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Patricio Manns y compañía, os debemos tantas cosas…

Fuentes: Rebelión

El pasado 25 de septiembre nos llegó la noticia de la partida del poeta, escritor y músico, Patricio Manns.

A menudo, he asociado Septiembre con acontecimientos y noticias tristes. Quizás la razón se encuentre en que, desde muy pronto, apenas siendo una preadolescente de 13 años, comencé a escuchar toda la música que generaban los artistas chilenos exiliados en Europa.

Mientras que en aquellos primeros años 80, con la ayuda de La Movida (imprescindible artefacto pseudocultural patrocinado por el poder), la juventud española era convocada a un ejercicio colectivo de desmemoria y ausencia de compromiso, algunas personas, por algún tipo de intuición, pasábamos horas en las tiendas de vinilos y cassetes, buscando aquellos creadores latinoamericanos, manteniéndonos ajenas a las modas.

Supe entonces, escuchando aquellas canciones, que Septiembre evocaba un tajo profundo en las ilusiones y esperanzas de las clases populares de aquel país alargado, una herida que, como comprendí años después, también explicaba muchas claves políticas y sociales en países de la vieja Europa. Estados Unidos había lanzado a través de la Junta Militar Chilena, un nítido mensaje al mundo sobre los límites reales de la democracia de libre mercado: la dirección de la economía no podía caer, ni siquiera alcanzando los votos necesarios, en manos de proyectos equilibradores de las clases subalternas. Casi 50 años después, se puede decir que aquel mensaje sigue desgraciadamente vigente.

Entre aquel grupo extenso de artistas, el grupo Inti-illimani, brillaba de forma especial, pues a su dominio de un extenso instrumental y a su armonía de los diferentes colores de sus voces, había que añadir la maestría y la sensibilidad para sintetizar el rico folclore chileno y latinoamericano con el peculiar universo de la música popular italiana. Es Palimpsesto, un disco aparecido 1981 tras ocho años de exilio en Roma, el punto de partida de ese estilo depurado de fusión italo-latinoamericano tan característico de la formación hasta hoy en día. Tuve la oportunidad de asistir a la presentación que los Inti-illimani hicieron de aquel trabajo en el Cine Salamanca en Madrid, y he de decir que, posiblemente, haya sido el mejor directo al que he asistido jamás: abrieron con El Mercado de Testaccio , en una puesta en escena en la que se iban sumando instrumentos y miembros del grupo hasta completar la formación. Una vez ya en el escenario, Horacio Salinas, José Seves, Horacio Durán, los hermanos Coulón y Max Berrú, fueron desgranando un repertorio que yo escuchaba por primera vez. Muchas de aquellas canciones tenían, como descubrí más tarde, la autoría en música o en letra, de Patricio Manns: Las Caídas, Llegó volando, La exiliada del sur, o la propia Palimpsesto, pieza que fue entonada a capela por todo el grupo, alcanzando el recital el punto de mayor intensidad emocional; aquel pequeño acontecimiento supuso algo más que un impecable concierto, porque esa noche, se operó en mi una suerte de confirmación laica de valores y estéticas.

Los años siguieron pasando, y continué adquiriendo y disfrutando los tesoros que habían surgido de aquel binomio creador de los Inti-illimani y Patricio Manns (o habría que decir quizás, de aquella complicidad entre Horacio Salinas, Patricio Manns y José Seves); siguieron llegando las canciones con los que aquellos pájaros inquietos custodiaban fuego durante la oscuridad. Temas como Arriba en la cordillera, Libertadores, Vuelvo, Retrato, o la emblemática Cuando me acuerdo de mi país, constituían bloques de memoria con los que se construía una calzada para el, tan anhelado, regreso a Chile. No obstante, creo que Patricio Manns alcanza las cotas más altas de intimidad y compromiso en tres temas de especial belleza: Valdivia en la niebla, Balada de los amantes de Taverney, y muy especialmente, en Vino del mar, tema dedicado a una docente chilena militante del Partido Comunista, que fue, (como era costumbre en esa, y en otras juntas militares defensoras del libre mercado), desaparecida y arrojada al mar atada a una viga metálica; el Pacífico, puede que en un acto de rebeldía de la naturaleza, la devolvió y reposó su cuerpo en una playa. El cineasta chileno Patricio Guzmán, recoge este hecho en su imprescindible documental Botón de Nácar; como si fuera una metáfora, el cuerpo de aquella profesora apareció con los ojos muy abiertos, como si nos hubiese querido enviar un consejo… o quizás, un mandato.

Las imágenes sobrecogedoras de homenaje a Patricio, cuando los Inti entonaban sus canciones custodiando un féretro engalanado por una bandera del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, han sido un reconocimiento no sólo a la amistad que los unía, sino también, a su coherencia batalladora; porque Patricio Manns, también encarnó el compromiso de forma orgánica siendo el portavoz del FPMR; en un momento preciso en su vida, supo calzar el deber y despertar fusil.

La obra de Patricio Manns y de los Inti-illimani ha sido, y en este criterio creo que no estoy sola, algo más que una banda sonora vital; sin sus aportes no seríamos las mismas personas. La propuesta cultural vinculada al compromiso, al margen de las modas, nos proporcionó nutrientes que nos constituyeron como personas con un mínimo de sentido crítico para escanear la realidad social y política que nos rodeaba, y aún más allá, estoy segura de que el espíritu de resistencia que contagiaban, nos fue útil para hacer frente a contingencias y avatares en nuestras vidas; siempre era posible, en algún lugar de la reflexión, hacer traducciones prácticas que comunicaban el plano político y el personal.

Por todo ello, Patricio y compañía, mi (nuestro) profundo agradecimiento.

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