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Palabras para un homenaje

Fuentes: Rebelión

Texto del autor explicado en el acto homenaje a Albert Escofet celebrado el pasado sábado 25 de abril

Colectivo Prometeo: Sábado 25 Abril: Homenaje a Albert Escofet

Bon dia, buenos días, amigos, compañeros, camaradas.

Si supiera cantar, me arrancaría con el Grândola o con el Bella ciao. Esta sería mi aportación. Seguro que a Albert no le disgustaría, todo lo contrario. El 25 de abril estuvo muy presente en su trayectoria política y vital.

Pero como canto muy mal no voy a hacerlo. No me atrevo.

¿Qué voy a hacer entonces? Agradecer, agradecer y agradecer. Agradecer ¿qué? El ser, la forma de estar-en-el-mundo de nuestro compañero.

Se han citado estos días versos de don Antonio Machado, de don Luis Cerrnuda, de Brecht. Desde el “soy, en el buen sentido de la palabra bueno” hasta “hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles” o “A la buena gente se la conoce/ en que resulta mejor cuando se la conoce”, pasando por el “Gracias, compañero, gracias/ por el ejemplo./ Gracias porque me dices/ que el hombre es noble./ Nada importa que tan pocos lo sean./ Uno, uno tan sólo basta/ como testigo irrefutable/ de toda la nobleza humana”.

Albert encaja muy bien con cualquiera de esos versos. Con todos ellos. El que fuera secretario general del PSUC-viu fue un hombre bueno, un compañero internacionalista, solidario, un gran camarada.

Pero yo quisiera hacer referencia esta mañana a otro escritor, un traductor, un ensayista, un poeta que no es propiamente de nuestra tradición. Les hablo de Jorge Luis Borges.

En el que creo fue el penúltimo de sus libros, La cifra, incluyó un poema titulado “Los justos”, tal vez en honor o recordando a Albert Camus. El escritor argentino hablaba en ese poema de un hombre que cultiva su jardín como quería Voltaire, del que agradece que en el mundo haya música, del ceramista que premedita un color y una forma, del tipógrafo que compone bien esta página que tal vez no le guste, de dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez, de un hombre y una mujer que leen los tercetos finales de un cierto canto, del que descubre con placer una etimología, de alguien que acaricia un animal dormido, del que justifica o intenta justificar el mal que le han hecho, del que agradece que en el mundo haya existido Stevenson, del que prefiere que los otros tengan razón. Todas esas personas, con este verso cierra el poema, gentes que se ignoran, están salvando al mundo.

No hemos ignorado nunca a Albert y tal vez la palabra “salvación” nos suene un pelín metafísica o teológica. Podemos decirlo de otra manera: Albert hizo todo lo que estuvo a su alcance, desde que desde muy joven tuvo razón política, para ayudar a construir entre todos un mundo más humano, más libre, más justo, más fraternal, más feminista, menos “duro”, menos salvaje, más en relación armónica con la naturaleza, un mundo alejado de liantes que quieren liarla, que nos quieren separar y pretenden generar, día sí, noche también, discordia entre nosotros. De ese tema hablamos, hablo él sobre todo, en nuestro último encuentro hace apenas un par de meses.

Un maestro de muchos de nosotros, también de Albert que lo leyó  y estudió, me estoy refiriendo a Manuel Sacristán habló hace muchos años, en 1979, de “ir en serio”. Ir en serio, explicaba el traductor de Gramsci (referente esencial de Albert) y de Marcuse (otro autor que no le fue ajeno), no era tener ideas alocadas, muy “izquierdistas”, muy “revolucionarias”, aparentemente muy radicales. “Ir en serio” hacía referencia a la singularidad de una vida, a la concreción de una existencia, a la autenticidad, al antifilisteísmo, a la consistencia entre sentir, pensar y hacer, a la lucha contra las falsedades, las máscaras, las apariencias, las hipocresías y los cálculos para ubicarse en posiciones de poder. Ir en serio hacía referencia a estar ahí, sólidamente, a vivir ya, no sólo de palabra, con otros valores que entre todos podíamos imaginar y construir.

Albert, que tenía un excelente sentido del humor, fue siempre en serio, muy en serio.

Gracias, compañero, gracias por el ejemplo. ¡Y hasta la victoria siempre!