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Palabras del autor acerca de su libro Por una universidad democrática

Fuentes: Rebelión

He juntado aquí recuerdos de acontecimientos, movilizaciones y luchas vividas durante cuarenta y tantos años en la universidad con el análisis y la valoración crítica de algunos de esos acontecimientos, hechos a partir de lecturas de muchos libros que proponían su interpretación. Este es un libro escrito desde dentro de los movimientos críticos y alternativos […]

He juntado aquí recuerdos de acontecimientos, movilizaciones y luchas vividas durante cuarenta y tantos años en la universidad con el análisis y la valoración crítica de algunos de esos acontecimientos, hechos a partir de lecturas de muchos libros que proponían su interpretación.

Este es un libro escrito desde dentro de los movimientos críticos y alternativos que durante esos años ha habido en la universidad. Y está escrito con la intención de ser útil a los estudiantes y profesores activos y comprometidos que ahora siguen levantando su voz frente a las políticas universitarias en curso.

De hecho no habría publicado este libro si no fuera porque la universidad vuelve a moverse por abajo, si no fuera porque vuelve a haber un movimiento universitario activo y crítico con propuestas alternativas al llamado proceso de Bolonia.

No es mi intención imponer a otros mi propia memoria de los acontecimientos ocurridos en la universidad desde 1966 a 2009. Y no lo es, entre otras cosas, porque son demasiados años (los míos y los años de los que trata el libro) y porque desconfío mucho de las memorias, empezando por la mía.

Pero esto que estoy diciendo ahora tampoco se debe entender en el sentido de que haya pretendido hacer aquí la historia objetiva de lo que ha sido la universidad durante estos cuarenta y tantos años, y aún menos la interpretación historiográfica definitiva de lo que fue el Sindicato Democrático de Estudiantes en 1966-1967 o los movimientos estudiantiles del 68 o el movimiento no profesores no numerarios en la década de los setenta o las protestas estudiantiles de los últimos veinticinco años.

En el libro hay varias hipótesis interpretativas de esos hechos, pero sé perfectamente que muchas personas que los vivieron no estarán de acuerdo con la interpretación que propongo, por ejemplo, del final de los sindicatos democráticos de estudiantes, de los movimientos estudiantiles del 68 o de la evolución del movimiento de profesores no-numerarios.

Por una universidad democrática no es un libro que haya escrito seguido, como se escriben los libros, ni es tampoco un libro escrito con la distancia que se supone en el historiador. Es una recopilación de artículos redactados en diferentes momentos, y seguramente se nota que en algunas cosas he ido cambiando de opinión.

Para decirlo en pocas palabras y como si no lo hubiera hecho yo: creo que es un libro discutidor y polémico desde el primer artículo hasta el último, pero que aspira, ay, a ser ecuánime incluso en la discusión y en la polémica con las lecturas y las interpretaciones de otros, que no me gustaron o que no me gustan ahora.

Si hubiera que subrayar el hilo polémico conductor de estos escritos sobre la universidad, yo diría que es el siguiente (al menos en mi intención): destacar en cada caso sobre las cosas buenas y concretas que han dejado en la universidad pública las movilizaciones de estudiantes y de profesores, más allá de los fracasos y de las derrotas de todos y cada uno de los movimientos que ha habido en esos años.

Esto vale para el SDE; vale también para el análisis para las rebeliones estudiantiles del 68; vale para lo que fue el movimiento de no-numerarios en las décadas de los setenta y los ochenta; vale para los movimientos de protesta contra la LRU y contra la LOU. Y valdrá, creo y espero, para el movimiento de protesta universitario actual.

Permitidme que me extienda un poco más sobre esto.

EL SDE fue derrotado, claro está, bajo la dictadura de Franco, pero nos dejó en herencia una noción seria de lo que puede ser en España una universidad democrática en una sociedad democrática; y sin aquel movimiento no habría habido auto-organización estudiantil propiamente dicha, como la que luego hubo.

Las rebeliones estudiantiles del 68 acabaron mal, como sabéis, pero dejaron una herencia que me parece muy positiva: contribuyeron a romper las barreras clasistas existentes antes en la universidad, a mitigar los autoritarismos impuestos y significaron una verdadera revolución cultural. Todas las reformas de la universidad han tenido ahí su origen.

El movimiento de profesores no-numerarios no logró desterrar de la universidad la funcionarización, que era su principal objetivo, pero contribuyó a que mejorara sensiblemente la situación laboral del profesorado en formación, que hasta entonces no tenía ni los mínimos derechos sociales. Que luego algunos se convirtieren en nuevos mandarines no fue culpa del movimiento, fue culpa de los «algunos».

Y los movimientos de protesta contra LRU y contra la LOU de estas últimas décadas no habrán logrado detener el proceso de mercantilización y privatización de las universidades, tantas veces criticado, pero han contribuido, sin duda, a mejorar la financiación pública, a que haya más becas para los estudiantes que las necesitan, a que haya al menos en las universidades públicas normas que restringen la colonización de los departamentos de las universidades públicas por las empresas privadas y que se hayan impuesto, por ejemplo, restricciones a los contratos con empresas que se dedican a la fabricación de armas.

Digo esto para salir al paso del pesimismo de la voluntad que muchas veces se impone en los movimientos universitarios cuando son derrotados o decaen. y que se expresa en una frase siempre repetida y que oigo también ahora: «Tanto esfuerzo y no conseguimos nada de lo que nos proponíamos».

Es verdad que a veces en esta historia hay retrocesos y que impresiona ver cómo, en ocasiones, se reprime las protestas reivindicativas de los estudiantes con los mismos o parecidos métodos de antaño; pero aún así, «nada» no es la palabra adecuada para caracterizar la evolución de los movimientos.

Una institución tan vieja y conservadora como la universidad necesita siempre la crítica y la protesta de los estudiantes más jóvenes para que las cosas se muevan en la buena dirección. Y, vista la cosa con detenimiento, hay que decir que de los movimientos universitarios de protesta que he conocido siempre quedaron dos cosas. Una: los vínculos emotivos y sentimentales entre los «protestantes» que se forman como ciudadanos en acciones y manifestaciones. Y dos: conquistas que casi siempre parecen a los protagonistas pequeñas, modestas y muy relativas, en comparación con sus ideales, pero que sin el movimiento en cuestión no habrían sido posibles.

Creo que políticamente es mejor tratar de ver cuáles han sido esas conquistas, por pequeñas y modestas que fueran, y llamar la atención sobre ellas a las nuevas promociones, que el pesimismo de la voluntad que a veces se impone cuando un movimiento decae y que con frecuencia conduce a echar la culpa del fracaso a otros actores en el movimiento, y más adelante, con el tiempo, a contraponer lo activos que éramos nosotros antes a lo pasivos que son los universitarios de ahora.

No sé si se nota suficientemente -y porque no lo sé lo subrayo aquí- pero eso ha sido el hilo conductor del análisis de los movimientos universitarios en el libro.

Una última cosa sobre el título. Por una universidad democrática puede parecer un título intempestivo en un país como éste y en una situación como la actual. ¿Acaso no tenemos ya una universidad democrática?

Querría decir algo sobre esto para evitar equívocos.

En primer lugar, ese título es un pequeño homenaje a los estudiantes del SDEUB: así se titulaba el «Manifiesto», escrito por Manuel Sacristán y aprobado por aclamación en la asamblea constituyente de 1966, en el convento de los Capuchinos de Sarrià. Pero además quiero recoger con él una preocupación varias veces manifestada por los estudiantes críticos de ahora, quienes, a la vista de lo ocurrido durante el último curso, se preguntan si realmente la universidad que tenemos es democrática.

Como he escrito otras veces, al referirme a la noción de democracia en general, para mí la democracia no es un régimen, no es un sistema o un conjunto de normas procedimentales, sino que es un proceso en construcción.

De la misma manera que se puede decir con razón que lo que hay socialmente es una democracia demediada, así también la universidad de hoy es democrática a medias, es una aproximación, todavía con muchos tics autoritarios y paternalistas.

Para que se pueda hablar con propiedad de universidad democrática hay que seguir fomentando y potenciando la participación de todos los colectivos que componen la comunidad universitaria, no limitarla; hay que garantizar que los acuerdos aprobados por mayoría en los claustros se respetan; hay que garantizar la meritocracia en el acceso de los estudiantes y en la selección del profesorado; hay que escuchar y dar cauce a las opiniones disidentes de estudiantes, profesores y personal de la administración, aunque estas opiniones sean minoritarias o precisamente por ello; hay que potenciar la igualdad de género y, en consecuencia, tomar medidas para que la igualdad sea una realidad; hay que distinguir bien entre gestión y gobierno de la universidad y acabar con las tendencias al ordeno y mando en la gobernación; y hay que mejorar las relaciones entre profesores y estudiantes dentro y fuera de las aulas, tratando a éstos como personas adultas que, como tales, tienen mucho que decir sobre la mayoría de las medidas que configuran las políticas universitarias.

[CCCB: 26 de noviembre de 2009]

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.