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La mimada de la economía real

Para autos siempre hay dinero

Fuentes: APM

La automotriz ha sido siempre una de las industrias más protegidas por los Estados. Y una de las primeras en recibir ayuda ante la crisis financiera. Historia de subsidios, subsidios y más subsidios.

 Mucho se ha y hemos dicho sobre la primacía del sector financiero sobre el productivo o economía real. Y todos los análisis sobre la actual crisis económica coinciden en culpar de la actual crisis económica mundial al sector bancario y bursátil. Ergo, todos los megarescates que los países desarrollados han instrumentado tienen por finalidad salvar los intereses de este sector.

Pero muy lejos estamos de crear una falsa antinomia sector financiero/sector productivo; muy por el contrario, ambos se encuentran muy entrelazados, sobre todo en el mundo de las altas finanzas.

Los megarescates son para el sector financiero, pero el sector productivo ha recibido históricamente auxilios por parte de los Estados. Estas ayudas se canalizan básicamente en forma de subsidios. Y dentro del sector industrial, una rama mimada es la industria automotriz. El motivo concreto de por qué todos los países quieren tener una industria automotriz fuerte no es fácil de develar: poder de lobby, industria estratégica, debilidad por los coches, etc. Lo cierto es que el mundo derrocha millones en promocionar esta industria.

Citemos por ejemplo a Brasil. Antes de la década de los 90, la mayor economía de Sudamérica no tenía una industria automotriz muy especializada, y, además, dirigida al mercado interno. Desde entonces, ha iniciado un proceso sostenido de inversiones en el sector, que ha convertido a la nación vecina en el país que más marcas tiene en radicadas en su territorio. Se trata de once firmas que producen en ese país. Más que Japón (primer productor mundial), Estados Unidos (segundo) y Alemania (tercero).

Esta fiebre de inversiones se dio gracias a distintos factores. El demográfico es uno de ellos; 190 millones de consumidores se tornan muy tentadores. La pertenencia al Mercado Común del Sur (Mercosur), junto a Argentina, Uruguay y Paraguay también suma. Y la expansión de la clase media no debe olvidarse. Pero todo esto quizás no se hubiese logrado de no haber una política manifiesta de radicación de empresas automotrices en el país.

Esta política se basaba en subsidios, subsidios y más subsidios. Los mismos iban desde desgravaciones impositivas hasta el pago de los salarios de los trabajadores empleados. El propio presidente de Brasil, Lula da Silva, fue un obrero automotriz en San Pablo.

Algunas empresas se beneficiaron con ayudas estatales de hasta 600 millones de dólares. Tanto el gobierno federal como los estados competían para atraer industrias y ofrecían todas las alternativas posibles.

Brasil es un ejemplo, pero podríamos mencionar también en este sentido a Corea del Sur, Gran Bretaña, India, España, China, Argentina… y la lista continúa. La lluvia de subsidios y ayudas estatales llega a tal punto que este sector casi no realiza inversiones sin algún tipo de apoyo gubernamental.

La industria automotriz es el más claro ejemplo de la producción en serie; absorbe trabajadores calificados y en general, bien remunerados; y requiere de una importante red de proveedores. Como contrapartida, a veces las plantas se convierten en el lugar de ensamblado de diversas partes llegadas de distintos destinos, por lo que en lugar de fábrica debiera llamársela maquila.

Cuando desde sectores progresistas se critica el actual librecomercio mundial, la industria automotriz es un claro ejemplo: gran parte del comercio mundial son transacciones dentro de las empresas automovilísticas.

Por ejemplo, gran parte del comercio entre Argentina y Brasil es de autos y autopartes. De este lado de la frontera, dos importantes marcas producen cajas de cambio, mientras que en el país vecino se ensamblan los autos. Así, desde el punto de vista comercial, se exportan bienes industriales intermedios y se importan bienes finales, pero realmente se trató de un comercio intra empresas.

El mundo entró en recesión, y tras los primeros paquetes de ayuda al sector financiero, ahora los contribuyentes van a salir al rescate del sector automotor. Así ya se anunció en Estados Unidos, en algunas naciones de la Unión Europea (UE), en Brasil y Argentina.

Según publica el periodista Daniel Muchnik en el diario Clarín, «En la Argentina las ventas descendieron un 20 por ciento, el mayor golpe hacia abajo en cinco años; en Brasil la contracción de las ventas llegó al 25 por ciento; en Suecia un 36 por ciento; en Estados Unidos del 35 por ciento, y en España cerca del 50 por ciento».

En Washington, el Senado rechazó la propuesta del presidente George W. Bush de otorgar préstamos por 14.000 millones de dólares a General Motors, Ford y Chrysler, los tres iconos automotrices de aquel país. Para la presidenta de la Cámara Baja, la demócrata Nancy Pelosi, «la única opción viable ahora» para la Casa Blanca es ofrecer los fondos a las automotrices a través del programa de rescate financiero del Departamento del Tesoro.

Brasilia anunció hace días un plan de ayuda a sus automotrices por 4.000 millones de dólares, y que incluyen a los vehículos producidos en Argentina. En concordancia, la presidenta argentina, Cristina Fernández, notificó una política equivalente por un monto más modesto: algo más de 200 millones de dólares para financiar la compra de modelos nuevos de entre 11.000 y 16.000 dólares.

Las automotrices recibieron millones durante los períodos de vacas gordas, y ahora que los vacunos adelgazaron, piden rescates. Los que pregonaban la no intervención estatal, ahora la ruegan para salvar este sector industrial. Y los de ideología industrialista también exigen socorro por parte de las sociedades. El gran poder de lobby, la demagogia gubernamental y la presión social están de su lado.

Cuando se rescata al sector financiero, lo que se hace es garantizar el interés de los accionistas e inversores. Y si se rescata al sector automotriz, también los que se salvan son los accionistas e inversores. Se trata de empresas privadas cuya razón es la obtención de ganancias, ni más ni menos.

Quienes pregonan una economía sin intervención estatal no se dan cuenta que la intromisión es inherente al sistema productivo. Rara paradoja la situación actual: un discurso en contra del intervencionismo estatal en un mundo atravesado de subsidios. En la producción de recursos naturales, la industria y el sector terciario, las subvenciones están a la orden del día. Y en este sentido, más auxilio van a obtener quienes mayor capacidad de presión tengan.

Y en esta línea, y como debe ser, el sector que picó en punta es el de los autos.

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