El subvalorado director John Frankenheimer filmó hace un montón de años y en primoroso blanco y negro una historia de política-ficción titulada El mensajero del miedo en la que describía el lavado de cerebro al que eran sometidos unos soldados norteamericanos durante la guerra de Corea y las siniestras consecuencias de aquella lobotomía al reincorporarse […]
El subvalorado director John Frankenheimer filmó hace un montón de años y en primoroso blanco y negro una historia de política-ficción titulada El mensajero del miedo en la que describía el lavado de cerebro al que eran sometidos unos soldados norteamericanos durante la guerra de Corea y las siniestras consecuencias de aquella lobotomía al reincorporarse los supervivientes a la vida civil, ya que uno de ellos se dedica a la política y tiene fundadas aspiraciones de liderar la Casa Blanca.
Jonathan Demme, señor muy listo que debió de hacerse tan rico con El silencio de los corderos y Filadelfia que decidió pasar de la rutina de hacer películas hasta que no le ofrecieran un tema que le apasionara, ha abandonado su vocacional letargo para actualizar aquella inquietante y paranoica historia en The Manchurian Candidate. El resultado es cine negro y psicológico, confuso a ratos, tenso y crítico, que plantea algo tan probable como que el futuro presidente de la nación más poderosa de la tierra sea un títere de una multinacional ultraconservadora, un fulano al que le han implantado secretamente un chip en el cuerpo y que obedece como un autómata las depredadoras órdenes que recibe su cerebro.
Contemplando en la vida real a Bush, especie de muñeco inarticulado, robot peligroso, sonámbulo feliz que toma sin pestañear decisiones bélicas con capacidad para enfangar a todo el universo, llegas a la conclusión de que los autores de este argumento no deliran ni se inventan ficciones, sino que incluso se quedan cortos en su inconsciente voluntad de realismo.
Demme retrata con estilo visual e intensidad dramática las aterradas investigaciones de un desquiciado capitán negro sobre la imparable carrera política de aquel soldado de familia influyente que estuvo antes a sus órdenes. Descubrirá que él también está poseído por fantasmas extrasensoriales, intentará desmontar el complot de esa organización que tiene facultades para transformar en cobaya al futuro jefe de la patria, sentirá la paranoia con causa.
El tono apocalíptico está bastante logrado pero como el sentido comercial de Hollywood no puede permitirse el lujo de un final lógico en el que triunfe la maldad, se inventan un desenlace convencional que permita dormir tranquilo al antes desasosegado público. O sea, el poder puede estar ejercido por un tarado infinitamente peligroso, pero la capacidad de la justicia y de la democracia para acabar con ese virus letal es enorme y la ley y el orden triunfan en una batalla que parecía perdida.
Denzel Washington transmite angustia y Meryl Streep borda con su habitual talento a la bruja edípica e hipnótica que manipula el cerebro de su hijo para que éste construya un mundo aún más amenazador y temible que el que estamos viviendo. Después de ver esta muy curiosa película mi mayor mosqueo es imaginar en qué parte de su anatomía le ha implantado Wall Street el chip a su servil Bush.
El director francés François Ozon ha encontrado una fórmula original para describir la muerte del amor en un matrimonio en 5 x 2, al comenzar con el asqueado y lacerante divorcio e ir retrocediendo en cinco momentos claves de esa relación y acabar retratando el esplendoroso arranque de una pasión y felicidad compartida que prometían ser eternas. Creo que la mayoría de los espectadores nos hemos sentido incómodos, identificados y revueltos con la historia de ese progresivo desamor, con los miedos, las mentiras, y las traiciones que amenazan al esplendor en la hierba, con el desgaste emocional que ejerce el paso del tiempo sobre el amor.
Ozon es tan penetrante como lúcido, huye de la complacencia y del énfasis, de la moralina y de la culpabilización individual.Un divorcio es la crónica de un fracaso compartido. Cuenta el salvaje proceso que acaba convirtiendo en dos extraños o en dos enemigos a personas que alguna vez estuvieron unidas, que alimentaron esperanzas y sueños, que disfrutaron su presente y que creyeron firmemente que tenían futuro.
Para evitar que nos hagamos excesivas ilusiones sobre el suculento nivel de calidad que nos va a regalar la Mostra, también han exhibido en la sección oficial una impresentable película griega titulada Delivery, que narra las prescindibles aventuras para buscarse la vida de un emigrante albanés por las calles más sórdidas de Atenas. El personaje se comporta como un autista y es incapaz de provocar ningún sentimiento cálido en el espectador. Sólo una pereza notable ante su infortunio y el de aquéllos que le rodean, unas ganas irresistibles de perderlos de vista a todos.