Había leído casi de todo -que no casi todo- sobre la globalización. De verdad. Casi de todo. De esa forma me había dado cuenta de que, en relación con la globalización, una cosa y su contraria son fácilmente defendibles y basta con tomar los datos de una u otra fuente o aplicarles un método econométrico […]
Había leído casi de todo -que no casi todo- sobre la globalización. De verdad. Casi de todo.
De esa forma me había dado cuenta de que, en relación con la globalización, una cosa y su contraria son fácilmente defendibles y basta con tomar los datos de una u otra fuente o aplicarles un método econométrico u otro para los resultados se adecuen a la hipótesis de partida y asunto zanjado. Y eso cuando se utilizan análisis cuantitativos, porque cuando el análisis no baja a ese árido terreno lo que prima en la mayor parte de las ocasiones es una imaginación desbordada que no suele casar bien con la tozudez de los hechos.
Pues bien, esta mañana me acabo de llevar la sorpresa de que había algo que ni había leído ni se me había pasado por mi fértil imaginación (prueba evidente de que ésta no es tan feraz como yo creía).
Dice el obispo Gianfranco Girotti, que es director del Penitenciario Apostólico (¡juro por Dios que lo primero que me vino a la cabeza fue que ahí es donde deben tener encerrado a tanto pederasta suelto como circula en su gremio y que este señor era su alguacil! Pero se ve que no porque después ya me he enterado de que es algo así como el Ministerio de Conciencia e Indulgencias del Vaticano), que la lista de pecados hay que revisarla e incluir una serie de nuevas formas de lo que la Iglesia Católica ahora llama pecados sociales.
¿Que cuáles son esas formas? Dice Girotti que «Uno no ofende a Dios sólo al robar, blasfemar, o desear la mujer del prójimo (…) sino también cuando uno daña el medio ambiente, participa en experimentos científicos dudosos y manipulación genética, acumula excesivas riquezas, consume o trafica con drogas, y ocasiona pobreza, injusticia y desigualdad social». Y termina diciendo que los curas deben tener en cuenta «los nuevos pecados que han aparecido en el horizonte de la humanidad como un corolario, de este proceso imparable que es la globalización». ¡Ahí queda eso!
No me negaran que el tema en cuestión no tiene bemoles. Y es que a poco que uno se haga cuatro preguntas llega a la conclusión que de ésta no se salva ni Dios y estamos todos condenados.
Y es que a mí, a bote pronto, lo primero que se me han ocurrido han sido preguntas. Total, si ya sabemos que quienes están en posesión de la Verdad Revelada son ellos y que, por lo tanto, son los amos de las respuestas, para qué perder el tiempo en buscarlas por cuenta propia. Me basta con que me aclaren mis interrogantes y yo ya decidiré después qué hago con mi alma.
Así que ahí van algunas de mis dudas, por si alguien me las pudiera responder.
Aunque, primero y a poder ser, necesitaría de una aclaración terminológica: ¿qué son «experimentos científicos dudosos»? ¿Los que no se sabe si van a salir bien? ¿Los que pareciera que no son objeto de ciencia sino de brujería? Y, de ser afirmativa la respuesta en este segundo caso, ¿debemos restaurar el Tribunal de la Santa Inquisición? Y, ya puestos, ¿podemos reclamar que la sede esté en España que ya en sus tiempos se nos dio muy bien lo de torturar herejes?
Además, y siguiendo con los nuevos «pecados sociales» asociados a los avances de la ciencia, también me asaltan las dudas en relación a las manipulaciones genéticas. ¿Significa esto que Monsanto, por ejemplo, es una empresa pecadora? De hecho, -y ése es el problema de las preguntas, que una te lleva a otra-, ¿pecan las empresas? ¿Hay un cielo y un infierno para las empresas?
¿Son pecadores los gobiernos que impulsan la investigación, producción y comercialización de transgénicos? ¿Pecan los gobiernos o todo el peso de la culpa recae sobre su ministro de Agricultura? ¿O será que todo el país es pecador por haber elegido a ese gobierno?
¿Peca Estados Unidos cuando le vende maíz transgénico a México? ¿Pecan los productores canadienses de salmones transgénicos? ¿Peca Brasil por sembrar soja transgénica y venderla en el resto de América Latina?
Y ya que hemos llegado a Brasil podría comenzar ahí mi ronda de dudas sobre los pecados ambientales. ¿Son pecadoras las industrias madereras que estás desforestando el Amazonas? ¿Es Lula un pecador por permitirlo? ¿Estará condenada al infierno Repsol-YPF en Bolivia por todos los atropellos cometidos en las zonas en donde viven sus pueblos originarios? ¿Qué ocurrirá con el capitán del Prestige por permitir que se le hundiera el barco frente a las costas gallegas? ¿Y con las autoridades que le impidieron entrar a puerto y contribuyeron a extender la mancha de crudo por toda la Costa da Morte? ¿Habrá un infierno cubierto por la contaminación para los pecadores contra el medio ambiente o los enviarán a limpiar los desperdicios que pudiera haber en el paraíso?
Aunque mis principales dudas están relacionadas con los pecados sociales más cotidianos, los del día a día, que, a fin de cuentas, son los que más nos afectan. Aquí mis dudas son muy personales, lo advierto, así que quienes tengan otras que se pongan a la cola que yo llegué primero.
Por ejemplo, el día que mi sueño se cumpla y me toquen varios millones de euros en el sorteo de la lotería (cosa que ya, de por sí, sería un milagro porque nunca compro), ¿me convertiré en pecador por acumular excesivas riquezas? ¿Qué son excesivas riquezas? Las que tienen Bill Gates, Forbes o Buffet y todos los que aparecen en la famosa lista de la revista Fortune parece que está claro que sí, pero ¿y las que posee el Vaticano? ¿Son excesivas? ¿Se refiere sólo a fortunas personales o también incluye las corporativas? Porque lo normal es que todos esos ricos no tengan sus fortunas a su nombre así que volvemos a lo de más arriba, ¿pecan las empresas de los ricos o sólo las de los pobres?
Y una duda que me acaba de asaltar, ¿es posible pecar desde un paraíso, aunque sea fiscal? ¿Se puede pecar desde Liechtenstein, Andorra, Gibraltar o Mónaco?
También me preocupa la cuestión del consumo de drogas porque, claro, todo depende de quién haga la lista de lo que se consideran drogas y de lo que no para que la cosa cambie mucho. ¿Son drogas todas las sustancias que generan adicción? ¿Fumar y beber serán pecado o porque son drogas cuya producción y tráfico controlan los Estados ya dejarán de serlo a los ojos de Dios?
¿Es droga el alcohol? Y dentro de los alcoholes, ¿también el vino con el que santifica la misa o sólo los destilados? ¿Peco cuando me tomo un gintonic en mi playa preferida mientras disfruto de un atardecer? Y cuando estoy en La Paz y masco hojas de coca para sobrellevar lo mejor que puedo el mal de altura, ¿también estaré pecando?
Y finalmente llegamos a la madre del cordero: la Iglesia Católica también va a considerar pecadores a quienes ocasionen «pobreza, injusticia y desigualdad social». ¿Y cuándo lo que genera ese malestar no es una persona o una empresa sino el conjunto del sistema capitalista? ¿A quienes enviarán entonces al infierno? ¿Habrá sitio para todos? Banqueros, directores de transnacionales, presidentes de gobiernos, mercaderes, traficantes, capitalistas, inversores internacionales, instituciones financieras y comerciales multilaterales, especuladores, empresarios sin escrúpulos… ¡todos al infierno!
Es más, la propia lógica del sistema, basada en la avaricia y el egoísmo ya podía haber sido condenada por pecaminosa desde el propio momento de su nacimiento. ¿Por qué han esperado tanto? ¿Será que ahora están cada vez más fuera del negocio? O, lo que sería aún más preocupante, ¿será que se han vuelto socialistas? Porque si no, aquí no hay quien entienda nada.
En fin, me gustaría ser poseedor de alguna certeza y no de tantas dudas pero hoy, como los niños pequeños que están descubriendo el mundo, sólo puedo alzar mis preguntas ante el Padre y espera a que alguno de los iluminados que hablan en su nombre me responda. ¿Será mucho pedir?
Alberto Montero ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes leer otros escritos suyos en su blog La Otra Economía.