Como es propio con personajes tan inabarcables como Paco, lo más propio es que cada cual tenga su propia perspectiva, su propia ventana. La mía es pequeña, y se distribuye desde diversos ángulos tomados del caudal de unos recuerdos que se remontan a la «Capuchinada», que viví por las narraciones que se ofrecían entre los […]
Como es propio con personajes tan inabarcables como Paco, lo más propio es que cada cual tenga su propia perspectiva, su propia ventana. La mía es pequeña, y se distribuye desde diversos ángulos tomados del caudal de unos recuerdos que se remontan a la «Capuchinada», que viví por las narraciones que se ofrecían entre los «conspiradores de escalera», como nos llamaba Josep Pla.
El primero es del lector aplicado. Una relación que inicia cuando menos por la mitad de los años setenta, cuando Fernández Buey ejerció como traductor y prologuista, principalmente desde la muy animada y «subversiva» Editorial Anagrama. De esta fase datan De este periodo datan algunas ediciones sorprendentes, sobre todo para alguien que militaba en un partido «eurocomunista» (al decir de Manolo Sacristán una degeneración de la degeneración estaliniana).
Obras como Debate sobre los consejos de fábricas, con textos de los dos principales fundadores del PCI, Antonio Gramsci y Amadeo Bordiga. El libro data de 1975 -un buen año-, y en su portada aparece un ejemplar de «L’Ordine Nuevo»; como Crítica del bolchevismo con textos de Antón Pannekoek, Kart Korsch y Paul Mattick (Barcelona, 1976). En abril de 1977 también presentó y tradujo (con Angels Martínez Castells), la recopilación de escritos de Lucio Colleti titulado La cuestión de Stalin, que el capítulo más largo y por supuesto, el más polémico. En todas ellas, Paco dejaba constancia de un conocimiento de primera mano que no era lo habitual en la época donde se publicaron muchas cosas precipitadas y mal editadas. Eran trabajos de recuperación de todas las heterodoxias comunistas que habían permanecido «malditas» en la época estalinista, y nos ofrecía una visión de los consejos obreros y de los debates que suscitaron. También nos hablaba con detenimiento y respeto sobre esta corriente comunista forjada en los dos primeros congresos del Komintern. En el primero nos ofrece un acercamiento a un tiempo crucial, el que acompaña a la creación del PCI, y supone un afluente en su extensa aportación al conocimiento de Gramsci en castellano. En el segundo trata de explicar las posiciones políticas de un sector que, desde Karl Korsch a Paul Mattick hablaban del «fascismo rojo» de Moscú. Lejos de actuar como fiscal, Paco nos enseña a entrar en una controversia tan marcada por la virulencia. Su análisis es tan respetuoso como esclarecedor.
En el prólogo de los trabajos de Lucio Coletti, resalta la importancia de la obra marxiana de éste, aunque al final mantiene una cierta reserva. Evoca «el callejón en el que se ha metido la obra de Colletti sobre todo después de la Entrevista concedida a la New Left en 1974 es paradigmáticamente la encrucijada de uno de los marxismos más interesantes y productivos de las últimas décadas. Y si bien es verdad que en ese marxismo apunta a veces el fatalismo escéptico de quien por saberlo todo sobre la historia pasada sabe tal vez demasiado sobre el universo presente, mientras encontramos las mediaciones necesarias y las prácticas correspondientes para salir del dilema abierto entre socialdemocracia y estalinismo, ¿no es mejor el criticismo radical que la beata insistencia en edulcorar la falta de libertades en los países llamados socialistas o en embellecer, de forma utopista, un futuro paraíso pluralista construido a golpe de ideología?
De esta época data una «vulgata», Conocer a Lenin y su obra (Dopesa, Barcelona, 1977). El suyo es un Lenin visto desde la «perspectiva (Moisés) Lewin», o sea desde el autocrítico con el curso que estaba tomando la revolución. Es un Lenin preocupado por la creación del partido, la insurrección, y la revolución cultural, alguien que nunca estuvo en ningún Mausoleo. Después de repasar lo que se han publicado sobre Lenin por estos lares, creo que este es sin duda el más penetrante.
Así pues, al menos desde mediado los años setenta era perceptible que Fernández Buey representaba a un PSUC cada vez más apartado del oficial, de los «banderas blancas», aquellos que bramaban contra los quienes se atrevían a blandir la bandera republicana en actos y manifestaciones. No tardó en hacerse público y notorio que los «sacristanistas» no estaban no estaban a gusto con el curso que había tomado el «Partido», un PSUC obviamente jerarquizado pero en el que latían varias almas. Una de ellas era, por supuesto, la de los que mandaban. Estaba distinguida por personajes como Antoni Gutiérrez Díaz, al que algunos periodistas llamaron el «Lenin catalán», quizás por la perilla. Esto me sacaba de las casillas, tanto como cuando el propio Antoni dijo que lo de Puig Antich no tocaba, o cuando comparaba a Dolores Ibárruri con Rosa Luxemburg.
Esta disidencia se manifestará sobre todo desde la revista «Materiales» en la que toma parte un extenso abanico de intelectuales, en su mayoría discrepantes, y que se abrirá toda la izquierda radical que tenga algo que decir, y que se presenta en cuatro lenguas: castellano, catalán, vasco y gallego. De la colección recuerdo más vivamente el extraordinario nº 2 (1977) dedicado a «Gramsci hoy», que abre y cierra Fernández Buey, y el extraordinario nº 4 «Rosa Luxembourg hoy». También en este caso se hace ostentación de la voluntad de recuperación de todas las tradiciones del marxismo revolucionario, y del pensamiento crítico. Seguí también a Paco desde «Zona Abierta», una revista que algunos consideraban medio trotskiana aunque sería más justo apuntar hacia un cierto socialismo de izquierdas. Todo quedó más claro en el momento en que el PSOE ganó las elecciones. Entonces, sus mandos (Ludolfo Paramio, Jorge M. Reverte, que toman a Mandel como pretexto para decirnos que la opción revolucionaria se encontraba «en el país de las maravillas», pero en la realidad), operan un «volta face» que más bien parecía un «sacarse la careta». En 1978, Paco abandona el PSUC, sin duda en desacuerdo con toda la línea de pactos.
Desde entonces los vasos comunicantes entre los diversos colectivos de la izquierda radical se estrechan, hasta se crea una candidatura, la «Unitat pel Socialisme», que agrupaba al PTE, BR, MCC y a la LCR, con una implicación potente de Manuel Sacristán y Fernández Buey. Pero el viento soplaba cada vez más hacia la derecha, el maoísmo no tardó mucho en casi desaparecer de nuestro mapa. Se imponía comenzar de nuevo aunque muchos tardamos en enterarnos de algo que ya se desprendía de los análisis del colectivo que acabaría formando «Mientras tanto». En nuestro caso (LCR), esta comunicación se plenamente en la experiencia «autogestionaria» del Diari de Barcelona, y también en las asambleas montadas desde la revista. Algunas de ellas bastante animadas, al menos en los que debates se refiere. En esta época, Paco me invitó a participar en la revista lo que hice con un trabajo sobre «la vejez obrera», un trabajo sin continuidad. A mi el nivel general de «Mientras tanto», me abrumaba, y me sentía más capaz de escribir en las revistas de divulgación histórica. De aquel tiempo me viene al recuerdo las tristes reuniones entre algunos empeñados en convertir el centenario de la muerte de Marx (1883) en un evento, quedar en plan amplio y abierto con mucha gente en un bar barcelonés llamado «Amagatotis», y al final no llegar a la media docena de participantes, entre ellos Paco y Víctor Ríos.
La afinidad lectora se mantuvo contra viento y marea, y seguí con los artículos y los libros de Paco, algunos de los cuales como Contribución a la crítica del marxismo cientificista (EU, Barcelona, 1983), todavía espera que le hinque el diente, es un hueso demasiado duro de roer para mis muelas. Otra cosa sería La gran perturbación (Destino, Barcelona, 1996), un estudio de las controversias sobre el «encontronazo» de los conquistadores con los pueblos nativos. Que ofrecía una visión del otro en la España del siglo XVI, a partir del descubrimiento y la conquista de América, y nos remetía de pleno a toda la polémica habida al calor del triunfalismo oficialista del V Centenario. En este contexto, las aportaciones de Paco aparecían como gloria bendita para los que creíamos que no había nada que celebrar. Perdimos una vez más, pero en el terreno de la verdad y el estudio, la obra de Paco se erguía poderosa sobre tanta miseria depredadora más o menos refinada.
También he tenido sin molestar en mis estanterías otros libros suyos, pero entré de lleno en sus trabajos escritos a cuatro manos con Jorge Riechmann, que entraban mucho mejor por mi ventana. Me refiero claro a está a Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos (Paidos, 1994), y Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista (Siglo XXI, Madrid, 1996), leídos y releídos, anotados y citados, hasta el punto de llegar a creer de alguna manera que con tanta razón a favor, la combatividad tendría que recuperarse. Sin embargo, eran elaboraciones que se engañaban menos que otros como el que escribe, que sabían de la desesperanza. De ahí que ya por entonces, Jorge respondiera a mi pregunta sobre qué nos tocaba hacer en el marco de un encuentro organizado por Viento Sur: Pues como dice Pasolini, resistir, y transcrecer», y en eso estamos.
Sin embargo, la espera se hacía larga y de esta espera he retenido una imagen particular de un Paco apartado y sombrío, visto como testigo y observador de algunas de aquellas manifestaciones de los noventa, tristes porque los asistentes no eran ni la mitad de lo que, a pesar del pesimismo de la razón, se esperaban. Eran con todo, momentos para la ironía y el buen humor, pero en el fondo se adivinaba una tristeza profundamente compartida.
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Leo por ahí que el Foro Babel, surgido en diciembre de 1996 fue una iniciativa cívica de intelectuales cuyo objetivo era «…crear un espacio cívico para la conexión, comunicación, debate, elaboración, expresión y difusión de todas aquellas ideas vinculadas y relacionadas con la problemática de las sociedades multiculturales y del desarrollo de los valores democráticos en su seno». Esto era interpretado en clave de defensa de la lengua castellana en Cataluña, de oposición a la normalización lingüística. Fui testigo y parte de su creación, y recuerdo que el nombre lo propuso Juan Ramón Capella. Lo recuerdo porque la gente más ligada a la izquierda nos desligamos aquel día.
En esa trama, recuerdo haber tenido diversas entrevistas con Miguel Riera, Paco Fernández Buey, y Alfredo Clemente, entre otros. Tenía que haber venido también Jordi Dauder que no pudo por problemas de trabajo, pero que había tenido un «rifirrafe» con un periodista que le había echado en cara sus complicidades en lo que Eduard Voltas había llamado «la guerra de la llengua» (Empúries, Barcelona, 1996), con sus diversos episodios, entre ellos las reuniones en el Club «Mogambo», por el que desfilaron la mayor parte de los intelectuales babélicos. Jordi respondió que él había luchado por las libertades de Cataluña cuando muchos de los grandes nombres convergentes no se movían de sus despachos, o algo similar.
No dudo de que existiera un sector de estos que ya tenían un mapa que les tenía que llevar a «Ciutadans», y de hecho, algunos de los portavoces de este partido eran habituales en las idas y venidas. Dicho mapa les aconsejaba no entrar en polémicas sobre el trasfondo político y social del reinado de Jordi Pujol. Pero no eran otras las intenciones del ala izquierda que por entonces fraguaba la creación de una Izquierda unida catalana en línea de Anguita, o sea de oposición que no de colaboración con el PSC-PSOE. Algunos ya nos la habíamos tenido en IC sobre el asunto. En el curso de un debate en el Consell Nacional, Alfredo y yo fuimos tratados de «vidalquadristas de izquierdas» por el mismísimo Rafael Ribó, y eso que mi intervención se apoyaba en una argumentación de Vázquez Montalbán. Aquel día Voltas fue más precisos, y lamentó que gente que había sido cómplices (yo creo que más), de los derechos nacionales padecíamos un «hartazgo» de aquel pujolismo que pasaba por el caso de Banca Catalana como el sol por el espejo.
Está claro que existía un malestar entre la izquierda que había identificado el «fet nacional» -por utilizar la terminología de Sacristán- como una moneda de dos caras: se luchaba por dichas libertades en el cuadro de las mejoras democráticas y sociales de la mayoría trabajadora, y como trasfondo el deterioro y la aculturización de las barriadas obreras emigrantes que tanto se habían agitado en los setenta. Pero, tras la victoria convergente ante una izquierda institucional con más prudencia que vergüenza, esta segunda parte se había olvidado. Contra Franco lo vergonzoso era ser cómplices de los patronos que habían sido felices con el régimen, y ahora eran los dioses convergentes los que ocupaban el escenario. Pero una cosa eran las libertades y otra muy diferente aquel nacionalismo lingüístico que también incidía en la realidad social…Al final, todo se descompuso. La gente de mientras tanto (que había hecho la convocatoria inicial junto con El Viejo topo y El Ciervo), así como los llamados «anguitistas», lo dejamos. No era por casualidad fuéramos los únicos en defender el derecho de autodeterminación como fórmula para afrontar el problema nacional de España; también había mucha desconfianza hacia una parte de los componentes.
Recuerdo que uno de ellos me habló de una entrevista con Vidal cuadras, y le respondí con muy mala uva: «Cuando quieras hacer una manifestación en contra suya te prometo que no faltaré». Un pequeño laberinto en el que Paco nos representó a pesar de que -según confesó en su intervención- su presencia allí le podía costar una separación. Seguro que existen textos suyos en relación a este capítulo que dejamos por la puerta de servicio, y sobre el que, básicamente, no se ha vuelto a debatir.
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Entre finales de los noventa y principios de siglo hubo un lugar de encuentro de una izquierda dentro de lo que sería el proyecto de «Esquerra Unida i Alternativa» (EUiA), en cuya asamblea fundacional recuerdo algunas vibrantes y argumentadas intervenciones de Paco desmontando los «peros» de los sectores (en buena parte restos de lo que había sido la LCR), que querían mayores garantías democráticas. De por entonces me viene a la memoria uno de sus artículos en «El Viejo Topo». Paco trazaba un mapa de las pequeñas fuerzas que se podía contar para un proyecto alternativo al «socialismo verbal», a la izquierda que decía que estaba como los empresarios emprendedores. Comenzaba cono Iniciativa, repasaba los diversos grupos y colectivos, y cerraba con un listado de revista que llegaba hasta «Archipiélago».
La posibilidad de que desde aquí surgiera algo se fundamentaba en la brecha que había abierto Anguita al frente de IU contra el neoliberalismo. También en la idea de la posibilidad de crear un partido amplio, abierto a todas las corrientes de oposición. Se proponía una tarea central: recomponer unos movimientos sin los cuales toda actividad social, cultural política resultaba irremisiblemente minorizada. La exigencia de recomposición pues, parecía que ser mucho más importante que loas diferencias de origen. Proyectos de este tipo habían funcionado en la socialdemocracia clásica, y ahora parecía que era lo que hacía el PT brasileño en sus buenos tiempos.
Por entonces, Paco abrió una ventana en «El País», artículos escritos sin complacencias, y entre los que recuerdo vivamente al menos un par. En uno de ellos demostraba como la «barbarie» perpetrada en nombre del comunismo era juzgada muchísima más severamente que la efectuada en nombre de Dios o de la democracia, y no digamos ya, del dinero. En otro trabajo, nos ofrecía un acta de la defunción de las izquierdas tal como la habíamos conocido, y por lo tanto, no cabía hablar de izquierda, socialismo, comunismo, o cualquier otra variante como si no nos hubiera caído el mundo encima. Pero aunque nadie osaba entrar en polémica, en los sectores dominantes de EUiA no se partía de los mismos supuestos.
Lo pude comprobar después de hacer una intervención en la que, en líneas generales, venía a explicar lo que decía Paco en su artículo. Una apreciación además que tenía clara mucha gente, y que había servido para alguna viñeta despiadada, si no me equivoco, de «El Roto». No hubo nada parecido a una réplica, lo que sí provocó fue una reacción sardónica por parte de Jordi Miralles cuya gracia radicaba en la que cara de estupor que iban poniendo los exponente «socialistas» y «comunistas», cuando me oían decir que «estaban muertos». Pienso que la broma no estaba motivada por mis problemas oratorios, sino porque, en realidad, se seguía en la misma película. Esto explica que cuando el proyecto de Julio Anguita acabó siendo encercado por una amplia coalición prostibularia en la que tomaron parte Felipe González, el grupo PRISA, así como IC, sectores «renovadores» de IU que fueron recompensados con cargos en el PSOE, y altos cargos sindicales, los representantes del «aparato» de EUiA descubrieron que se habían pasado de la raya, y echaron para atrás, hacia IC-EV. Hacía una línea de concertación con la misma izquierda institucional que estaba sirviendo a la contrarrevolución neoliberal. Descubrían que tenían un «programa mínimo» con el que situarse lo mejor posible, sobre todo institucionalmente, y un programa máximo que era «el todo», como decía García Oliver.
De una manera u otra, los sectores que habían creído en el proyecto inicial como algo más que una maniobra para situarse, se disgregaron. Unos siguieron apostando por lograr una mayoría en línea con una nueva apuesta en IU, otros como Paco o Miguel Riera, limitaron sus fidelidades a IU, y otros buscamos nuevas opciones, En todo aquel tiempo, recuerdo muchas discusiones pero ninguna discrepancia significada con Paco, ni tampoco con los otros amigos de este sector.
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Desde mi ventana, el tema del «trotskismo» no era fácilmente evitable. Aclaremos que este concepto se suele utilizar como arma arrojadiza, y que olvida el hecho de que fue codificado por el estalinismo para oponerlo al leninismo. Estamos delante de un drama de proporciones bíblicas, y que para algunos representa la oposición más irreducible y coherente al «fenómeno estaliniano» que había marcado con hierro la tradición comunista, y que en nuestra opinión, persistía como una «cultura» en el PCE-PSUC, en su etapismo (primero esta democracia, luego vendrá lo demás), así como en sus estructuras organizativas jerarquizadas que dejaba a la dirección las manos libres para firmar no importa que pacto.
Sin embargo, esa tradición no había podido evitar sus propias patologías. Una de ellas se manifestaba en lo que podemos llamar la presunción programática, como la que se percibe en el siguiente comentario: «Si alguien preguntara el nombre de algún destacado militante marxista español, en el caso de obtener alguna respuesta, probablemente no oiría el nombre de Nin, Maurín o Andrade, sino el totalmente disparatado de algún figurón político estalinista. Del mismo modo si la pregunta se refiriese al de un destacado teórico marxista oiría el nombre de Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey, Martínez Marzoa o incluso el de algún otro ‘filósofo universitario’ aún más peregrino». Se trata de una oposición imaginaria. Los tres primeros lucharon por la unificación de los otros comunistas, creo que Manolo y Paco también (y al menos por lo que recuerdo, Felipe también). Pero entre los años setenta, y el periodo que se abre en los ochenta, mediaba un abismo. La apuesta no es seguir lo que ya se había trazado sin mirar hacia atrás, se trata de poner al día y recrear todo lo que se había perdido. Por cierto, recuerdo haber leído un texto de Paco en el que aseguraba que «Comunismo» había sido la revista marxista española más avanzada de su tiempo.
En cierto ocasión, un camarada sindicalista que asistía a lo que consideraba una sobrevaloración del «sacristanismo» como escuela de pensamiento por mi parte, me respondió que con menos pretensiones, las propuestas prácticas que elaboraba el partido (la Liga), eran mucho más importante. Tampoco entendí aquí la contradicción. Desde mi educación, no podía negar el valor del intelectual colectivo organizado para el día a día. Pero la verdad era que ni ellos estaban al margen de las luchas obreras, además, dichas propuestas ganarían y mucho con las aportaciones teóricas de altura. Por otro lado, Es evidente que sintió a gusto entre la gente de la LCR, aunque en nuestros corrillos se decía que Manolo era el más LCR del grupo, detalles menores por cuanto lo que se trata es de poner el día todo el legado, y de recuperar y reconocer la pluralidad revolucionaria.
No creo que nadie pueda tener duda sobre antiestalinismo de Paco. Ahí están sus escritos, y una actuación que comportaba no poco de autocrítica a veces muy dura, casi inclemente. No creo que se pueda definir de otra manera la que nos brindó en una cena allá por finales de los años noventa en la que estábamos Miguel Riera, Jaume Botey, y un compañero anarquista, y que tenía como finalidad hacer un frente contra las maniobras del aparato en ciernes que el PCC y aliados estaban imponiendo en EUiA. El tema era pues presente, pero Paco sacó a relucir su experiencia en la época del SDEUB, y las tácticas que el PSUC articulaba para que sus mayorías parecieran democráticas. Cierto que el hilo -bastante enfatizado por lo demás-, llevaba directamente a la repulsa de lo que se estaba cociendo en una organización de las que nos sentimos bastante responsables desde sus inicios.
En más de una ocasión, comentando entre afines esta parquedad -que por lo demás me parece extensible a la escuela creada por Sacristán-, no han faltado quienes han querido ver el vestigio de ilusiones fallidas, primero en el PCI, luego en Refundazione, y el espectro de un posicionamiento insuficientemente exigente con IU. Todo lo cual indica la existencia de posibles diferencias sobre las que nunca se ha hecho un debate abierto, si bien en la acción práctica las coincidencias ha sido bastante fuerte, y en mi opinión esto resulta patente desde hace mucho tiempo. De hecho tuvo una manifestación organizada en el primer periodo de EUiA.
Allá por mayo de 1998 y con ocasión del 30 aniversario de las barricadas que despertaron bruscamente Francia de su letargo, tuvimos un conato de debate sobre la cuestión. Paco me había invitado a estar con él en su facultad de la Pompeu Fabra que aquel día se había animado especialmente. No creo equivocarme al señalar que este acto, y un cine-club con «Mourir a trente ans», de Roman Goupil (1982), organizado por los jóvenes de Balzac en el que intervenimos Josep Torrell y yo, fueron los únicos que evocaron el aniversario.
En el momento del acto en la Pompeu, la verdad es que me recuerdo desconcertado por todo lo que estaba cayendo, y puedo asegurar que mi primera introducción fue más bien sumaria. La intervención de Paco fue toda una clase de las suyas, impartida desde el conocimiento, la reflexión madurada y un verbo reposado. El contraste entre una palabra y otra operó en el sentido de lanzarme al ruedo para que -siguiendo el hilo de lo que Paco dijo- montar otro discurso mucho más animado, y trufado de historias, referencias al cine, a la precocidad de las JCR, al libro sobre el 68 de Daniel Bensaid y Henri Weber, y claro está establecí un neto contraste entre las posiciones de la JCR con la del PCF de Waldeck Rochet. Pero Paco no quiso entrar en este punto, y se limitó a decir: «Lo siento, pero me pierdo por los vericuetos de los trotskismos». A mi entender, esta negativa a diferenciar, era bastante injusta e impropia de alguien informado. Desde luego, no era el momento para entrar en aclaraciones, y al final quedó un acto bastante participativo y esclarecedor.
Tuvimos un bosquejo de polémica con ocasión de la presentación de Leyendo a Gramsci (2001), en La Central, en presencia del editor Miguel Riera y de un pequeño grupo de antiguos combatientes. No hay que decir que nadie se atrevió a entrar en liza, no era probable que asistiera ningún otro estudioso del personaje. Creo que Paco actuó deliberadamente como «provocateur». Ante mi sorpresa, desdeñó la biografía de Giuseppe Fiori que tanta controversia había causado en el PCI, provocando una airada reacción de Giorgio Amendola (un tipo siniestro) y críticas del historiador más oficialista, Paolo Spriano; igualmente maltrató el ensayo de Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci que con tanto orgullo había publicado Fontamara. Paco dijo que había dos lecturas desenfocadas de Gramsci, y la comparó con la «eurocomunista». Obviamente me moví inquieto en la silla, porque no era eso lo que yo recordaba. Justamente, en el «Materiales extraordinario nº 2» dedicado a Gramsci, Paco escribió en su «Guía para la lectura de Gramsci» que la biografía de Fiori «Sigue siendo la mejor biografía de conjunto (…) insuficiente en lo que hace del relato de los años 1921 a 1924», aunque la parte más polémica se refería al rechazo de Gramsci a la política del «tercer período», la del «socialfascismo» (¡en el exilio¡), y su coincidencia con los disidentes antiestalinistas. En concreto con Alfonso Leonetti, Ravazzoli y el escritor Ignazio Silone, entonces situados en la Oposición de Izquierdas. En cuando a Anderson, Paco dice: «Aguda reflexión sobre el pensamiento político de Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, aunque discutible en las interpretaciones de ciertos pasos de los mismos. Tiene además el mérito de estudiar documentalmente los antecedentes históricos de la estrategia de repliegue del movimiento obrero esbozada por A. G. al principio de los años treinta, así como los antecedentes del uso gramsciano del concepto de hegemonía» (pp, 155 y 160) Sin embargo, en Leyendo a Gramsci, Anderson ni tan siquiera es citado.
Igual la memoria me falla (aunque no es habitual en estos momentos pasionales), pero yo entendí que afirmaba que Gramsci era el único clásico comunista vigente. Luego admitió sin reservas mi alegato a favor de Rosa de la que señalé las partes paralelas con Gramsci: problemas físicos, la enorme necesidad que ambos tenían de ser amados, amén de otros detalles. Pero guardó silencio cuando defendí a Lenin de la campaña denigratoria que padecía, y cité a Trotsky. Su respuesta dejó de lado los nombres para ceñirse a una crítica al «canon» que creí necesario matizar. Era cierto que hubo momentos, y existían escuelas, que tomaban al clásico como la verdad revelada, como el punto de llegada. Llegado a este punto, me ha venido a la memoria una tentativa de editar las Notas sobre Gramsci, de Alfonso Leonetti que en la bibliografía de Leyendo, Paco lo registra así: «Recuerdos y reflexiones de una de las personas que más trató a Gramsci durante el periodo de ordinovista en Turín». El libro había sido editado en francés con un prólogo de Pierre Broué y Fontamara (que había editado Revolución y democracia en Gramsci, que reunía de diversos especialistas), quería traducir y que Fernández Buey se encargará del prólogo. El único problema que la coyuntura que siguió se llevó la editorial por delante. Por cierto, el último comprado con su firma es una edición de Cartas desde la cárcel, realizada en la editorial Veintisiete Letras, la misma que publicaría a continuación las impresionantes Memorias de un revolucionario, de Victor Serge, aquel que dijo aquello «de derrota en derrota, hasta la victoria final».
Recordemos también que a obra-testamento de Isaac Deutscher, La revolución inconclusa, fue su principal referente en relación a la URSS en su obra Las barbarie de ellos y de los nuestros, en concreto en el capítulo socialismo o/y barbarie. Esta fue la aportación más optimista sobre la URSS, más impregnada por la idea que la obra social y cultural del sistema acabaría imponiendo su lógica democrática reformadora. Creo que futuros trabajos recopilatorios nos ayudaran en esta empresa en la que hay que citar su reseña de la Historia de Carr (El pez carnudo en el estanque helado), que he insertado en Kaosenlared.
Quizás no fue por casualidad que el que a la postre sería -si no me equivoco- el último acto de público de Paco, lo hiciera junto con Esther Vivas, y con nuestra entrañable Hugo Blanco que citó en la ocasión al Marx que decía que no era marxista referido a Trotsky, de cuyo movimiento había sido uno de los personajes más emblemáticos
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Por amigos comunes sabía desde hacía tiempo, de la enfermedad de Paco. Del cáncer, esa espantosa socialización del dolor sobre la que nos da pavor interrogarnos. He sentido su fallecimiento de la misma manera que sentí el de Manolo Sacristán, fallecido también en agosto ahora hace nada menos que 27 años. Tengo que decir que, al menos en mi estado de ánimo, aquel fue un tiempo mucho más depresivo. Perecía que la muerte se había empeñado en hacernos compañía, y fue un tiempo en el que desaparecieron camaradas especialmente apreciados. Eran entierros que venían a recordarnos que ahora la «meta final» parecía que iba a ser la privatización de todo lo privatizable. Pero parece obvio que ahora el viento comienza soplar en otra dirección, el capitalismo ha podido demostrar todo el mal que es capaz de hacer, toda su locura y su barbarie, y eso no está haciendo recordar las viejas palabras que los postmodernos querían enterrar bajo siete llaves.
Comunista bisoño en tiempos de silencio (desde 1963), militante serio y abnegado, traductor, conferenciante, articulista, ensayista, autor de una impresionante bibliografía, resistente en tiempos de cinismo, Paco Fernández Buey es uno de los tesoros más valioso que nos ha dejado el marxismo abierto en este país. No hay que decir su reconocimiento habría sido muy superior de haberse llamado François y haber vivido en París o Londres.
Pero Paco no nos deja ya tan solos como lo estuvimos en los ochenta y los noventa. Aquí y allá han ido apareciendo otras voces que se hacen respetar y escuchar. De ahí que en esta hora, lo que más preocupa es que su ejemplo y su obra no quede arrinconada como la de Manolo, que tuvo que ser rescatada desde el esfuerzo minoritario de estudiosos como Salvador López Arnal y de editores como Miguel Riera desde «El Viejo Topo», así como de los muchos «sacristanistas», una escuela de la que, desde dentro pero también desde fuera, muchos y muchas formábamos parte desde hace mucho tiempo, y eso a pesar del canon. Entre ellos, el primero y el más importante fue sin duda Paco.
Se puede decir que su vida es paralela y también complementaria a la de Manolo, y por lo tanto, no puede, no debe permanecer bajo el polvo. Hablemos de Paco como lo hizo Antonio Machado con Giner de los Ríos, diciendo cosas como:
Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
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