Recomiendo:
0

Contribuyendo al debate sobre el futuro de la isla revolucionaria: en torno a La revolución cubana, de Francisco López Segura (II)

¿Por qué Cuba no se derrumbó?

Fuentes: Rebelión

En torno a La revolución cubana, de Francisco López Segura. (El Viejo Topo, Barcelona, 2010)

El objetivo de La revolución cubana, el nuevo libro de Francisco López Segura, es trazar, como se señaló, una visión sintética de la realidad actual de la Revolución Cubana. El capítulo I del ensayo está centrado en las «RAÍCES HISTÓRICAS Y PRINCIPALES CONTRADICCIONES DE LA REVOLUCIÓN CUBANA».»Razones de una independencia tardía» es el primer apartado de este capítulo.

Es necesario señalar en primer lugar, apunta FLS, «la debilidad de la burguesía dependiente cubana, a diferencia de la importancia que algunos sectores de esta clase adquirieron en otros países de América Latina». Esa debilidad fue efecto de circunstancias históricas: la lucha por la independencia no culminó en 1825, como en la mayor parte de la América continental, sino 73 años más tarde, en 1898. El sector más poderoso de la oligarquía criolla, radicado en la parte occidental de la isla, no era independentista: «no deseaba perder el capital invertido en esclavos y temía una sublevación esclava similar a la de Haití». La lucha de liberación implicó la ruina de gran parte de la burguesía cubana, ruina que fue total en el sector oriental de la isla, devastado por la contienda: «las guerras de independencia (1868-1898) y la competencia del azúcar de remolacha dieron lugar a un proceso de concentración industrial que sólo pudo ser afrontado por los más ricos». Esta lucha independentista «incitó a los intereses oligárquicos del sector sobreviviente de la burguesía cubana a formar una coalición antinacional con los potentes intereses azucareros norteamericanos, que les ofrecían mejores perspectivas de beneficios que el mercado español». Estos intereses fueron complacidos por la intervención del naciente imperialismo norteamericano a finales de la guerra de 1895 y, más tarde, por el gobierno del primer Presidente, Tomás Estrada Palma, «viabilizando así la integración de la economía cubana al mercado norteamericano y el incremento veloz de sus enormes inversiones».

La gran debilidad de la burguesía cubana en los años 30 impidió que, tras derrocar al dictador Gerardo Machado, se mantuviera en el poder el gobierno Grau-Guiteras surgido de la revolución de 1933 y «animado por una ideología industrial-nacionalista, similar a la que llegó al poder en otros países de América Latina en estos años». El reducido bloque corporativo privilegiado cubano-norteamericano-español propició una vez más la intervención imperial «que fue apoyada, como antaño, por los servidores locales de sus intereses (Céspedes, Mendieta, Batista) que eran, en definitiva, los mismos del imperialismo, frustrando el proceso revolucionario que se inició en 1933».

El hombre fuerte de la política cubana entre 1934 y 1944 fue Fulgencio Batista. Derrocó a Grau con golpe contrarrevolucionario y contó con el apoyo incondicional del Ejército, del que provenía, del bloque oligárquico cubano y de la embajada usamericana. Ejerció su poder entre 1934 y 1940 través de varios presidentes: Mendieta, 1934-35; Barnet, 1935-36; Miguel Mariano, 1936; Laredo Brú, 1936-40. Entre 1934 y 1937 llevó a cabo una cruenta represión militar contra las fuerzas revolucionarias, sin distinción alguna, que aspiraban a la ruptura de la relación neocolonial.

En 1940, Batista fue electo Presidente. Tras un débil período democrático entre 1940 y 1952 -presidencias de Batista, Grau y Prío-, en 1952, se produjo un golpe de estado de Batista apoyado por sus valedores de siempre: EE.UU, el ejército cubano y sectores de la oligarquía nacional. Al adquirir un carácter masivo la protesta armada contra la dictadura, iniciada por Fidel Castro con el ataque al Cuartel Moncada en 1953 y llevada luego por éste, como líder máximo del Movimiento 26 de julio, al plano de la lucha armada en las ciudades y en la guerrilla, a partir de su desembarco en diciembre de 1956, «la burguesía dependiente cubana comenzó a mirar con beneplácito una posible solución populista a través de Fidel Castro». Empero, el proyecto político fidelista le permitió trascender la protesta populista de líderes nacionalistas de los 30 y 40 y adentrarse en la transformación revolucionaria socialista, «fusionando la corriente democrático-nacionalista radical de José Martí, Guiteras y Chibás con la socialista representada por Baliño, Mella y el Partido Comunista, en una síntesis ideológica marxista, profundamente enraizada en la problemática nacional y en el pensamiento revolucionario del país, y cuyo núcleo teórico esencial, de fuerte impronta martiana», está ya esbozado, en opinión, en la defensa de Castro de 1963 conocida como «La historia me absolverá».

Las causas de la Revolución cubana son tema del siguiente apartado del capítulo. La Revolución fue la respuesta popular «a las contradicciones creadas en la sociedad por el modelo neocolonial impuesto por los Estados Unidos». En lo político, señala FLS, «la expresión de este modelo era la dictadura de Batista; en lo económico, el subdesarrollo; en lo social, un desempleo del 20% (y un elevado índice de subempleo); en lo internacional, la ausencia de una política exterior independiente; y en lo cultural, una crisis creciente de la identidad nacional, penetrada por las imágenes del «american way of life», pese a la existencia de una «cultura de resistencia»». Tras las agresiones de Estados Unidos -sabotajes, ruptura de relaciones diplomáticas, invasión de Playa Girón, establecimiento del bloqueo-, Cuba, en opinión de FLS, «no tuvo otra opción que la alianza con la URSS mediante acuerdos económicos y de diversa índole», y posteriormente mediante su integración en el Consejo Económico de Ayuda Mutua (CAME). Sabido es que la enorme, la abisal crisis económica que Cuba afrontó en 1989 fue el resultado de la ruptura de sus vínculos comerciales con el CAME.

Cuba, prosigue FLS, se recuperó parcialmente durante los 90, pero, el dato es muy importante aunque el índice medidor sea discutible, «hasta 2006 no alcanzó un PIB similar al obtenido en 1989», ¡17 años antes!. Para el autor, el principal desafío actual «es construir un nuevo modelo de socialismo para prevenir el retorno de Cuba al capitalismo dependiente y al modelo neocolonial anterior a la Revolución». Ello exige decidir con urgencia qué nuevas políticas deben ser adoptadas y abrir un gran debate sobre qué debe ser, como debemos pensar, el socialismo del siglo XXI.

Al derrumbe del «socialismo real» y el período especial (1990-2006) está dedicado el tercer apartado del capítulo. Algunos signos de la crisis económica aparecieron ya en 1986. La dirección cubana abonó «el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas» con la finalidad de volver a lo que el autor llama «mística de los años 60». Hubo resistencia en la dirección cubana «para hacer cambios al principio de los años 90». Desde 1989, recuerda FLS, el gobierno cubano ha estado lidiando con enormes desafíos. Entre ellos, la desintegración y derrumbe de la URSS y de los países socialistas del Este europeo; la emergencia de un mundo unipolar liderado por Estados Unidos; la crisis económica y social de los países del Sur; la ofensiva, ciertamente exitosa, de la contrarrevolución neoliberal; la crisis económica mundial en la que seguimos inmersos; catástrofes naturales, al igual que «la necesidad de Cuba de reintegrarse en un nuevo tipo de mercado global pese a la hostilidad del bloqueo de EE.UU». Incluso demasiado para toda una revolución popular como lo es la revolución cubana.

Durante todo este período -1989-2010- los objetivos principales de la revolución, en opinión de FLS, han sido los siguientes: 1. Construir un modelo económico intensivo en capital. 2. Mantener la legitimidad y credibilidad en el terreno político «a pesar de una desigualdad social creciente». 3. Evitar el aislamiento internacional. 4. Mantener la moral y capacidad estratégica de las fuerzas armadas. Para él, «el desempeño ha sido mejor en los dos últimos aspectos que en lo económico y político, donde los cambios han sido bastante lentos y no siempre sistemáticos». La reforma económica de 1993 permitió la restauración de algunos mercados e iniciativas privadas prohibidas durante «el proceso de rectificación» y autorizó el empleo de divisas, pero aunque esa reforma ha tenido logros -la inversión extranjera y la reducción del exceso de dinero circulante, por ejemplo- «éstos no han sido principalmente el resultado de un plan total, sino de un grupo de medidas de carácter financiero». Para FLS, «el desarrollo de la economía cubana depende, no del exceso o la falta de circulante -aunque esto sea una variable importante- sino de su capacidad productiva».

La reforma se ralentizó a finales de los 90 e incluso involucionó en muchos aspectos desde el 2000: «las aperturas internas y externas fueron acotadas y en ningún momento alcanzaron la dimensión de las reformas económicas de China o Vietnam», reformas que FLS no presenta aquí de manera crítica. Ese mismo 2000, se inició «la Batalla de Ideas»: un nuevo programa de nueva centralización económica con profundos objetivos sociales. Pero, según FLS, «esta nueva tendencia no pudo revitalizar la producción, ni solucionar en forma duradera el creciente desempleo y subempleo a pesar de los éxitos parciales de los programas de trabajadores sociales- ni eliminar la corrupción».

El levantamiento de las sanciones contra el empleo de divisas ha significado la exclusión del consumo en las tiendas de divisas de aquellos ciudadanos cubanos «que no reciben dinero de parientes en el extranjero o grandes cantidades de divisas o pesos de transacciones en la economía privada (alquiler de habitaciones en casas y departamentos, restaurantes, etc.), del mercado negro o bien por prácticas corruptas en puestos del gobierno». Se promovió la legalización del uso de las divisas, recuerda FLS, pero para mitigar sus inevitables efectos en lo que concierne a la aparición rápida de desigualdades, una solución paralela, que FLS no concreta ni tan siquiera sugiere, «debería haberse puesto en práctica para solucionar el problema de los bajos salarios de profesores, médicos y otros profesionales que ganan menos que los policías, camareros o taxistas». El resultado, señala críticamente FLS, «ha sido privar a algunos de los sectores más capaces y revolucionarios de la sociedad cubana de una remuneración adecuada».

En el ámbito político, prosigue el autor, «pese a ciertas reformas y a que el liderazgo ha mantenido la legitimidad, la credibilidad, y el apoyo de amplios sectores de la población, son necesarios cambios profundos». En su opinión, las prácticas participativas democráticas no han alcanzado su potencial en el sistema político cubano en parte porque el proceso de institucionalización de los años setenta «fue contaminado por el modelo soviético». Actualmente, señala, «el llamado al sacrificio personal para alcanzar la futura prosperidad y la igualdad no moviliza como en el pasado, debido al impacto, sobre todo en las generaciones jóvenes, del derrumbe del socialismo, de las carencias materiales y del aumento de la desigualdad durante el Período Especial». La erosión del consenso debido al desgaste del modelo en las condiciones del período especial es innegable, sostiene FLS. La pobreza, la desigualdad y la marginalidad, a pesar de los muchos esfuerzos realizados, «han crecido desde los años 90 tan rápido como el resentimiento de aquellos excluidos de las ventajas de poseer divisas o posiciones de poder».

En síntesis, resume FLS, el objetivo principal de su análisis es demostrar la necesidad de encontrar soluciones mediante políticas ad hoc a lo que él llama, al estilo maoísta clásico, «principales contradicciones»: 1. Descentralización institucional y necesidad de participación política eficaz versus centralización y estatismo desmesurado. 2. Programas sociales versus un bajo crecimiento económico. 3. Equidad contra desigualdad creciente. 4. Ingresos por el trabajo versus mercado negro. 5. Valores socialistas frente a la crisis de valores. 6. Institucionalización sólida contra instituciones débiles y prácticas ilegales. 7. Apoyo internacional contra el bloqueo de EE.UU. versus «la crítica en lo que concierne a la democracia y los derechos humanos en la Isla». Hay necesidad urgente, en opinión de FLS, «de adoptar políticas que refuercen la posibilidad de un mejor escenario en lo económico, político, social, cultural e internacional». FLS señala que él mismo formulará algunas propuestas, que tratará de identificar algunos de estos escenarios y que recomendará «alternativas de políticas que pudieran ser adoptadas por el gobierno, basándome en mis propias investigaciones y en lo que ya ha sido sugerido por los cubanos durante las reuniones sostenidas en 2007 y posteriormente».

El último apartado del capítulo pretende responder a la siguiente pregunta, una pregunta que se extendió como la pólvora en los años noventa: «¿Por qué no se derrumbó el socialismo en Cuba?». La respuesta del autor sigue el siguiente desarrollo:

La Revolución nació de contradicciones generadas por el modelo neocolonial impuesto por los Estados Unidos. Las raíces históricas y los logros de la revolución impiden a la gran mayoría de los cubanos considerar las proposiciones made in Miami entre los llamados disidentes internos «como una alternativa al período especial o a la Revolución». La cultura cubana es «una cultura de resistencia» (las guerras de independencia duraron unos treinta años y murieron en ellas más de 400.000 cubanos, cerca de un tercio de la población de la Isla en esa época). Esta «cultura de resistencia», abonada por un nacionalismo radical anti-imperial y las ideas socialistas, se siguió desarrollando durante el siglo XX. La independencia de Cuba en 1902, tránsito del colonialismo español al neocolonialismo estadounidense, dio pie a intervenciones militares de EE.UU. que fueron frecuentes durante las primeras décadas del siglo XX. Cuba siguió siendo esencialmente una plantación de caña de azúcar: «los tratados de «reciprocidad» comercial de 1902 y 1934 con los Estados Unidos, especializaron aún más el país como productor de azúcar e impidieron su desarrollo industrial» y el mercado interno fue saturado por productos norteamericanos. Este modelo neocolonial acentuó el subdesarrollo y la dependencia.

Por lo demás, el pueblo cubano tiene un alto grado de cohesión nacional. Sus luchas revolucionarias -entre otras, la anticolonial del siglo XIX (1868-1898); varios levantamientos en las primeras décadas del siglo XX; la revolución de los años 30; la insurrección victoriosa contra Batista de 1959; el triunfo en Playa Girón en 1961, y las victorias militares en misiones internacionalistas en Angola y Etiopía- han fortalecido, en opinión de FLS, «su disposición a la lucha y a la resistencia». Por lo demás, punto nada marginal, «la imagen de los países donde se derrumbó el «socialismo real» no es atractiva».

No es extraño entonces, concluye FLS, que a principios de los 90 numerosas voces en los Estados Unidos -Wayne Smith, Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en Cuba durante la presidencia de Carter, es un ejemplo; Tim Golden, periodista del New York Times, es otro ejemplo conocido- afirmasen que Fidel Castro «todavía disfruta de un apoyo significativo» o que «el gobierno recibe un apoyo sustancial».

«El itinerario de la revolución y la situación actual» da título al segundo capítulo de libro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.