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¿Otro mundo es posible?, el anticapitalismo en el siglo XXI

Fuentes: Público

El último libro de Erik Olin Wright estudia las posibilidades de derrocar el capitalismo en pos de una sociedad socialista. Cómo conseguirlo, cuál es la función del Estado y cuál debería ser, y qué retos plantea el siglo XXI al sistema son algunas de las cuestiones que el sociólogo intenta responder en Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI.

Reconceptualizar la vida se torna necesario, cuasi obligatorio, en un momento de desestabilización mundial. Un virus asola la faz de la Tierra y la maquinaria capitalista se endurece: la gente no tiene que ver cuán endeble es el sistema. Hace algo más de un año que falleció Erik Olin Wright, uno de los más eminentes sociólogos marxistas, no sin antes dejar para la posteridad su último libro: Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI (Akal, 2020).

La búsqueda de alternativas al sistema de producción predominante en la mayoría de los países del mundo fue el faro de guía durante los últimos años de vida del autor. Esta monografía de reciente publicación, con un vocabulario sencillo y atractivo, con un índice conciso pero bien estructurado, intenta ser la continuación de otra de las obras culmen del académico, la que tituló Construyendo utopías reales (Akal, 2014). Si antes mostraba hacia dónde tiene que ir la Humanidad, ahora desarrolla el cómo, la estrategia.

Tres binomios vertebran todo un postulado posterior: igualdad/equidad; democracia/libertad; y comunidad/solidaridad. A partir de ellos, el sociólogo emprende un viaje al interior del anticapitalismo. «Esos pares que él presenta al principio evocan la triada de libertad, igualdad y fraternidad. Así es como refleja que el proyecto socialista no es algo exótico, sino que conecta con preocupaciones ampliamente compartidas. Prácticamente, nadie se opone a esas parejas de conceptos, y quienes defendemos el proyecto socialista democrático tenemos que partir de amplias ideas compartidas», aduce Jorge Sola, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y antiguo alumno de Wright.

El escritor plantea cinco posibilidades para aplacar o, como mínimo aminorar, los efectos del capitalismo. Se debate entre aplastar, desmantelar, domesticar, resistirse y huir del capitalismo. De esta forma, la primera de ellas será descartada, pues las condiciones actuales no posibilitan una verdadera revolución que abola el sistema. Wright llega a afirmar que «aplastar el capitalismo queda rechazado por las experiencias trágicas que se dieron en el siglo XX en torno al comunismo«.

Jorge Sola, profesor de sociología: «En un artículo defendió que los socialistas hemos perdido demasiado tiempo discutiendo qué vía es mejor»

Después, el sociólogo comenta algunos aspectos de las demás, sin llegar a decantarse por ninguna de ellas. Así lo ve Sola: «Hace tiempo, en un artículo defendió que los socialistas hemos perdido demasiado tiempo y energía discutiendo qué vía es mejor, cuando existen muchas de ellas y no tienen por qué ser incompatibles. Él defiende un pluralismo estratégico».

¿Otro mundo es posible?

La denominación que Wright realiza de los aspectos a tener en cuenta de cara a un cambio de paradigma, tanto productivo como social, se relaciona con los «ingredientes básicos de un destino democrático más allá del capitalismo». Una ristra de lugares comunes, pero que el sociólogo consigue articular de tal forma que parece que el derribo del capitalismo está a la vuelta de la esquina una vez se hayan conseguido.

A saber: la renta básica universal (RBU); una economía de mercado cooperativa; una economía social y solidaria; la democratización de las empresas capitalistas; y la conversión de la banca en una empresa de servicio público. En este sentido, aunque pudiera parecer que esos objetivos aún son lejanos, Sola incide en que la prioridad es «vencer el escepticismo de la gente, hacer ver que otro mundo es posible«. Y lo explica: «En realidad, una parte de ese mundo deseado ya existe en el que tenemos, son como semillas que tienen que florecer. La gente ya participa en estructuras institucionales alternativas, por lo que tan solo habría que extenderlas a todas las esferas de la vida social».

En este sentido, el imaginario colectivo que la ciudadanía es capaz de crearse para sí es una de las cuestiones primordiales. Los límites de lo que se percibe como posible o deseable son muy inestables y se desplazan continuamente, tal y como apunta el sociólogo de la UCM. Esta realidad, que puede ser tanto positiva como perjudicial a la hora de efectuar cambios sociales de alto alcance, se materializa en ideas tan básicas como la democratización de las compañías capitalistas.

El propio Wright recoge en el volumen publicado por Akal que la ley alemana estipula que los trabajadores pueden elegir casi al 50% del consejo de dirección en empresas que emplean a más de 2.000 trabajadores, y un tercio en aquellas empresas que tienen entre 500 y 2.000 trabajadores. «Aquí, que eso nos parece imposible, en Alemania es normal; pero la sanidad pública, que aquí nos parece normal, en Estados Unidos es imposible», ejemplifica Sola.

Retos: el clima y la tecnología

Diagnosticando las dolencias y los procesos de crisis y autodestrucción que comporta para sí mismo el capitalismo, muchas veces apaciguados por el propio Estado, Wright defiende que la emergencia climática y la revolución tecnológica serán los dos retos a los que la sociedad tendrá que enfrentarse durante el siglo XXI. Los dos aspectos abren la puerta a que los valores democráticos, igualitarios y solidarios, el mantra repetido a lo largo de la monografía, se impongan sobre los demás.

Jorge Sola: «Hemos podido ver que el problema está en la distribución de las riquezas que genera la tecnología, por lo que no deja de ser un problema político»

En este sentido, Sola arguye que la crisis climática es una oportunidad para afrontar cambios más profundos, pero a su vez también constituye una mala noticia, ya que exige a los humanos cierta urgencia y radicalidad en las acciones. En cuanto a la revolución tecnológica, él prefiere ser escéptico ante los «discursos apocalípticos de las máquinas» ya que «durante los últimos años hemos presenciado procesos similares y hemos podido ver que el problema está en la distribución de las riquezas que genera la tecnología, por lo que no deja de ser un problema político».

En cuanto a la agencia colectiva, un concepto que describe la posibilidad y poder que tiene la sociedad para revertir ciertas dinámicas perniciosas para la misma, Wright desarrolla tres segmentos que habría que tener en cuenta para que el cambio se materializara. Por un lado, las identidades, importantes para «forjar la solidaridad dentro de un actor colectivo», por otra parte, los intereses, para «modelas los objetivos de la acción colectiva», y por último, los valores, importantes para «conectar diversas identidades e intereses dentro de los significados comunes».

Sola se adhiere a estas premisas dado que «la clase trabajadora no nace homogénea, sino como algo que se crea a través de muchos estímulos que hay que coaligar políticamente», en sus propios términos. Crear una base común y articular los aspectos compartidos es, en opinión del sociólogo de la UCM, la clave para afrontar la diversidad «con espíritu constructivo y superar las divisiones que obstaculizan el surgimiento de estos actores».

Wright cierra su ensayo aportando algunos parámetros que, desde su punto de vista, son imprescindibles para la creación de actores colectivos capaces de sostener la acción política. Superar las vidas privatizadas; construir solidaridad de clase dentro de estructuras de clase complejas y fragmentas; y forjar políticas anticapitalistas en presencia de formas de identidad diversas y rivales, no basadas en la clase, son los indicadores que el sociólogo marca para cimentar un posible cambio que conduzca a ese socialismo democrático al que aspira.

Qué fue antes, ¿el trabajo o la vida?

Sara Porras, también profesora de sociología en la UCM, aporta algunas concepciones que completan Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI. Algo a lo que recurre Wright en su obra es articular la construcción de una sociedad socialista en base a la economía que se da en el contexto de la producción, un hecho que responde a la tradición teórica del marxismo. «El mercado sería la institución fundamental que ordenaría la vida política y social, pero teniendo en cuenta la coyuntura actual, donde una pandemia ha trastocado y acelerado la vida en la mayoría de sus vertientes, creo que es buena ocasión para repensar hacia dónde queremos llegar y cómo pretendemos lograrlo«, introduce la académica.

«Es buena ocasión para repensar hacia dónde queremos llegar y cómo pretendemos lograrlo», afirma Sara Porras, profesora de sociología en la UCM

«Cuando Wright da herramientas concretas, como el establecimiento de la RBU, a mí me gustaría ir más lejos y plantear el debate de cuáles son los trabajos socialmente necesarios, una parcela del mercado en la que se puede observar una correlación muy clara: aquellos empleos que son socialmente imprescindibles son los peor valorados y a los que más afectan algunas escalas. Primero en cuanto a la feminización de los mismos y, después de ella, la racialización que experimentan», agrega la profesora de la UCM, quien defiende que la obra del sociólogo recientemente fallecido estaría más completa si introdujera estas identidades (etnia, raza, género, etc.) como significantes dentro de la propia identidad de clase.

Ciudad y cuidados, las claves para el cambio

A partir de la publicación, Porras adhiere tres ejes en torno a los que circularía la creación del nuevo paradigma socialista. En primer lugar, situar la vida y la responsabilidad colectiva como espina dorsal del cambio anticapitalista, una realidad que se podría dar con la RBU o la adopción de la jornada laboral de cuatro días a la semana. Por otra parte, ella incide en la potencialidad que, en la actualidad, tienen las ciudades como espacio de socialización, representadas como el principal territorio en el que los diversos actores colectivos se ven interconectados y el vecindario puede conocerse y organizarse.

Por último, esta socióloga también remarca la transformación a la que tendría que someterse el Estado como principal institución reguladora de una nación: «El Estado no solo tendría que ser el principal sostén de la parte social de la ciudadanía sino que para garantizarla debería comenzar a ser un actor económico y social de gran envergadura, en el que también reviertan las ganancias económicas que propicia con su financiación, sobre todo ahora que nos encontramos en un contexto global donde el desfalco fiscal es enorme».

A su vez, sí que coincide en el postulado que Wright esgrime en su obra en torno a la emergencia climática. En palabras de Porras, «esta emergencia nos supone huir del debate entre si queremos que esto cambie o no, para llevarnos al debate sobre en qué lugar nos vamos a posicionar en este cambio que ya es obligado». Poner la vida en el centro abre un amplio abanico de posibilidades, una miríada de opciones por descubrir que se irían perfeccionando mientras se practican.

La socióloga Sara Porras: «Más acertado que la mano invisible de los mercados, es hablar de la mano invisible de los cuidados»

Para ello, el aspecto de los cuidados es fundamental: «No se trata de ver cuántas horas producimos en el mercado laboral y cuántas nos quedan para nuestra vida; es todo lo contrario. Primero tendríamos que tomar conciencia de cuánto tiempo necesitamos para suplir los cuidados que todas las personas requerimos en nuestra vida, ya que aquel individuo que afirma no necesitarlos se corresponde con un sujeto que tiene una mujer racializada en su casa durante ocho horas resolviéndole las tareas mientras él produce en el mercado. Más acertado que la mano invisible de los mercados, es hablar de la mano invisible de los cuidados», agrega al respecto.

De esta forma, la socióloga afirma que «situar la vida en el centro supone un espacio privilegiado para demostrar la fragilidad del sistema capitalista y la potencia del cambio justo en un momento en el que desaparecerán miles de empleos y una gran expulsión de muchas personas del mercado debido a la revolución tecnológica». Un dato: «El 80% de los cuidados que requiere una persona y que no supone su hospitalización son desarrollados por una mujer o por entidades privadas», agrega Porras.

Cuestión de identidades

Respecto a la teoría clásica de la identidad que Wright defiende en su última obra, la profesora de la UCM advierte que se encuentra algo desfasada. Y así lo explica: «Las identidades son necesarias para sostener un proceso de transformación, pero que se basen únicamente en el contexto de la producción las debilita. La gente se identifica más con sus aspiraciones que con la realidad estructural que los ocupa. Cuando le pregunto a mi alumnado cómo se describen, lo hacen poniendo por delante su condición de estudiantes de sociología que la condición de trabajadores precarios. Tenemos que ser capaces de imaginar y construir un espacio en el que puedan conectar las identidades subrepticias para conectarlas en su complejidad y fragmentación, y eso lo permite mucho más la ciudad que el Estado».

En conclusión, Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI aporta algunos cimientos en los que fortalecer la lucha contra el sistema preponderante a nivel global, pero también posibilita la creación de un nuevo imaginario a partir del que construir. Wright, con esta obra, se despide de una forma abrupta, prematura incluso, pero en la que se puede percibir ese talante transformador y meritorio que le ha hecho ser uno de los sociólogos más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

GUILLERMO MARTÍNEZ .  @Guille8Martinez

Fuente: https://www.publico.es/culturas/anticapitalismo-siglo-xxi.html