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Pececitos y tiburones

Fuentes: Alainet

Angélica Aparecida de Souza Teodoro, de 18 años, madre de un hijo de dos años, estudió sólo el 1º grado. Trabaja como empleada doméstica, pero estaba desempleada, al caer presa, en noviembre, en un mercadito de Jardim dos Ipés, en São Paulo, acusada de robar una lata de manteca marca Aviación, de 200 gramos, con […]

Angélica Aparecida de Souza Teodoro, de 18 años, madre de un hijo de dos años, estudió sólo el 1º grado. Trabaja como empleada doméstica, pero estaba desempleada, al caer presa, en noviembre, en un mercadito de Jardim dos Ipés, en São Paulo, acusada de robar una lata de manteca marca Aviación, de 200 gramos, con un valor de $l.40. Fue llevada al Distrito de Policía nº 59, conocido como Prisión de los Pinos; el delegado Marco Aurelio Bolzoni fue quien dio la orden de prisión.

Por sustraer mercancía por valor de 1.40 dólares Angélica pasó en la cárcel la Navidad, el Año Nuevo y el Carnaval, pues el Tribunal de Justicia de São Paulo, al analizar el pedido de la defensa de la doméstica, no le hizo mucho caso. Angélica fue liberada el 23 de marzo, más de cuatro meses después, gracias a un oficio del ministro Paulo Gallotti, del Tribunal Superior de Justicia, en Brasilia.

El Brasil y su Justicia parecen estar cabeza abajo. Hay una inversión total de valores y de criterios. Un publicista acaba de dirigirse al público declarando haber recibido, vía segunda caja, más de 3 millones de dólares en una cuenta clandestina en el exterior, y por eso mismo queda protegido por derechos que le fueron garantizados por el TSJ, reaccionando con mofa a las preguntas de los parlamentarios encargados de investigar corrupciones.

Un publicista de Minas Gerais hizo préstamos multimillonarios al tesorero de un partido político, sin revelar el origen de los recursos, pero que iban destinados al soborno de diputados federales, y quedó igual.

Un diputado federal, cesado después de ocupar el cargo de presidente de la Cámara de Diputados, estafó por $ 3 mil al propietario de un restaurante y nadie dio la orden de encarcelamiento.

Un alto funcionario de Correos es filmado embolsando una propina por valor de $ 1,400, nadie llama a la policía y él sigue libre, prueba viva de que los delitos de cuello blanco obtienen la complicidad de sectores de la Justicia.

¿Cuántos políticos, banqueros y empresarios procesados por desvíos de recursos públicos devolvieron lo que robaron? ¿Quién castiga los gastos exorbitantes de un rector de universidad de Brasilia, los desvíos de recursos del BNDES, los chanchullos en las privatizaciones durante el gobierno de Cardoso?

Queda la impresión de que bajo tanta corrupción hay una extensa red de complicidad. Los tiburones no son castigados para evitar que entreguen a otros tiburones a la Justicia. En este país basta con tener dinero, buenos abogados y relaciones en las instancias de poder para tener asegurada la impunidad. Mientras que los pobres, sólo por simples sospechas sufren torturas o reciben plomo antes de ser interrogados o investigados.

Los pececitos como Angélica quedan por meses en la cárcel a causa de un dólar con 40 centavos. Los tiburones, inmunes e impunes, son la prueba viva de que el crimen compensa -de hecho y de derecho- desde que el asalto logre obtener valores millonarios. Con preferencia dinero de las arcas públicas.

Vale el proverbio: «Quien roba 1 real es ladrón, quien roba 1 millón es barón».

Las estadísticas comprueban que la policía del gobernador Sergio Cabral, de Rio de Janeiro, mató este año más gentes que los crímenes cometidos en São Paulo por los delincuentes. ¿Quién corta la mano asesina del Estado?

En Brasil cuando la policía para a una persona pudiente, la pregunta es: «¿Sabe usted con quién está hablando?». En otros países es el policía quien pregunta: «¿Quién se cree usted que es?»

Cuando estuve en Inglaterra, en los años 80, vi por el canal estatal de tv BBC al sobrino de la reina Elisabeth II que era llevado a juicio. Parado por una patrulla de carretera, se constató que iba manejando bajo efectos del alcohol. Le retiraron el carnet por seis meses. Dos meses después fue parado por otra patrulla. Le pidieron la licencia. No la tenía. Entonces apeló al estilo brasileño: «¿Sabe con quién está hablando? Soy el príncipe fulano». El policía insistió en ver sus documentos. El joven le armó un escándalo. Entonces el policía le dijo: «Uno de nosotros dos está equivocado. Usted queda preso y será la Justicia quien diga quién tiene razón». Pasado por televisión a todo el país, el príncipe se vio obligado por el juez a pedir disculpas al policía y tuvo retirada su licencia por cinco años.

Así se hace ciudadanía.

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Frei Betto es escritor, autor de «El desafío ético», junto con Luis Fernando Veríssimo y otros.

Traducción de J.L.Burguet

http://alainet.org/active/25314