Hoy vamos a jugar. Tal como suena: vamos a jugar literariamente y a sacar alguna conclusión de nuestro literario juego. Vamos a extraer algunas frases de una novela cuyo nombre no desvelaré todavía y vamos a pensar un poco sobre ellas. Como si estuviéramos en clase de literatura, venga. O, mejor, como si estuviéramos en […]
Hoy vamos a jugar. Tal como suena: vamos a jugar literariamente y a sacar alguna conclusión de nuestro literario juego. Vamos a extraer algunas frases de una novela cuyo nombre no desvelaré todavía y vamos a pensar un poco sobre ellas. Como si estuviéramos en clase de literatura, venga. O, mejor, como si estuviéramos en clase de sociología. Para ser más exactos.
A ver, comenzamos con las frases, préstenme atención. «Preguntóle otro estudiante que en qué estimación tenía a los poetas. Respondió que a la ciencia, en mucha; pero que a los poetas, en ninguna. Replicáronle que por qué decía aquello. Respondió que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número». Hay muchos poetas, demasiados según parece, y pocos son buenos. No sé, igual llevaba razón «Pacumbral«: «Todos empezamos de poetas. Hay que asesinar al poeta a tiempo, en la cocina de provincias, con el cuchillo de desescamar el pescado».
Habrá que seguir reflexionando, el juego sigue. El pensador que daba antes su opinión continúa con sus reflexiones acerca de los buenos poetas. Y, para ello, los diferencia de los malos poetas y les da palos, que es lo que le interesa: de los malos poetas, «de los churrulleros, ¿qué se ha de decir sino que son la idiotez y la arrogancia del mundo?». Y sigue: «¿qué es verlos censurar los unos a los otros? ¿Qué diré del ladrar que hacen los cachorros y modernos a los mastinazos antiguos y graves? ¿Y qué de los que murmuran de algunos ilustres y excelentes sujetos donde resplandece la verdadera luz de la poesía que, tomándola por alivio y entretenimiento de sus muchas y graves ocupaciones, muestran la divinidad de sus ingenios y la alteza de sus conceptos, a despecho y pesar del circunspecto ignorante que juzga de lo que no sabe y aborrece lo que no entiende, y del que quiere que se estime y tenga en precio la necedad que se sienta debajo de doseles y la ignorancia que se arrima a los sitiales». Madre mía, pónganse a cubierto, que amenaza lluvia. Se puede decir más alto, quizá…
A estas alturas de la película habrán descubierto que quien habla es el Licenciado Vidriera, que pese a su locura, expresaba sus verdades sobre los poetas. Como le ocurría a Don Quijote, su locura se ceñía sólo a su tema clave y no al resto de cuestiones de todo tipo, con las cuales razonaba perfectamente. Respecto de los poetas, sus palabras son claras, como podemos comprobar: hay mucho poeta por ahí suelto y, sobre todo, mucho arrogante. Para estar aludiendo a la situación del siglo XVII no está mal, no. Si comprobara cómo hoy día te salen cincuenta poetas de debajo de cada concurso literario de cada pueblo, el Licenciado Vidriera tendría más tema de conversación o, al menos, más intenso. Y si supiera cómo muchos de ellos dedican primordialmente su labor a descalificarse unos a otros, como Góngora y Quevedo pero sin ser Góngora ni ser Quevedo, se indignaría todavía más don Vidriera (así suena mejor que Rodaja). Dicen que en el seno del exilio cubano en Miami pueden encontrarse más de dos mil poetas calificados profesionalmente como tales. Muchos versos veo ahí, la verdad: «queda confirmado, pues / que hacen falta muchos versos / para arrojar a Fidel».
En fin, que habrá que reflexionar también sobre la poesía, con Vidriera o sin él. Sobre la poesía, sobre los poetas, sobre sus filias y fobias y sobre las rencillas y navajazos poéticos.
Terminemos así el juego, con esta reflexión, y nos vamos a tomar algo al bar de la esquina (en los buenos relatos y en los artículos que se precien siempre debe haber un bar en la esquina, para aliviar tensiones metafísicas).