Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto) nació el 12 de julio de 1904 en Parral, Chile; en 1906 su familia se radica en Temuco; en 1919 comienza a escribir en la revista Selva Austral; se traslada a Santiago en 1921; desarrolla una amplia carrera política y diplomática; en 1933 escribe “Residencia en la tierra”; […]
Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto) nació el 12 de julio de 1904 en Parral, Chile; en 1906 su familia se radica en Temuco; en 1919 comienza a escribir en la revista Selva Austral; se traslada a Santiago en 1921; desarrolla una amplia carrera política y diplomática; en 1933 escribe “Residencia en la tierra”; en 1936 escribe en Francia ante la Guerra Civil Española “España en el corazón”; en 1941 en México hace lectura de “Un canto para Bolívar” en 1945 recibe el Premio Nacional de Literatura; en los años cincuenta publica “Los Versos del Capitán”, “Las Uvas y el Viento”, “Odas Elementales”; recibe el Premio Stalin de la Paz. En octubre de 1971 obtiene el Premio Nobel de Literatura. El gran poeta latinoamericano, falleció el 23 de septiembre de 1973. Hay un hecho en la obra de Neruda y por ello se le brinda un gran reconocimiento: su contribución a la poesía política, su impronta se manifiesta en la dignidad y autonomía de su creación, en el aporte fundamental a la poesía social revolucionaria. La poesía militante de Neruda se fragua en elementos históricos, políticos, en lo popular, en lo nacional.
A finales de los años treinta del siglo pasado se encuentra Neruda en Europa, siendo conmovido por los crímenes cometidos por los fascistas en la Guerra Civil de ese país. En la obra de Neruda de aquellos años se palpa el significado, la conmoción, los horrores de la guerra: en “España en el corazón” (1937 y 1938), exclamaba vehementemente, “Venid a ver la sangre por las calles”. Le preocupaba España y manifestó su solidaridad militante contra la agresión nazi a la URSS. “España en el corazón” y “Los cantos de Stalingrado”, se incorporan a la parte final de “Tercera Residencia”. En los años cuarenta del siglo pasado encontramos la gran obra literaria de Neruda que insurge de grandes temáticas en la creación de los cantos, ello en un tono épico. Allí tenemos: “Canto a Stalingrado”, “Un canto para Bolívar” [1941], “Canto al ejército rojo a su llegada a las puertas de Prusia”, “Canto a las madres de los milicianos muertos”, y de allí se pasa al “Canto General de Chile” y al “Canto General” publicado en 1950.
Venezuela en el corazón de Neruda
Neruda visitó Venezuela por primera vez en 1959, célebre fue su encuentro con Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Acá tuvo encuentros en Caracas, Puerto Cabello y La Victoria, sobre esto decía el poeta, “Descubrí a Venezuela el 23 de enero de 1959, venía yo de australes tierras por la conducta del pacífico, insurgentes espumas, deliciosos pescados. El Reino de Venezuela brillaba a toda luz. El primer hombre que vi me regaló un relámpago. La segunda persona me regalo un arcoíris. Un tercero se me acercó con una garza de fuego, ibis escarlata o corocoro como en estas regiones lo denominan. De una a otra Venezuela era luz….“ Su estadía en nuestro país contó con la atención del poeta Luis Pastori. En el libro de testimonios “Fuego de Hermanos a Pablo Neruda” se plasman el mensaje de Neruda a los venezolanos, el Discurso de Juan Liscano en la Sesión Solemne, celebrada el 4 de febrero de 1959, en el Concejo Municipal de Caracas, la disertación de José Ramón Medina y Miguel Otero Silva en un Recital de Pablo Neruda. Se recogen además la Presentación de Luis Pastori en el Recital de Pablo Neruda en La Victoria, el 12 de febrero de 1959; el homenaje en el Concejo Municipal de Caracas, en la ocasión de ser declarado Huésped de Honor. El poeta Rafael Pineda expresó: “Pablo Neruda…viene a definir la poesía como esencia y presencia de América…”
Un canto para Bolivar
En “Un canto para Bolívar” Neruda pone de manifiesto los ideales más sublimes de la humanidad: la libertad, la justicia y la paz. Es la primera vez que un tema americano entra a la obra de este autor y lo hace con la significación histórica de Simón Bolívar. Esta obra tiene una vigencia latinoamericana y caribeña tremenda.
I
Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire
de toda nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor Bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán Bolívar,
la patata, el salitre, las sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,
tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.
III
De
qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso.
Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen.
Y cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo.
De nuestra joven sangre venida de tu sangre
Saldrá, paz, pan y trigo para el mundo que haremos.
VII
Yo
conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
«Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo».
El Canto General
El profesor Luis Navarrete Orta nos explica que “En el Canto general Neruda culmina un largo proceso de maduración estético-ideológico. Allí cuajan, en una relación de complementariedad totalizante, elementos que hasta entonces se habían dado aisladamente: la tierra, el hombre, la historia, el pueblo, la lucha y la poesía”. Agrega nuestra admirado Profesor Navarrete Orta, “En sentido estricto, el Canto General cierra el ciclo de los grandes poemas sinfónicos americanos, cuyos referentes son la naturaleza y la historia del continente y que tienen como antecedentes literarios las dos silvas de Andrés Bello,…”
El Canto General fue publicado por primera vez en México en 1950, incluye ilustraciones de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Neruda consideraba al Canto General como un proyecto poético monumental. Consta de quince secciones, 231 poemas y más de quince mil versos
Las quince secciones o «cantos» que conforman la construcción de esta obra, son
La lámpara en la tierra (visión naturalista de las antiguas comunidades); Alturas de Macchu Picchu (dedicada a las ruinas y a los constructores de la ciudad); Los Conquistadores (toma de América por los españoles); Los Libertadores (homenaje a los primeros luchadores, los próceres y los luchadores sociales de América); La arena traicionada (denuncia contra los traidores, los lacayos y los dictadores); América, no invoco tu nombre en vano (canto a las reservas morales y espirituales al poblador originario de América); Canto general de Chile (homenaje a la flora y la fauna, a la creación y a las formas de vida de los antiguos pobladores); La tierra se llama Juan (canto solidario a los obreros de todo el mundo ante el abuso y el sufrimiento); Que despierte el leñador (llamado de conciencia al pueblo de los Estado Unidos, en rememoranza a Walt Whitman) ; El fugitivo (la vida clndestina de Neruda, exaltación a la solidaridad de su pueblo); Las flores de Punitaqui (vivencias del poeta al norte de Chile, se exalta la solidaridad de los chilenos); Los ríos del canto (homenaje a sus compañeros caídos y a quienes le acompañaron en la lucha); Coral de año nuevo para la patria en tinieblas (canto a los compañeros que le siguieron en la lucha contra González Videla); El gran océano (a las cosmogonías y a las extensas costas y playas de América) y Yo soy (Neruda, referente de la resistencia del pueblo de América).
Amor América (1400)
Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
Alturas del Macchu Picchu
I
Del aire al aire, como una red vacía,
iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo,
en el advenimiento del otoño la moneda extendida
de las hojas, y entre la primavera y las espigas,
lo que el más grande amor, como dentro de un guante
que cae, nos entrega como una larga luna.
(Días de fulgor vivo en la intemperie
de los cuerpos: aceros convertidos
al silencio del ácido:
noches deshilachadas hasta la última harina:
estambres agredidos de la patria nupcial.)
Alguien que me esperó entre los violines
encontró un mundo como una torre enterrada
hundiendo su espiral más abajo de todas
las hojas de color de ronco azufre:
más abajo, en el oro de la geología,
como una espada envuelta en meteoros,
hundí la mano turbulenta y dulce
en lo más genital de lo terrestre.
Puse la frente entre las olas profundas,
descendí como gota entre la paz sulfúrica,
y, como un ciego, regresé al jazmín
de la gastada primavera humana.
Orinoco
Orinoco, déjame en tus márgenes
de aquella hora sin hora:
déjame como entonces ir desnudo,
entrar en tus tinieblas bautismales.
Orinoco de agua escarlata,
déjame hundir las manos que regresan
a tu maternidad, a tu transcurso,
río de razas, patria de raíces,
tu ancho rumor, tu lámina salvaje
viene de donde vengo, de las pobres
y altivas soledades, de un secreto
como una sangre, de una silenciosa
madre de arcilla.
Vienen por las islas (1493)
Los carniceros desolaron las islas.
Guanahaní fue la primera
en esta historia de martirios.
Los hijos de la arcilla vieron rota
su sonrisa, golpeada
su frágil estatura de venados,
y aún en la muerte no entendían.
Fueron amarrados y heridos,
fueron quemados y abrasados,
fueron mordidos y enterrados.
Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals
bailando en las palmeras,
el salón verde estaba vacío.
Sólo quedaban huesos
rígidamente colocados
en forma de cruz, para mayor
gloria de Dios y de los hombres.
De las gredas mayorales
y el ramaje de Sotavento
hasta las agrupadas coralinas
fue cortando el cuchillo de Narváez.
Aquí la cruz, aquí el rosario,
aquí la Virgen del Garrote.
La alhaja de Colón, Cuba fosfórica,
recibió el estandarte y las rodillas
en su arena mojada.
Las agonías
En Cajamarca empezó la agonía.
El joven Atahualpa, estambre azul,
árbol insigne, escuchó al viento
traer rumor de acero.
Era un confuso
brillo y temblor desde la costa,
un galope increíble
-piafar y poderío de
hierro y hierro entre la hierba.
Llegaron los adelantados.
El Inca salió de la música
rodeado por los señores.
Las visitas
de otro planeta, sudadas y barbudas,
iban a hacer la reverencia.
El capellán
Valverde, corazón traidor, chacal podrido,
adelanta un extraño objeto, un trozo
de cesto, un fruto
tal vez de aquel planeta
de donde vienen los caballos.
Atahualpa lo toma. No conoce
de qué se trata: no brilla, no suena,
y lo deja caer sonriendo.
«Muerte,
venganza, matad, que os absuelvo»,
grita el chacal de la cruz asesina.
El trueno acude hacia los bandoleros.
Nuestra sangre en su cuna es derramada.
Los príncipes rodean como un coro
al Inca, en la hora agonizante.
Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.
La dilatada guerra
Luego tierra y océanos, ciudades,
naves y libros, conocéis la historia
que desde el territorio huraño
como una piedra sacudida
llenó de pétalos azules
las profundidades del tiempo.
Tres siglos estuvo luchando
la raza guerrera del roble,
trescientos años la centella
de Arauco pobló de cenizas
las cavidades imperiales.
Tres siglos cayeron heridas
las camisas del capitán,
trescientos años despoblaron
los arados y las colmenas,
trescientos años azotaron
cada nombre del invasor,
tres siglos rompieron
la piel de las águilas agresoras,
trescientos años enterraron
como la boca del océano
techos y huesos, armaduras,
torres y títulos dorados.
A las espuelas iracundas,
de las guitarras adornadas
llegó un galope de caballos
y una tormenta de ceniza.
Las naves volvieron al duro
territorio, nacieron espigas,
crecieron ojos españoles
en el reinado de la lluvia,
pero Arauco bajó las tejas,
molió las piedras, abatió
los paredones y las vides,
las voluntades y los trajes.
Ved cómo caen en la tierra
los hijos ásperos del odio.
Villagras, Mendozas, Reinosos,
Reyes, Morales, Alderetes,
rodaron hacia el fondo blanco
de las Américas glaciales.
Y en la noche del tiempo augusto
cayó Imperial, cayó Santiago,
cayó Villarrica en la nieve,
rodó Valdivia sobre el río,
hasta qué el reinado fluvial
del Bío-Bío se detuvo
sobre los siglos de la sangre
y estableció la libertad
en las arenas desangradas.
Wolfgang R Vicent Vielma. Licenciado en Geografía. Trabajador de la Casa de Nuestra América José Martí; Profesor de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Bolivariana.
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