiza la «modernización» de España: las culturas de supervivencia, de autosusbistencia, las culturas campesinas, etc.
La construcción de un «monopolio de la inteligencia» fue clave en este proceso: la autoridad cultural del experto y el intelectual, del literato o del artista mediático, de la voz que habla o crea por encima de los mundos particulares y dice lo que «debe ser». Un modelo jerárquico e individualista de «jardineros ilustrados» que educan e iluminan al pueblo, a los que no saben. Lo que se ha nombrado estos últimos años como «Cultura de la Transición» (CT). Este «intelectual liberal» sería precisamente la fuerza opuesta a la del «paleto», la figura que se eleva sobre «lo paleto» y puede tutelar a la sociedad en su camino hacia dejar de serlo.
La construcción del intelectual liberal (y su hegemonía) implica una redefinición radical de las relaciones entre pensamiento y práctica, entre lo simbólico y lo material, entre la palabra (o la imagen) y el mundo. Arrasadas quedaron por el camino otras posibilidades de articulación del pensar y el hacer analizadas en el libro: las contenidas en las contraculturas juveniles, los movimientos vecinales, la autonomía obrera. O en los diálogos que mantenían «contrafiguras» como Luis Mateo Díaz, Juan Marsé, Vázquez Montalbán o José María Arguedas con las culturas campesinas, obreras y regionales. Palabras que no se «desarraigan», sino que por el contrario se entremezclan con comunidades, vidas cotidianas, mundos. Modernidades truncadas.
En resumen, en la primera parte de este libro se analiza la victoria de la antropología liberal y la construcción del tipo de intelectualidad que lleva asociada. Aquella para la cual la libertad tiene que ver con la desconexión entre el pensamiento o la palabra y lo comunitario, la vida en su dimensión reproductiva, la tierra (todo lo «paleto»).
Fisuras y grietas en la Cultura de la Transición
La segunda parte del libro se sitúa en el presente. Un presente definido por la crisis que se desata y hace visible en 2008. Esta crisis pone en cuestión el modelo triunfante en los años 70: se nos prometía «modernización» (consumo, propiedades, progreso) y se nos entrega precariedad a todos los niveles de la vida. La legitimidad de todas aquellas «voces autorizadas» que justificaron el proceso de homologación a Europa queda en entredicho. Y se reabre la disputa por la definición de lo que es una «vida digna». Emergen «culturas de cualquiera» que son naturalmente diferentes a las de los años 70: pasamos, digamos, del filandón (la tertulia campesina) a la red.
Con todos sus problemas y sus límites, en los movimientos colectivos de los últimos años (15M, PAH, movimientos en la red) se han experimentado procesos importantes de democratización cultural: abriendo lugares de encuentro donde cooperar en igualdad; evitando crear divisiones entre «los que saben» y «los que no saben»; asumiendo -con la práctica, con los cuerpos- la dimensión relacional y comunitaria de la creación; articulando horizontalmente muy diferentes saberes (manuales e intelectuales, expertos y no expertos, etc.). La potencia transformadora de esas «culturas de cualquiera» no es tanto su carácter «crítico» (de denuncia, etc.), sino la rearticulación entre la palabra y las comunidades, los mundos, las formas de vida.
La primera de las «culturas de cualquiera» analizadas es la propia red. Si la antropología liberal nos define como un conjunto de pequeñas computadoras de cálculo egoísta que en cada interacción piensan cómo maximizar sus ganancias, Luis Moreno-Caballud encuentra en la red fragmentos de otras lógicas bien distintas: cooperación gratuita, deseo de compartir, formas de autoorganización sin expertos, sociabilidad entre pares, comunicación que ya no pasa por los filtros verticales de los grandes media, etc. Una «esfera pública» distinta a la liberal, donde la vida pública y la vida privada se mezclan, el autor puede ser una red de trabajo colectivo, el público puede ser algo más que un receptor pasivo, etc.
En la red hay por tanto fragmentos de una antropología no liberal (y de otro tipo de «intelectualidad»): autoría colectiva, cooperación, el saber-poder hacer de cualquiera, una esfera común (más que público-privada, etc.). El análisis no es ingenuo: se ven los problemas, el papel preponderante del mercado en la construcción de la red, pero se valoran otras cosas: el placer de compartir, de vivir por tanto de otra manera y en un mundo diferente (aunque sea «virtual»). Estamos ante un libro afirmativo en el que se destacan sobre todo las potencias, las virtualidades, lo que hay actuando ya en lo real y que sigue otras lógicas no-liberales.
El segundo momento de las «culturas de cualquiera» analizadas es el 15M. No pensado tanto como «movimiento» o «acampada», sino como «clima»: toda una atmósfera de politización que excedió las plazas (en las mareas, la PAH y otras muchas iniciativas). Lo que se valora en el caso del 15M es el intento de recrear un continuo entre las formas colectivas de pensar (asambleas, etc.) y las formas colectivas de hacer. Recordemos que en la misma plaza del 15M había dos dimensiones al menos del hacer colectivo: la asamblea y el campamento (o autoorganización material de la vida en común: alimentación, infraestructuras, etc.).
Las «culturas de cualquiera» ligadas al 15M se definen por la tentativa de tejer un continuo entre pensar y hacer, lo simbólico y lo material, la palabra y el mundo. Por tejer en igualdad los muy distintos saberes (los que podían confluir en la plaza, por ejemplo). Por dar valor a las capacidades de cualquiera porque «cualquiera sabe» y todos podemos ser «expertos en experiencia» sin pasar por ninguna academia.
En la última parte del libro se asumen y piensan algunos problemas de esas «culturas de cualquiera»: por ejemplo, el problema de la duración. ¿Cómo sostener estas democratizaciones culturas, estas autogestiones del valor creado colectivamente, estas experimentaciones de igualdad? Aquí se analizan algunos ejemplos de «instituciones de lo común» que pueden dar algunas respuestas a estas preguntas: la librería-editorial-distribuidora Traficantes de Sueños (autónomo-común) o el centro cultural Medialab-Prado (público-común).
Finalmente, se enfatiza la importancia que tiene para estos procesos el «contar lo que se hace» desde dentro (para no ser contados por otros): la autogestión del sentido. Y se repasan algunas iniciativas que trabajan (o han trabajado) en ese sentido como el seminario de poesía Euraca, el blog Al Final de la Asamblea o la Fundación Robo (música). Su trabajo es el de «hacernos existir» contra el olvido y la invisibilización.
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