Más de dos décadas con la globalización «neoliberal» arrasando, y el grueso del cristianismo nominal sigue de brazos cruzados (cuando no, reforzándola activamente). Por eso, en medio de un mundo que se nos cae a pedacitos, y cuando ya tenemos encima la inevitable farsa navideña, no viene mal lanzar una mirada crítica a la cristiandad […]
Más de dos décadas con la globalización «neoliberal» arrasando, y el grueso del cristianismo nominal sigue de brazos cruzados (cuando no, reforzándola activamente). Por eso, en medio de un mundo que se nos cae a pedacitos, y cuando ya tenemos encima la inevitable farsa navideña, no viene mal lanzar una mirada crítica a la cristiandad que la celebra. Se trata quizá de una tarea inexcusable para quien anhele recobrar el mensaje y la praxis auténticos.
«En el fondo no hubo más que un cristiano, y éste murió en la cruz» (Nietzsche, El Anticristo).
«¡Qué bello el cristianismo, si no fuera por los cristianos» (atribuida a Gandhi).
«Separados de mí, nada podéis hacer» (Jesús de Nazaret a sus discípulos).
«Queremos atraer a la gente… y vamos a probar cualquier cosa que podamos para lograrlo», cuentan que declara el predicador de una iglesia bautista de Carolina del Norte (ver también). Lo dice para justificar los cursos de uso de armas de fuego que imparten, con la finalidad indicada, en el ámbito de su feligresía. No es el único caso de recurso a clases de tiro con propósitos «misioneros» en ese país tan acostumbrado a bendecir la violencia.
Es una aberración pero tiene sentido si se conoce el trasfondo. Basta pensar en cómo, desde hace más de cuatro décadas, muchos cristianos (¿cristianos?) de Estados Unidos aplauden el sionismo criminal incluso en el fragor de sus masacres. En sus delirios (anti)bíblicos, consideran que los éxitos del estado de «Israel», aunque impliquen exterminios de palestinos, aproximarán la segunda venida de Cristo. Esperan el regreso del Maestro del Amor alentando el odio y el derramamiento de sangre de aquellos a quienes debieran considerar sus hermanos (¿no se lo enseñó el propio Maestro?). «Israel Will Live Forever», proclaman en tono fanático las huestes de la llamada Christian Coalition. Su influencia, que es la de ese país tan grande como degenerado, se deja ver en muchos otros supuestos seguidores de Jesús, como los que en las páginas electrónicas de Fuerza Latina Cristiana dejan infames comentarios antipalestinos.
Conspiración contra la esperanza
Pero es lógico… Son ya muchos siglos desoyendo las advertencias del Maestro y de sus más fieles seguidores. Por ejemplo, la que previene contra la comunión con las tinieblas, incluidos los poderes establecidos (ver también).
Que no son tontos y se aprovechan… A mayor sintonía de una creencia con el íntimo sentir y latir del pueblo, mayor es también su valor instrumental en manos del Poder. Este, agudo sabueso de cualquier medio útil de dominación, verá en ella el chollo de su vida. Así se entiende que hasta la filosofía más liberadora pueda devenir la más atroz caricatura de sí misma, quedando casi por entero irreconocible (por desgracia, solo casi, pues justo en esa confusión radica finalmente el éxito del fraude). Con la complicidad, claro está, de tantos que se dicen cristianos, no ya sin serlo, sino en muchos casos sin saber siquiera en qué consiste…
La historia de Occidente es la de una maravillosa fe y estilo de vida tempranamente adulterados para anular su capacidad emancipatoria. Es la crónica, nunca contada del todo, de una triunfante conspiración contra la esperanza. Decisiva fue en la victoria de la impostura la «conversión» del emperador Constantino. Pero no sin la complacencia en ella de tantos cristianos que de ese modo, con la excusa de evitarse nuevas persecuciones, dejaban de ser fieles al Maestro para seguir al Poder, pensando que así lo conseguían. Entonces empezó el orden curial como prolongación de un Imperio Romano que, en realidad, nunca dejó de ser (véanse los históricos imperios «sacros», «romanos» y «germánicos», que llegan hasta el austrohúngaro y acaban enlazando con un diminuto pero poderoso estado actual). Muchos siglos después de la trampa constantiniana y de la puntilla de Justiniano a toda disidencia, se alzaría en muchos países de Europa una Reforma que vino a traer un respiro, ya favorecido por el preludio renacentista. El fenómeno tuvo efectos incontestablemente positivos para el avance europeo en todos los aspectos. Sin embargo, aliada con la corrupción antropológica, también entonces la inercia del Poder acabaría arruinando el proyecto. Buena parte de los cristianos reformados harían piña con los gobiernos nacionales una vez más con la excusa de la supervivencia (¡qué pronto olvidaron el reino de la fe!), y así degeneró también el grueso de la Reforma. A la cristiandad sustentadora de servidumbres y absolutismos feudales le sucedería el (pseudo)protestantismo cómplice y legitimador de un capitalismo cada vez más salvaje (y cada vez más aliado con el romanismo heredero de la cristiandad previa).
Con todo esto, ¿es raro que el «cristianismo» haya alumbrado cruzadas, inquisiciones, apartheids y «destinos manifiestos»? ¿Nos ha de extrañar que, también hoy mismo, bendiga más o menos solapadamente la voracidad financiera y belicista, a costa de los valores más genuinamente cristianos? (Pero, ¿no es esta una burla a Cristo quizá comparable a la que sufrió por parte de sus torturadores romanos?).
En esas estamos, máxime después de que fracasaran los experimentos reales de las ideologías que en mayor o menor medida «secularizaron» el cristianismo (i.e., trataron de aprovechar su potencial revolucionario sin someterse a sus valores esenciales): liberalismo, socialismo, fascismo…, vástagos todos ellos, más o menos bastardos, del etos bíblico. Víctimas hoy de una corriente equívocamente llamada «neoliberal» que es, no obstante, incapaz de contentar a las masas populares. En razón de lo cual la Elite que la impulsa se verá obligada a recurrir -ya lo hace- de nuevo a los resortes religiosos. Es decir, a manipular otra vez el cristianismo en su provecho. Algo que será cada vez más visible en los «países cristianos».
¿Países cristianos, decimos? ¡No cabe un oxímoron más descarado! Al menos, y eso parece no tener remedio, mientras se caractericen de facto por unos valores tan opuestos a los del Maestro de Nazaret, pues fundan su estabilidad como tales (y, por tanto, su esencia y aun su existencia) en la dominación humana sobre humanos.
Cristianismo de traje y corbata
Hace ya más de veinte años que empezó la fase irrestricta del capitalismo, ha pasado más de una década desde el brutalmente engañoso 11-S, llevamos ya un lustro de «crisis» económica para gozo y disfrute de la Elite Global… ¡y el grueso de los «cristianos» calla! Lejos de acudir al grito de los cada vez más numerosos dolientes, siguen con su pasiva inercia de siglos, evitando proferir una palabra más alta que otra, procurando no enfrentarse nunca con el Sistema-Imperio («Somos gente de paz», te explicarán) mientras dicen amén a sus guerras, comprenden las recetas para «salir de la crisis», y cohonestan el odio prefabricado al infiel (vía islamofobia) o a los «demonios» de usar y tirar (Hamás, Gadafi, Asad…). En su burbuja burguesona o burguesita, muchos de ellos, los más furiosos, continúan maldiciendo al ateo y al «laicista» (a pesar de Romanos 2: 14-16) a la vez que se olvidan del pobre, del maltratado sin nombre, del afgano, del libio, del congoleño, del palestino… ¿Dónde quedó el clamor del profeta Isaías a «romper todo yugo»? ¿Dónde, las diatribas del apóstol Santiago contra los ricos injustos que roban «el jornal de los obreros» mientras viven «en deleites sobre la tierra»? ¿Dónde, las propias llamadas del Maestro a hacer nuestra la suerte del débil y a llevar adelante su programa profundamente liberador en todos los terrenos (ver también)?
Han dejado esa lucha, que apenas si se plantean, sobre las espaldas de los denostados «antisistema» (15-M en España, indignados griegos, Occupy Wall Street…), o de reductos inconformistas no menos «laicos» en cuyas exiguas manos quedan las causas más subversivas. ¡¡¡Más de veinte años sin haber dado testimonio!!! (Y eso, porque empezamos a contar desde la Caída del Muro…).
Son (¿somos?) gente de orden. Cristianos de traje y corbata capaces de avergonzar a Juan el Bautista y al propio Jesús. En el «mejor» de los casos, cristianistas más que cristianos. Que han (¿que hemos?) convertido la cruz en crucifijo, la fe en mercadería, y a Cristo en un idiota mansurrón (pero no el Mishkin de Dostoyevski). Cristianos ateos, como diría el teólogo Alaiz, que no se dan cuenta de cuánto podrían aprender de los ateos cristianos.
Pseudocristianos que ignoran (¿ignoramos?) que el cristianismo SÍ era para cambiar el mundo (ver 1 y 2). Y que su Fundador lo acabará haciendo con ellos o sin ellos.
Y aun así el Sol sigue brillando…
Antes de terminar, subrayemos un interesante fenómeno que podría hacer pensar a más de uno (en este caso, sobre todo del ámbito de los no creyentes). Esos chiflados de las armas de los que hablábamos al principio son noticia, incluso en medios laicos, precisamente porque su actitud choca con el cristianismo que profesan. Lo mismo cabe decir, aunque la prensa no lo resalte tanto, de la indiferencia o la molicie de ciertos ricachos cristianos, y de la brutalidad o el cinismo de gobernantes autodeclarados creyentes (Obama, Bush, Aznar, Rajoy, Blair, Merkel, De Cospedal, Ratzinger…, todos ellos profesan serlo). Aun al menos religioso -o quizás a él más que a nadie-, a poco que lo piense, le llamará la atención tamaño contraste entre conductas y creencias.
¿Qué tendrán estas -a quién– que sus más siniestros «representantes» no logran empañarlas del todo? ¿A qué se debe que, pese a tanta dejación e hipocresía acumuladas, todavía su espíritu proteste contra la incoherencia? ¿Cómo es posible, incluso, que aún podamos seguir hablando de incoherencia, en lugar de haber quedado sepultada la sola evidencia de esta bajo los escombros de tantísimas prácticas negadoras de la rectitud cristiana?
Siglos y siglos de destrozo del cristianismo a cargo de los «cristianos» no han logrado borrar del todo su esencia. No han conseguido que el Sol deje de brillar. A despecho del pésimo ejemplo, se mantiene el contraste entre Cristo y los «cristianos»… ¡Sigue vivo el Modelo! Debiera hacer reflexionar.
Merecerá la pena ahondar en este asunto en sucesivas entregas. Tanto para seguir exponiendo ese contraste, como para promover la recuperación de esa esencia y de esa coherencia hoy apenas perceptible…
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