Igual que casi 3 millones y medio de personas en este país, soy socio de una cooperativa de ahorro y crédito. Las cooperativas se definen como sociedades de personas, no de capitales, donde la gente se asocia para resolver sus necesidades de manera colectiva y solidaria. Esto quiere decir que una cooperativa es una institución […]
Igual que casi 3 millones y medio de personas en este país, soy socio de una cooperativa de ahorro y crédito. Las cooperativas se definen como sociedades de personas, no de capitales, donde la gente se asocia para resolver sus necesidades de manera colectiva y solidaria. Esto quiere decir que una cooperativa es una institución que actúa bajo profundas convicciones éticas, no están sostenidas por el ánimo de lucro sino por el ánimo de la ayuda y la cooperación. Y aunque para algunos parezca sorprendente, se trata de organizaciones sumamente exitosas e importantes para la economía del país, a pesar de que no tienen el reconocimiento que deberían. Tan solo para graficar esto último, solo los activos de las cooperativas de ahorro y crédito controladas por la Superintendencia en el 2011 crecieron en 28,8%, sus depósitos un 37% su patrimonio creció a 470.480.000 de dólares, aunque lo más importante de esta cuenta está en las reservas y en el capital social.
La mayor parte de los créditos están dirigidos al consumo, que entendido desde la perspectiva cooperativista contribuyen no solo a la reproducción del aparato productivo sino esencialmente al mejoramiento de las condiciones para la reproducción de la vida, con lo cual se estaría abonando a los procesos de consolidación para el Buen Vivir. Las cooperativas son actores fundamentales en el desarrollo de los pueblos, operando desde el sector de la economía social y solidaria. Su acción tiende a reivindicar el componente social frente al capital, y probablemente de aquí se desprende su éxito, pues permiten la participación activa de sus socios en el control de su gestión social y financiera, es decir fomentan el buen gobierno a través de procesos de educación cooperativa (suponiendo que todas las cooperativas tienen procesos de educación permanentes).
Desde que nacieron, los cooperativistas decidieron estar lejanos a los procesos políticos partidistas, estando sin embargo presentes, con su organización, en los aspectos de la política social para beneficio de las personas. Pero ello ha significado tener que sortear de manera casi sistemática, las trabas que el sistema capitalista opone para la concreción de su visión de servicio, que evidentemente alteraría el sistema.
Por todo ello decimos que quizá haya que reconsiderar con seriedad y en base a los objetivos mencionados, la no intervención en la vida política. Quizá sea tiempo de pasar de la politica social a la política pública, pero de manera alternativa y sin caer en las prácticas corruptas y deshonestas, que permitan el reforzamiento del movimiento cooperativo y la generación de las condiciones para una sociedad cooperativa. Una participación política que no persiga el poder, pero que posibilite la visibilidad ante el poder. Una participación que democratice el poder.
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