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Philipp Lahm no es David Beckham

Fuentes: Rebelión

Lo digo de entrada: del fútbol me gusta sólo un rato. Todo un partido me aburre, me basta un cuarto de hora. Tenía interés en ver al defensa Philipp Lahm en la final Inter-Bayern. Y aunque los futbolistas de campañillas no son personas de mi admiración me gustó la historia de este futbolista internacional del […]

Lo digo de entrada: del fútbol me gusta sólo un rato. Todo un partido me aburre, me basta un cuarto de hora.

Tenía interés en ver al defensa Philipp Lahm en la final Inter-Bayern. Y aunque los futbolistas de campañillas no son personas de mi admiración me gustó la historia de este futbolista internacional del Bayern, nacido en Munich.

Cuenta que en el verano de 2007 pasó unos días en Sudáfrica. Y en su recuerdo le quedaron impresos aquellos chavales recorriendo a diario muchos kilómetros camino de la escuela: una barraca en la que se reunían niños de 4 a 12 años. Un panel era todo su bagaje y acomodo: no había ni mesas ni sillas. En clase los niños aprendían palabras nuevas y cantaban en grupo. Ante la barraca un fuego con una perola. Era la comida: un caldo de cosas varias. Y escuchamos que era una de las selectas, porque en otras maestros y alumnos se concentran bajo escampado y, si llueve, se acurrucan bajo un árbol.

Dice Lahm que fue en esos días cuando se dio cuenta qué es una escuela y qué la formación en algunas partes del mundo. Y pensó en su infancia. Impresionado, tras el viaje creó una fundación de promoción de jóvenes en África y también en Alemania. Soñaba con mejorar la vida de los chavales. Deseó que cada niño sintiera una mano cariñosa en su desarrollo. Por eso organizó campamentos de verano en Munich junto al Isar para aprender a jugar a fútbol pero, también, para desarrollar otras artes: a cocinar, a concienciarse de sí mismo, a desarrollar su cuerpo mediante el ejercicio físico, a verter amistad… Intenta que se implique la gente en estos o proyectos parecidos, anhela ser impulso de ideas semejantes: Que haya más gentes con estos sueños y que inviertan sus dineros y esfuerzos en el desarrollo de chavales.

Su fundación potencia también otros proyectos, que tienen que ver con deporte y formación. Colabora con una sociedad de fútbol cerca de Ciudad del Cabo, que se encarga de que los niños no sigan en la calle y se alejen de las drogas. Están construyendo un campo de fútbol no lejos de Johannesburgo, con bancos alrededor para que sean encuentro y diversión de jóvenes. Philipp les envía cariño y balones de verdad para que no jueguen con sucedáneos de papeles y trapos. A él, que luce botas de marca y lustre, no le gustaría en lo sucesivo ver a niños descalzos jugando en las plazas de los pueblos, rodeados de cristales rotos y con una perola de miseria y hambre a mediodía. Sueña con que en el campeonato mundial de fútbol en Sudáfrica esté terminado ese campo de fútbol, con ver a niños sonrientes jugando y quizá hasta convenza a algunos compañeros a viajar hasta allí para jugar un partidillo con ellos.

Philipp Lahm no es David Beckham, que ha preferido ir a Afganistán con sus ministros británicos a jugar a la guerra y a apoyar a las tropas de ocupación. Y es que, como muy bien decía Kalvellido, «de tanto aparentar lo que no somos ya ni siquiera somos lo que aparentamos».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.