«La pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación» -Paulo Freire. La educación formal en Chile -y en toda América Latina- orbita alrededor de la lógica mercantil producto de los forzados procesos históricos de nuestro continente que han devenido en sistemas […]
«La pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación»
-Paulo Freire.
La educación formal en Chile -y en toda América Latina- orbita alrededor de la lógica mercantil producto de los forzados procesos históricos de nuestro continente que han devenido en sistemas económicos de corte neoliberal; al sentar sus bases, el neoliberalismo barrió con los proyectos educativos y las reformas anteriores reemplazándolas por medidas economicistas que persisten hasta hoy, como la municipalización, el financiamiento compartido, etc. De la misma manera, las escuelas se han convertido progresivamente en espacios de adiestramiento y tedio, en verdaderas fábricas de puntajes, estandarización y en instancias de segregación social en donde el encuentro con el otro y la comunidad han sido completamente desnaturalizadas. El sistema educativo ha proporcionado hasta ahora los computadores humanos que la industria taylorizada necesita: prioridad a la disciplina, a la puntualidad, al desenvolvimiento de las capacidades cognoscitivas y analíticas; cualidades secundarias como el afecto, las facultades artísticas, la simpatía, la solidaridad, la capacidad de amar y de comunicarse son consideradas como de segundo orden, y por tanto, subvaloradas. Podríamos aventurarnos a decir que la mayoría de las escuelas -con notables excepciones – hoy en día ponen todos los recursos y esfuerzos en formar niños para mañana ser -en palabras de Hannah Arendt- unos Homo laborans ; vivir para trabajar, para producir. Un ethos del trabajo; con la sensibilidad artística y social minimizada a niveles alarmantes, los niños viven bajo presión, y se ubican dentro de un verdadero sistema de castas definido por las notas que irá creando una imagen social de acuerdo a las calificaciones que saque. El sistema le está quitando el tiempo de juego y creatividad a los niños y niñas, cambiándoselos por competencia escolar, por el mercado de un esfuerzo que muchas veces los lleva al límite.
Habiendo hecho el diagnóstico, podemos llegar a la conclusión de que el actual sistema educacional no es ético ni viable en términos de formar personas capaces de tener conocimientos integrales y ser, a futuro, hombres y mujeres consientes de estar viviendo en un mundo en donde las interrelaciones y la comunidad son valores fundamentales para la vida. En definitiva, la tarea para quienes creemos que otra educación es posible, es construir en nuestros espacios instancias educativas que construyan el SER. ¿Pero cómo es posible educar para construir al hombre cuándo la educación formal se esfuerza por la estandarización y la aculturación de las comunidades? En los grupos indígenas se implanta el mismo modelo educacional que en la capital, lo que produce, además de una hegemonización y capitalización de los conocimientos y la educación, un desarraigo muy profundo en los niños. Un caso tristemente muy común es el de las comunidades indígenas en México:
«La educación que da el mal gobierno sólo sirve para gobernar las ideas de los pueblos,
para que se olvide de sus raíces, de su historia, de su situación, de su cultura, de su
lengua y de su ciencia como pueblo. Por eso cuando algunos de nuestros compañeros
y compañeras indígenas logran tener un poco de estudio, aunque sea con dificultad
y sacrificio, se cambia su pensamiento, su idea, su corazón. Por eso sus intereses ya
no son los intereses de los pueblos indígenas y pobres. Es por eso que los jóvenes
que ya estudiaron un poco ya no les importa la situación de su pueblo».
(Bruno Baronnet, «Luchas muy otras: Zapatismo y autonomía en las comunidades indígenas de Chiapas» )
Frente a estas realidades aparecen urgencias a las que hay que estar muy atentos y que direccionan las líneas de las estrategias que debemos llevar a cabo para democratizar la educación y comenzar la construcción de hombres y mujeres sensibles a la sociedad. Una de las medidas más importantes que debemos considerar para levantar una educación autónoma es que los contenidos y los currículos sean pertinentes a la cultura de la zona en donde se levanta la escuela; no puede ser que de Arica a Punta Arenas se oriente la educación de la misma forma. La escuela es una instancia de acercamiento a la cultura y la potencial instancia de raigambre del niño con su entorno y la sociedad, por lo tanto, la orientación de los contenidos deben ser dirigidos al contexto cultural, para crear responsabilidad para con su pueblo o ciudad. Otro de los grandes problemas de las escuelas formales podría atribuirse a la necesidad de homogenizar el pensar de los estudiantes; el pensamiento divergente y el tan natural impulso de preguntar «por qué» a todo son silenciados por los profesores. Crear espacios donde los alumnos puedan discutir, preguntar y ser curiosos con plena libertad transformaría el Homo Laborans al Homo Universalis : formación multifacética, flexibilidad ocupacional y un gran potencial de desarrollo humano. La clave de democratizar la educación y autonomizarla es el diálogo y descentralizar el saber; todos tenemos algo que decir y enseñar.
Se ha tocado con insistencia el punto de los valores comunitarios. Para una educación autónoma, libre y popular es necesario abrir el círculo de la escuela hacia la comunidad; las redes de apoyo comunitario son esenciales para deconstruir el paradigma tradicional que centraliza el conocimiento en la escuela. No sirve que el niño sepa sumar 2+2, organizarse en asambleas o escribir un poema si no sabe plantar semillas, cambiar una ampolleta o conocer sus derechos como niño. La comunidad también es un actor educativo y muy importante en el proceso del aprendizaje del niño.
Finalmente podríamos agrupar en ciertos conceptos las estrategias que se deben llevar a cabo para construir la educación autónoma: cooperativismo, diversidad, libertad y diálogo. Con esos valores, más la educación en el área científico-humanista, y las artes, podremos levantar una alternativa al paradigma actual que nos haga construir una educación con la dignidad y la libertad como centro, para formar niños que enarbolen las banderas de la comunidad, la solidaridad y el apoyo mutuo en una sociedad cada día más frenética y egoísta.
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