La Oficina Presupuestaria del Congreso de Estados Unidos acaba de estimar que el déficit presupuestario de 2009 será de 1,2 billones de dólares, lo que representará algo más del 9% de PIB estadounidense. Para Obama se trata de una carga impresionante que tendrá que gobernar a partir del día de su toma de posesión pero […]
La Oficina Presupuestaria del Congreso de Estados Unidos acaba de estimar que el déficit presupuestario de 2009 será de 1,2 billones de dólares, lo que representará algo más del 9% de PIB estadounidense. Para Obama se trata de una carga impresionante que tendrá que gobernar a partir del día de su toma de posesión pero para el resto del mundo es un aviso de gran trascendencia.
En cualquier otro país una situación de ese tipo sería catastrófica para sí mismo, pero Estados Unidos dispone de un privilegio especial que le permite descargar sobre las espaldas de los demás la pesada carga de sus déficit gemelos, el presupuestario y el fiscal. Puesto que más de medio mundo utiliza constantemente la moneda que emite Estados Unidos, resulta que este país puede permitirse el lujo de pagar su deuda sencillamente emitiéndola en mayor cantidad, siempre que se mantengan las condiciones institucionales hoy día prevalecientes en el comercio y en los sistemas de pagos internacionales (libertad de movimientos para el capital y la inversión en dólares, control de la supervisión internacional o que no se haya obligado al emisor a respaldar su divisa en oro o a limitar su emisión, entre otras).
Ese privilegio lo ha podido lograr Estados Unidos debido a su inicial fortaleza económica pero, acto seguido, también y gracias a su dominio imperial sobre el mundo, al control que ejerce sobre muchos gobiernos, a su presencia militar en todas las esquinas del Planeta (su presupuesto para defensa representa casi el 60% del total mundial) y, por supuesto, gracias al empobrecimiento de sus sectores sociales más desfavorecidos que también pagan el endeudamiento de modo especial muy particular, porque suelen salir perjudicados de las reformas fiscales y de los recortes del gasto social.
De esa forma se produce una combinación de tendencias nefasta. Cuanto más débil sea la economía de Estados Unidos, más tiene que esforzarse por consolidar su poder militar y político en el resto del mundo. Y es por eso que, si Obama no diera una radical y yo creo que imprevisible vuelta de tuerca, en una situación tan crítica como la actual no cabe sino esperar que se agudicen los momentos de tensión, de amenaza y quién sabe si también de intervenciones militares y guerras de gran calado.
La gravedad del momento la muestra, por ejemplo, el hecho de que sólo en los tres últimos meses Estados Unidos haya emitido nuevos billetes por valor de unos 600.000 millones de dólares. Billetes, por supuesto, que cada vez tienen menos respaldo, pues se generan justo cuando la deuda aumenta y se agudiza la crisis de su economía productiva. Estados Unidos está inundando a la economía mundial de papel mojado. Es algo que puede hacer, como acabo de señalar, porque tiene capacidad para imponer silencio y sumisión a los demás gobiernos y porque una buena parte de las empresas multinacionales que gobiernas en realidad al mundo son norteamericanas pero que termina por debilitar sin remedio a la economía internacional, que se ve obligada a utilizar una divisa degradada y a tomar como referencia un numerario cuyo valor solo proviene del poder imperial de quien la emite.
Mientras que la situación empeore y la deuda pública y privada (que ya representan el 60% y el 360% del PIB estadounidense respectivamente) sigan creciendo (lo que seguramente va a ocurrir como acaba de advertir Obama) Estados Unidos no hará otra cosa que externalizar su coste sobre el resto del mundo y seguir procurando que su deuda la paguen los demás países y los más pobres de su nación.
Tan monumental es la deuda que está generando que incluso se está hablando de alternativas verdaderamente radicales e incluso sorprendentes. Se comienza a plantear, por ejemplo, la posibilidad de condonar la deuda estadounidense en aras de garantizar la estabilidad de los pagos y los cambios en el planeta, toda vez de que la mayor parte de ellos están referidos a su divisa. Se trataría, desde luego, de un escándalo descomunal, de un acto de verdadera piratería económica y de una inmensa y atroz injusticia si se tiene en cuenta la mezquindad con la que siempre se ha tratado la deuda de los países más pobres.
También se ha llegado a especular con la creación de una nueva divisa estadounidense que supondría una verdadera operación de mesa limpia en la economía mundial ante un dólar ya convertido verdaderamente en un papel que carece del valor que dice representar.
De hecho, la Reserva Federal de Estados Unidos está tratando de dar un paso decisivo en ese sentido, emitiendo deuda por su cuenta, al margen del Tesoro y del Gobierno. Algo que no solo le daría una autonomía muy difícilmente compatible con los principios constitucionales del estado democrático que acabó con el absolutismo (como en realidad creo yo que supone en general el régimen de independencia de los bancos centrales) sino una manera de ir desligando al dólar de los compromisos y de la realidad cada vez más deteriorada de la economía norteamericana, pues a la postre vendría a representar una especie de nuevo numerario. Y todo ello, sin descartar que el propio Obama tomara nada más llegar alguna medida de estabilización radical sobre su moneda, para oficializar su pérdida de valor que ya es un hecho indisimulable.
La disyuntiva de Estados Unidos es terrible para los demás. O emite dinero sin límite, lo que supone echar el peso de la deuda sobre los demás y deteriorar su equilibrio social interno, y además correr el riesgo de una gran inflación si la coyuntura cambiase; o pone en marcha una operación de gasto efectivo descomunal, pero que debería ser tan inmenso que no es previsible que pudiera generarlo ni siquiera movilizando a todo su aparato productivo si no es mediante una guerra de grandes dimensiones.
Obama y especialmente su futuro vicepresidente están dando pistas sobre las cuestiones económicas, pero limitándose a advertir de la gravedad de la situación. Con toda seguridad, el nuevo presidente de Estados Unidos tendrá que ser mucho más explícito a partir de su toma de posesión. Quedan, por tanto, muy pocos días para adivinar qué destino nos aguarda a todos porque lo que está claro es que lo que resuelva Estados Unidos nos incumbe de lleno.