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Frivolidad y circo

Paris Hilton y el vacío ideológico

Fuentes: Rebelión

Paris Hilton es una agraciada muchacha, esbelta, siempre vestida a la moda, que es también la heredera de la fortuna de la familia hotelera fundada por su abuelo, Conrad, vendida recientemente a otra cadena en veintiséis mil millones de dólares. Paris se ha convertido en una celebridad sin razón alguna. No sabe cantar, ha tratado […]

Paris Hilton es una agraciada muchacha, esbelta, siempre vestida a la moda, que es también la heredera de la fortuna de la familia hotelera fundada por su abuelo, Conrad, vendida recientemente a otra cadena en veintiséis mil millones de dólares. Paris se ha convertido en una celebridad sin razón alguna. No sabe cantar, ha tratado de actuar y le dieron el título de la peor actriz de Estados Unidos, no escribe, no es oradora, no defiende ninguna causa popular, solamente se exhibe. Tiene un divulgado programa de televisión y ha adoptado la imagen de la niña rica hija de papá. Evidentemente eso ha provocado el interés en ella porque encarna un ideal de apostura y opulencia al que aspiran muchas adolescentes.

Recientemente fue condenada a cuarenta y cinco días de prisión por reincidencia al conducir ebria su auto. Al salir de la cárcel fue entrevistada por el reportero Larry King, de la CNN, y el programa tuvo una audiencia insólita de 3.2 millones de televidentes. La cadena Fox le dedicó cuatro mil notas informativas sólo en el mes de junio. Únicamente la conductora Mika Brzezinski, de la NBC, protestó por la reiteración de la información sobre Paris y se negó a difundir una aserción más sobre la heredera.
Lo más preocupante de esa situación es que revela la orfandad ideológica en que halla Estados Unidos, el país que dio a Emerson y Santayana, a John Dewey y William James ha encallado, en la época siniestra de Bush, en el más árido desierto del pensamiento. Pese a las grandes universidades como Harvard, Yale y Princeton o los «think tanks» que mantienen los neoconservadores, el interés público se vuelca en el circo de frivolidades de la Hilton.
Construir la opinión pública es una función del periodismo y solamente puede ejercerse cuando existe un fuerte vínculo entre quienes piensan y quienes actúan, cuando el emisor de opinión establece una conexión eficaz con las bases populares. Son las grandes corporaciones las que dictan hoy lo que hay que ver y pensar. El periodista independiente, las publicaciones autónomas, los grandes movimientos de ideas casi han desaparecido ante la avalancha del comercialismo publicitario.
Los periodistas son depositarios de una parte del dinamismo social, de los resortes que actúan como impulsores de la comunidad. Deben analizar, diagnosticar, exponer y de igual manera supeditar el oficio a un cometido moral con una dimensión más elevada que la simple tarea de informar y opinar. En la medida que las tecnologías se desarrollan vemos que el universo informático se adelgaza en profundidad. Los noticieros televisivos ganan en adeptos y crecen en la atención pública, pero a la vez adelgazan la intensidad de la penetración. Cada día se lee menos y se ve más; la cultura de la figuración reemplaza lentamente a la del entendimiento.
La guerra en Irak ha venido a demostrar que la pretendida libertad de prensa es un embuste colosal. Los periódicos estadounidenses unidos a sus estaciones de radio y de televisión se han dedicado a defender la verdad oficial del gobierno de Bush. En el lenguaje de los locutores se habla constantemente de cómo las tropas han ido a Irak a restablecer la democracia, a luchar por la libertad del pueblo iraquí, a aplastar para siempre el terrorismo. En ninguna emisión se habla de las ambiciones de los grandes consorcios petroleros, ni se mencionan las evidentes vinculaciones financieras de Bush, Cheney y Condoleezza con los carteles del hidrocarburo: Chevron, Texaco, Mobiloil, Shell.
En el siglo que comienza nos enfrentamos a nuevos desafíos que debemos enfrentar con lucidez. La intolerancia racial, el fanatismo fundamentalista, la explosión demográfica, los déficit educacionales, la omnipotencia creciente de las transnacionales, las catástrofes ecológicas, las migraciones incontroladas, el consumo en auge de estupefacientes, la desigualdad en la distribución de la riqueza. Todos esos temas son ignorados para dedicar horas interminables a las peripecias de Paris Hilton