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Perseguida

Fuentes: Rebelión

A ella se le desbocó el corazón cuando aquel policía de paisano le pidió la documentación en La Laguna. Era de noche y sintió terror sin ser culpable de nada; sólo de existir, sobrevivir en un país europeo en el que su origen es reconocible. Ella estaba sacando dinero en un cajero; él receló de […]

A ella se le desbocó el corazón cuando aquel policía de paisano le pidió la documentación en La Laguna. Era de noche y sintió terror sin ser culpable de nada; sólo de existir, sobrevivir en un país europeo en el que su origen es reconocible. Ella estaba sacando dinero en un cajero; él receló de sus peligrosos ojos achinados, de su amenazante cara del altiplano y de su temible color oscuro; sus rasgos harían innecesario coser en su ropa una identificación que la señalara como extranjera, similar -pero mejor diseñada- a las que llevaban judíos u homosexuales en la Europa nazi. Ella vive desde hace diez años en España, pero siempre será sospechosa y presunta delincuente; por extraviarse y residir en el país equivocado, por aspirar a una existencia digna, por enviar dinero a sus hijos, por ir a un hospital si se enferma. Ésta es la cotidianidad de una costurera, de una joven ecuatoriana de ojos melancólicos a la que en pocos meses la policía le ha requerido varias veces a que enseñe los papeles; no vaya a ser que se crea libre y pierda el miedo, no vaya a ser que esté respirando un aire que no es el suyo, pisando un suelo que no le pertenece, mirando un paisaje urbano ajeno; no vaya a ser que esté disfrutando de unos derechos y libertades a los que no tiene derecho.

Decía Sami Nair hace poco que en Europa «ascienden lenta, pero inexorablemente, los vapores nauseabundos de la intolerancia, el racismo, la ausencia de solidaridad…»; una suerte de «neofascismo moderno» caracterizado por la caza del extranjero, ahora bajo la clasificación de no comunitario, al que «se le recortan sus derechos día a día, al tiempo que es vigilado, la policía lo detiene, lo controla por el color de su piel, a veces lo insulta y otras lo mata por error».

Primero fue la Directiva de la vergüenza de junio del pasado año que abrió la veda para la criminalización institucional de los extranjeros, mediante prácticas que les privan de libertad, incluso mientras se examinan sus solicitudes de asilo o permisos de residencia. Y ahora en España, los diputados del PSOE, apoyados por los nacionalistas, entre ellos los de Coalición Canaria (a cambio de la dispersión geográfica de los menores) han aprobado con igual tranquilidad y procedimiento que si se tratara de un paquete de inversiones, la reforma de la Ley de Extranjería que amplia el internamiento de los inmigrantes de cuarenta a sesenta días (dos meses sin derechos; presos sin juicio ni sentencia); limita los reagrupamientos familiares (y que se mueran alejados los padres de los hijos; ¿o es que acaso pretendían traérselos para disfrutar de su compañía sus últimos años de vida?); o multa con 10.000 euros a la persona que aloje en su casa a un irregular tras haberlo invitado (por complicidad en el vil delito de amistad con ser humano).

Da vergüenza hasta escribirlo, comentarlo, calificarlo; da asco observar tanta tropelía, tanta inmundicia, tanta inhumanidad. ¿Cuál será el siguiente trámite, igualmente supervisado y publicado en el BOE? Y nosotros: ¿seguiremos mimetizados con el sofá de la sala, viendo cómo se aplasta por decreto al ser humano?, ¿cómo se persigue y se despoja de derechos a los nuevos esclavos, a los parias de la Tierra?

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.