“La corrupción y la impunidad en la región [de Centroamérica] socavan la democracia, alimentan la migración irregular y representan una amenaza para nuestra seguridad nacional porque sostienen organizaciones criminales y el crimen transnacional”. Kenneth A. Polite Jr., Departamento de Justicia de Estados Unidos
¿Corrupción o explotación?
¿Por qué hay ricos y pobres? Si eso no es un destino natural o un designio divino, debe haber otra explicación. Marx consagró su vida a investigarlo. De los tres tomos de su obra cumbre, El Capital, se concluye que es la explotación del trabajador, el trabajo no remunerado que el capitalista roba a quien trabaja, a quien produce la riqueza, eso que se llama plusvalía, he ahí el origen de la abundancia de unos sobre la pobreza de otros. La corrupción es un elemento absolutamente marginal en esa dinámica. Qué se hace con el dinero así generado y dónde se guarda (en bancos “respetables” o en oscuros paraísos fiscales) es totalmente anecdótico, marginal. Si un funcionario público del Estado –que es siempre el Estado que defiende a la clase capitalista– comete un acto corrupto (se queda una “propina”, por ejemplo), no está ahí el motivo de la pobreza de la población. En todo caso, solo está reciclando, utilizando –o, si se quiere, usando indebidamente– parte de la riqueza que generaron quienes trabajan.
La corrupción es “un mal que corroe las sociedades y las culturas, se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y miedo (…) mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social. (…) Refleja el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática y el desarrollo de los pueblos”, declararon los obispos ecuatorianos en 1988. Sin duda la corrupción es una práctica abominable, como tantas otras que realizamos a diario los seres humanos. Pero denunciarla con vehemencia, tal como se hace ahora, ¿no será una coartada –una más entre tantas– que intenta alejarnos de las verdaderas causas de las injusticias y la exclusión social? La corrupción es consecuencia, ¡no causa! Nunca perder de vista esto. Hablar de corrupción –incluso golpeándose el pecho– es escamotear la verdadera causa de las inequidades de la sociedad global.
Hoy día, el sistema capitalista ofrece beneficios a no más de un 15% de la población mundial (con un 0.1% que acumula riquezas en forma demencial, inmoral, abominable), mientras el otro 85% sufre penurias indecibles. ¡No es por la corrupción que sucede esto! Es la estructura misma del sistema. La corrupción es una práctica cuestionable, porque muestra el robo descarado de un dinero a través de una artimaña, porque evidencia la bajeza moral que existe entre los seres humanos: es tan corrupto y cuestionable el funcionario que se queda con dineros públicos como el ciudadano que da un soborno al policía; es tan corrupto y bochornoso el profesor que pide “favores” a una estudiante para promocionarla en su asignatura como el trabajador que se roba un rollo de papel higiénico en el baño de su empresa. Pero ¡de ningún modo! constituyen esas conductas las causas de las enormes, infames, insoportables diferencias económico-sociales que pueblan el mundo.
“Es por la corrupción de funcionarios venales que la gente no recibe servicios en sus países de origen [Centroamérica] y migra hacia Estados Unidos”, razonan los gobernantes de Washington. No es así, ¡en absoluto! Es la pobreza crónica de esas sociedades (con 60 o 70% de su población bajo niveles de pobreza y pobreza extrema) por lo que sus poblaciones van de “mojados” al supuesto “sueño americano”. La corrupción de algún presidente, ministro o alcalde no hace sino agravar la situación de poblaciones históricamente empobrecidas, excluidas y sometidas.
Si es por corrupción, en Estados Unidos sobran ejemplos. Si hay “tráfico de influencias” en los países pobres del Sur, en Washington funcionan oficialmente empresas de lobby, es decir: grupos que presionan/inciden en las esferas tomadoras de decisiones para lograr sus objetivos. A propósito: el rubro comercial que más apela a las empresas de lobby, dicho claramente: al infame tráfico de influencias, es el complejo militar-industrial, para “inventar” guerras que dan como resultado posteriores contratos (¡altísimos!) con los que proveer de armamentos a las fuerzas armadas. ¿Serán “blancas palomitas” los senadores que promueven esas guerras? ¿Habrá corrupción allí?
Es llamativo que desde hace algunos años los poderes centrales pusieron en el tapete el tema de la corrupción como causa última de las miserias humanas. ¡Absoluta falsedad! Es la naturaleza del sistema la que no permite resolver sus cuellos de botella: se produce más comida de la necesaria para alimentar bien a todo el mundo, pero si eso no da ganancias, se prefiere botar un tercio de la misma cada día, para mantener “competitivos” los precios. Ya un ortodoxo liberal como David Ricardo, a inicio del siglo XIX, clásico de la economía británica tanto como Adam Smith, entrevía cuál era el origen de la riqueza: la explotación de la clase trabajadora. Pero por sus límites ideológicos, no podía decirlo. Carlos Marx, comunista, lo dijo sin tapujos. Para demostrarlo, consagró décadas de su vida al estudio de la economía. La plusvalía o plusvalor (del alemán “Mehrwert”) es la expresión monetaria del valor que el trabajador asalariado crea por encima del valor de su fuerza de trabajo. Esto es, la expresión monetaria del plustrabajo.
¡Dejen de engañarnos! La corrupción es apenas una pequeña arista del sistema, ni siquiera la más importante. Que un alcalde o un congresista se quede con un vuelto, o le consiga un buen trabajo a su amante como secretaria solo para que vaya a cobrar el sueldo, que pida sobornos para sacar una ley o para otorgar una concesión en una obra de infraestructura, no está ahí la causa de la persona muerta cada 7 segundos en el mundo por falta de alimentos, ni las 10,000 personas diarias que emigran hacia el Norte en condiciones infames.
Bombas mediáticas (distractores)
Los llamados “Papeles de Panamá” (o Panama Papers), hechos públicos el 6 de abril de 2016, consistieron en una entrega de 2,6 terabytes de información por parte de una fuente no identificada al periódico alemán Süddeutsche Zeitung, quien posteriormente compartió con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus iniciales en inglés, financiado enteramente por organismos estadounidenses: fundaciones varias, USAID, CIA), revelando el ocultamiento de propiedades de empresas, activos, ganancias y evasión tributaria de jefes de Estado y de gobierno, líderes de la política mundial, personas políticamente expuestas y personalidades de las finanzas, negocios, deportes y arte. Se puso el grito en el cielo, como si se hubiera descubierto la verdadera y última causa de las penurias humanas. Luego de la bulla mediática, todo siguió absolutamente igual.
Ahora aparecen, con similar revuelo mediático, los “Papeles de Pandora”. ¿Otra maniobra distractora? Aquella “filtración” del 2016, más allá del revuelo espectacular, no cambió nada. Ni podía cambiar, obviamente. Los paraísos fiscales siguieron; pero lo peor: ¡la explotación siguió! La actual crisis de la pandemia, en todo caso, la profundizó. El problema no es que existan lugares para ocultar el dinero y evadir impuestos; el verdadero problema es cómo se produce ese dinero. Y eso proviene solamente –¡¡no hay otra forma!!– de la explotación de la fuerza de trabajo de la gran masa trabajadora (obrero industrial urbano, peón campesino, empleado en la esfera de los servicios, intelectual asalariado, ama de casa que no devenga salario pero aporta a la creación de plusvalía). Como dijo Bertolt Brecht: “Es delito asaltar un banco, pero más delito es fundarlo”. Atrás de toda gran fortuna, inexorablemente, hay sangre.
¿Qué son estos “Papeles de Pandora”? Según el conservador diario español El País, significan que “una constelación de personajes poderosos de Latinoamérica ha hecho uso a lo largo de los años de paraísos fiscales. Pese a habitar la región más desigual del planeta, esta élite ha empleado una telaraña de fideicomisos, sociedades interpuestas y archivos mercantiles opacos en sitios como las Islas Vírgenes Británicas o Panamá para evitar el escrutinio público de una parte sustanciosa de sus bienes. (…) Las jurisdicciones sospechosas son su instrumento y caldo de cultivo para enriquecerse a costa de los demás, trasladando a los contribuyentes leales la carga de su absentismo. En ocasiones esas operaciones financian delitos mayores como blanqueo de capitales, comercio ilegal de armas o narcotráfico”. Si un medio de la derecha puede decir esto con tanta claridad, eso huele a gato encerrado. ¿Por qué ahora un periódico visceralmente anticomunista del católico reino hereditario de España se permite hablar contra la corrupción? Porque eso, la corrupción, no es el verdadero meollo del sistema: es moralmente condenable, tanto como pasarse un semáforo en rojo o engañar a la pareja si se asume la monogamia. Pero no está ahí la causa de los males del mundo. En ese sentido, funciona como un buen distractor.
Si los Panama Papers –operación preparada por la CIA en su momento– necesitó de 190 periodistas del ICIJ, el actual operativo movilizó a 600. De él opinó alguien cercano a Putin, quien aparece denunciado en la maniobra: “Me inclino a atribuir ese material a un amarillismo provocativo, nada más, no corresponde a un material serio, son declaraciones absolutamente poco serias, de hecho, son infundadas”, dijo Dmitri Peskov, Secretario de prensa de la presidencia de Rusia. Agregando: [aunque] “falta la laguna fiscal offshore más grande del mundo”, en alusión a Estados Unidos.
Es curioso: el capitalismo actual, en su versión neoliberal global, es estructuralmente mafioso, corrupto, parásito. El capital dominante es el financiero. Es decir: el capital parásito, que se mueve desde hace décadas a través de oscuras transacciones bancarias, en muchos casos a través de esa infamia que es la banca llamada off-shore, es decir: los paraísos fiscales. Esos corruptos activos financieros son quienes dominan el sistema mundial. Los organismos del Consenso de Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), representantes de la gran banca capitalista de las grandes potencias, marca el rumbo de la humanidad. Esos parasitarios capitales han superado con creces al capital productivo (industrial manufacturero, agrario, de la industria de servicios). Los bancos son los dueños de las finanzas globales; por tanto, son los que realmente deciden la marcha de los acontecimientos.
Junto a esos mafiosos megacapitales, dos de los grandes negocios que dinamizan la economía capitalista son la fabricación y venta de armas (primer negocio a escala planetaria), y la narcoactividad. Los flujos de capital que estas ramas económicas inyectan a las finanzas internacionales son monumentales. En otros términos, las industrias de la muerte (armas para matar: la destrucción de países y su posterior reconstrucción, la fabricación de guerras en cualquier rincón del Tercer Mundo, o psicotrópicos para envenenar y cegar vidas), son los principales negocios, los cuales se mueven con lógicas corruptas, oscuras, gansteriles.
¿Quién controla el flujo de armas? (desde una pistola personal hasta un portaviones con energía nuclear). ¿Por qué los narcotraficantes, los “malos de la película”, nunca son estadounidenses? Si Estados Unidos es el principal consumidor mundial de sustancias psicoactivas, ¿por qué nunca aparecen redes mafiosas de narcotráfico en su territorio? Estudios consistentes dicen que la DEA es el principal cartel de narcotráfico del mundo. Y el narcolavado es una de las actividades financieras más “exitosas” en la actualidad. En los actuales paraísos fiscales se calcula que hay alrededor de 30-40 billones de dólares. Insistamos: el problema crucial no es que se escondan. El problema es cómo se generaron.
Todo eso, ¿no es altamente corrupto? Por otro lado, la llamada desregulación laboral (léase: traslado de plantas industriales desde el Norte próspero hacia el Sur pobre), maniobra artera que busca mano de obra más barata y exclusión de controles fiscales y medioambientales, sin sindicatos ni manifestaciones: ¿no es una práctica infinitamente corrupta?
En síntesis: el capitalismo actual se basa cada vez más en acciones corruptas, mafiosas, infames. Los lobbies que inventan guerras para vender tanques de guerra y aviones con misiles, ¿no son corruptos? ¿Por qué ahora surge esta cruzada mundial contra la corrupción? Además, nótese bien, los corruptos son personajes privados, “malos” empresarios, evasores fiscales, pero nunca estadounidenses. Aunque del sistema que crea esas guerras o bota comida para no perder dinero no se habla una palabra, jamás. Curioso, ¿verdad?
Evidentemente este “espíritu democrático” anticorrupción cala en la moral común. Atacar a otro por “degenerado corrupto” reconforta. ¿Por qué no se ataca con similar virulencia el hambre y la explotación, el racismo o el patriarcado? ¿No son todos estos elementos igualmente lacras que deberían desecharse? Acusar de corrupto a otro satisface a una ramplona y morbosa moralina clasemediera. El poder sabe implementarla a su favor (véanse los casos de derrotas electorales en los países con gobiernos de centro-izquierda a partir del bombardeo mediático contra la corrupción: Brasil y Argentina, por ejemplo). ¿Por qué sería corrupto Nicolás Maduro o Raúl Castro, y no Iván Duque o Joe Biden? ¿Por qué se habla de la fortuna oculta de Putin o la de Hugo Chávez (¿existirán?) y no la de las megaempresas capitalistas?
Se especuló que el escándalo de los Panamá Papers consistió en una maniobra para redirigir los enormes flujos financieros de los paraísos fiscales hacia Estados Unidos. Ello es posible. Lo que sí queda claro es que ambas “bombas mediáticas”: la del 2016 y la actual, en plena pandemia, son maniobras distractoras que buscan seguir posicionando la corrupción como la peste a combatir. ¡Y no está allí el problema! Es el sistema capitalista en su conjunto el que crea la injusticia. Por tanto, no se trata de combatir la corrupción sino al sistema.
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