Un ser malicioso, cruel y ladrón; con un ave en el hombro, un garfio por mano, un parche en el ojo, una pata de palo y barbón. Esa es la imagen del pirata que conocíamos de niños. Ahora han cambiado y tienen herederos que proliferan en las calles de nuestro país. Se han actualizado, saben […]
Un ser malicioso, cruel y ladrón; con un ave en el hombro, un garfio por mano, un parche en el ojo, una pata de palo y barbón. Esa es la imagen del pirata que conocíamos de niños. Ahora han cambiado y tienen herederos que proliferan en las calles de nuestro país. Se han actualizado, saben utilizar programas computacionales, convencer y vender. Tienen amplios conocimientos sobre cine, música, programas de computación y libros, y ya no realizan su labor en los mares sino en el llamado «cuneta shop».
Las percepciones respecto a su labor son muy distintas. Para algunos son una especie de Robin Hood moderno, que entrega los últimos estrenos del cine, la música, los softwares y los libros a un precio módico a quienes no tienen dinero para comprarlos en el mercado legal y con una calidad que poco tiene que envidiar al original. Para otros, es un delincuente de la peor calaña que roba los derechos de autor a escritores, músicos, cineastas y artistas en general y deja millonarias pérdidas a los creadores, distribuidores y al Estado. Pero sea como sea, la piratería ha experimentado una notoria explosión en los últimos años y es una realidad instalada en nuestro país (ver recuadro).
Un ejemplo de las variadas posiciones frente a la piratería se puede encontrar en las declaraciones vertidas en un foro de Internet respecto al tema. Carlos Díaz, de Rancagua, indica: «Yo no sé si los sinvergüenzas son los piratas o los que venden el producto original. Lo único que puedo decir es que los piratas dan alternativas a gente de escasos recursos para tener programas, música, etc., que jamás en su vida podrían comprar en original». Una opinión distinta tiene Fresia, de Santiago: «Los sinvergüenzas que venden productos piratas por último deberían entregar calidad. A los libros les faltan páginas, o vienen con páginas en blanco, etc. Los CD, la misma cosa. Y todo por la maldita costumbre de no ser menos que los demás. Compran mugres en inglés que ni siquiera entienden, sólo porque están de moda». Por su parte, Juan, también de Santiago, señala: «Si hubiera una mejor repartición del ingreso, la gente compraría productos originales. Pero como la gente es pobre y está áv
ida de música y lectura siempre se va a ir por lo más barato. Total… mientras caguen los que realmente se llevan las ganancias a mí el pirateo me da igual».
¡LLEVE LA CULTURA PIRATA, CASERITA!
A las seis de la tarde de un jueves cualquiera los piratas deambulan por el centro de Santiago. Pero ya no portan una bandera con una calavera, sino que se les puede reconocer por una especie de alfombra plastificada donde aparecen los títulos de los productos que ofrecen. Alejandro es uno de ellos, y prefiero decirle la verdad: que soy periodista y quiero saber sobre su labor. Cuesta convencerlo, pues asegura que hace poco se le acercó un colega con cámara escondida, le hizo preguntas capciosas y lo que respondió salió al aire para medio Chile, dejándolo como un ladrón. Luego de asegurarle que sólo porto mi grabadora y que su identidad quedará reservada, accede a conversar con Punto Final.
Alejandro cuenta que la cesantía es el común denominador de la mayoría de sus colegas. El salió de cuarto medio con un título de cocina internacional. Encontró trabajos esporádicos hasta que apareció esta oportunidad: desde hace dos años se dedica a vender en el «cuneta shop» programas computacionales, películas, música y juegos. «La situación económica de mi familia es regular, vivimos en Conchalí y somos de clase media. Yo me mantengo de esto y ayudo a mi familia», señala. Agrega que es mentira que las ganancias de los piratas superen los 400 mil pesos mensuales. «Uno gana aproximadamente lo que ganaría en una empresa común y corriente, 170 lucas, máximo 200 lucas al mes, cuando está bueno».
Este vendedor pirata señala que además de procurarle sustento, su labor permite que gente de pocos ingresos tenga acceso a la cultura, al entretenimiento y al aprendizaje, «porque lo que yo vendo tiene un precio de entre mil y mil 500 pesos, y los originales en una tienda valen 70, 80 o hasta cien lucas. O sea, la gente no tiene ninguna posibilidad de comprarlos a ese precio».
Alejandro agrega que sus clientes son de todos los niveles sociales, desde el más bajo hasta el más alto y que su mensaje para los empresarios de discos, películas, programas y libros es que si no quieren ver tanta piratería, «debieran bajar los precios. En Chile las personas no tienen cómo pagar un programa que cuesta sobre 18 mil pesos para que un niño aprenda matemáticas o inglés. Es lógico entonces que la gente recurra a la piratería».
Debido a lo anterior Alejandro no se considera un delincuente. En todo caso, asegura que el pirateo es sólo su forma momentánea de ganarse la vida, mientras espera algún trabajo estable ya que son muchos los inconvenientes de trabajar en la calle. «Obviamente preferiría un trabajo legal, porque no tendría que andar arrancando de los pacos, tendría salud y AFP, tarjetas de crédito, acceso a préstamos, etc. Pero bueno, así está la cosa. No hay pega y a mí me tocó ser pirata».
Luis, de 25 años, es estudiante del área de humanidades de la Universidad de Santiago. Se transformó en pirata cuando en su casa dejaron de pagarle la matrícula, la micro, las fotocopias e incluso se le quitó el dinero para el almuerzo. Sus padres sólo le pagarían las mensualidades de la universidad. «Pero yo me tenía que mantener. Y sucede que me gusta el cine. Tenía un copiador de DVD, tenía amigos que copiaban y ví que en la ‘U’ había gente que quería comprar películas. Así se dio». Comenzó un comercio cuya especialidad es el cine arte y de culto.
Este universitario indica que su clientela son alumnos y profesores que buscan películas difíciles de encontrar en el mercado formal, y en caso de encontrarse, su precio supera los 18 mil pesos: él las vende a tres mil. Pese a que intercambia películas para copiar con otros estudiantes de distintas universidades, Luis señala que no son una red de piratas: «Somos un grupo de amigos que tenemos negocios». Luis indica que él y sus amigos bajan la mayoría de las películas de Internet. Pero hay un trabajo: «Nosotros trabajamos el DVD. En las películas originales tiene nueve gigas de capacidad, pero en el mercado sólo existen DVDs de 4,5 gigas, es decir, tienen la mitad del espacio necesario». Por ello, explica, deben comprimir el disco original y a veces realizar una reedición del DVD, eliminando algunos de los materiales agregados, obviamente sin perder la calidad de imagen y sonido. «Entonces tenemos que manejar programas que no cualquiera sabe, porque son especializados. Como e
l DVD Descripter, el DVD Shrink, o el Clon DVD».
En cuanto al daño que produce el pirateo a las industrias culturales, Luis señala que es tema de largas conversaciones con sus amigos. Argumenta que, si realiza y vende diez copias de El señor de los anillos, no cree que le haga daño a su director Peter Jackson o a New Line Cinema, (….)