Las fotos recientes de los cadáveres apilados en la morgue de Nairobi a consecuencia del conflicto poselectoral inauguran el año 2008. Lo inauguran y continúan las matanzas del año recién finalizado. En algunos de los retratos se ven cuerpos de niños y en otras de adultos. Algunos murieron abrasados por el fuego mientras se resguardaban […]
Las fotos recientes de los cadáveres apilados en la morgue de Nairobi a consecuencia del conflicto poselectoral inauguran el año 2008. Lo inauguran y continúan las matanzas del año recién finalizado. En algunos de los retratos se ven cuerpos de niños y en otras de adultos. Algunos murieron abrasados por el fuego mientras se resguardaban en una Iglesia; otros perecieron víctimas de las balas y los más por esa execrable enfermedad llamada política.
Las imágenes rebasan todos los significados del horror. Son vivo ejemplo de la insoportable realidad de la humanidad y de la pérdida de valores supuestamente propios de la condición humana como lo sería la piedad (me refiero al cariño y respeto al prójimo, no al amor a Dios). Lo que ahora sucede en Kenia demuestra cuán imparable es el mal y sirve de ejemplo para recordar que la piedad es una de las diferencias fundamentales entre seres humanos y animales.
Erich Mühsam fue un poeta judío alemán víctima del nazismo. En 1933 fue detenido y encarcelado. A guisa de ejercicio -recién empezaba el nacionalsocialismo-, los torturadores decidieron meter en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico también detenido. Como parte de su entrenamiento, y para ejercer la maldad, los soldados nazis esperaban que el simio atacase a Mühsam, cuyo aspecto, según narran los historiadores, era lamentable. Para sorpresa de los torturadores, el chimpancé abrazó al prisionero, lo resguardó y lamió sus heridas. Enfurecidos por la piedad del animal, los celadores torturaron y mataron a éste.
Del chimpancé aprendemos que, al menos en el caso del poeta judío alemán, la piedad es una cualidad animal que se ejerce sin que importe la especie. Aprendemos también que quizás su actitud se debió a que Mühsam se encontraba en malas condiciones de salud, lo que no sucedía con otros seres humanos con los que el animal había tenido contacto, lo cual, quizás -escribo otra vez quizás porque es imposible aseverarlo-, despertó en él conductas piadosas. Independientemente de que el nazismo es por antonomasia la imagen del mal y una de las representaciones más brutales de lo que es capaz de hacer el ser humano, aprendemos, finalmente, que el mal es condición nata en muchos seres humanos: al chimpancé se le mató por no cumplir y porque su piedad iba en contra de toda la filosofía nazi (finalmente, filosofía y condición humana). La historia de Mühsam es cimental para reflexionar acerca de los significados y de las posibilidades de la piedad laica.
Al igual que en otras vivencias, como la empatía, el altruismo, la maldad o el sacrificio, una de las cuestiones fundamentales acerca de la piedad es si ésta es una cualidad innata («mamada» in utero), si se aprende en «la escuela de la vida», o si es una mezcla de ambas. Ese proceso suele darse en tres pasos -lo que sigue es una hipótesis personal: 1) Cuando se considera adecuada alguna acción o conducta, la mayoría de las personas suelen repetir lo que se observa. 2) Comportarse de acuerdo con lo observado es una forma de aprendizaje. 3) Si lo que se aprendió se considera bueno o adecuado la conducta se repite.
De acuerdo con lo señalado, las personas se comportan, la mayoría de las veces, influidas por los valores que predominan en el entorno cercano. Si la empatía, la moral o la piedad eran ejes de la educación en el hogar o en la escuela, las personas adquirirán esas cualidades; si por el contrario, en el entorno mediato se exaltaban otros valores, como la amoralidad, la violencia o el mal trato a niñas y niños, las personas reproducirán esas conductas.
El ejemplo de Kenia es bueno para hablar de piedad laica (quien quiera hablar de piedad religiosa puede hacerlo). Es bueno porque es actual. El caso Kenia es también pertinente porque ejemplifica la fragilidad del ser humano desprotegido y la inmensa facilidad que tienen las personas para apilar cadáveres innominados.
Al hablar de los muertos de Kenia no importa el nombre del hijodeputa del presidente keniano que precipitó la masacre, porque, como ya he señalado ad nauseam en otros escritos, la mayoría se parecen; tampoco importa si son negros o blancos, gitanos o chiapanecos, pobres africanos o homeless busheanos . De hecho, carece de significado que haya hablado Javier Solana (alto representante para la política exterior de la Unión Europa) y nada importa lo que haya dicho la señora Condoleezza Rice (secretaría de Estado estadunidense). En cambio, lo que sí importa es que Kenia, Acteal y Darfur son ejemplos vivos de la vigencia del mal y de los valores que imperan en la sociedad globalizada donde los chimpancés se encuentran amenazados y en peligro de extinción.