1. No me asusta ni preocupa la ley capitalista sobre la pena de muerte. Si se contabilizara a las personas se vería que el 95 por ciento de quienes la han sufrido son gente pobre o enemiga del sistema político. Es parecido al porcentaje de los que están en las cárceles a donde llega un […]
1. No me asusta ni preocupa la ley capitalista sobre la pena de muerte. Si se contabilizara a las personas se vería que el 95 por ciento de quienes la han sufrido son gente pobre o enemiga del sistema político. Es parecido al porcentaje de los que están en las cárceles a donde llega un rico por cada 10 mil miserables. Y no es que unos sean asesinos y otros muy decentes o limpios. La realidad es que en un sistema capitalista imperial los presidentes o ministros asesinos que ordenan las guerras, las invasiones, los bombardeos y asesinatos por millones de seres humanos no solo no les aplican pena de muerte alguna, sino que los premian, pasan a la historia y les hacen homenajes. A ningún presidente yanqui y sus aliados se les ha aplicado la pena de muerte.
2. Me vale que el penalizado y luego asesinado sea mexicano, africano o europeo; sólo se que es un ser humano pobre que se trasladó a los EEUU en busca de trabajo porque en su país no lo encontró. Me vale si en su lucha por quedarse en ese país racista a conseguir un sustento para su familia se vio obligado a matar a un policía, a algún empresario o político; de todas maneras éstos pertenecen a la clase que domina ese país. Lo funesto es que el trabajo es cada vez más escaso por las nuevas tecnologías, así como porque las propiedades y riquezas se concentran cada vez más en pocas manos. Ya el teórico Jeremy Rifkin, de la Fundación para el estudio de las tendencias económicas, lo explica con mucha claridad desde 1994 en su libro, El Fin del Trabajo.
3. Mientras alrededor de 100 millones de seres humanos de América, África, Asia, cruzan las fronteras yanquis y europeas en busca de empleo, en los ocho o 20 grandes países -muchos reunidos hoy en el Foro Económico Mundial de Suiza- se concentra una enorme riqueza que (bien distribuida en la producción y el consumo) alcanzaría para que viva toda la humanidad. ¿No se recuerda acaso que se ha demostrado que es tan inmensa la riqueza y la tecnología en el mundo que bien distribuida bastaría con que los seres humanos laboraran dos o tres horas diarias para que todos los seres humanos puedan gozar ampliamente de ellas? No habría necesidad de migrar, de robar o de matar como sucede desde siempre en la sociedad clasista.
4. Ya Marx analizó en 1867, en el primer tomo del El Capital, el empleo. Con enorme claridad predijo que «la creciente automatización de la producción eliminaría finalmente y de forma generalizada a los trabajadores». Los fabricantes intentan continuamente reducir los costes laborales y obtener un mayor control sobre los medios de producción mediante la sustitución del equipamiento principal por seres humanos, siempre y cuando sea posible. Los beneficios de los capitalistas no solo proceden de una mayor productividad, de una reducción de los costes y de un mayor control sobre el puesto de trabajo, sino también de un amplio abanico de trabajadores desempleados disponibles para ser usados en otro lugar.
5. Siguiendo esta idea de Marx de la tecnología y la sustitución de costes laborales, hace varios años leía acerca de una propuesta en educación que buscaba sustituir el trabajo de los maestros con libros de texto bien preparados para el autoestudio, el uso de la televisión y de los vídeo-conferencias preparadas; de tal manera que no tuvieran clases, ni círculos de estudio y sólo presentaran examen si era necesario. ¿Qué son las teleaulas, los estudios por correspondencia y a distancia sino no variantes para sustituir a los maestros que tanto absorben del presupuesto público nacional y con sus luchas sindicales en las calles causan malestar al gobierno? ¿Qué papel va a jugar en el futuro la Conafe con pagos miserables controlada por el gobierno?
6. Habrán muchas más penas de muerte en los EEUU y es casi seguro que en algunos países más se aprueben leyes «para asesinar a los asesinos de personas». Luchar contra esa ley puede ser un buen distractor para olvidar la lucha contra los asesinatos en masa que ejercen los gobiernos con sus políticas de guerra y sus políticas de desempleo y hambre. ¿Cuántos millones mueren por pésimos gobiernos que no hacen caso a millones que mueren por enfermedades curables, por miseria y bombardeos? Es quizá la causa de la existencia -por otro lado- de los secuestros, asaltos, robos y magnicidios que tan cuidados están por millones de guardaespaldas bien pagados. En fin esta sociedad anda de cabeza y es urgente ponerla de pie.
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