Hemos ganado porque hemos luchado, pero también porque nuestros enemigos estaban divididos. La lucha de clases nunca es en vano.
La estrategia sin táctica es el camino más lento hacia la victoria. La táctica sin estrategia es el ruido que precede a la derrota
Sun Tsu
En la izquierda existen tres evaluaciones diferentes sobre las decisiones del STF (Supremo Tribunal Federal) sobre la anulación de las condenas a Lula. La cuestión es de gran importancia, porque es central para la interpretación del nuevo momento de la coyuntura. Lula encabeza las preferencias en todos los sondeos de opinión disponibles. Si se mantienen las las condiciones actuales —lo que es, evidentemente, imprevisible— Lula estaría en una segunda vuelta contra Bolsonaro.
Es imprevisible porque nadie puede saber cuál será la situación a mediados de 2022. ¿Cuál será el resultado de la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) de la pandemia en el Senado? ¿Cuál será la evolución del gobierno de Bolsonaro y, tal vez, incluso su destino? ¿Cuál será el contexto de la pandemia dentro de un año? ¿Cuál será la situación económica? ¿Cómo evolucionarán las tasas de desempleo? ¿Cuál será la tasa de inflación? ¿Cuál será la evolución del salario medio? ¿Cuáles serán los impactos sociales de las privatizaciones de Eletrobrás, Correios, Cedae/RJ, previstas para el segundo semestre de 2021, si no son detenidas? Y lo más importante, ¿cuál será la relación de fuerzas social y política?
Estas y otras muchas variables, hoy impensables porque «mierdas ocurren», exigen la máxima prudencia. Pero no disminuyen la necesidad de sacar lecciones de la campaña de Lula Livre, porque fue la mayor victoria democrática de los últimos cinco años y quien disminuya su importancia está totalmente equivocado.
La primera evaluación es ingenua y circular: ganamos porque la causa era justa y se hizo justicia. Muchas causas justas no son reconocidas por la justicia. No debemos hacernos ilusiones ni tener grandes expectativas en la justicia. Recordemos que el impeachment a Dilma Rousseff fue avalado por la justicia. Los juicios políticos se deciden en función de los intereses políticos, es decir, de la lucha por el poder.
Esta interpretación, por tanto, remite el resultado de la votación de incompetencia del 13º Tribunal de Curitiba y la sospecha de parcialidad sobre Moro a la fuerza de la campaña nacional e internacional. Al talento de la defensa legal de los abogados de Lula. A la unidad lograda en la mayoría de la izquierda para la organización de las reuniones y, sobre todo, de la vigilia frente al edificio de la Policía Federal. A la incansable actividad de la red de juristas organizados en la ABJD, al apoyo de grandes artistas populares que influyeron en el mundo de la cultura, a la solidaridad del ala más izquierdista de la Iglesia católica, que abrió las puertas del Vaticano, así como de otros religiosos.
También se refiere a la estabilidad en la formación del Comité Nacional Lula Livre y su capilaridad en muchas ciudades, a la regularidad de los boletines informativos, a la calidad de los materiales de agitación y propaganda, a la iniciativa de los Festivales, a las actividades de calle y también a la fuerza del compromiso del propio Lula, que perseveró sin miedo. Hay muchos granos de verdad en esta valoración, pero es unilateral. En su versión más extrema, prescinde de la división entre fuerzas sociales hostiles o incluso enemigas: una versión ilusoria del voluntarismo.
La segunda es la que sostiene que una fracción de la clase dirigente ha llegado a defender la libertad de Lula como respuesta a una nueva situación política precipitada por la crisis sanitaria, económica y social del último año debida a los desastres del gobierno de extrema derecha. El aislamiento de Bolsonaro terminó favoreciendo a Lula. La presión burguesa sobre el STF respondería, preventivamente, a la preocupación por el peligro de un estallido social o a la necesidad de contar con Lula y el PT para preservar la estabilidad institucional en caso de un impeachment.
En las corrientes más sectarias florecen ideas peligrosas e incluso, curiosamente, contradictorias, cuando no paranoicas. Algunos sugieren que la fracción más poderosa de la burguesía presionó por la libertad de Lula para debilitar a Bolsonaro; otros, que Lula tendría interés en preservar a Bolsonaro porque perdería el favoritismo en las elecciones de 2022 si Bolsonaro fuera desplazado. También hay una pizca de verdad aquí, pero no más que eso. En su versión más extrema, esta visión coquetea con las teorías de la conspiración.
La tercera es mucho más compleja. La campaña de Lula Livre comenzó en condiciones muy adversas. Cuando Lula fue detenido, en abril de 2018, era imposible predecir que en noviembre de 2019 estaría libre, y mucho menos que en marzo de 2021 habría recuperado sus derechos políticos. La evolución fue muy rápida. Otras campañas similares, como la lucha por la libertad de Mandela, fueron incomparablemente más largas y difíciles. Procesos como este solo pueden explicarse teniendo en cuenta una multiplicidad de factores.
Por supuesto, es educativo comenzar la evaluación destacando la importancia de la campaña unida de la izquierda para su liberación. Dejó una lección inspiradora para los peligros del futuro. En la hora de las derrotas, ser capaz de mantener la cabeza alta es esencial. Nada sustituye la firmeza y la dignidad. Y las corrientes y grupos de izquierda que se negaron a defender a Lula Livre quedaron muy mal en la foto de la historia.
Sin el incansable compromiso del MST en la construcción de la campaña, todo habría sido mucho más difícil. Sin la apuesta que prevaleció en el PT de que la influencia de Lula permitiría que la campaña tuviera una audiencia masiva, no habría sido posible. Pero la unidad de los dos mayores partidos de la izquierda brasileña, además del PT, el PSol y el PCdB, también fue fundamental. Nunca fue una lucha solo del PT. La lucha por la libertad de Lula comprometió, en mayor o menor medida, a la gran mayoría de la izquierda brasileña, afortunadamente.
Pero sería ingenuo atribuir el resultado de la votación del STF a la fuerza de la campaña. No fue posible organizar actos masivos para Lula Livre. Todos los actos fueron, en mayor o menor medida, actos de vanguardia. Seamos sinceros: actos de militancia. Es decir, reunieron al activismo más consciente o ideológicamente politizado, especialmente a los «inoxidables», la «vieja guardia» de la izquierda brasileña que proviene de los años ochenta y noventa.
Otros factores pesaron en el resultado de las votaciones del STF. Desde el principio, el juicio a Lula siempre fue un proceso político indivisible del golpe institucional de 2016 que desplazó a Dilma Rousseff de la presidencia. Este fue el talón de Aquiles de la operación que culminó con la detención de Lula: ningún sector importante de la burguesía se posicionó en contra del golpe. Un golpe similar a lo que ocurrió en Honduras y Paraguay. Un golpe que abrió el camino para que Bolsonaro llegara a la presidencia.
La persecución política enmascarada por la judicialización fue una operación muy peligrosa, porque sentó un grave precedente de legitimación del lawfare. Cuando Sergio Moro aceptó descaradamente el cargo de ministro de Justicia en el gobierno de extrema derecha dirigido por un neofascista como Bolsonaro, comenzaron las turbulencias, sobre todo en el extranjero.
La división en el mundo jurídico entre los llamados «garantistas» y «lavajatistas» existió, por tanto, durante todo el proceso. El modelo de acusaciones construidas sobre acuerdos de culpabilidad sin más pruebas que los testimonios de los acusados interesados en la amnistía fue un escándalo.
Pero todo se aceleró en la medida en que la manipulación llevada a cabo por el Lava-Jato fue desenmascarada por la publicación por parte de The Intercept del intercambio de mensajes entre Sergio Moro y los fiscales, y confirmada por los archivos de la Operación Spoofing. Cuando el Centrão dejó de ser solo una base de apoyo parlamentario y se incorporó plenamente al gobierno, los conflictos con la operación Lava-Jato comenzaron a expresarse dentro del gobierno. No son pocos los parlamentarios del Centrão (incluyendo a los del MDB, Demócratas e incluso del PSDB, nada menos que Aécio Neves, candidato presidencial derrotado en 2014), partidos históricos de la representación burguesa desde el final de la dictadura, que estaban siendo investigados.
No menos importante fue el lento cambio de coyuntura debido a la hecatombe sanitaria de la pandemia. El obtuso negacionismo de Bolsonaro ante la tragedia humana del contagio masivo y el colapso del SUS, despreciando la emergencia de contratar vacunas, defendiendo medicamentos imaginarios, denunciando la necesidad de cuarentenas y amenazando constantemente con el autogolpe resultó en un debilitamiento social y político. La derrota de Trump cambió el lugar del gobierno de Bolsonaro en el mundo de manera cualitativa.
Aunque Bolsonaro mantiene un apoyo mayoritario en la «masa de la burguesía», si consideramos el conjunto de los seis millones de empresarios, el desastre en curso ha producido fisuras en el núcleo duro de la clase dominante. Ningún sector defiende el impeachment, pero el manifiesto de los 500 fue una alerta amarilla. La mayoría de la gran burguesía, unos cuantos miles de multimillonarios, sigue apostando por la conservación del régimen democrático-electoral. Las amenazas bonapartistas de Bolsonaro fracturan a la clase dirigente. Y un régimen liberal-democrático no es posible sin la izquierda en la legalidad.
Hemos ganado porque hemos luchado, pero también porque nuestros enemigos estaban divididos. La lucha de clases nunca es en vano.
Valerio Arcary es historiador, militante del PSOL (Resistencia) y autor de O Martelo da História. Ensaios sobre a urgência da revolução contemporânea (Sundermann, 2016).
Fuente: https://jacobinlat.com/2021/06/01/para-ganar-hay-que-luchar/