A poco más de 30 días de las elecciones presidenciales, no sólo los venezolanos viven pendientes de la continuidad del proceso bolivariano, sino que de ello depende en buena medida el futuro de integración, complementación y unidad de Latinoamérica y el Caribe. En el último mes ha recrudecido la guerra sicológica estimulada desde los medios […]
A poco más de 30 días de las elecciones presidenciales, no sólo los venezolanos viven pendientes de la continuidad del proceso bolivariano, sino que de ello depende en buena medida el futuro de integración, complementación y unidad de Latinoamérica y el Caribe.
En el último mes ha recrudecido la guerra sicológica estimulada desde los medios cartelizados, en busca de crear crispación en la población y manipularla con fines electorales y también subversivos, habida cuenta de que -según todas las encuestadoras- la brecha entre el candidato a la reelección Hugo Chávez, y el abanderado de la derecha, Henrique Capriles Radonsky, sigue siendo grande.
Es cierto: la especulación tiene plazo fijo hasta el 7 de octubre, pero lo cierto es que no es solo Venezuela la que vive en tensión por lo que pueda suceder, porque una eventual derrota del bolivarianismo -de este proceso de inclusión social y equidad en un camino hacia un nuevo concepto de socialismo- significará un retroceso no solo para este país del norte del sur, sino para todos los proyectos a futuro para los pueblos latinoamericanos. El futuro común de la región también está en juego.
Lo ocurrido en Amuay, el incendio (con saldo de más de 40 muertos) de tres tanques de una de las refinerías petroleras más grandes del mundo, donde se investigan todas las hipótesis (desde sabotaje hasta negligencia), ha sido asociado a lo de Cumanacoa (desbordamiento del río Manzanares y caída del puente) y las inundaciones (coletazos del huracán Isaac) y, coincidentemente, los medios comerciales han responsabilizado al gobierno. La idea pareciera ser la de crear desasosiego, alterar el clima electoral, convertirlo en clima subversivo a la espera de facilitar una invasión de tropas extranjeras.
Crear conmoción nacional y manipularla con fines electorales y por qué no subversivos: esa ha sido la historia de la derecha venezolana, sumando la opinión de «expertos», políticos y aprendices de políticos, a una desmedida campaña mediática que busca la crispación de la ciudadanía. La dirigencia de la derecha venezolana carece de escrúpulos y suele regocijarse cuando al país le va mal; es antinacional, culturalmente colonizada.
El aparataje de guerra sicológica impulsado desde los cartelizados medios comerciales de comunicación -nacionales e internacionales (Grupo Prisa, La Nación de Buenos Aires, CNN, por ejemplo)-, sigue su derrotero, máxime cuando las encuestas han sido demasiado poco favorables al candidato opositor. Su meta: crear un escenario poselectoral que propicie el enfrentamiento en las calles y los cuarteles. O sea, van por las buenas y se preparan para las malas.
El ex vicepresidente José Vicente Rangel insiste en al existencia de un plan subversivo para crear descontento en el seno de la fuerza armada, desconocer el resultado electoral alegando fraude y acto seguido movilizar a la calle grupos de choque -con apoyo de paramilitares colombianos- encargados de provocar enfrentamientos violentos y derramamiento de sangre.
Seduciendo a la clase media
Ciertamente, el modelo político y social de Chávez es su punto fuerte. Durante el Gobierno Bolivariano la inversión social ha aumentado en forma considerable. Del total de los ingresos públicos percibidos, durante el periodo 1999-2011, la inversión social representa 61%, 25 puntos porcentuales más que durante el periodo 1986-1998, que fue 36,2% de los ingresos percibidos. El techo electoral y la fatiga de 13 años parecieran ser su talón de Aquiles.
Algunos sesudos encuestadores señalan que la lucha entre ambos candidatos está centralizada en conquistar un porcentaje de votos de clase media que aún no están definidos. Esta preocupación llegó al chavismo, analizando precisamente los datos de las encuestas y desde allí introdujo cambios en su campaña para acercarse a ella, rescatar lo que esta administración ha hecho por ella y diseñar ofertas para el futuro.
Otros (Hinterlaces, GisXXI) sostienen -con razón- que los indecisos no son quienes van a decidir la elección.
Pero, ¿qué significa la clase media en el universo electoral? Eleazar Díaz Rangel, director del diario Últimas Noticias, recuerda cifras de Fundacredesa de 1994, que señalaban que apenas el 13,35% de la población la conformaba (7,57% de clases altas, 81% de las populares).
Generalmente, la clase media se divide en alta, media y baja (lo que en términos marxistas sería la pequeña burguesía, apretada entre la clase propietaria de los medios de producción y el proletariado). Hoy se estima en cuatro millones de personas, sobre un total de 30 millones de habitantes, aun cuando ese universo debe haber crecido en los últimos años.
En la encuesta de IVAD del mes de julio, la razón del voto por Chávez fue: «Me ha beneficiado mucho», 35.7%; «Su buena gestión/cumple las promesas», 33.2%; «Me simpatiza el Psuv», 11.3%; «Me gusta/buena imagen», 8%; «Sus buenas ideas», 5.7%; «Tiene experiencia», 1%; «Somos mayoría», 1.3%; «Estoy obligado a hacerlo», 1.4%.
En cuanto al voto por Capriles: «Es joven/buenas perspectivas», 15.4%; «Por un cambio/democracia», 64.4%; «Su buena gestión de gobierno», 7.6%; «Me gusta/imagen», 7.1%; «El gobierno no la hecho bien», 0.8%; «Es el hombre indicado», 1%; «Es de oposición», 0.5%; «Para que mejore el país», 2.4%
Las causas por las que no votaría por Chávez son: «No me gusta/mala imagen», 15.4%; «No estoy de acuerdo con sus relaciones internacionales», 0.5%; «Por un cambio», 46.6%; «Su mala gestión de Gobierno», 21.7%; «Su mal equipo de gobierno», 0.3%; «Por su enfermedad», 1.6%; «No combate la inseguridad», 3.4%; «Ha sembrado mucho odio», 2.9%.
En cuanto a por qué no votarían por Capriles: «Apenas lo conozco», 12%; «No me gusta/mala imagen», 35.2%; «Su mala gestión de gobierno», 16.6%; «Sería un atraso para el país», 11.5%; «No tiene experiencia», 10%; «No tiene posibilidades», 2.2%; «Porque soy chavista», 3.8%; «No cumple las promesas», 2.2%; «Las misiones no son bien vistas», 1%; «Es golpista», 0.5%.
Al margen de su programa de gobierno, Capriles significa un cambio, una alternativa. No es fácil para Chávez encarnar el cambio, lo que significaría aceptar las deficiencias de gestión y la fatiga de trece años de administración, y tampoco es fácil para el electorado aceptar una continuidad sin cambios. Sin duda, es difícil construir una oferta novedosa, de continuidad y cambio, tal como le sugirieras sus asesores (externos) de imagen.
Para conquistar los votos de los descontentos o de la clase media, el PSUV tendría que atender la realidad de la falta de solución a problemas macro e infinidad de situaciones que resultan irritantes para la población..
La espada de Damocles
No escapa a los analistas la tensa relación -algo relajada en los últimos meses pero con promesa de reactivación apenas los estadounidenses salgan de sus elecciones- con Washington, que ha tenido un marcado retroceso en lo que creía su patio trasero (y así lo trataba). Es más, EEUU tiene reservas de hidrocarburos apenas por once años más y sigue empreñado en buscar (guerras, invasiones mediante) una provisión segura, dada la ausencia real de fuentes energéticas alternativas.
Venezuela es uno de los más importantes reservorios de petróleo, junto al de los países del Golfo Arábigo-Pérsico, con la (des)ventaja de que está mucho más cerca geográficamente. Desde hace décadas se habla de la intención de los halcones estadounidenses de fomentar un conflicto colombo-venezolano para quedarse con las reservas de ambos países.
La historia reciente -de la última década- cuenta de un retroceso visible de Estados Unidos en Latinoamérica, donde ve fracasar sus políticas, como la del ALCA, sepultada en 2005 en Mar del Plata.
Mucho tiene que ver con esta pérdida de influencia la política exterior venezolana, que en los últimos años generó vínculos en base a la solidaridad y complementariedad con sus hermanos latinoamericanos, para avanzar en la formación de alianzas (Unasur. Celac) que reivindican la autonomía y autodeterminación de cada nación pero también su decisión política de avanzar hacia la integración y el sueño de, al decir de Martí, Nuestramérica.
La respuesta estadounidense ha sido la generación y financiamiento de conflictos internos y golpes «institucionales» y mediáticos: algunos frustrados (Venezuela, Bolivia, Ecuador), otros triunfantes. Y ese pareciera ser la estrategia que han planteado a la Mesa de Unidad Democrática, ante la derrota que le presagian todas las encuestas, plan que los cartelizados medios comerciales de comunicación recitan a diario.
Ya se publicita a voz en cuello un plan para desconocer los resultados electorales. «No nos van a poder robar la elección en Venezuela sin que nosotros nos enteremos», dijo en Chile Ricardo Haussman, ex-ministro de planificación del Gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien adelantó que la oposición va a dar a conocer sus propios resultados de los comicios del 7 de octubre y difundirlos al mundo antes, incluso, que el gobierno. Si ya tiene los resultados…¿por qué no los anuncia ahora y no tiene que esperar hasta hasta el día de las elecciones?
Quizá sea una forma de Haussman, ahora asesor de Capriles, de justificar a priori la probable nueva derrota, sobre la siempre difícil base de argumentar sobre algo que no ha pasado. Pero es una forma de preparar el terreno para el conflicto.
Ya no es la figura de Chávez la que buscan denostar sus más férreos opositores nacionales y detractores internacionales (publicitariamente lo llaman «el presidente saliente»), sino lo que el proceso bolivariano representa para Latinoamérica.
* Aram Aharonian es periodista y docente uruguayo-venezolano, director de la revista Question, fundador de Telesur, director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC).