En los albores del siglo XXI y a más de ciento setenta años de la independencia política de la mayoría de las naciones que la conforman, la situación de América Latina colinda con la catástrofe económica y social. Con sus aparatos productivos reprimarizados y desarticulados, hipotecados a una deuda externa-interna de dimensiones siderales, aislados de […]
En los albores del siglo XXI y a más de ciento setenta años de la independencia política de la mayoría de las naciones que la conforman, la situación de América Latina colinda con la catástrofe económica y social. Con sus aparatos productivos reprimarizados y desarticulados, hipotecados a una deuda externa-interna de dimensiones siderales, aislados de las principales corrientes de inversión productiva, comercio e innovación tecnológica y sometidos al diktat de una potencia a la par arrogante y decadente nuestros países parecerían tener obstruidas todas las salidas. Esta ‘crisis de alta intensidad’, conforme la caracterizó Agustín Cueva ya a fines de los 80, no totaliza sin embargo la realidad continental de este tornasiglo, que también aparece jalonada por la resistencia incluso empresarial al fundamentalismo liberal y por posiciones defensivas de corte institucional como la política antiinjerecista de Cuba, la Revolución Bolivariana de Venezuela y los promisorios avances del ALBA y de las tendencias nacionalistas y populares tanto en el Area Andina como en el Cono Sur.
En estas ambivalentes condiciones, Nuestra América -la martiana, no la monroísta- enfrenta los desafíos del ALCA y los TLC, es decir, los retos de su integración con la economía más poderosa del planeta. Proyecto que ni remotamente tiene relación con un interés de Estados Unidos de compartir con sus vecinos del Sur su bienestar material o sus avances tecnológicos, sino que, por el contrario, implica una estrategia de Washington para profundizar su dominio hemisférico en un amplio espectro de actividades: comercio de bienes y servicios, movimiento de capitales y tecnología, compras gubernamentales, recursos naturales y medio ambiente, propiedad intelectual e incluso conductas políticas. De galvanizar tal propuesta liberal de ‘una sola vía’ -contenida germinalmente en la Iniciativa Bush (l99l)- la región en su conjunto pasaría a desenvolverse dentro de un estatuto más ominoso que el de los tiempos del coloniaje ibérico. Sería el ‘fin de América Latina’ que pronosticara Alain Rouquié.
Este indeseable horizonte impone, especialmente a quienes no militan en ningún determinismo histórico, la tarea de configurar y defender proyectos alternativos al ALCA y los TLCs. ¿Con qué materiales construir las utopías?
El desafío mayor consiste, sin duda, en el rescate de la soberanía de nuestros Estados, tan mellada en los últimos tiempos por el desbordamiento del poder estadounidense y de sus gigantes corporaciones, y por el vasallaje (‘por libre determinación’) de regímenes como los de Colombia, Ecuador y Perú.
Dado que la soberanía no es una entelequia sino un planteamiento con soportes identificables, la reivindicación de ese atributo supone acciones (al menos) en los siguientes ámbitos concretos: la deuda, la lucha por la paz y el impulso a esquemas de integración/integradora.
En cuanto al primer ámbito, conviene no olvidar que, sin una resolución radical del problema del endeudamiento, el futuro simplemente no existe para América Latina, salvo como hundimiento de un archipiélago de Estados fallidos. En el mundo de la economía no existen milagros: nadie puede sobrevivir con deudas que más se acrecientan mientras más se pagan. Si Estados Unidos, la Unión Europea y los restantes acreedores institucionales o comerciales – incluidos, por cierto, los Shyloks nativos- buscan realmente restañar esa ulceración del mundo moderno, ¿por qué no disponen la vigencia de un régimen sabático (condonación total de deudas cada siete años)? ¿No sería la mejor forma de honrar a nuestra tradición de civilización cristiana y asegurar la supervivencia de nuestros pueblos? ¿O se quiere que el genocidio económico llegue a sus últimas consecuencias?
El derecho a la paz y a la autodeterminación es consustancial a la libertad, prosperidad y felicidad de las naciones. Resueltas o atemperadas la práctica totalidad de controversias fronterizas entre nuestros países -oprobioso legado del viejo colonialismo- ¿qué sentido tiene despilfarrar los escasos recursos en guerras internas o regionalizadas por mandato metropolitano? Aludimos específicamente al complemento del TLC andino- estadounidense en ciernes, el denominado Plan Colombia/IRA/Plan Patriota que ha significado para mi país, aparte de la cesión de la Base de Manta al Pentágono, solventar el emplazamiento en su frontera norte de 10-12 mil efectivos militares y policiales. A este mismo respecto, ¿por qué Latinoamérica no contribuye a desactivar el conflicto civil colombiano presionando a Estados Unidos para que levante la prohibición al consumo de las drogas psicoactivas, igual que lo hizo en l933 con las bebidas alcohólicas? ¿Por qué aceptar que se continúe ‘criminalizando’ a nuestras sociedades? ¿Por qué no formar un frente latinoamericano -similar al Grupo Contadora- en pro de la reanudación de las negociaciones pacificadoras en la hermana Colombia?
Respecto de la cuestión específica de la integración-desintegradora (‘anexionista’) que representan el ALCA y los TLCs, creemos del caso cerrar estas lacónicas reflexiones con tres comentarios atingentes a la historia de la fusión económica de nuestros países.
Primera. Cuando el Libertador Bolívar convocó al Congreso Anfictiónico de Panamá (l826), lo hizo buscando sustentar su ideal de la Patria Grande en el proteccionismo de nuestros países frente al avizorado peligro de la emergente potencia norteamericana. ¿A título de qué argumento científico se descalificó el proteccionismo de los países periféricos?
Segunda. Cuando hace cuatro décadas los gobiernos de la época pusieron en vigencia la Asociación Latinomericana de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA), a nadie se le ocurrió dudar en estas latitudes de la necesaria filosofía defensiva de los Estados y proyectos nacionales. ¿A título de qué razón se pretende que nuestros países echen por la borda sus atributos de soberanía? Tercera. ¿Por qué no reconocer orgullosamente que la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), con sus planteamientos teórico/prácticos de corte no-capitalista, está contribuyendo de manera fundacional a una nueva comprensión de la economía y la política. Y de ese modo, a que la humanidad entera vislumbre la superación de la servidumbre a la civilización del egoísmo y de las cosas?