Nació en Buenos Aires en 1941. Es sociólogo y narrador. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, editor de una amplia colección de libros de poesía . E nsayista y columnista especializado en temas de comunicación, literatura y política cultural. Textos suyos integran diversas antologías publicadas en Cuba, México, España y Estados Unidos. […]
Nació en Buenos Aires en 1941. Es sociólogo y narrador. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, editor de una amplia colección de libros de poesía . E nsayista y columnista especializado en temas de comunicación, literatura y política cultural. Textos suyos integran diversas antologías publicadas en Cuba, México, España y Estados Unidos.
Ignoro el tema. Solo sigo con atención las páginas culturales de El País y el ABC de Madrid, a las que atiendo más como fenómeno cultural y documento político que como manifestaciones de la crítica. La crítica, en España, se procesa en otros espacios: mesas de bar, páginas de weblogs, revistas marginales o electrónicas y en recintos cerrados de la academia que jamás trascienden a la prensa. Lo mismo tiende a ocurrir en todos nuestros países.
La prensa se debe a su público, a sus patrones y a sus anunciantes publicitarios, entre los que se cuenta el Estado y esto deja poco lugar para la crítica. Basta mirar las portadas de los suplementos para verificar que se ajustan rigurosamente a la agenda oficial de efemérides, eventos y lanzamientos editoriales y siempre en sincronización con la política y las estrategias de las corporaciones. Es sobre esa agenda en la que los medios piden «colaboraciones» a sus «críticos», que son en su mayoría free lancers.
Debe haber una expresión en español para referir este tipo de trabajador, pero es preferible nombrarlo así, para evocar la matriz laboral yanqui bajo la que se configura la gestión editorial. Por eso, en el caso Echevarría no habría que hablar de censura -el comentario fue publicado- sino de represalias patronales. En verdad, el comentarista había incurrido muchas veces en estas indisciplinas, pero no bien apareció esa reseña, desde la Argentina y lo mismo desde Chile, la leímos convencidos de que, en la Babelia «rodarían cabezas», según la frase que semanas después empleó el columnista Rodríguez Rivero, del ABC cultural, que es otro que también se desplaza por la cuerda floja. Con «El hijo del Acordeonista» se tocaban otros temas y ya era otro momento de España. Antes del 11-M, en tiempos del PP, cualquier manifestación de disidencia sumaba fuerzas a la oposición que alentaba el grupo económico que controla el periódico. Este año la escena es otra, llegaba la etapa de organizar las propias fuerzas y semanas antes, el mismo suplemento de El País escandalizó al establishment y a la gusanería internacional con la publicación de un reportaje donde la Gopegui manifiesta su solidaridad con Cuba socialista.
Difícilmente la dirección del diario dejaría impune una nueva emisión de notas disonantes, porque la reseña, esta vez, no solo burlaba un costoso montaje editorial, (aparecía como continuidad de un extenso reportaje al autor del libro, al cabo de cuya lectura nada haría prever su descalificación), sino que volvía a denunciar lo que en marketing librero se llama «una fuerte apuesta editorial», agravada en este caso por lo que parece una fuerte apuesta política del grupo económico Prisa–Alfaguara: proyectar a un autor vasco a la lista de best sellers y abrir una apariencia de diálogo sobre uno de los temas tabú de la cultura española. El otro es el de la monarquía, un tema que para esa nación de súbditos pasa graciosamente desapercibido. Aún hoy, los lectores de Sudamérica revisan cada edición de Babelia para ver cuánto ha empeorado con el cambio. No pocos aguardan la aparición de una nueva reseña de Ignacio Echevarría y esto es algo que nadie debe descartar.
Leída así, sin su firma, la Babelia parece peor. No creo que sea peor: sigue igual y apenas un poco más desacreditada. Pienso que la continuidad de la proscripción es lo mejor que puede sucederle al comentarista: le abrirá nuevos espacios y le propondrá nuevos temas y géneros a su trabajo, que espero nunca más vuelva a ser corporativo. Es un intelectual que ya ha creado su público y tiene mucho por decir que no vale la pena grabar sobre un papel de los sábados que cada lunes se recicla en las manufacturas de cartón barato y solo se recuerda cuando da lugar a un pequeño escándalo. Sobre los ecos del episodio, lo más rescatable fue la carta de Ignacio, su ulterior intervención aclaratoria sobre las relaciones ocasionales entre la indigencia narrativa e incompetencia moral y, el brillante análisis de la escena efectuado por Constantino Bertolo en El Mundo, que llegó a mi país vía el weblog de Arcadi Spada, y finalmente, lo que lleva a pensar de respuesta de Atxaga, cuando alguien, interpelándolo como «amigo Atxaga» lo invitó a sumar su firma a las de quienes manifestamos nuestra solidaridad con el crítico, recordó a todos que en la lista solidarios con Ignacio Echevarría abundan firmas de gente que no merece amistad ni clemencia: tiburones editoriales, críticos venales y colaboradores de la gusanería de Letras Libres. «Ustedes no son mis amigos, y no debieran dirigirse a mí como tales» -comienza la respuesta y agrega que nunca se ha visto a los firmantes en una movilización de protesta contra por la censura de prensa en el País Vasco ni en los diversos actos contra la tortura en España, en las que, para la perspectiva de tantos súbditos, solo participan los humanistas e izquierdistas trasnochados.