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Algunos escenarios posibles

¿Para dónde va la Revolución Bolivariana?

Fuentes: Rebelión

    Luego de la derrota electoral de la Revolución Bolivariana el pasado 2 de diciembre, todo el proceso político que se vive en el país entró en un período de redefiniciones.     Lo que estaba en juego en ese momento era algo muy importante, sin dudas: una reforma de la carta magna no es cosa […]

    Luego de la derrota electoral de la Revolución Bolivariana el pasado 2 de diciembre, todo el proceso político que se vive en el país entró en un período de redefiniciones.

    Lo que estaba en juego en ese momento era algo muy importante, sin dudas: una reforma de la carta magna no es cosa de todos los días. De todos modos, la relevancia de esa elección no estuvo tanto en lo que la población elegía ese domingo en concreto. Si alguien pensó que la aprobación de la reforma sometida a escrutinio popular conducía al socialismo, se equivocó; el socialismo es un proceso infinitamente más complejo que un texto constitucional, es algo que no se decreta en un papel o en una sala parlamentaria. Por tanto, que hubiera ganado la propuesta del SÍ no nos llevaba en forma automática a cambios revolucionarios en la estructura socioeconómica de la sociedad ni en la conciencia de la población. Quizá ayudara, pero eso no es el socialismo. La profundización de la revolución podría hacerse, incluso, en los marcos de la actual constitución de 1999 vigente. Lo que define un cambio revolucionario en una sociedad son las relaciones de fuerza entre las clases, cosa que no se decreta por ley. La importancia tan grande de lo que sucedió ese 2 de diciembre estuvo dado en que la Revolución perdió esa batalla y en el significado político posterior de ese hecho.

    Fue la primera derrota electoral de todo el proceso encabezado por Hugo Chávez en nueve años, luego de diez triunfos consecutivos en distintas instancias: elecciones presidenciales, legislativas, de gobernadores, de alcaldes, referéndum revocatorio; pero esa única derrota tuvo un impacto enorme.

    La Revolución Bolivariana prosigue más allá de este hecho: no se perdió el control político del Estado. Pero fue una prueba de fuego -seguramente inesperada- de cómo están las correlaciones de fuerza en Venezuela. Y ello abrió la necesidad de replanteamientos urgentes desde el discurso del gobierno. El resultado del referéndum mostró que, en alguna medida, había un triunfalismo excesivo en el campo del bolivarianismo, había algo de «castillo de naipes» en la construcción del proceso revolucionario. Mostró también que la población siempre está divorciada del Estado en una sociedad de clases, que los «políticos profesionales» tienen una lógica distinta -enfrentada incluso- a las masas. Y mostró una vez más, de forma inequívoca, que la lucha de clases está al rojo vivo en este momento de la historia del país, porque cada vez que se pretende avanzar en reivindicaciones populares, las fuerzas conservadoras (oligarquía nacional o imperialismo de Estados Unidos -a lo que se podría agregar: ¿también «nuevos ricos» bolivarianos?-) reaccionan de modo feroz. Eso se vio en la campaña monumental que se hizo para contrarrestar la reforma (que se suponía abría caminos hacia el socialismo), pero más aún, se vio en lo que pasó a partir del 3 de diciembre: habiendo ganado este round (sólo una de once elecciones, muy poco porcetualmente si se quiere, pero muy importante en otro sentido), la derecha se sintió retomar la iniciativa política, y el ataque durante los meses inmediatamente siguientes al referéndum arreció, mostrando que, sin dudas, seguirá arreciando durante todo el 2008, por cierto año con decisivas elecciones en alcaldías y gobernaciones en el próximo diciembre.

    De alguna manera esa elección del 2 de diciembre ha quedado como una divisoria de aguas: marcó el momento hasta donde llegó el mayor avance del movimiento bolivariano y el experimento de «revolución bonita» del presidente Chávez -revolución, o mejor aún: proceso político multiclasista con un horizonte socialista- y un punto crucial de inflexión: desde el punto al que se llegó o se avanza realmente hacia el socialismo, o se comienzan a perder los avances logrados estos años.

    Mucho se ha dicho ya sobre las causas de estos resultados en el referéndum. Sin ánimo de repetir eso, partiendo sólo de la base que lo sucedido se debe a una sumatoria compleja de factores (guerra mediática sin par de la derecha, ataque de la contrarrevolución por medio de mecanismos como el sabotaje económico con desabastecimiento e inflación, ideología capitalista hondamente arraigada aún en la población, burocratización en las estructuras del Estado que dan como resultado un pobre rendimiento en la gestión de gobierno al que las bases le pasaron factura, falta de vanguardia revolucionaria, más allá del líder carismático, y ausencia de partido político con clara ideología de cambio -el PSUV no lo es, y como van las cosas muy probablemente nunca lo sea-, proceso político basado sólo en una persona sin participación real de las masas en la toma de decisiones, etc. etc.), todo ello abre varios posibles escenarios a partir de ahora.

    Como mínimo, podrían delinearse estos tres: 1) el proceso se radicaliza y se construye un verdadero poder popular con un Estado revolucionario que comienza a emprender tareas socialistas pendientes hasta ahora, con la figura del líder histórico encabezando esa radicalización; 2) el proceso se estanca, se burocratiza más aún y la llamada «derecha endógena» (empresarios bolivarianos) pasan a controlar tanto el aparato de Estado (con el manejo del petróleo) como el PSUV. Hugo Chávez es parte de esa involución también; 3) la Revolución Bolivariana es desplazada del poder y la derecha tradicional, apoyada por Washington, retoma su protagonismo político. Ello podría ocurrir en las próximas elecciones presidenciales en el 2012, pero todo indicaría que la estrategia del imperio es volver a manejar lo más rápidamente posible estas reservas petroleras y cortar de raíz las iniciativas integracionistas que se están dando con el ALBA y con una Venezuela «molesta», por lo que buscarían terminar antes el actual proceso sin esperar esos futuros comicios. Descartando en principio una intervención militar directa de Estados Unidos, o incluso un golpe de Estado cruento por sectores de las fuerzas armadas no-chavistas, la estrategia podría ser jugar al desgaste y a la implosión de la Revolución Bolivariana. Instrumentos para lograrlo no le faltan, y de hecho esa estrategia ya está funcionando a toda máquina.    

Escenarios posibles

1) El pueblo al poder: ¿socialismo del siglo XXI?

    La primera reacción de una buena parte de la población chavista en el mismo momento de conocerse los resultados del referéndum fue pedir «limpieza». Limpieza de tantos cuadros en la dirección del aparato de Estado disfrazados de revolucionarios, de tantos burócratas que frenan los cambios, de tantos oportunistas que vienen obstruyendo el verdadero avance de la revolución, causantes -para el sentir popular- de esa derrota. Ese sentir popular espontáneo -que sin dudas no se equivocaba- fue buscar promover una transformación de raíz en una maquinaria que se descubre ineficiente por todos lados, cada vez más, con un tufillo a corrupción que ya no se hace posible ocultar. La reacción del presidente Chávez fue reconocer que «por ahora» no se había podido triunfar con la reforma, pero que la lucha revolucionaria seguía. Como parte de la misma, rápidamente entonces apareció la necesidad de revisar, de evaluar críticamente lo hecho hasta ahora para reorientar el proceso en marcha. De ahí surge su propuesta de las 3R (revisión, rectificación y reimpulso). Pero junto a ello también vino el llamado a detener un poco la velocidad en la marcha de los cambios, en el entendido que se estaba yendo demasiado rápido. Congruentemente con ello vino también su llamado a buscar alianzas con otros sectores sociales y su invitación a la «burguesía nacional» a sumarse a este proceso. En ese marco «reconciliatorio» apareció su no muy oportuna ley de amnistía para muchos de los golpistas del 2002 y la liberación de los precios de muchos productos de la cesta básica. Dado su gigantesco peso moral en la población, si bien en algunos pueden haber causado escozor estas declaraciones y medidas concretas, su figura no se empañó por ello y la amplia mayoría popular no dejó de tenerlo como su líder intocable.

    Podría pensarse que esas maniobras hayan sido parte de una movida que Chávez se permitió teniendo en cuenta su enorme olfato -que hasta ahora, sin ser marxista declarado como él mismo lo dice, lo llevó siempre a tomar las medidas más acertadas desde el punto de vista del campo popular-, con lo que podría dársele el beneficio de la duda ante ellas y pensar que la fuerza revolucionaria del pueblo sigue aún fresca, viva, y apoyándose en él, puede efectivamente reorientarse esta revolución hacia un rumbo socialista.

    Como escenario, no hay dudas que esto sería posible. Hay diversos indicios que muestran que eso no es lo más cercano, que la revolución no está marchando a toda vela hacia la izquierda, pero por supuesto que la posibilidad existe. Hay diversos sectores de base en el pueblo chavista que siguen pidiendo la «limpieza» de toda la burocracia y la profundización del proceso hacia posiciones francamente de cambio. Hay sectores populares organizados -en los barrios de las principales ciudades, en el ámbito sindical, en el movimiento campesino, entre los estudiantes, en los medios de comunicación alternativos- que siguen trabajando por un horizonte socialista. Y muchos de esos sectores son, hoy por hoy, aspirantes a militantes en el PSUV. Desde la base, desde la discusión en el seno de sus batallones, todo ese potencial revolucionario no ha bajado ninguna bandera de lucha, y ahí está la posibilidad de seguir profundizando el proceso.

    Ese movimiento popular aún espera mucho de su comandante, y sin dudas está moralmente en condiciones de repetir otro 13 de abril de ser necesario. Ante la actual coyuntura de elecciones en gobernaciones y alcaldías para fin de año, todo este potencial transformador puede robustecerse. Con el hecho de elegir desde la base los candidatos para las elecciones a todos estos cargos, dando la discusión en el seno mismo del partido, podrán retomarse las consignas de lucha socialista, de democracia participativa, de radicalización de las medidas hacia las cuales la reforma propuesta podía servir como trampolín.

    Como ha pasado en otras oportunidades, la coyuntura ha empujado hacia delante a los dirigentes revolucionarios, las masas superaron a sus conductores. El clamor de las bases -luego de los ataques de la derecha en el golpe de Estado, el sabotaje petrolero o el paro patronal- llevó a Chávez a radicalizarse en relación a su programa originario con el que ganara las primeras elecciones en 1998. La presión popular, la movilización de calle fue llevando todo el proceso hacia nuevas definiciones, y es así que aparece el horizonte socialista. «Socialismo del siglo XXI» se lo llamó, con lo que se tomó distancia de la vieja burocracia de los partidos comunistas fosilizados de Europa del Este. Si Chávez introduce la idea y vuelve a hablar de socialismo -luego de años de liberalismo feroz en que su sola mención estaba prohibida- es porque la dinámica de movilización social lo fue llevando a eso. Si bien luego de la derrota del 2 de diciembre ha habido un cimbronazo en el avance hacia la perspectiva socialista, en ningún momento se prescindió de la misma. La vitalidad de la movilización popular aún está ahí. Por lo pronto muchos sectores de base hasta han pedido al gobierno la conformación de milicias populares armadas de defensa revolucionaria, con lo que la marcha de la revolución podría fortalecerse aún. Es decir: en buena parte de la base existe intocable la convicción de cambio, de profundización de las transformaciones que se acometieron en los primeros años de la revolución, cuando nacen las misiones, cuando se logra terminar con el analfabetismo, cuando surge el ALBA.

    Es cierto que cerca de tres millones de personas que habían votado por Chávez en las elecciones de diciembre del 2006, ante el llamado a refrendar la propuesta de reforma constitucional en diciembre del 2007, no asistieron a las urnas. Sin dudas no hay allí una masa de oligarcas contrarrevolucionarios. En todo caso toca a la dirigencia de la revolución ver qué pasó exactamente ahí con esas bases chavistas, buscando los correctivos adecuados: si fue que la propaganda de la derecha surtió efecto, habrá que buscar una nueva política comunicacional más efectiva. Si la burocratización de parte del aparato de gobierno desmotivó a buena parte del electorado, se impone la limpieza solicitada. Pero en todos los casos los correctivos se imponen. Y es la movilización desde abajo el único garante de que ello ocurra. Por eso juega un papel decisivo en esto la militancia fecunda, comprometida, convencida de los valores socialistas, para poner de nuevo en movimiento a esa población chavista que hoy parece algo desorientada, que sigue creyendo en su líder pero que se siente defraudada por la amplia mayoría del equipo de gobierno.

    La marcha hacia el socialismo nadie dijo que se haya descartado, aunque en este momento los efectos de la derrota electoral aún se sientan. Pero justamente con las nueva contienda electoral ya a la vista hacia fin de año, es ahora un momento oportuno para volver a encender la llama revolucionaria con elecciones democráticas y transparentes de los candidatos del movimiento bolivariano desde abajo, achicándole el campo a la derecha endógena, burocrática y corporativa que fue enquistándose en la revolución.

    En otros términos: el escenario de una repotenciación hacia la izquierda está vigente. Para concretar esa vía, es hora de movilización, de mayor diálogo de ida y vuelta con el líder, de no retomar la totalidad de la recién fracasada propuesta de reforma sino de impulsar sólo algunos puntos, los más importantes desde la perspectiva del campo popular: reducción de la jornada laboral, leyes sociales para los trabajadores informales, democratización de las universidades, reforzamiento de los consejos comunales. Esa movilización, además, podría despertar en Chávez la convicción que o hay rectificación de verdad, o no hay camino socialista, incluso haciéndole ver que el excesivo presidencialismo vivido hasta ahora no es una fortaleza sino, por el contrario, una debilidad para todo el proceso. El escenario de una marcha hacia la radicalización de la revolución está abierto, con un poder popular vivo del que podrían salir nuevos cuadros dirigenciales para superar la actual casta burocrática que pareciera no estar a la altura de lo requerido.

    Aunque nunca se terminó de definir con exactitud qué es el socialismo del siglo XXI (¿la Cuba de Fidel?, ¿el experimento chino con capital privado?, ¿una versión bolivariana a la venezolana?), su viabilidad aún es posible. De la movilización popular, de la organización y el auténtico poder de las bases protagónicas depende la concreción de ese escenario. El problema que se plantea es que no hay partido revolucionario conformado aún, por lo que la tarea urgente es darle forma a esa vanguardia, trabajar en su seno, abrir cada vez más el debate.

2) La derecha endógena al poder: ¿la Nicaragua de Daniel Ortega post piñata?

«Si algo puede echar atrás una revolución, ese algo es la corrupción»

Fidel Castro

    Este otro escenario se muestra como el más posible porque, pareciera, es el que hoy por hoy se está consolidando. El olfato popular no se equivocaba cuando, inmediatamente después de conocida la derrota del 2 de diciembre, pedía «limpieza». Es ese grupo de funcionarios sin ideología revolucionaria, ajeno a un proyecto de transformación económico-social y cultural, que ha ido ocupando en forma creciente distintos cargos en el aparato de Estado, el que con su insolvencia -más ética que técnica- contribuyó en mucho a la pérdida del referéndum. Es ese grupo al que se le ha dado en llamar «derecha endógena» el que debe ser limpiado, removido. Si no, la revolución peligra.

    Pero la existencia de esa derecha, pareciera que con un poder creciente en el juego político actual, denuncia un límite de todo el proceso bolivariano: esto no nació como revolución popular desde abajo, y aunque ha empezado a moverse hacia un horizonte socialista, aún está muy lejos de alcanzarlo. Esta burocracia sin conciencia revolucionaria -aunque repita hasta el hartazgo consignas chavistas y se vista con una franela roja para cada movilización a la que asiste puntual- no tiene nada que ver con un planteo socialista. Digamos, de paso, que revolución no es -o no es sólo- la plaza llena de chavistas, la «marea roja». Estos nueve años las plazas se llenaron de franelas rojas y consignas, y se ganaron elecciones una tras otra con un Hugo Chávez casi heroico, pero eso no alcanza para cambiar revolucionariamente una sociedad. Esta burocracia dominante es su patética demostración.

    Cambiar una sociedad es transformar las relaciones de poder entre las clases a partir de una nueva organización del proceso de producción, cambiando además la ideología, la conciencia, la cultura dominante. Sin dudas en estos años se dieron pasos importantes en la forma en que se repartió la renta generada por el petróleo haciéndola llegar a la gran mayoría de la población por medio de los nuevos programas sociales; lo cual tuvo un valor extraordinario. De ahí que la derecha puso el grito en el cielo, porque los históricamente excluidos comenzaron a ser tenidos en cuenta (mal ejemplo que puede cundir por otros países, por eso se lo buscó detener de raíz). Pero la forma de la propiedad de los medios de producción no cambió. Y si bien se inició un proceso de fomento de nuevos valores socialistas, la cultura general no sufrió mayores cambios. Permaneció el individualismo, se mantuvo el consumismo grosero así como una chabacana cultura de la ostentación. Por tanto, el reforzamiento de esas tareas de movilización ideológico-cultural es definitorio. Si no, es imposible avanzar de verdad hacia la justicia social.

    Sabiendo que el hecho cultural es más difícil de cambiar que ninguna otra cosa, podría decirse que ahí es donde más débil está aún la revolución. La gran mayoría de los funcionarios de gobierno, los cuadros de dirección y cuadros medios de la estructura del Estado, lejos de cambiar -aunque se declarasen chavistas- siguieron con la lógica capitalista de la que son herederos. La búsqueda de beneficio económico inmediato, el individualismo, el consumismo, la figuración ante todo, siguieron vigentes como patrones dominantes en la práctica ideológica del día a día. Lo cual demuestra algo, quizá de un modo trágico, o grotesco: no se le pueden pedir peras al olmo. Si no hubo un proceso revolucionario, ¿por qué todos esos funcionarios iban a ser ahora, casi de la noche a la mañana, inquebrantables militantes con una ética socialista blindada e incorruptible? Y la corrupción se mantuvo, herencia de una larga tradición de país rentista.

    Esa derecha clasemediera sin conciencia revolucionaria, más apegada al lujo banal, al whisky escocés y al automóvil de lujo como marca de «triunfo» personal que a los valores de transformación social y a la solidaridad, fue la que lentamente ocupó la cotidianeidad de los cuadros dirigenciales. Y esa misma conciencia individualista es la que comenzó a imponerse en la conformación del nuevo partido socialista, engendro raro sin línea política precisa, sin proyecto revolucionario definido. Como cualquier formación político-social, esa derecha buscó su expansión y fue ocupando «naturalmente» los espacios claves de la revolución. Hoy, en buena medida es el nuevo empresariado «bolivariano» que, con un discurso ambiguo, hasta en apariencia socialista en algún caso, termina funcionando como freno a los cambios que se venían produciendo estos años pasados, cambios que, de continuarse y radicalizarse, efectivamente podrían llevar al socialismo.

    El escenario no difiere mucho de lo que sucedió en la Nicaragua sandinista cuando la revolución fue desalojada del poder: un sector -los seguidores de Daniel Ortega- terminó adueñándose del partido, y con un discurso ambiguo disfrazado de izquierda, se dedicó a sus negocios (la famosa «piñata» en que se repartieron los bienes del Estado antes de entregar la administración a Violeta Barrios de Chamorro en 1990). «Nuevos ricos», empresarios en el más cabal sentido de la palabra -explotadores de la mano de obra de sus asalariados, así de simple- que terminaron siendo un freno a un auténtico proyecto revolucionario, desde la oposición en aquel caso, de nuevo en el gobierno en la actualidad. La homologación puede ser útil, porque empresario -más allá del calificativo: sandinista, o peronista como lo fue en Argentina, o bolivariano- es, ante todo, explotador, aunque tenga tintes nacionalistas (¿puede haber empresarios «buenos»? ¿Qué podría tener de «revolucionaria» para el pobrerío una burguesía nacional?).

    Hoy, el escenario que se dibuja luego de la derrota en el referéndum de diciembre pasado, es el de una clase de nuevos empresarios bolivarianos que, a la sombra del Estado y manejando el recurso petrolero, no pareciera estar muy dispuesta a impulsar un proceso revolucionario hacia el socialismo. Por eso retrasó y complicó la organización popular con vistas al pasado referéndum llevando a la derrota en la contienda electoral. Por eso también está maquinando con todo su poder para terminar manejando el naciente PSUV, donde antes de que el mismo esté constituido como fuerza política, ya maneja el tribunal disciplinario, listo para taparle la boca a cualquiera que ose levantar críticas contra este proceso de involución que pareciera se está viviendo ahora. Burocracia empresarial -«boliburguesía» como se le dice por allí- que intentará mantener sus cuotas de poder disputándole espacios a la oligarquía tradicional, por lo que se preparará para ganar las próximas elecciones de fin de año, pero que, aunque triunfe, ya ha sacado de su mira la profundización de la revolución. Y que, por otro lado, tiene las maletas preparadas para salir huyendo si la derecha tradicional regresa con ánimos revanchistas. O que, probablemente también, pueda terminar conviviendo en un clima de armonía con ella (pacto de por medio, claro está, sin pueblo).

    Es imposible decir con rigurosa certeza qué papel juega el presidente Chávez en este escenario. ¿Esa derecha endógena lo tiene secuestrado? ¿Qué pasa con el declarado proceso de revisión que se emprendió: va en serio y habrá «limpieza», o es pura retórica? ¿Cuál es la relación establecida entre esta burocracia de Estado y de partido y el líder: quién sostiene a quién?

    Más allá de tener respuestas para cada uno de estos interrogantes, lo cierto es que este escenario pareciera el que se va prefigurando hoy. De fortalecerse, la revolución habría perdido su carácter transformador para terminar siendo un proceso reformista, nacionalista en el mejor de los casos pero sin contenido clasista, y muy probablemente pasando a tener características populistas, mas no socialistas.

3) La derecha tradicional y «la embajada gringa» al poder: ¿de nuevo la Venezuela Saudita?

    Venezuela, durante todo el siglo pasado, fue el país más codiciado de Latinoamérica para la geoestrategia de Washington por sus fabulosas reservas petroleras. Ante el consumo desbordado de energéticos que la gran economía del norte sigue teniendo, en sus planes no entra la posibilidad de perder esas reservas del país caribeño. La aparición de este gobierno «molesto» de Hugo Chávez vino a complicarle sus planes imperiales: ahora el petróleo no es de las grandes multinacionales y ya no pueden llevarlo con absoluta impunidad como fue durante décadas. Por otro lado, este gobierno popular es un «mal ejemplo» dentro del área. Ahí está la iniciativa del ALBA descuadrando también la lógica imperial de un Tratado de Libre Comercio que la Casa Blanca no pudo implementar a su gusto, y es Chávez el principal motor de esa propuesta contrahegemónica. Conclusión casi forzosa entonces para la estrategia de las clases dominantes de Estados Unidos: ¡quitar a Chávez de en medio!

    Lo intentaron muchas veces hasta ahora, siempre sin éxito. Pero lo sucedido el pasado 2 de diciembre revitaliza la estrategia contrarrevolucionaria. Como se ha dicho ya reiteradamente: no ganó la propuesta del NO sino que no triunfó el SÍ. Más allá del aparente juego de palabras, eso tiene un sentido: la derecha se encontró con un triunfo que no esperaba. Y ello abrió un nuevo escenario. Lo cual la envalentona y permite apurar los tiempos. Viendo que efectivamente sí es posible vencer a Chávez en una elección, ahora todas las armas se dirigen a seguir golpeando allí donde la revolución se muestra más vulnerable. Y la primera vulnerabilidad -quizá imperdonable desde una posición revolucionaria- es que todo el proceso se apoya en la figura de una sola persona. Eso es una debilidad peligrosa, porque desbancando a esa figura todo indicaría que cae el proceso en su totalidad (tan distinto al caso de Cuba, donde la revolución pudo establecer una conciencia mucho más generalizada y hay hoy, tras la desaparición de Fidel como conductor, una red de recambio que garantiza la continuidad del proyecto).
 
  La estrategia básica de la derecha (venezolana y externa, más aún la externa, verdadera conductora de esos planes) es ir minando el proceso, creándole obstáculos, tornándolo ingobernable por medio de infinidad de métodos: desabastecimiento, mercado negro, guerra mediática, provocación militar por medio del paramilitarismo, promoción de grupos «democráticos» de oposición que juegan en forma continua a la desestabilización, campañas internacionales de desprestigio, etc., etc. Ahí están los casos de Chile en los 70 y Nicaragua en los 80 para ejemplificar cómo esos planes de desgaste terminan dando resultados. ¿Por qué allí se impusieron y en Cuba no? No es el objetivo de este breve escrito entrar en esas consideraciones, pero no hay dudas que, sabiendo de lo todavía poco afianzado de la revolución y de la fuerza del ataque, el escenario a futuro no deja de ser preocupante: no es imposible voltear este proceso. La derecha lo sabe y parece haber diseñado el plan adecuado.

    La estrategia consiste en ir dejando sólo a Chávez, aislado, buscando la desmovilización, el desencanto en la población, en esa masa chavista que salió a defenderlo a muerte en aquel 13 de abril del 2002 cuando el golpe de Estado. Si ese proyecto de desmovilización popular, de desencanto y cansancio se logra, la derecha tendría el camino expedito para continuar ganando terreno. El tema corrupción juega un papel muy grande en ello, y en verdad la dirigencia revolucionaria no ha tenido un papel irreprochable en cómo manejó este tema hasta ahora (por ejemplo -y valga sólo esto como ejemplo paradigmático- ¿qué pasó con la valija con los 800.000 dólares del caso Antonini?). La suma de tantos errores, inconsecuencias, debilidades o como se les quiera llamar, potenciada por el manejo mediático descomunal de la derecha, sienta las bases para un clima de desazón que abre las puertas a la resignación. Y de ahí a la reversión de la revolución: un paso.
 
  La derecha está apurada en terminar este experimento; pero más aún que la oligarquía venezolana no-petrolera -que en realidad no ha perdido nada en estos años sino que, por el contrario, se ha seguido enriqueciendo- son las clases dirigentes estadounidenses las que tienen especialmente las alarmas encendidas. Sin dudas también la gran burguesía nacional tiene profundo interés en terminar esto: la presencia del «populacho» no deja nunca de espantarle, pues sabe que ahí está su enemigo de clase y que, tarde o temprano, ese pueblo puede despertar. Pero el verdadero artífice de las campañas contrarrevolucionarias es Washington, por dos motivos: porque no va a dejar perder esta reserva petrolera, y porque el «mal ejemplo» del socialismo del siglo XXI está resultándole ya demasiado molesto. Por lo pronto, a instancias de este gobernante no alineado que es Hugo Chávez, más la movilización popular continental que también lo adversó, no pudo entrar en vigencia el Tratado de Libre Comercio el 1° de enero del 2005 tal como estaba previsto. Y gracias a este «mal ejemplo» de una Venezuela bolivariana fue tomando forma la iniciativa del ALBA, propuesta de integración que denuncia y supera los mecanismos mercantiles. Es decir que para la lógica imperial hay sobrados motivos para intervenir.
 
   Nada indica que intervendrá directamente con sus tropas. Eso abriría las posibilidades de repetir un Vietnam, o un Irak, y el costo político de ello le sería demasiado alto. Por eso la estrategia es buscar el desgaste por otros medios, sin intervención directa. El Plan Patriota en Colombia es su base de operaciones para el caso -base militar, por cierto, que va más allá de la desestabilización contra Venezuela y que sirve a la Casa Blanca como enclave para controlar toda Latinoamérica-. La creciente penetración de paramilitares desde Colombia puede ser la nueva Contra que, al igual que en Nicaragua décadas atrás, sirva para minar el proceso, para desgastar a Chávez, para buscar la caída «natural» de su gobierno. 
 
   Si esa estrategia se va consolidando, ni siquiera habrá que esperar a las elecciones presidenciales del 2012. Quizá antes las condiciones están preparadas para promover la remoción de Chávez (vía referéndum revocatorio, golpe de Estado de sectores militares descontentos, o incluso, con movilizaciones anticorrupción o algunos artilugios que los diseñadores sociales del imperio podrían dibujar). Y lo más trágico podría ser que el mismo pueblo que lo defendió en el 2002 a costa de su vida, ante toda esta diabólica campaña de desmovilización y descrédito -y terror: ¡para eso están los paramilitares posicionándose en los barrios!-, en este nuevo escenario quizá no saldría a defender nada. Y no sólo eso: se podría dar el caso trágico de que hasta se vería casi como una salvación salir de un «régimen corrupto» y «hambreador». Los estrategas del Departamento de Estado, verdaderos hacedores de buena parte de la política en América Latina, saben mucho de esto. Y si eso triunfara -¡cosa que tenemos que impedir en forma absoluta!- los sectores populares no sólo en Venezuela sino en todo nuestro continente una vez más quedarían golpeados y con las esperanzas cortadas.

Conclusión

    La nueva derecha endógena, esta que se enriqueció a la sombra del Estado chavista, que ni es ni pretende ser revolucionaria, no tiene proyecto político como nación. Por lo tanto, es muy difícil que pueda perpetuarse en el tiempo. Incluso es difícil que pueda sobrevivir a la figura misma de Chávez, que es, en definitiva, su única garantía de existencia. Supuesto el caso que en las próximas elecciones de alcaldes y gobernadores no salga tan mal parada, no tiene -fuera de lo que pueda haber rapiñado, y que en términos económicos no es algo verdaderamente significativo como acumulación capitalista- ni la fuerza política con la que defender un proyecto político, ni la fuerza moral ante la población con la que presentarse como alternativa. Por tanto, esta es una vía muerta como propuesta para las masas. Podría, quizá, mantener cuotas de poder (el caso del «danielismo» sandinista de Nicaragua), pero totalmente despegada de propuestas populares.

    Por otro lado, el retorno de la derecha tradicional al poder político no haría sino retroceder todas las conquistas populares conseguidas estos años de alza en la movilización. Podría desatarse, incluso, una represión feroz ante todo lo que huela a «chavismo». El petróleo quedaría una vez más bajo control absoluto de las grandes corporaciones internacionales -hoy día manejan cuotas marginales- por medio de la tecnoburocracia venezolana (que, preciso es decirlo, nunca desapareció completamente de PDVSA durante este proceso), y se buscaría por todos los medios mantener a raya la organización popular lograda en estos años. Para ello podría irse desde el clientelismo político y la repotenciación de la vieja cultura corrupta del partidismo tradicional, a la represión abierta (para algo están entrando y posicionándose los paramilitares colombianos, nuevo ejército de ocupación «de baja intensidad»). Venezuela volvería a ser el «paraíso tropical» de Miss Universos … y petróleo barato para el Norte, porque hasta inclusive los precios del barril podrían retroceder.

    Ante estos escenarios vemos que la única manera de poder seguir garantizando el avance de planteos progresistas que favorezcan a las grandes mayorías y avanzar en metas socialistas es potenciando las mejoras conseguidas en los primeros años del proceso bolivariano. Y sólo con la movilización popular, desde dentro o, llegado el caso, desde fuera del PSUV, ello será posible. Como suele decirse: «sólo el pueblo salva al pueblo». Pero movilización popular no es sólo ponerse una franela roja y asistir a una marcha multitudinaria con el líder -eso, incluso, hasta puede ser secundario, anecdótico si se quiere-; es participar activamente en las decisiones del día a día, es involucrarse en los asuntos político-sociales que nos tocan a todas y a todos, es no cerrar nunca la boca ante ninguna injusticia. Es, en última instancia, mantener una actitud crítica continua, constructiva y propositiva. Y eso es el poder popular. Sin eso, no es posible el socialismo.

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