Detrás de cada «Película de Terror» hay un guionista (o varios), hay técnicos, maquillistas, iluminadores, especialistas en «efectos especiales»… y, sobre todo, hay un presupuesto, dinero, cálculos comerciales y propósitos de recaudación… una industria. Es preciso recordar que se trata de un negocio para comerciar con miedo farandulizado, hasta el hartazgo, por obra y gracia […]
Detrás de cada «Película de Terror» hay un guionista (o varios), hay técnicos, maquillistas, iluminadores, especialistas en «efectos especiales»… y, sobre todo, hay un presupuesto, dinero, cálculos comerciales y propósitos de recaudación… una industria. Es preciso recordar que se trata de un negocio para comerciar con miedo farandulizado, hasta el hartazgo, por obra y gracia de maniobras burguesas cada vez más estereotipadas y tecnificadas. ¡Que miedo!.
La cosa es simple. Uno o varios comerciantes cinematográficos, basados en sus intuiciones geniales y comerciales, aprovechan que tenemos debilidades o temores y que, con una ayuda, pueden descontrolarse y llevarnos al espanto. Eso, si se exhibe en salas públicas, con publicidad fuerte (hasta en un 70% del presupuesto) y mediana verosimilitud, se convierte en un placer voyeurista del que alguien saca provecho bancario. Y nada importa qué tan cerca del ridículo pase la historia si conecta con alguna fobia, o con una fijación o inseguridad de complejidad diversa. Todo, si asusta, es susceptible de ser manoseado ni importa que sean jeringas, sombras de árboles, insectos, reptiles, muñecos, pájaros, niñas adultas, ancianitas infantiles, marcianos, terrícolas o seres que nunca vimos ni vemos. Unos cuantos violines angustiosos, una especie de Halloween omnipresente e interminable, clichés a mansalva y gritos sorpresa… ¿qué nos falta?
De las cabezas de los comerciantes cinematográficos, y de sus intereses ideológicos, supura una enorme lista de atrocidades que llevadas a la pantalla, han desplegado repertorios de maldad que no es sólo fílmica sino sistémica… o dicho de otro modo, del capitalismo y su «literatura» de ficción. Y es tan amplio ese repertorio, es tan compleja su densidad simbólica y es, paradójicamente tan simple, que de esa dicotomía se desprende el más transparente de los retratos de la ideología de la clase dominante. El «más allá» y el más acá de la burguesía se pone a la vista de todos para darnos miedo mientras lo financiamos en masa. De terror.
En su parte más perversa ese «placer» cinematográfico sangriento, metafísico, extra-terrestre o de cualquier manera combinada y exagerada, se fija como parámetro que ha ido recorriendo sus fronteras al ritmo de la inventiva perversa de los fabricantes de películas. No hay límites. Se trata de ganar el mercado y de recaudar, a cualquier precio, fortunas ingentes sin importar los residuos perversos que se dejan sobre los pueblos, es decir en sus cabezas, tras cada temporada de «cine de terror» en todos sus medios y sentidos, capitalistas.
Lo fácil, para algunos, es apelar al reduccionismo snob que se deleita con poses, publicaciones, series televisivas o palabrería culterana adorando, de manera atomizada, la creatividad o la obra fílmica de uno o varios payasos de moda que hacen del terror la marca indeleble en sus negocios. Hay especialistas en el «genero» cinematográfico y su especialidad como fabricantes, como críticos, como investigadores o como publicistas, despliega una variedad inagotable de episodios horrendos… en verdad horrendos. Es la ideología de la clase dominante y nada de esa industria del terror es ingenuo ni inofensivo. Lo saben los laboratorios de guerra psicológica contra los pueblos.
Ese negocio se expande y se inocula, en cuanto medio ve a la mano, para asentar sus efectos en los públicos más diversos y en las circunstancias más inopinadas. Sólo en su versión de «videojuegos», la industria del terror maneja ganancias por cientos de millones de dólares en cada una de sus aventuras. «Resident Evil» es uno de los «juegos de horror» más exitosos. Ahora dicen que «The Conjuring«, basada en una «historia real», en la que fueron invertidos 20 millones, recaudó ya, en sólo un par de semanas, 100 millones de dólares de las taquillas yanquis «y recibió buenas críticas de la prensa», pagada por los productores, claro.
El verdadero argumento de la mega historia aterrorizante que nos inoculan, impúdica e impunemente, bien pudiera decir: Una fuerza maligna se apodera de los habitantes de varias ciudades, todos en horarios similares y con motivos que desconocen, se ven impelidos a vaciar sus bolsillos a la entrada de los cines. Dejan el producto de su trabajo en manos de unos comerciantes de imágenes que ha logrado hipnotizar a las masas obligándolas a disfrutar sus peores miedos y a llevarse a casa, y para siempre, las imágenes más terribles que, tarde o temprano, servirán para anestesiar sus cerebros cuando, en la vida real, aparezcan horrores similares (o peores) a los que ya han visto en los cines y a raudales. Esa es la gran película de terror que está escribiéndose a diario en cines, televisoras, videojuegos… libros, páginas Web y mensajes por telefonía celular. Eso asusta.
No se trata de un «entretenimiento» ingenuo, el «Cine de Terror» nos pone «los pelos de punta». Algunos estudios dicen, sin lograr que las cifras en verdad nos impacten y asusten, que un niño o niña promedio en nivel de educación primaria, ha visto, por uno u otro medio, al menos ocho mil asesinatos y alrededor de cien mil actos de violencia de género diverso. Cuando ese niño o niña se ha vuelto adulto, las cifras se hacen monstruosas y empeora el problema si se ha convertido adicto audiovisual a sus miedos y a los de otros. El placer por las historias de terror, estudiado de mil maneras por especialistas diversos, no es ajeno a la lucha de clases ni en su contenido, ni en su producción, ni en sus resultados. Incluso cuando se trata del juego ingenuo de contarse historias de espantos en las reuniones familiares o cuando se trata de maldades cándidas que asustan a los parientes y a los amigos. El miedo es cosa seria y el que se dispone a imponerlo a otros, debe cargar el monto de responsabilidad que le quepa, ya lo haga por, «arte», por chiste o por lucro. ¿Eso asusta?
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