A José Saramago, autor de «Todos los Nombres», al parecer le disgusta las comas, los puntos, el punto y coma, los corchetes y los grilletes. Lo último debe ser por la ideológica costumbre de llevar en la billetera, el carné de comunista y una zurda cabeza de identificación sobre los hombros de muchos. Lo antepenúltimo […]
A José Saramago, autor de «Todos los Nombres», al parecer le disgusta las comas, los puntos, el punto y coma, los corchetes y los grilletes. Lo último debe ser por la ideológica costumbre de llevar en la billetera, el carné de comunista y una zurda cabeza de identificación sobre los hombros de muchos. Lo antepenúltimo a lo mejor, porque a puro punto y coma, como dice algún jilguero de la poesía ecuatoriana, nos tienen en «estado de coma». En fin, pretendo pasearme un poco, salir del carísimo pan nuestro de cada día, leudado al calor del socialismo del siglo que mata y luego dormirme con el incomprendido y natural reclamo del español León Felipe, de por qué el pueblo sigue descalzo, si tantos poetas al dejarnos, se convierten en humos, hierba, vaca, cuero, zapato para dignificar el pie.
Desde hace rato, Saramago anda emputado[1], con la derecha que se mueve al centro, con la izquierda que no se mueve y más aún con esa izquierda que vacaciona en las riberas de la derecha, promocionándose creativa, light y digital (Socialismo del siglo 21). En un gateo por el «Ensayo sobre la Ceguera «, » La Caverna » y el «Evangelio según Jesucristo», intentaré llegar a Portugal, pasando por Saquisilí[2] y a Bagdad, luego de gastarme cuatro dólares en la cancha de Chimbacalle[3].
Desde chico condimentaron mis penurias campesinas con algo de verbo irreverente, empezando con «el mar sembrado de cruces», del compatriota Joaquín Gallegos Lara[4], o aprendiendo a colectivizar el pan en el horno de Alfredo Baldeón[5]. Tanto me di en esa dirección, que creí hasta el convencimiento que el reino del capital «decapitó a los decapitados[6]». Fui y soy parte de un troje enorme de terrestres revoltosos, buscadores de honradez, despilfarradores de sacrificios; todo para imitar el milagro de la multiplicación, pero cuando parecía que en la sementera se doraba el pan para todos, en la mismísima puerta del horno, otra vez lo quemó la privatización, maldita maldición neoliberal, trocada ahora en concesión, la misma vieja mierda que Saramago condenó: «que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas, la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y, metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos».
Conservador este Saramago, pidiendo concurso público, cuando ahora, en estos tiempos en que la «Patria ya es de todos», se adjudica tarareando «de tin, marín[7]…»
Desde que tengo uso de razón han pasado por la calle de mi memoria, un rosario de revoluciones, y tras cada tropiezo, ahí mismo inventamos una canción esperanzada y una justificación teorizada, para encontrar culpables, y hasta para identificar el cauce, como advierte la palabra hilvanada: «cincuenta revoluciones en cincuenta años tenemos, como no han sido bien hechas, hasta acertar las haremos», qué terca capacidad de perseverancia.
Así crecimos, manteniendo la estatura de los principios. Tanta espera: niños que se añejaron esperando la victoria, banderas abandonadas esperando la victoria, victoria abandonada esperando la bandera, pueblos abandonados, líderes que huyen lavándose las manos. Una huella que nos marca la responsabilidad de continuar: «Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir».
Como si la virgen del Panecillo[8] le hubiese chismeado la purita verdad que pasa por la calle de las siete plagas, el creador del perro «Encontrado» en la » La Caverna «, dibuja nuestra tragedia, esa que ofrece la soga al ahorcado: «a veces las cosas en el mundo cambian para peor», cual mudanza del tiempo que nos obliga a regresar, para luego elevarla a categoría política, vitrinearla en algún buró o etiquetarla en el campus universitario: «la democracia es una fachada detrás de la cual sólo hay unas cuantas vigas carcomidas por la polilla, llenas de polvo y excrementos» , esa es la marca de la arquitectura política que se exhibe hoy en el menú de la izquierda oficial, «ya no hay ideas de izquierda», apenas un postre mediático para salivar derechos y justicia social.
Que la larga noche neoliberal ha muerto, nos dijeron, que «vuelve a sacudirse el continente» con el sismo izquierdista, nos ofrecieron. Al amanecer, encontramos al mismo carnicero maquillado de cirujano, eso hizo el capital y a eso se está prestando una parte de la izquierda latinoamericana. Para muestra, una camisa entera, de la cual tomaré el botón más emblemático: la confesión del Presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula Da Silva, cuando explicaba su «evolución» hacia la derecha: «ya no estoy en edad para ser de izquierda: cabellos blancos y responsabilidad suponen equilibrio y evolucionar significa ir desde la izquierda hacia la socialdemocracia. Una persona que es de izquierda tiene problemas, así como un joven que es de derecha tiene problemas». Al final de su confesión, se avergonzó de su pasado marxista, si alguna vez él pasó por esas creencias: «yo no soy marxista, soy metalúrgico», dijo sin ruborizarse.
Singular metamorfosis biológica e ideológica la de Lula, el joven izquierdista, tornero metalúrgico que perdiera su dedo obrero, al mutar en anciano socialdemócrata, ha ganado un parche para su ojo siniestro.
Por todo ello será que el «joven» Saramago, luego de ver a esos lulas mutantes que a nombre del socialismo y la izquierda andan por ahí, sea en el filo o en la mitad del mundo, afirmando que no creen en la lucha de clases, ni en el socialismo científico, aunque idolatran la propiedad privada, invitó a los ciudadanos a perder la paciencia: «es hora de aullar…la izquierda ha dejado de ser izquierda, antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda». Y para confirmar la «evolución» del anciano Presidente de Brasil y de otros que lo emulan, señaló que «los partidos de izquierda cuando dicen que se acercan al centro en realidad lo que hacen es acercarse a la derecha», donde los gobiernos acaban de «comisarios políticos del poder económico». Hoy, «estamos en una situación en la que se combina el dominio del sistema capitalista en su cara neoliberal con una izquierda que no supo reorientarse después del colapso de la Unión Soviética, comenta Saramago, mientras la derecha ahora dice: «nosotros no somos derecha, somos centroderecha», con lo cual el centro se vuelve una ficción que no existe», un invento alucinador de incautos.
Desde hace un siglo y medio, sin Patria y con la Ley de lo verdugos, ha transitado nuestro destino maltrecho, ignorando que «siempre hay un tuerto o un listo que nos gobierna», en un paisito de ciegos, paraíso de giles[9], bolsa de valores éticos, donde millones de descalzos de plusvalía y rogadores de salario, lavan sus fortunas. Desconociendo además, que cuando la izquierda se acerca al centro, como afirma José Saramago: «empieza con políticas de derecha, pero cuando la derecha se acerca al centro, no empieza con políticas de izquierda, sino que continúa con políticas de derecha.». El giro se muestra maestro y preciso, una engañifa plena, pues si «todo se mueve a la derecha, cualquier otra cosa es retórica, son canciones para hacer dormir a los niños y a los pueblos».
La «Patria ya es de todos», nos muelen minuto a minuto ¿cuál Patria?, ¿cuánto de Patria tienen los desposeídos: María, Juanita, Pedro?, su única fortuna es la fuerza de trabajo, ofertada en el mercado, más barata que el arroz, el trigo o el puñal; y ¿cuánta Patria, tienen los señoritos curtidos de vagancia?: fábricas trituradoras de plusvalía, bancos, latifundios, burdeles, cuarteles, iglesias, medios y hasta eunucos intelectuales «progresistas» que se han olvidado que «el intelectual que es sólo un intelectual no es ni siquiera un intelectual».
Los desposeídos no tenemos Patria, nos recuerda Carlos Marx en el Manifiesto Comunista, nos fue arrebatada junto con todo lo demás; por eso nuestra primera tarea es recuperarla, y recuperar la patria, cada pueblo la suya y juntos la de todos, será recuperar la vida, recuperar el mundo. ¿Cuánto hemos recuperado en estos tiempos de revolución ciudadana?, nada, estamos perdiendo hasta la dosis de optimismo que nos inyectaron, en medio de un invierno de nuevas privatizaciones mixturadas, mendicidad digitalizada, corrupción y constitucionalización de la masturbación y del placer sexual. El socialismo -estimados eunucos asimilados- por definición es internacional y demasiado grande para encerrarlo en sus diminutos cerebros, en una casa o en un país, es una condición inevitable para la continuidad misma de la humanidad. Solo en un mundo donde el robo de la fuerza de trabajo haya sido eliminado, donde nos sintamos menos distintos y más fraternos, es decir, en un mundo socialista-comunista, el ser humano será una nación, el planeta una única nación de naciones, donde se armonicen todas las expresiones humanas.
La comedia que lloramos y la derrota que aplaudimos hoy, debemos bañarla en el ácido de nuestros ojos, vendados por décadas de engaño, de ahí deberá salir la luz para apurar la madrugada, aprendiendo de las caídas: «La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva, en cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.». La historia verdadera, humanamente valedera, es como una soga rota, llena de nudos, donde cada intervalo, exhibe el placer digno de la victoria, la sonrisa chiquita que ilumina. Los nudos son una peligrosa y necesaria fortaleza, que nos entristece, nos agita el miedo, nos gira al pesimismo, pero un estado en el cual la vida también se agita rebelde: «Soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es». Tanto será así, que me obligo a recordar el optimismo estalinista de los checos, con el que se construyó ese remedo torpe de socialismo, purgado en la miseria, que condujo al bromista de Ludwic[10], a campos de trabajo forzado. Por eso, también y fundamentalmente, engrosarán las filas, «los únicos interesados en cambiar el mundo, los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay».
De atrás venimos, libres en el pasado, dueños del horizonte, comunitarios, arrastrando la condena inevitable de la libertad, aquí no hay colonización cerebral, filiación doctrinal, militancia electoral, es la fatalidad de ser: «un comunista hormonal» y eso no tiene cura, peor remedio, solo resta tomar el ascensor directo al purgatorio de clases de lucha, para liderar la lucha de clases, tarea que acabará, cuando empiece el descenso humano al paraíso.
[1] Emputado, capacidad de enojarse a la ecuatoriana.
[2] Saquisilí, pueblo campesino del centro de Ecuador.
[3] Chimbacalle, barrio popular del sur de Quito, donde se apuesta en el ecuavoley.
[4] Joaquín Gallegos Lara, escritor ecuatoriano, autor de «Las cruces sobre el agua», libro que describe la masacre del año 1922.
[5] Alfredo Baldeón, líder de la revuelta social de 1922.
[6] Los decapitados, generación de poetas ecuatorianos desaparecidos tempranamente.
[7] De tin marin.. juego infantil en el cual se reparte a dedo.
[8] Panecillo, cerro céntrico de Quito, de donde se divisa toda la ciudad.
[9] Giles, expresión popular que significa tontos.
[10] Ludwic, personaje de la novela de Milan Kundera » La Broma «, en la cual el joven líder de la juventud comunista checa, fue perseguido por hacer una broma a su novia, de que el «socialismo estalinista» era el opio del pueblo.