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Estereotipos estéticos burgueses en los mass media… y más allá

Padrotes, vividores y represores

Fuentes: Rebelión/Fundación Federico Engels

¿Y las «concesiones» a los cines también se terminarán algún día?


Para dar un toque seductor al discurso burgués de los mass media, proliferan en las pantallas cientos de protagonistas estereotipados cuyo cometido es afianzar la estética del cinismo imperial. A diestra y siniestra, enfundados en trajes de oficinista, policía, soldado o cualquier cosa… con los rostros desfigurados por la gesticulación petulante del poder que cuenta con «hombres seguros de sí mismos»… los actores ejecutan el ceremonial mercantil que se empeña en reinar impunemente en los territorios de los negocios y de las conciencias. Estrenan getas cada semana.

Alguien inventó que, para ser protagonista de ciertas historias rentables, era buena idea poner cara de cretino. Que queda «lindo» ser engreído y majadero, que no va mal una barnizada de vulgaridad y que a todo eso le conviene maravillosamente una musculatura torneada con anabólicos de todo tipo. Creen que va bien un rostro de muchacho joven (aunque no lo sea) enriquecido con nadería genuina, basada en el vacío real de ideas y emociones. Rostros cargados de nada, incluso en las escenas con riesgos mayores, rostros plenos de nada sólo para la foto efímera y para sostener las apariencias a cualquier costo. Rostros sin expresión para que no compitan con la idea central que reina en la obra, bajo mil máscaras: robar, extorsionar, explotar, reprimir… impunemente. Moral burguesa.

Creen que ser «bueno» (según la moda) es ser «lindo». Que una peli con «chicos lindos» a nadie le hace daño. Que el mensaje es lo de menos… que lo valioso está en la «acción» y en el despliegue de habilidades de los «héroes» con fachada plástica, voz nasal enronquecida a fuerza de gritonear. Protagonistas peleoneros, sudorosos, elegantemente mal vestidos, con los pelos grasosos y un tufo esquizofrénico que surge de su enemistad épica con la realidad. Uno pocas veces sabe en qué trabajan, de dónde sacan el dinero para financiar tantas aventuras seductoras y tantos riesgos. Y los papis mandan a sus hijitos al cine.

Se fabrican getas de patanes, para la pantalla y para lo efímero, en un circo comercial fílmico que exige renovar las butacas cada semana. Algunos logran hacer perdurar su mediocridad embalsamados en su estereotipo para dar la vuelta al mundo de su degradación enlatados en publicidades de cualquier cosa, shows privados, eventos caritativos y telenovelas del tercer mundo… hasta que la muerte los separe de su estereotipo. No son pocas las personas atrapadas por esa estética miserable. Imitadores de barriada, (cara o rica) de edificios o casas, de clubes privados o de viviendas populares… Ante millones de espejos, en el mundo entero, de dilapidan horas y horas en pruebas, ensayos e indagaciones. Unas veces con anteojos oscuros, con el cuello de la camisa levantado, con el cigarrillo en la comisura de los labios, con la mirada turbia, con las cejas levantadas, con el perfil medio torneado… un poco de afeite aquí y allá. Aerosoles para endurecer el cabello, tientes para broncear la piel y todos los atuendos de moda al alcance del sueldo (casi siempre de los padres) Todo a cambio de parecer padrotes, vividores o represores.

Los campos de prueba son infinitos. Sobresalen las fiestas, las discotecas, los antros bailables, las cantinas… salen a «matar o morir» con sus armas de bisutería psicológica mass media. Van huérfanos de autocrítica a protagonizar su papel de héroes del espejo en el torneo inclemente de la mediocridad burguesa. Van convencidos de su lindura y su personalidad arrolladora, van recitando el catálogo completo de la imbecilidad mercantil que les hizo creer que su «identidad», su «popularidad», su «galanura» y «éxito» dependen del imitar, a pie juntillas, el trajín de las pantallas burguesas. La ridiculez suelta por las calles y las avenidas. Es un espectáculo decadente. La lucha de clases también se da en la lucha estética.

Esa estética del cinismo burgués que encarnan estereotipos de los padrotes, los vividores y los represores del cine -y que se imita por todas partes- es producto del nihilismo, del individualismo, de la retórica invisible y venenosa que se infiltra en la vida diaria de la mano filosófica de un sistema de valores convertido en cultura del consumo y repetido hasta el hartazgo. Es producto de la alienación. Es la moral del «sálvese quien pueda», la estética del agandalle momentáneo, del victimar al que se deje tan pronto se descuide, del asesinato, micro o macro, de toda conciencia crítica. Moral burguesa del «todo vale», del «yo hago la mía». (Sólo si abona a la explotación del trabajo) Moral del placer ególatra y de la vida degenerada en manos de la lógica de la mercancía. Moral burguesa para hacernos creer que sólo sus lindos triunfan y hacernos creer que ser lindo es ser (o parecerse) a los payasos de las películas mercantiles. ¿No es eso patético? ¿Cómo detendremos esto?

Hay que mirar al novio de la «nena», a sus «amiguitos» de las fiestas… hay que mirar a nuestros hijos, sobrinos o alumnos. Hay que mirar a los muchachos victimados infernalmente por la parafernalia burguesa que les degenera el gusto y que los enjaula en placeres degradantes. Hay que mirar a la población juvenil mundial y tratar de medir los alcances alienantes de esta arremetida descomunal de las máquinas de guerra ideológica con que el imperialismo nos devasta. Hay que verlo con ojos de interrogación y autocritica. Verlo con vergüenza. Hay que verlo a la cara y con su nombre, sin auto-complacencia y sin excusas. Hay que verlo como se debe, como una bofetada brutal que el capitalismo nos propina a los papis, los tíos, los padrinos, los profes… como una bofetada terrible y desafiante. Verlo como una derrota descomunal propinada con estruendo porque nos agarró distraídos mientras ideábamos más modos de atomízarnos, más modos de dividir a las izquierdas críticas, más modos de desentendernos de las luchas. No todos, no siempre…pero hay que ver cómo nos derrotaron y nos inundaron con padrotes, vividores y represores, (genuinos e imitadores) y los tenemos en casa.