Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
«Y así, hasta el fin de la historia, el asesinato criará asesinato siempre en nombre del derecho, del honor y de la paz, hasta que los dioses, fatigados de sangre, creen una raza que pueda comprender»…
George Bernard Shaw, Monólogo de César. César y Cleopatra, 1898
La guerra siempre ha excitado, su emoción es tan antigua como la propia humanidad. Es intensa; es cruda; es primitiva. Alcanza cada nervio, es tan carnal que linda con lo sexualmente erótico. Y muchos que no pueden participar quieren mirar.
La llaman pornografía bélica. [1]
Como una manera de soslayar las interceptaciones de compras con tarjetas de crédito originadas en Iraq y Afganistán, hay soldados que canjean sus propias secuencias de muertes enemigas por vídeos clasificados X en sitios de pornografía sexual. El personal militar presenta regularmente miles de esos ‘vídeos snuff‘ [vídeos de violaciones y crímenes, N. del T.] realzados con música rock heavy metal; mientras más gráficas son las secuencias, mayor es el rating atribuido por los espectadores del sitio de Internet.
Cuando se publicaron las fotos de Abu Ghraib, el Pentágono trabajó horas extra para afirmar que los abusos contra los prisioneros eran incidentes aislados realizados por un puñado de personal militar aberrante. Aunque es evidente que la mayoría del personal militar no siente placer al matar, es sin embargo indiscutible que la demanda de fotografías y vídeos de pornografía bélica muestra una euforia endémica de la humillación, degradación y muerte del enemigo.
Con Abu Ghraib vino una embestida de vídeos personales en YouTube y sitios de pornografía bélica como www.gotwarporn.com. Millones de visitas de espectadores ansiosos de ver más sólo refuerzan su popularidad. En 2004, 30.000 soldados se habían registrado sólo en un sitio en Internet. [2] Los militares de EE.UU. no han hecho nada por cerrar los sitios, descartando los vídeos como imposibles de rastrear, a pesar de las coordenadas GPS, los tiempos y los datos de rastreo claramente visibles en las cintas. Sólo un sitio en Internet, www.nowthatsfuckedup.com , fue cerrado por el alguacil local de Polk Country, Florida, quien procesó al propietario del sitio por obscenidad. [3] Fuera de eso el Pentágono ha considerado apropiado permitir que los sitios existan, evidencia de que «los chicos siempre serán chicos». [3] El portavoz del Comando Central, Matt McLaughlin, dijo que aunque las Convenciones de Ginebra prohíben fotografías de detenidos o de cuerpos mutilados, los militares «no tienen una política específica sobre la toma de fotos de los fallecidos mientras esas fotografías no violen las prohibiciones mencionadas». [4] Ni el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea, los Marines, el Estado Mayor Conjunto, el Congreso, ni la Casa Blanca han intervenido para terminar con esos vídeos explícitos, y ni un solo soldado ha sido sancionado por diseminar los materiales.
El fenómeno tiene una valiosa doble finalidad. El canje de secuencias de la guerra por otras de contenido sexual contiene deseo. En el terreno, lejos de casa, el sexo por computador significa que los soldados son menos motivados para seducir -o peor todavía, atacar- a muchachas para lograr alivio, históricamente una norma en la batalla. Ahora todo está disponible en línea, directamente en sus computadores personales en el desierto.
Haga clic aquí para ver el vídeo: http://www.liveleak.com/view?
También es propaganda útil; el apoyo para los soldados de EE.UU. es esencial para la continuación de la ocupación. Mientras en guerras pasadas seguía siendo un cometido de los ministerios gubernamentales y de las plataformas mediáticas, la propaganda es ahora convenientemente distribuida por los que participan directamente en la lucha. La pornografía bélica permite que los voyeristas no sólo sientan la satisfacción obtenida si se alistan en la causa, sino impone una esperanza de éxito en una guerra contra el terror. La guerra vende, la pornografía bélica realmente vende, y la paz no es buena para el negocio de la industria de la defensa.
Si no es para garantizar las represalias perpetuas contra objetivos estadounidenses, sea en el exterior o en el extranjero, ¿por qué se permite que los vídeos permanezcan en el dominio público?
Precisamente, como la matanza de civiles puede verse desde el confort de un sillón en EE.UU., los vídeos son fácilmente accesibles para el mismo enemigo que los militares de EE.UU. tratan de erradicar. Después de todo se trata de una red mundial. El iraquí que ha visto cómo toda su familia fue destrozada por una bomba estadounidense, el afgano que no ha visto nada fuera de la guerra desde que nació, el paquistaní que sufre los drones de EE.UU. que lanzan misiles contra su tierra: todos pueden ver las mismas escenas en sus propias casas. También oyen los gritos excitados de un soldado mientras goza lanzando explosivos contra los hogares de las familias, contra una madre y un hijo que caminan por una calle, o contra un grupo de hombres que vuelven después de un día de trabajo. También pueden ver los macabros maltratos y mutilaciones por perros mientras desgarran los restos de un soldado iraquí, o ven la compilación de vídeos de «identificación de partes internas del cuerpo» que yacen dispersas sobre el suelo, con vítores audibles en el fondo de soldados mientras entablan combate. Al contemplar la pornografía bélica, el enemigo también siente un ardiente arrebato. No del golpe eléctrico de la adrenalina que circula por su cuerpo cuando aprieta un gatillo, sino de la pasión vengadora.
La guerra en el siglo veintiuno es más compleja que el argumento de una desensibilización inherente a la generación de juegos de computador, de soldados que ven objetivos simplemente como pinchazos en una pantalla -mientras más alto el número alcanzado mayor es su puntaje-. Como es sabido, quienes aprenden agresión de juegos de vídeo se involucren con más facilidad en una conducta agresiva. [5] Antes, el crujido de una puerta en la noche, un cuchillo sangriento alzado en una cinta de horror de los años sesenta, una ventana que se abría repentinamente en una tormenta bastaban para aterrar a un hombre como en una pesadilla. Hoy en día los soldados se ríen cuando ven estallar las cabezas o arrancar las extremidades, ya que han crecido con una dieta continua de lo mismo en celuloide, televisión, y juegos letales digitalizados como Combate Mortal y God of War.
Si la ternura genera ternura, si la comida sana genera buena salud, si la lectura mejora los logros académicos, ¿cómo puede dejar de generar violencia la violencia?
La metodología del combate táctico ha cambiado drásticamente en la guerra moderna, los operadores de sistemas en EE.UU. realizan gran parte de la matanza. Mientras conducen al trabajo con café y un donut en la mano, los técnicos militares pueden leer sus correos, entrar a sus estaciones del centro de comando, lanzar unos pocos misiles a miles de kilómetros de la zona de conflicto, almorzar, disparar unas pocas armas más matando a unos pocos afganos e iraquíes más, llamar a sus esposos o esposas para ver si hay que comprar algo en el supermercado camino a casa antes del juego de béisbol de los niños, sólo para volver tranquilamente a hacer lo mismo al día siguiente después de pasar una buena noche. Hombres, mujeres y niños inocentes de una religión y cultura diferente son irrelevantes. No hay emoción ante el resultado; están insensibilizados a las consecuencias.
La guerra da autoridad y control, la vida del otro depende enteramente de si se aprieta un gatillo o un interruptor. Sin embargo, no llamamos terrorismo o violencia cuando es ordenado por la justicia divina en nombre de Dios y la patria; la violencia y el terrorismo se reservan para un enemigo que defiende a su país contra la ocupación extranjera. El único martirologio honorable es el que lleva puesto un uniforme.
La pornografía bélica no puede equipararse con las secuencias noticiosas de la guerra, como la información de la carnicería causada por tropas extranjeras mostrada cada noche por al-Jazeera u otros canales regionales de televisión. Tampoco puede compararse con los horribles vídeos de cautivos extranjeros decapitados: esos incidentes no tuvieron lugar por deporte, placer o diversión. Fueron mensajes claros de represalias por la tortura presenciada en Abu Ghraib, y advertencias a Occidente para que se mantenga fuera de tierras musulmanas. Al contrario, la pornografía bélica alardea de la caza y de la matanza, del recuento de cuerpos y de la masacre.
Como se trata de una guerra por computador, la corriente de adrenalina dura poco. Cuando un soldado está lejos de su objetivo, a miles de metros en el aire o a miles de kilómetros en una sala de control, sólo es una dosis corta. Hay que repetirla continuamente para asegurar la misma excitación.
Antes un soldado vivía la batalla cara a cara con su enemigo, viendo claramente los blancos de los ojos de su oponente. La adrenalina de una muerte duraba mucho tiempo, los momentos finales del enemigo revivían eternamente. Mientras la vida abandonaba a uno, el otro volvía a casa con la imagen grabada en su cerebro, sin jamás hablar de ella, sin olvidarla.
Las viles atrocidades cometidas durante las Cruzadas o durante la Edad Media no fueron reveladas hasta cientos de años después, documentos latinos desempolvados y analizados. Veteranos de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial volvieron a casa del frente, y se respetaba su privacidad y sus experiencias. Vietnam alteró para siempre la percepción de la guerra. Los Despachos de Guerra de Michael Herr de 1977 revelaron los conflictos viscerales dentro de las almas de los hombres que combatieron. Su libro llevó el horror tácito de la guerra a la primera plana de la televisión y provocó un nuevo género de películas estremecedoras.
La pornografía bélica se define generalmente como una fascinación con armas sobredimensionadas y uniformes brillantes, tanques de alta tecnología y misiles teleguiados, «una panoplia de imágenes como sustituto aséptico de pornografía sexual». [6] O como explicó Linda Williams, profesora de estudios cinematográficos y retórica en la Universidad de California Berkeley: «Es narcisista; muchachos que se juntan para admirar sus juegos. Tiene que ver con que exhibamos orgullosamente nuestras armas y esto tiene algo sexual». [7]
Es más que una metáfora.
La guerra intensifica los apetitos. Detiene el tiempo, y amplifica los sentidos hasta un éxtasis terrible. El amor a la guerra es «tan intenso… que no tuvo límites, ni siquiera la muerte». [8]
Esa fue la brutal sinceridad sobre la excitación que los hombres pueden sentir al matar cuando es sancionado por gobiernos, según William Broyles, Jr. en 1984, en uno de los ensayos más francos sobre la guerra jamás escritos. En Vietnam, los marines lo llamaban «follar con los ojos». Broyles escribió que la mayoría de los hombres que han estado en la guerra recuerdan cómo «nunca en sus vidas han aumentado tanto una sexualidad». El «toque suave, seductor del gatillo», la «intensa belleza» del fósforo blanco que emite su humo blanco mientras aniquila a una población: son las sensaciones para las que vivían los adictos a la guerra, que «no podían lograr una erección a menos que usaran la postcombustión de sus [cazabombarderos] F-4». Y porque la mayoría de los hombres que habían estado en la guerra tenían que admitir que en lo más profundo de su ser la amaban tanto como a cualquier cosa que les había ocurrido antes o después, «¿cómo lo explicas a tu mujer, tus hijos, tus padres, o a tus amigos?». [9]
La depravación de la muerte por una sensación sexual no es única en el caso de los soldados. Existen aquellos que tienen «un voyerismo obsesivo que nos atrae a los vídeos del 11-S». [10] Incluso hay quienes miran una y otra vez las secuencias que muestran la destrucción de las torres del World Trade Centre, no por lo aterrador de los ataques sino porque experimentan un placer enfermizo al ver a tantos seres saltando a la muerte, quemados vivos o aplastados en los desplomes. «Dudo que sea la única persona del mundo a la que la visión de la destrucción de dos de los más altos edificios de EE.UU. le proporcionó placer sexual», dijo Chris Korda, líder de la Iglesia de Eutanasia. [11] «Las interminables repeticiones del avión que penetra en la torre eran inconfundiblemente pornográficas, completadas con llamas y escombros saliendo a chorros en cámara lenta… Las torres eran manifiestamente fálicas, y sus colapsos parecían una pérdida de erección posteyaculatoria.»
El vídeo de Korda, I Like to Watch no sólo representa la forma más abyecta de sociedad, sino que muta la guerra y la pornografía sexual con imágenes del 11-S en busca de un deleite grotesco ante la muerte. Cuesta argüir un caso válido para alguna diferencia entre los voyeristas de estos vídeos y los que ven pornografía bélica. Ambos sienten con sadismo la misma carga extática al mirarlos, y sólo las víctimas permanecen muy alejadas.
Los vídeos de guerra pornográfica alimentan al enemigo. Garantizan virtualmente que los estadounidenses estén bajo continuos ataques de musulmanes agraviados mucho después de cualquier cuenta regresiva o retirada de tropas en Oriente Próximo y Asia. Mientras cualquier iraquí, afgano o paquistaní tenga la oportunidad de ver esas secuencias grotescas de sus familiares y vecinos masticados y escupidos para divertir a otros en un continente lejano, habrá poco espacio vital para una conclusión pacífica. En el mejor de los casos, sólo puede haber un cese temporal. La disponibilidad de pornografía bélica no presenta una pausa tradicional para un cese al fuego, ni una negociación aceptable, y ninguna diplomacia efectiva. La guerra del terrorismo continúa, un juego al gato y al ratón de quién disparó primero o último, que asegura la Guerra Prolongada desmentida tan a menudo en público.
«El poder de la guerra, como el poder de la vida, emana del corazón del hombre. El primero produce muerte, el segundo vida», creía Broyles. «No es por accidente por lo que los hombres aman la guerra, ya que el amor y la guerra se encuentran en el centro del hombre.» Para convertir ese amor en paz, el amor a la vida debe ser mayor de lo posiblemente imaginado.
Si el enemigo tiene plena consciencia de la medida en la que los estadounidenses aman y adoptan la muerte… ¿qué posible motivo tiene para mantenerse silenciosamente pasivo, y no atacarlos?
Notas
1 Jean Baudrillard, The Conspiracy of Art: Manifestos, Texts, Interviews, (MIT Press: Boston) 2005, p.205
2 «Carnage.com», Jessica Ramirez, Newsweek, 10 de mayo de 2010; en línea en http://www.newsweek.com/id/
3 Polk Country Sheriff’s Office, News Room, Notice of URL maintenance under Chapter 847: Florida State Statutes, Bartow, Florida
4 «The Porn of War», George Zornick, The Nation, 22 de septiembre de 2005; en línea en http://www.thenation.com/
5 Craig Anderson, PhD, «Violent Video Games: Myths, Facts, and Unanswered Questions», Psychological Science Agenda, American Psychological Association, octubre de 2003; en línea en http://www.apa.org/science/
6 Mattei Pasquinelli, «Warporn Warpunk! Autonomous Videopoesis in Wartime,» (Saria Reader: Delhi) 2005 p.496; en línea en http://www.sarai.net/
7 «War porn», Emma Brockes, The Guardian, 26 de marzo de 2003; en línea en http://www.guardian.co.uk/uk/
8 William Broyles Jr., «Why Men Love War», Esquire, noviembre de 1984; en línea en http://www.wsu.edu/~hughesc/
9 Ibíd.
10 Mattei Pasquinelli, «Warporn Warpunk! Autonomous Videopoesis in Wartime», (Saria Reader: Delhi) 2005 p. 492; en línea en http://www.sarai.net/
11 «Rev. Korda en «I Like to Watch»», Marshall Dury, The Maine Campus, University of Maine; acceso en línea en http://www.churchofeuthanasia.
Tanya Cariina Hsu es una investigadora y analista política especializada en Arabia Saudí y EE.UU. Es colaboradora frecuente de Global Research.
Fuente: www.globalresearch.ca/index.
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