Hay quienes critican que los partidos se muevan al centro; y sí, no es lo que uno espera de ellos. Como que deberían tener una mayor definición y proporcionarnos -a los electores- elementos para distinguir con claridad sus diferencias. El problema es que en realidad los partidos se adecuan, y quizá sin proponérselo con base […]
Hay quienes critican que los partidos se muevan al centro; y sí, no es lo que uno espera de ellos. Como que deberían tener una mayor definición y proporcionarnos -a los electores- elementos para distinguir con claridad sus diferencias.
El problema es que en realidad los partidos se adecuan, y quizá sin proponérselo con base en una teoría política, a la sociedad, por lo menos a la que vota -que al parecer cada vez es menor, salvo en situaciones críticas.
Lo curioso del caso es que quienes critican a los partidos políticos por moverse al centro suelen ser los mismos que dicen defender la pluralidad, la inclusión, «un mundo donde quepan todos los mundos» y hasta la indefinición de objetivos precisos y propositivos a alcanzar, como ha ocurrido en el Foro Social Mundial hasta ahora. Y es curioso porque lo que han estado haciendo los partidos ha sido precisamente eso: ser plurales en su composición y en sus propuestas, incluyentes en lugar de excluyentes. Si un partido se dice campesino, por ejemplo, estaría excluyendo a quienes no pertenecen a las actividades del campo. Si se dice obrero, estaría excluyendo a los propietarios de medios de producción, y así se podrían poner varios ejemplos.
Cuando había grandes partidos socialistas (léase comunistas por los nombres que adoptaron y que algunos todavía tienen), no ganaban las elecciones, pues excluían a todo aquel que no comulgaba con el socialismo o a quienes defendían su status alcanzado gracias al capitalismo (los empresarios, por ejemplo). El resultado era que no derrotaban electoralmente al adversario. Esto lo entendieron los partidos socialdemócratas de Europa al mantener su connotación socialista en el nombre y, al mismo tiempo, defender básicamente las estructuras propias del capitalismo. Y gracias a estos cambios, que se dieron principalmente a partir de 1959, obtuvieron muchos logros electorales y gobernaron, por un tiempo, la mayor parte de los países de Europa occidental. Como hicieron en el poder más o menos lo mismo que los partidos democristianos o conservadores (en aquellos años pues ahora son neoliberales), los electores los castigaron y votaron directamente por estos últimos. Quizá por esta lógica es que los partidos de izquierda extrema han sido minoritarios, tanto en elecciones como al margen de éstas.
De aquí se puede desprender una conclusión preliminar: para ser verdaderamente competitivo, un partido debe ser atractivo para muchos, es decir para la pluralidad que caracteriza a las sociedades donde hay libertad de expresión y de asociación. Y para ser atractivo para muchos tiene que buscar la identificación de esos muchos con el partido, es decir incluir a trabajadores y a empresarios, a ciudadanos urbanos y a los que viven en y del campo, a mujeres y a hombres, y también a las capas medias de la sociedad. Al adecuarse a la pluralidad de la sociedad el partido no sólo tiene que ser plural sino que no puede manejar un discurso incluyente sin riesgos de exclusión: sólo obreros, sólo empresarios, etcétera.
En el presente, y gracias a los estragos sociales de las políticas neoliberales, que son resentidas por miles de millones de personas en el mundo, los partidos políticos de centro (es decir no comprometidos con una clase social específica ni con una ideología política claramente definida) se han dividido, en general, en partidos favorables al neoliberalismo y partidos contrarios a éste. Aun así, las diferencias no son evidentes para todos, ni para los de arriba ni para los de abajo.
Muchos creen que los de abajo piensan de manera sustancialmente distinta a los de arriba, pero no siempre es así. El controvertido Heberto Castillo, cuando era dirigente del Partido Mexicano de los Trabajadores, llegó a decir que la connotación socialista así como la hoz y el martillo espantaban a mucha gente, y tenía razón. Ser pobre, e incluso explotado, no es sinónimo de ser socialista o de inclinarse por esta corriente. Si así fuera el mundo sería mayoritariamente socialista. Es más, ha sido demostrado que el ascenso de las luchas sociales, por ejemplo en los años 80 del siglo pasado, no se reflejó en votos a favor de partidos claramente socialistas, pues los movimientos luchan por demandas específicas y concretas, mientras que la elección de un gobierno o de un diputado es entendida en términos menos coyunturales y menos concretos.
Por todo lo anterior es que la iniciativa del EZLN, al margen de los exabruptos de Marcos, es positiva, aunque nada fácil. Y es positiva porque sólo modificando la manera de pensar de las mayorías del país es que los partidos competitivos electoralmente tendrían que cambiar. Si amplias mayorías de la población se manifestaran conscientemente en contra del capitalismo (para poner un ejemplo trillado), el partido que quiera sus votos tendría que ser anticapitalista. No olvidemos que los partidos que quieren competir en elecciones, para ganar tienen que adecuarse a las formas mayoritarias de pensamiento de quienes los pueden llevar al poder, los electores. Si no lo hacen, pierden.