Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Mito: EE.UU. se vio obligado a declarar la guerra a Japón después de un ataque japonés totalmente inesperado a la base naval estadounidense de Hawái el 7 de diciembre de 1941. Debido a la alianza de Japón con
Realidad: El gobierno de Roosevelt había deseado durante un cierto tiempo ir a la guerra contra Japón y la quería provocar mediante la institución de un embargo del petróleo y otras provocaciones. Por haber descifrado los códigos japoneses, Washington sabía que una flota japonesa iba de camino a Pearl Harbor, pero acogió bien la posibilidad del ataque ya que una agresión japonesa le daría la posibilidad de convencer al público estadounidense, cuya abrumadora mayoría se oponía a la guerra.
Un ataque japonés, a diferencia de un ataque estadounidense contra Japón, ayudaría a evitar una declaración de guerra del aliado de Japón, Alemania estaba obligada por un tratado a ayudar a Japón solo si este último era atacado. Sin embargo, por motivos que no tienen nada que ver con Japón o EE.UU., sino totalmente con el fracaso de la «guerra relámpago» de Alemania contra
Otoño de 1941: EE.UU. estaba entonces, como ahora, gobernado por una «elite de poder» de industriales, dueños y administradores de las principales corporaciones y bancos del país, que constituían solo una ínfima fracción de su población. Entonces como ahora, esos industriales y financistas -«EE.UU. Corporativo»- tenían estrechas conexiones con los rangos más altos del ejército, «los señores de la guerra» -como los llamó el sociólogo de
Por cierto, el «complejo militar-industrial» ya existía desde hacía muchas décadas cuando al final de su carrera como presidente, y después de haberle servido diligentemente, Eisenhower le dio ese nombre. Hablando de presidentes: en los años 30 y 40, entonces como ahora, la elite del poder tuvo la generosidad de permitir al pueblo estadounidense que eligiera cada cuatro años entre dos de los miembros de la elite -uno con la etiqueta de «republicano», el otro de «demócrata», pero pocos conocen la diferencia- para que residieran en
Como dijo francamente en una ocasión en los años veinte el presidente Cavin Coolidge: «el negocio de EE.UU. [queriendo decir del gobierno estadounidense] son los negocios». En 1941, el inquilino de
Roosevelt parece que sirvió bastante bien a la elite del poder, porque ya logró que le nombraran candidato (difícil) y lo eligieran (¡relativamente fácil!) en 1932, 1936 y otra vez en 1940. Fue un logro remarcable, ya que los «sucios años treinta» fueron tiempos duros, marcados por la «Gran Depresión» así como por grandes tensiones internacionales, que en 1939 llevaron al estallido de la guerra en Europa. La tarea de Roosevelt -servir los intereses de la elite del poder- no fue nada fácil, porque dentro de las filas de esa elite diferían las opiniones sobre cómo podía rendir el presidente el mejor servicio a los intereses corporativos. Respecto a la crisis económica, algunos industriales y banqueros estaban bastante contentos con el enfoque keynesiano del presidente, conocido como el «Nuevo Trato», que involucraba mucha intervención estatal en la economía, mientras otros se oponían vehementemente y exigían ruidosamente un retorno a la ortodoxia del laissez-faire. La elite del poder también estaba dividida respecto al manejo de los asuntos exteriores.
A los propietarios y altos administradores de muchas corporaciones estadounidenses -incluidas Ford, General Motors, IBM, ITT y
A «Capitanes de la industria» de EE.UU., como Henry Ford, también les gustaba como había cerrado Hitler los sindicatos alemanes, ilegalizado todos los partidos laboristas y arrojado a los comunistas y a muchos socialistas a campos de concentración; querían que Roosevelt impartiera el mismo tipo de tratamiento a los molestos dirigentes sindicales propios y a los «rojos» de EE.UU., estos últimos todavía numerosos en los años treinta y principios de los cuarenta. Lo último que querían esos ‘capitanes’, era que Roosevelt involucrara a EE.UU. en la guerra al lado de los enemigos de Alemania, eran «aislacionistas» (o «no-intervencionistas») y también lo era, en el verano de 1940, la mayoría del público estadounidense: un Sondeo Gallup, realizado en septiembre de 1940, mostró que un 88% de los estadounidenses quería mantenerse fuera de la guerra que asolaba Europa. [3] No es sorprendente, por lo tanto, que no hubiera ninguna señal de que Roosevelt quisiera limitar el comercio con Alemania, y menos todavía lanzarse a una cruzada contra Hitler. En los hechos, durante la campaña electoral presidencial en el otoño de 1940, prometió solemnemente que «no enviaremos a [nuestros] muchachos a guerras extranjeras» [4].
El hecho de que Hitler hubiera aplastado a Francia y otros países democráticos no preocupaba a los sujetos corporativos estadounidenses que hacían negocios con Hitler; en los hechos, pensaban que el futuro de Europa pertenecía al fascismo, especialmente a la variedad alemana de fascismo, el nazismo, en lugar de la democracia. (Típicamente, el presidente de General Motors, Alfred P. Sloan, declaró entonces días que era bueno que en Europa las democracias estuvieran cediendo ante ¡»una alternativa [es decir el sistema fascista] con dirigentes fuertes, inteligentes y agresivos, que hacían que la gente trabajara más y más duro y que tenían el instinto de gángsteres, todas buenas cualidades»! [5] Y, ya que ciertamente no querían que el futuro de Europa perteneciera al socialismo en su variedad evolucionista, para no hablar de revolucionaria (es decir comunista), los industriales se mostraron particularmente contentos cuando, casi un año más tarde, Hitler hizo finalmente lo que esperaban hace tiempo, es decir, atacar a
Mientras muchas grandes corporaciones hacían lucrativos negocios con
Un segmento de EE.UU. corporativo comenzó por lo tanto a simpatizar con Gran Bretaña, un fenómeno menos «natural» según lo que ahora tendemos a creer. (Por cierto, después de la independencia de EE.UU., la ex madre patria había seguido siendo durante mucho tiempo el archienemigo del Tío Sam; y todavía en los años treinta los militares de EE.UU. tenían planes de guerra contra Gran Bretaña y de una invasión del Dominio Canadiense, incluyendo planes para bombardear ciudades y utilizar gases tóxicos) [6]. Algunos portavoces del conglomerado corporativo, aunque no muchos, incluso comenzaron a favorecer un ingreso de EE.UU. en la guerra al lado de los británicos; se les conoció como los «intervencionistas». Por supuesto muchas, si no todas, las grandes corporaciones estadounidenses ganaban dinero mediante negocios tanto con
Si había una cosa en la que todos los dirigentes de EE.UU. Corporativo estaban de acuerdo, no importa si sus simpatías individuales se orientaban hacia Hitler o Churchill era que la guerra de Europa en 1939 era buena, incluso maravillosa, para los negocios. También estaban de acuerdo en que mientras más durara esa guerra, mejor sería para todos ellos. Con la excepción de los intervencionistas pro británicos más fervientes, además estaban de acuerdo en que no había una necesidad urgente de que EE.UU. participara activamente en esa guerra, y ciertamente no para ir a la guerra contra Alemania. Lo más ventajoso para EE.UU. Corporativo era un escenario en el que la guerra en Europa se alargara el máximo posible, para que las grandes corporaciones pudieran seguir lucrándose con el suministro de equipamiento a alemanes, británicos, a sus respectivos aliados y al propio EE.UU. Por lo tanto, Henry Ford «expresó la esperanza de que ni los Aliados ni el Eje ganen [la guerra]», y sugirió que EE.UU. debería suministrar a ambos lados «los instrumentos para seguir combatiendo hasta que ambos colapsen». Ford practicó lo que predicaba y posibilitó que sus fábricas en EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y en
Se cree generalmente que el propio Roosevelt fue intervencionista, pero en el Congreso prevalecieron ciertamente los aislacionistas, y no parecía que EE.UU. entraría pronto, si lo hacía, a la guerra. Sin embargo, debido a las exportaciones de Préstamo y Arrendamiento a Gran Bretaña, las relaciones entre Washington y Berlín se deterioraban claramente, y en el otoño de 1941 una serie de incidentes entre submarinos alemanes y destructores de
En los años treinta, los militares de EE.UU. no tenían planes, ni los preparaban, para librar una guerra contra
Las lejanas tierras del Océano Pacífico jugaban un papel cada vez más importante como mercados para las exportaciones estadounidenses y como fuentes de materias primas baratas. Pero en los años treinta, acosados por la depresión, cuando aumentaba la presión por los mercados y recursos, EE.UU. enfrentaba la competencia en el área de una agresiva potencia industrial rival, que necesitaba aún más petróleo y materias primas similares, y también mercados para sus productos. Ese competidor era Japón, el país del sol naciente. Japón trataba de realizar sus propias ambiciones imperialistas en China y en el Sudeste Asiático rico en recursos y, como EE.UU., no dudaba en utilizar la violencia; por ejemplo librando una implacable guerra contra China y creando un Estado cliente en la parte norte de ese gran pero débil país. Lo que preocupaba a EE.UU. no era que los japoneses trataran a sus vecinos chinos y coreanos como Untermenschen (seres inferiores), sino que convirtieran esa parte del mundo en lo que llamaban «Esfera de Co-Prosperidad de Gran Asia del Este», es decir una jurisdicción económica propia, una «economía cerrada» en la que no había espacio para la competencia estadounidense. Al hacerlo, los japoneses seguían en realidad el ejemplo de EE.UU., que antes había convertido a Latinoamérica y a gran parte del Caribe en un terreno de juego económico exclusivo del Tío Sam [12].
EE.UU. Corporativo estaba extremadamente frustrado por la expulsión del lucrativo mercado de Lejano Oriente por los «Japs«, una «raza amarilla» que los estadounidenses en general ya habían comenzado a despreciar durante el Siglo XIX [13]. Los estadounidenses veían a Japón como un país advenedizo y arrogante, pero esencialmente débil, al que el poderoso EE.UU. podría fácilmente «borrar del mapa en tres meses», como dijo en una ocasión el secretario de
La solución de Roosevelt a ese doble problema, según el autor de un reciente estudio muy bien documentado, Robert B. Stinnett, fue «provocar a Japón a un acto abierto de guerra contra EE.UU.» [15] Por cierto, en caso de un ataque japonés el público estadounidense no tendría otra alternativa que unirse detrás de la bandera. (Al público estadounidense ya lo llevaron anteriormente a unirse de un modo similar detrás de la bandera de las Barras y las Estrellas al comienzo de
Así, el presidente Roosevelt, habiendo decidido que «debe parecer que Japón realice la primera acción abierta», convirtió «la provocación de Japón a realizar un acto abierto de guerra en la principal política que guiaba [sus] acciones hacia Japón durante todo
Las continuas provocaciones de EE.UU. a Japón tenían la intención de llevar a Japón a iniciar la guerra, y ciertamente parecía cada vez más probable que lo lograrían. «Estos continuos alfilerazos a las serpientes de cascabel, confió más tarde FDR a sus amigos, «hizo que finalmente mordieran a este país». El 26 de noviembre, cuando Washington exigió la retirada de Japón de China, las «serpientes de cascabel» en Tokio decidieron que ya bastaba y se prepararon para «morder». Se ordenó que una flota japonesa partiera hacia Hawái para atacar a los barcos de guerra que había estacionado allí FDR en 1940, de un modo bastante provocador así como incitador en lo que concernía a los japoneses. Ya que había descifrado los códigos japoneses, el gobierno y los altos mandos del ejército estadounidense sabían exactamente lo que se proponía la armada japonesa, pero no advirtieron a los comandantes de Hawái, permitiendo así que tuviera lugar el «ataque sorpresa» contra Pearl Harbor el domingo 7 de diciembre de 1941 [16].
Al día siguiente, FDR no tuvo problemas para convencer al Congreso de que declarara la guerra al Japón, y el pueblo estadounidense, impactado por un ataque aparentemente cobarde que no podía saber que había sido provocado, y esperado, por su propio gobierno, se unió como estaba previsto detrás de la bandera. EE.UU. listo para librar la guerra contra Japón, y las perspectivas de una victoria relativamente fácil apenas disminuyeron por las pérdidas sufridas en Pearl Harbor que, aunque ostensiblemente severas, estaban lejos de ser catastróficas. Los barcos que hundieron los japoneses eran viejos, «la mayoría reliquias de
En
Con el grueso del ejército japonés estacionado en el norte de China y por lo tanto capaz de atacar inmediatamente a
En los últimos años, el Tío Sam ha ido a la guerra con bastante frecuencia, pero invariablemente nos pide que creamos que lo hace solo por razones humanitarias, es decir para impedir holocaustos, evitar que los terroristas cometan todo tipo de males, liberar a los países de dictadores repugnantes, promover la democracia, etc. [19]
Parece que nunca tienen que ver los intereses económicos de EE.UU. o, para ser más exactos, de las grandes corporaciones de EE.UU. Muy a menudo, esas guerras se comparan con la paradigmática «buena guerra» de EE.UU.,
Las consideraciones humanitarias no jugaron absolutamente ningún papel en los cálculos que condujeron a la participación de EE.UU. en
EE.UU. Corporativo desea fervientemente una guerra contra Irán, ya que promete un gran mercado y numerosas materias primas, especialmente petróleo. Como en el caso de la guerra contra Japón, los planes de esa guerra ya están listos, y el actual ocupante de
Notas
[1] C. Wright Mills, The Power Elite, New York, 1956.
[2] Cited in Charles Higham, Trading with the Enemy: An Exposé of The Nazi-American Money Plot 1933-1949, New York, 1983, p. 163.
[3] Robert B. Stinnett, Day of Deceit: The Truth about FDR and Pearl Harbor, New York, 2001, p. 17.
[4] Citado en Sean Dennis Cashman, America, Roosevelt, and World War II, New York and London, 1989, p. 56.
[5] Edwin Black, Nazi Nexus: America’s Corporate Connections to Hitler’s Holocaust, Washington/DC, 2009, p. 115.
[6] Floyd Rudmin, «Secret War Plans and the Malady of American Militarism,» Counterpunch, 13:1, February 17-19, 2006. pp. 4-6, http://www.counterpunch.org/2006/02/17/secret-war-plans-and-the-malady-of-american-militarism
[7] Jacques R. Pauwels, The Myth of the Good War : America in the Second World War, Toronto, 2002, pp. 50-56. The fraudulent practices of Lend-Lease are described in Kim Gold, «The mother of all frauds: How the United States swindled Britain as it faced Nazi Invasion,» Morning Star, April 10, 2003.
[8] Citado en David Lanier Lewis, The public image of Henry Ford: an American folk hero and his company, Detroit, 1976, pp. 222, 270.
[9] Jacques R. Pauwels, «70 Years Ago, December 1941: Turning Point of World War II,» Global Research, December 6, 2011, http://globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28059.
[10] Rudmin, op. cit.
[11] Vea, por ejemplo: Howard Zinn, A People’s History of the United States, s.l., 1980, p. 305 ff.
[12] Patrick J. Hearden, Roosevelt confronts Hitler: America’s Entry into World War II, Dekalb/IL, 1987, p. 105.
[13] «Anti-Japanese sentiment,» http://en.wikipedia.org/wiki/Anti-Japanese_sentiment
[14] Patrick J. Buchanan, «Did FDR Provoke Pearl Harbor?,» Global Research, December 7, 2011, http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28088 . Buchanan refers to a new book by George H. Nash, Freedom Betrayed: Herbert Hoover’s Secret History of the Second World War and its Aftermath, Stanford/CA, 2011.
[15] Stinnett, op. cit., p. 6.
[16] Stinnett, op. cit., pp. 5, 9-10, 17-19, 39-43; Buchanan, op. cit.; Pauwels, The Myth…, pp. 67-68. On American intercepts of coded Japanese messages, see Stinnett, op. cit., pp. 60-82. «Rattlesnakes»-quotation from Buchanan, op. cit.
[17] Stinnett, op. cit., pp. 152-154.
[18] Pauwels, «70 Years Ago…»
[19] Vea Jean Bricmont, Humanitarian imperialism: Using Human Rights to Sell War, New York, 2006.
Jacques R. Pauwels, autor de The Myth of the Good War: America in the Second World War, James Lorimer, Toronto, 2002 [El mito de la guerra buena, Hiru, Hondarribia, 2005)
Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28159
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