«Hay un contagio populista en América Latina»Jorge Edwards Anacrónico me resulta el argumento del escritor chileno. Su alusión a lo contagioso implica una suerte de diagnóstico, entre inquieto y defensivo, cargado de ecos médico-higienistas que remiten a criterios presuntamente científicos muy difundidos, desde México al Río de la Plata, al filo del 1900. «Continente enfermo» […]
«Hay un contagio populista en América Latina»
Jorge Edwards
Anacrónico me resulta el argumento del escritor chileno. Su alusión a lo contagioso implica una suerte de diagnóstico, entre inquieto y defensivo, cargado de ecos médico-higienistas que remiten a criterios presuntamente científicos muy difundidos, desde México al Río de la Plata, al filo del 1900. «Continente enfermo» o «colectividades viciosas» eran, entonces, las opiniones más vulgarizadas por ciertos discípulos de Lombroso que proyectaban categorías biologizantes sobre el plano de la sociología positivista.
Se trataba de descalificar a los indios, en los países andinos y bajo el porfiriato, o apuntando a rebajar, en las regiones de fuerte impacto inmigratorio de origen europeo, las reivindicaciones libertarias.
Ya no es ningún secreto: el contagio -fundamento al que apelaban las oligarquías criollas y que, actualmente, repone en circulación Jorge Edwards-, segregaba un virus proliferante frente al cual se postulaban diversas terapias: la más conocida en la Argentina fue la ley Cané, 4144; otra mediación, más viril, solían ponerla en práctica, notoriamente, los llamados «cosacos» a las órdenes del coronel Falcón. En el Brasil, la república velha, para no perder su prestigio latinoamericano, la ley Gordo se la empardó al autor de Juvenilia.
Es que el contagio, pestífero, era portado por los otros, los diferentes, o sea por «las clases peligrosas». Muy al día, Jorge Edwards no se refiere, hoy, a un problema clasista sino a países peligrosos. Y dibujando algunas cabriolas de una sutileza oxidada, se encarniza con Cuba: ¡ojo con la virosis caribeña! Y nos alerta superponiendo, casualmente, semejante ademán con la reedición de su libro Persona non grata. Embajador del gobierno de Salvador Allende (y sin explicar aún la contradictoria peligrosidad de su propio país socialista al que representaba), Edwards publica su profecía sobre el presente «contagio populista en América latina» en La Nación de Buenos Aires.
Edwards no está solo en esta cruzada. Se inscribe en una serie. En ese matutino tan liberal, especializado en el virus cubano -y la contagiosa secuela latinoamericana representada sobre todo por la Venezuela de Chávez-, Andrés Oppenheimer, del Miami Herald, y Marcos Aguinis, otro enjundioso novelista, no sólo se declaran perturbados ante la misma endemia continental, sino que se han perfeccionado aventurando un remedio riguroso: contra la infección populista en América latina nada mejor que privatizar a la bartola y convocar a los inversores más esclarecidos.
-Jorge Edwards no está solo: la reedición de su Persona non grata enriquecerá a un coro alarmado.
Hace años Osvaldo Dragún estrenó una pieza llamada La peste viene de Melos. Era una parodia. Cierto. No me olvido: Camus escribió un texto titulado La peste. Una alegoría. Reposadamente le preguntaría a Jorge Edwards: la Bolivia del indio Morales en plan de socialización, ¿ha sido penetrado por el virus populista? Y qué es el populismo, Edwards. Como dicen algunos lingüistas: ¿una polvareda de significantes que aturden al concreto significado? Y del proyecto del Ecuador del reciente Correa, qué. ¿También es una víctima de las toxinas propaladas por Chávez? Edwards, Edwards: le pregunto. ¿Me permite? Desde ya que sí; usted es un caballero. ¿Por qué no utiliza categorías históricas más complejas y rigurosas en lugar de pregonar arcaicos vocabularios de un simplismo biologizante? Edwards podría argumentar, y con razón, que él se ocupa de sincronías. Sincronías. Sea. Pero, hacia 1810, y apelando a una historia utilizable: O’Higgins y San Martín, y Morelos y Artigas y Bolívar, ¿encarnaron, acaso, una sincronía que implicó también otro contagio?
Edwards, novelista al fin, conoce de pe a pa En la sangre de Eugenio Cambaceres. Y por supuesto que sí puede opinar sobre el supuesto contagio, allá por 1880, distribuido por el naturalismo argentino. Contra el peligro representado por los inmigrantes. Cocoliches y conventillos. Ahá. ¿Y cómo enjuicia a El roto, tan conflictuado, de Edwards Bello? Su pariente hacia atrás. Supongo. ¿Quizás apostando a El Mercurio como clásico remedio para exorcizar al actual contagio latinoamericano?
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