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Entrevista con el sociólogo François Houtart

«Para construir una nueva sociedad es imprescindible deslegitimar el capitalismo»

Fuentes: www.cronicon.net

La lucha por la defensa de los derechos humanos, la difusión de la Teología de la Liberación dado su condición de sacerdote católico y el activismo por las causas altermundialistas hacen de Francois Houtart, el sociólogo belga y directivo del Foro Mundial de Alternativas, un referente imprescindible en el proceso de emancipación de los pueblos […]

La lucha por la defensa de los derechos humanos, la difusión de la Teología de la Liberación dado su condición de sacerdote católico y el activismo por las causas altermundialistas hacen de Francois Houtart, el sociólogo belga y directivo del Foro Mundial de Alternativas, un referente imprescindible en el proceso de emancipación de los pueblos en ésta época en la que la humanidad no tiene otra opción que enfrentarse a la amenaza criminal del neoliberalismo si quiere subsistir.

Profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, director del Centro Tricontinental, secretario ejecutivo del Forum Mundial de Alternativas, miembro del Consejo Internacional del Forum Social Mundial de Porto Alegre, presidente de la Liga Internacional por el Derecho y la Libertad de los Pueblos y director de la Casa Editorial Ruth, Houtart es ante todo un sacerdote cálido con una sólida cultura que ha dedicado su vida a luchar contra las injusticias y a difundir en forma activa y denodada el pensamiento alternativo por un mundo mejor. Viajero incansable, aprovechamos una de sus frecuentes visitas a Colombia para dialogar con él.

Usted ha venido hablado de unos factores para consolidar un proceso alternativo en América Latina. ¿Cuáles son esos factores?

– Los factores de los que vengo hablando hacen referencia a una voluntad política, ante todo, que permita avanzar en el proceso y a un apoyo popular que constituya un paso hacia el socialismo que para el siglo XXI debe ser un proyecto constructor, capaz de contradecir la barbaridad, consolidar un modelo económico post-capitalista, que propugne por la defensa de la dignidad humana y el amor al prójimo. Estos son pasos fundamentales, pero hay otros importantes que debemos tener en cuenta, como por ejemplo, la necesidad de una organización política, la concreción de unos métodos de trabajo para cumplir con las etapas necesarias, e igualmente, la ética porque la corrupción y el autoritarismo al interior de las organizaciones terminan destruyendo todo proceso.

También ha hablado usted de la necesidad de deslegitimar el capitalismo y de volver por una ética del medio ambiente…

– Exactamente, la base de todo para la construcción de una nueva sociedad es deslegitimar el capitalismo, no solo condenar sus abusos y excesos sino su lógica misma, porque la lógica del capitalismo es lo que nos lleva a las catástrofes sociales de millones y millones de gentes que sufren de hambre o que viven en la miseria o la pobreza, pero por otra parte también, es prioritario enfrentar la destrucción del medio ambiente, lo que constituye la destrucción de la vida. Esa es la lógica del capitalismo cuyo objetivo a corto plazo es la ganancia y la acumulación sin preocuparse de los otros factores, o les pone atención a último momento cuando es demasiado tarde. El capitalismo solo cambia de orientación cuando hay una relación de fuerza que lo pone en desventaja, o cuando hay una revolución, o cuando hay cambios climáticos tan fuertes que pueden terminar por afectarlo. Por eso otra filosofía de simbiosis entre el ser humano y la naturaleza, no de explotación, es absolutamente necesaria.

Según su percepción política, solamente en América Latina es donde se están dando procesos de resistencia y de transformación. ¿El resto del mundo está rezagado?

– Es un hecho que las fuerzas de transformación en otras partes del mundo no han logrado aún una real posibilidad de realizar cambios. En Asia todavía el neoliberalismo es el modelo predominante en los denominados tigres asiáticos, aún en la China, Vietnam, o la India, el capitalismo es visto como oportunidad y no como agresión por la mayoría de la gente, porque se piensa que va a permitir un cierto desarrollo. Sí hay un crecimiento espectacular pero solo del 20% de la población, pero no del resto. Al contrario, en América Latina el neoliberalismo se ha visto realmente como una agresión, talvez por la aproximación con Estados Unidos y por la brutalidad del proceso. En Europa, por ejemplo, la mayoría de la gente cree todavía que la economía de mercado va a ser la tabla de salvación y por eso no se quiere acabar con el sistema, lo que significa que el capitalismo ha tenido el éxito de mantener la hegemonía cultural, pese a que cada día hay más víctimas, más pobres y mayor vulnerabilidad de la clase media. A pesar de ello en el continente europeo no hay la irrupción de fuerzas que propendan por la transformación del sistema económico y cuando reaccionan lo hacen vinculándose con los partido de extrema derecha.

¿Y en África?

– En África lo que sucede es que como ha salido recientemente del colonialismo su problema es el de construir su identidad política y por eso ha habido menos atención a la agresión del neoliberalismo, no obstante que es el continente más explotado dentro del modelo de la globalización económica. Pese a ello, aún no hay experiencias reales de resistencia o de aparición de alternativas.

Uno de los factores de poder en el mundo que ha contribuido a consolidar el pensamiento hegemónico del capitalismo es la Iglesia Católica. Sin embargo un hombre como usted, con un apostolado académico y participativo en las luchas sociales, ¿por qué optó por el sacerdocio?

– Ah bueno, es que yo desde muy joven quería ser misionero y por eso mantenía correspondencia con misioneros en la India y aunque no conocía la situación real del mundo, esa era mi vocación y mi deseo. Como no podía ingresar a una orden misionera porque mi padre que se casó de 40 años me pidió que me quedara en Bélgica cuidando la familia, dado que yo era el mayor de sus 14 hijos. Entonces no tuve otra alternativa que ingresar al clero diocesano en donde logré mucho contacto con los sacerdotes obreros en Francia, luego me enrolé en la resistencia guerrillera durante el último año de la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, fui muy activo con el movimiento de la Juventud Obrera Católica, la JOC. De esta manera me involucré mucho con los problemas sociales y cuando terminé mis estudios de teología y una vez fui ordenado sacerdote solicité poder continuar los estudios sociales, por lo que pasé tres años en la Universidad de Lovaina y después obtuve una beca para la Universidad de Chicago, donde permanecí un año. Posteriormente y gracias a los vínculos que tenía con la JOC pude ir a recorrer América Latina, continente que siempre me interesó porque encontré bastantes latinoamericanos en Lovaina. Cuando retorné fui nombrado secretario en la curia arzobispal, lo que no me gustaba mucho, pero muy rápidamente logré constituir un centro de estudios socio-religiosos que trabajó sobre Bélgica en un principio y, luego, sobre América Latina, Asia y África. En desarrollo de estas actividades de investigación estuve muy comprometido en la lucha contra la guerra de Vietnam, donde descubrí todo lo relacionado con el aspecto del imperialismo capitalista y después en solidaridad con los movimientos de liberación africanos, todo esto me llevó al trabajo que he realizado en todos los últimos años.

¿Pero su postura política no le ha traído problemas con el Vaticano?

– Claro que sí. (Risas). Bueno, yo fui experto en el Concilio Vaticano II y gracias a ello he conocido muy bien al Vaticano en su interior. Igualmente he trabajado con los obispos latinoamericanos, especialmente estuve vinculado con don Hélder Cámara del Brasil. Pero después como profesor de la Universidad Católica de Lovaina en dos oportunidades la Santa Sede trató de echarme del centro académico.

¿Y cómo ha sido su relación con este pontífice que es un pastor alemán de ultraderecha?

– Lo conozco muy bien porque estuve con él durante el Concilio Vaticano II y gracias a que soy jubilado de la Universidad de Lovaina no me ha llamado la atención, porque supongo que piensa que yo ya no soy peligroso durante mucho tiempo… (Risas).

¿Usted que fue amigo y profesor del sacerdote guerrillero colombiano del ELN, Camilo Torres Restrepo, considera que en Colombia y en América Latina su pensamiento revolucionario sigue teniendo vigencia?

– Cómo no, claro, más que nunca, porque justamente ahora hay razones de esperanza ya que en algunos lugares del continente latinoamericano hay experiencias concretas de alternativas políticas, exactamente en la orientación de lo que Camilo pensaba.

¿Considera que la decisión de Camilo de irse a la lucha armada fue equivocada?

– El asunto no se puede juzgar en abstracto. El problema de la lucha armada como una forma de resistencia o de una vía para tomarse el poder se debe siempre juzgar en el entorno del momento. Cuando Camilo tomó su decisión el entorno social y político era muy diferente al de hoy, era un momento en el que estaba en pleno auge la revolución cubana, posteriormente se produjo la revolución sandinista, así entonces había ejemplos en los que la lucha armada se presentaba como la alternativa para lograr un cambio real. Y es en ese contexto en el que se movía Camilo. Hoy día la situación es muy diferente. Yo no veo que a través de la lucha armada se llegue a un resultado que permitiera en América Latina un cambio fundamental en beneficio de los intereses del pueblo, lo que no significa que esta salida sea excluida en principio, pero debemos juzgar las situaciones muy concretas dentro de las cuales estamos.

¿Y cuál es su percepción del conflicto armado en Colombia?

– En primer término quiero señalar que no descarto que en ciertas coyunturas la lucha armada sea legítima, lo digo por experiencia, por cuanto yo participé activamente en la resistencia armada de Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial y nadie podrá discutir la legitimidad de nuestra causa. Lo importante no es caer en una acción puramente pacifista, ni tampoco en un fundamentalismo a favor de la lucha armada. En cuanto a su pregunta del conflicto en Colombia considero que en el actual entorno la resistencia armada no es la solución. Creo que la salida al problema colombiano es la organización del pueblo a través de la consolidación de una fuerza social con vocación política que luche contra el modelo neoliberal.

Otra de sus propuestas interesantes es la de crear una Corte Penal Internacional contra el capitalismo. ¿En qué la sustenta?

– Es una propuesta de juristas internacionales que ya está caminando y es una consecuencia de varias sesiones de trabajo y debate del Tribunal Permanente de los Pueblos, en donde se ha acusado por ejemplo al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y a grandes multinacionales por diversos crímenes que han cometido contra la humanidad. Ya hay una proyecto bien elaborado y sustentado para constituir una Corte Penal Internacional que condene los crímenes económicos, claro que se va a tomar algún tiempo todavía para realizarlo, pero la idea ya está.

En el mes de noviembre de 2007 usted presidió el Tribunal Internacional de Opinión que sesionó en Bogotá para abocar el problema del desplazamiento forzado en Colombia. Tras la investigación de campo y de escuchar una serie de testimonios, el tribunal consideró que el desplazamiento es un crimen de Estado en el caso colombiano. ¿Por qué?

– El tribunal que tuve el privilegio de presidir logró establecer el carácter dramático y masivo de esta situación que afecta a uno de ocho colombianos. Los testimonios provinieron en mayor parte de campesinos, comunidades indígenas y afrodescendientes. Si el conflicto armado interno explica en parte estas situaciones, de lejos la causa más frecuente es el proceso de concentración de tierras en manos de grandes terratenientes y de empresas nacionales y trasnacionales, como las mineras Anglogold Ashanti, las petroleras Repsol, BP y Petrocabada, y las compañías palmeras para los agrocombustibles como Urapalma, pero también la bananera Chiquita Brands. Eso se cumplió con la ayuda del ejército, de los paramilitares y de las sociedades privadas de seguridad, como en Irak. La violencia del proceso es tremenda. He podido verificarlo en el Chocó. A los campesinos que rechazaban entregar sus tierras se les decía :»si se niegan, negociaremos con sus viudas», y muchas ejecuciones tuvieron lugar. Según el veredicto del tribunal, se trata de una crisis estructural. Desde medianos de los 80, los narcotraficantes decidieron traer sus divisas al país y lavarlas mediante la compra de grandes extensiones de las mejores tierras. Los carteles del narcotráfico junto con sectores de la oligarquía, de la clase política y las fuerzas militares crearon una nueva versión del paramilitarismo, bajo el pretexto de luchar contra la insurgencia. De esa manera se fraguó una alianza mediante la cual los paramilitares eliminaban a los miembros de los partidos políticos izquierdistas de oposición como la Unión Patriótica y a los movimientos cívicos que clamaban por mejores condiciones de vida. En cambio, el establecimiento colombiano les permitía continuar sus actividades ilícitas, las cuales a su vez financiaban el poder político. La apropiación ilícita de tierras promovió no sólo una fuerte concentración inequitativa, sino también una transformación del uso.

A ello hay que agregar que el modelo neoliberal del cual el presidente Álvaro Uribe es uno de los abanderados en América Latina, también ha contribuido notablemente al desplazamiento forzado en Colombia…

– Efectivamente, los desplazamientos tuvieron un nuevo incremento durante la primera mitad de la década de los años 90 cuando entraron en auge las políticas neoliberales que facilitaban el paso de las inversiones trasnacionales. Grandes empresas requirieron un camino libre para avanzar en la apropiación de tierras donde se localizarían megaproyectos de inversión: agrícola, industrial, minero, portuario, turístico, vial. El Plan Colombia de 1997, estrategia militar financiada por Estados Unidos con el pretexto de contrarrestar el avance de las guerrillas, tenía en realidad el fin de controlar el poder político y económico en determinadas regiones del país. Bombardeos indiscriminados, capturas masivas, criminalización de los movimientos sociales, fuerte presencia militar en determinadas regiones explican el incremento. Si en los últimos años las cifras disminuyeron relativamente, es porque existen zonas despobladas disponibles e inmensas extensiones de tierras ya desposeídas. Al mismo tiempo, el gobierno colombiano está promoviendo una legislación que pretende legalizar los despojos y dejar en la impunidad los crímenes cometidos.