«Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, van por la tenebrosa vía de los juzgados; buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, lo absorben, se lo tragan.» (Miguel Hernández) El imprescindible poeta español Miguel Hernández escribía estos versos en su peregrinaje de cárcel en cárcel, mientras la policía franquista lo […]
«Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados;
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.» (Miguel Hernández)
El imprescindible poeta español Miguel Hernández escribía estos versos en su peregrinaje de cárcel en cárcel, mientras la policía franquista lo enfermaba, lo debilitaba y lo torturaba hasta arrancarle la vida cuando ya había terminado la guerra civil…
De este lado del Universo, en estos días, aparecen voces que parecen extraídas de aquellos versos del poeta.
A Silvia Nicodemo, la encontraron colgada del techo de su celda, en la Unidad Penitenciaria de Mujeres Nº 3 de Ezeiza (Buenos Aires, Argentina).
Tenía 21 años recién cumplidos.
A Silvia la persiguieron, la absorbieron, se la tragaron…
La causa de la muerte fue calificada como «suicidio», como siempre sucede en esa «tenebrosa vía de los juzgados» por donde se arrastra «la humedad del mundo».
La madre de Silvia, con el alma llena de bronca y de dolor, asegura que a su hija la asesinaron.
Esa es la certeza que le transmitieron las compañeras de Silvia, las mismas que la encontraron ahorcada en su celda individual al fondo del pabellón 8.
«Estaba colgada de un lugar al que por lo alto, ella no podía acceder sola. Estaba viva. Movía las manos y las piernas y apretaba los dientes. Murió en los brazos de una de sus compañeras».
¿Quién se atreverá a quitarle a la madre sus certezas?
Ella sabe que su hija no estaba deprimida ni tenía intenciones de matarse. Sabe que esperaba el domingo para verla. Sabe que tenía una gran relación con sus compañeras y que era odiada por la policía. Sabe que estaba sentenciada desde el día que golpeó a una celadora para defender a una presa embarazada. Sabe que después de ese hecho estuvo más de veinte días en «los tubos» -celdas de castigo- y que desde ese altercado «se la tenían jurada». Sabe que los gestos de solidaridad no son compatibles con quienes se creen los dueños de la vida detrás de los muros. Sabe que, después del episodio con la celadora, su hija había pedido en varias oportunidades el traslado a otro sector, incluso por intermedio de un habeas corpus. Y sabe también que nadie la quiso escuchar.
¿Quién podrá quitarle a la madre esas certezas?
¿Quién puede descartar la responsabilidad del Servicio Penitenciario Federal al no prestar atención al pedido de traslado?
Un informe del Centro de Estudios de Política Criminal y Derechos Humanos señala que 59 presos murieron en la cárcel en 2008 y, seis en la primera semana de 2009.
El Estado es el responsable fundamental de estas muertes porque es el encargado de cuidar a cada persona privada de su libertad.
Oscar Castelnuovo, periodista de la agencia Rodolfo Walsh que dio a conocer lo sucedido, consideró que la muerte de Silvia era previsible, «es la continuidad de una política de aniquilamiento de la identidad humana que incluye la tortura permanente, la humillación y en este caso la muerte».
Las cifras demuestran que la muerte de Silvia no constituye un hecho aislado. Es parte de una práctica habitual en las cárceles argentinas con una historia recurrente en «suicidios» y «muertes dudosas».
Hacinamiento, condiciones inhumanas de supervivencia, abuso de poder, torturas, humillación; son algunas de las palabras que aparecen frecuentemente entre los testimonios de los detenidos. Además, mientras aumenta la desigualdad social, se multiplican los pobres jóvenes que pueblan los penales.
La muerte de Silvia es un testimonio más del desprecio que sufren quienes primero son despojados de la posibilidad de una vida digna, y más tarde, terminan ajusticiados detrás de las rejas en «confusas circunstancias».
El reclamo de justicia, encabezado por la madre de Silvia, y seguido por las compañeras de prisión (que iniciaron una huelga de hambre), merece descubrir la verdad.
Por todas las pibas que como Silvia terminan «suicidadas» en ese lugar que se arrastra, como dijo el poeta, «por la humedad del mundo».