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Pensar a Marx ante nuestros horizontes de lucha política y social

Fuentes: Rebelión

«Nada va a cambiar si no estamos preparados para actuar» Crass   Marx es un nombre cargado de historia y de vitalidad, y no por casualidad. Marx es uno de los pilares centrales de crítica radical a la civilización capitalista. Después de todo, habría que hablar de él como deslizándonos a través de imágenes múltiples, […]

«Nada va a cambiar si no estamos preparados para actuar» Crass  


Marx es un nombre cargado de historia y de vitalidad, y no por casualidad. Marx es uno de los pilares centrales de crítica radical a la civilización capitalista. Después de todo, habría que hablar de él como deslizándonos a través de imágenes múltiples, la imagen de un enjambre de abejas o de un hormiguero, un Marx para la acción y no sólo para los conceptos, un Marx irreductible a una sola interpretación. Y es que la obra de un autor revolucionario sortea no sólo las disputas interpretativas en el terreno de la teoría sino también, y con éstas, las experiencias prácticas que dan luz sobre las tareas, las orientaciones y los retos en la construcción de una sociedad alterna a la actual. Por eso, en cada ocasión la labor de los revolucionarios es confrontar sus proyectos de sociedad y las estrategias revolucionarias con la situación concreta, como haciendo cruzar dos mares que nos permitirían abrir un pasaje oculto por las turbulencias políticas propias de cada coyuntura histórica (como las que ahora vivimos l@s miembros del movimiento #yosoy132). Haciendo emerger una relación dialéctica entre luchas concretas, locales o coyunturales y una perspectiva de transformación revolucionaria, una visión-fuerza- capaz de afirmar la posibilidad y la viabilidad de un cambio radical mediante la acción colectiva: el verdadero sentido de la praxis revolucionaria formulada seminalmente por la obra de Karl Marx.

La pregunta entonces es qué podría decirnos Marx ante la crisis de civilización actual y ante los horizontes de cambio y las estrategias de acción social en México y en el mundo. Es decir, qué podría decirnos ante la explotación inhumana, la opresión, la falta de igualdad social y de democracia, razones por las que durante los últimos años miles de jóvenes hemos decidido cuestionar el orden de la sociedad, saliendo a las calles para problematizar el sentido y la dinámica de nuestras sociedades. En el fondo, el movimiento #yosoy132, dando continuidad a la estela abierta por las revoluciones árabes, se encargó de abrir la posibilidad de pensarnos y actuar colectivamente para guiar el destino de nuestra sociedad. Este es precisamente nuestro punto de encuentro con Marx, nuestra cita secreta; por un lado la crisis de civilización (Crisis ambiental, crisis económica y política pero también social, cultural, espacial y ética a nivel internacional), y al mismo tiempo el auge de distintas luchas a nivel internacional que cuestionan el orden imperante. -¿Por qué rescatar a los bancos y no a las personas ante la crisis económica internacional?- Una situación que nos coloca en la necesidad de plantearnos un cambio de raíz, de cuestionar desde sus bases el modelo civilizatorio de nuestras sociedades. Pero esto no sucederá si no somos capaces de articular una reflexión general sobre el tipo de cambio por el que luchamos, es decir, el tipo de sociedad que pretendemos construir con nuestros actos y pensamientos más cotidianos.

Hasta hoy, Marx constituye una maquinaria infernal y espléndida de crítica a las sociedades capitalistas. Su labor abre paso a la estrategia de desbordar el orden imperante; duda sobre lo Legitimo, incertidumbre sobre lo Verdadero. Marx nos muestra el reflejo ulterior u oculto de la realidad de las sociedades capitalistas, atadas a una lógica cuya articulación requiere la conjunción de la explotación humana y de la devastación ecológica. La cuestión es letal: porqué existen las desigualdades actuales en contra posición al igualitarismo inscrito en numerosas constituciones como la nuestra; las constituciones «democráticas» se vanaglorian de declarar igualdad frente a millones de personas que mueren de hambre. Ningún tipo de lastima, no se trata de eso. Se trata de que el discurso formal de nuestra sociedad no corresponde con lo existente, la inconsistencia ontológica que produce la lógica del valor (esa equiparación perversa entre ser y tener), ese devenir-esclavo que termina por confundir lo grande con lo grandote-como refiere Galeano-, la vida con las cosas y con el dinero. La mercancía sobre la vida, la lógica de la ganancia sobre la colectividad, la autonomía y la creatividad. Marx confronta el discurso formal de las sociedades capitalistas con la lógica estructural del capital sustentada sobre la explotación, haciendo caer las verdades comunes que cercan la hegemonía de las sociedades capitalistas.
 
Marx nos muestra cómo la riqueza de los burgueses es producto de la explotación, es decir, cómo la riqueza es producida por todos pero sólo poseída por algunos. En México, por ejemplo, un obrero del vidrio trabaja por menos 8 horas al día, las ganancias que reporta su trabajo son tan altas que tan sólo con diez minutos de su trabajo el dueño de la empresa puede pagar su salario. He aquí el secreto de la ganancia: la explotación. La inversión de Marx, revelar que aquello que la mirada nos ofrece como verdadero es un velo teñido por estructuras ideológicas encargadas de recubrir el sufrimiento y la desigualdad. (Es importante hacer notar que la sensibilidad humana constituye en Marx una actividad práctica.) Pero él nos muestra, además, algo diferente, una vía para la desmitificación del mundo. Marx niega el capital para afirmar la vida comunitaria y la creatividad. Su sospecha, y la intención de su teoría, estuvieron siempre relacionadas con la idea de que la acción colectiva de los trabajadores sería la única vía para transformar el mundo de raíz. Desde un cierto punto de vista es posible concluir que ambas visiones, la de la dominación y la de la emancipación, hacen parte de un mismo proyecto revolucionario.

Marx descubre un mundo dividido, fragmentado de origen por la desigualdad en la reproducción de nuestras sociedades. (El sujeto no podría existir en abstracto o como ideal regulativo sino que tendría que ver con una determinada forma-histórica-de organizar el mundo, una historicidad materialista contrapuesta al idealismo hegeliano.) Marx piensa las clases sociales como categorías teóricas pero también como realidades actuantes, como realidades dinámicas que operan sobre sí mismas y sobre el curso de la historia; la clase es clase cuando actúa y es capaz de ver el mundo por cuenta propia, con voluntad de vida e intereses propios definidos por su posición en la organización del mundo que no es sólo material. Por eso la clase en Marx también representa un mecanismo de lucha para identificar al enemigo y planear las estrategias de cambio social, clase como apropiación y producción colectiva de la sociedad y la historia. Un cielo abierto bajo el cual afirmamos, en la práctica, la viabilidad de otro mundo.(Por ello, la lectura de E.P Thompson acierta en dejar atrás el esquema clase en sí-clase para sí) Habría que repensar en este caso la idea de negación y preguntarnos si, en la idea, y sobre todo en las experiencias de clase y de explotación opera ya la idea y el anhelo de otro mundo, el reverso afirmativo bajo el cual necesariamente tendría que acontecer toda negación consecuente del orden existente. La base necesaria para negar la dominación y para impulsar una revolución social.
 
Una orientación revolucionaria basada en las obras de Marx y en las experiencias revolucionarias de los últimos siglos, tendería a ser un pequeño candelabro instruido en el instinto de la acción colectiva, una maquinaría viva encargada de intuir el devenir social-el acto de la adivinación y la fe por la revolución en Benjamin- su misión es precisa: calcula el nivel de fuga y busca la posibilidad de una ruptura, en el fondo, busca instaurar un momento de fuerza e irrupción por donde colar las pistas de otra realidad, otro mundo posible al cual es posible acceder a través de la acción de las mayorías, el terror que abrió tenazmente la modernidad para la burguesía: mientras tomaban el control del mundo, despojando a la aristocracia, emergían fuerzas capaces de formular otra realidad que negaba el orden de la propiedad privada y el Estado, pero no sólo, pues el mundo del capital es el mundo de la envidia y la competencia feroz, el mundo en donde nuestras capacidades de autonomía, sensibilidad y creatividad se ven cercenadas por un mundo en donde la ganancia se antepone a la vida de las personas. Por eso el comunismo sería más una ontología radical en vez de una mera epistemología que puede reducirse a un método para conocer el mundo o para alcanzar la Verdad. (Desde este punto es posible vislumbrar un momento de tensión y de discusión con Marx, quien en muchas ocasiones se ve confrontado entre aquello que anhela y aquello que piensa como verdadero).
 
Marx busca instaurar el instante en que la realidad parece quebradiza y se antoja frágil y enferma, el momento en que la acción política y social de las mayorías desbordan el control de las clases dominantes y los límites de lo real tiemblan y evocan la imagen del mundo puesto de cabeza, un punto desde el cual proyectar la posibilidad de plantearnos un cambio radical, es decir, un cambio de raíz. El sueño de Marx, su presagio. Marx no es concepto ni ciencia visto desde una perspectiva político-revolucionaria, es esencialmente teoría para la acción, una manera de plantear un cambio, una forma de construir el cambio, una orientación para la acción y no un sistema estático y muerto. Por eso Marx no cabe en las academias ni en los salones, mucho menos en actitudes doctrinarias. Marx es necesario en los salones, cierto, pero también fuera de ellos, en contacto con la acción colectiva, operando como una herramienta viva de orientación estratégica, como un legado vivo cuya vida requiere ser reactivada en la relación entre teoría y acción. Teoría y acción revolucionaria, reversos de un mismo proceso. Una revolución consiste en ser capaces de comprender la necesidad de un cambio, pero sobre todo en la capacidad de producir ese cambio.

El legado de Marx sólo puede adquirir sentido si somos capaces de confrontarlo con nuestra realidad y con las experiencias de transformación de la sociedad, lo que implica tomar su obra de manera crítica, anteponiendo la idea de que ningún autor o corriente teórica o política puede por sí misma orientar la construcción de otro tipo de sociedad. Marx no es un manual para analizar y cambiar el mundo. Marx es una herencia en la lucha por otra sociedad. Por eso, Marx es mucho más que un nombre o una persona y su legado es irreductible al termino marxismo, por el contrario, se inscribe en los sueños y en las acciones de emancipación radical. Sería, después de todo, la sombra, o mejor dicho la sonrisa sin sombra que se agita debajo de las manifestaciones y de esa sensibilidad radical que se agita bajo la piel de nuestros cuerpos que evocan otra realidad. Marx sirve para pensar una revolución, sin embargo, conocer a Marx no nos hace revolucionarios. Antes bien, podemos serlo sin conocer su teoría.

Marx sigue siendo el viejo profeta de una revolución intempestiva que aun soñamos. No hay nada de malo en lo sueños: echar el mundo por la borda, desplegar las alas tras esas espaldas acostumbradas a cargar el peso muerto de la historia. Este es el llamado de Marx, esta es nuestra cita secreta con él, Marx nos invita a dinamitar aquellas verdades que cercan el orden imperante en nuestras sociedades, nos invita a volar, a tomar nuestras vidas en nuestras manos. Y aunque podemos observar ciertos elementos cientificistas o progresistas en sus obras, existe un campo completamente genuino que tiene por principio desarrollar la vida social en la afirmación de cada uno de nosotros, esta ruta en Marx muestra un universo compuesto por la libertad, la autonomía, la socialidad, la creatividad y la sensibilidad. El presagio fugaz: el salto bajo el cielo abierto de la historia. Actuar con Marx implica repetir su espíritu y no sus palabras. La actitud doctrinal no tiene nada que ver con el legado revolucionario de Marx, por el contrario, sólo una actitud crítica nos asegura continuar la lucha por una sociedad sin opresión, explotación y devastación ecológica; lo que en el fondo representa el espíritu de Marx. Una pieza central de esa brújula móvil y abierta que los revolucionarios requerimos para pensar y actuar ante la situación actual y ante el futuro de nuestros movimientos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.