Si Pirritx y Porrotx fueran, simplemente, unos excelentes payasos y la risa de nuestros hijos e hijas fuera su consecuencia, ya habríamos contraído con Aiora Zulaika y Joxe Mari Agirretxe una inestimable deuda. Pero no sería de buen agradecido ajustar nuestro reconocimiento a la noble profesión que ejercen de tan admirable manera ni a la […]
Si Pirritx y Porrotx fueran, simplemente, unos excelentes payasos y la risa de nuestros hijos e hijas fuera su consecuencia, ya habríamos contraído con Aiora Zulaika y Joxe Mari Agirretxe una inestimable deuda.
Pero no sería de buen agradecido ajustar nuestro reconocimiento a la noble profesión que ejercen de tan admirable manera ni a la alegría que su oficio genera y multiplica en nuestros hijos y en nosotros mismos, porque esa fiesta a la que nos convocan en cada presentación, esa sonrisa con la que nos deleitan, no se limita a otorgarnos un risueño semblante con que mudar la cara al día en lo que empieza y concluye la función; esa sonrisa no se queda en la butaca, no se apaga con el último aplauso ni termina en la calle, a la salida.
De regreso, esa entrañable sonrisa nos acompaña a casa, vive con nosotros como si fuera alguien más de la familia, diversa y solidaria, entinta de colores y acentos africanos, caribeños, de todo el mundo, para reivindicar Euskalherria y disfrutar su lengua y su cultura. Esa sonrisa que Pirritx, Porrotx, Mari Motots y el gran elenco que los acompaña nos brindan con su trabajo no tiene precio porque, entre todas las fiestas que podamos celebrar, ninguna más hermosa y necesaria que esa que, además de divertirnos, nos transmite valores, nos contagia entusiasmo, nos ayuda a crecer como seres humanos. Y un pueblo que es capaz de reír es un pueblo que tiene futuro.
Sólo hay que aplicar esa mágica y oportuna receta con que Pirritx y Porrotx, antes de despedirse, nos dicen hasta siempre: «sentitu, pentsatu eta egin».
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